Noche de vampiros

 

 

William vuelve a casa tras pelearse con Dru, para reunirse con Darla y Ángelus.
Tiempo, finales del siglo XIX, antes de que Ángelus fuera maldecido con su alma.

 

            William llegó a la mansión casi al amanecer. El sol comenzaba a salir por el horizonte cuando el carruaje frenó en seco delante de la gran puerta de entrada. Le había dicho al cochero que se lo comería antes de arder si no lo llevaba de regreso a tiempo a Londres.

            Dru y él habían estado de fiesta durante una semana en un castillo en Irlanda, hasta que acabaron con todos sus habitantes, incluidos los sirvientes y su bloody perro.

            William propuso volver a casa con Ángelus y Darla, pero ella se empeñó en pasar un par de días más dando buena cuenta del jardinero, un chico de apenas dieciocho años al que todavía no había matado y que había escondido para ella sola. Se pelearon y él decidió volver solo. ¡Que le dieran a la muy zorra!
            Antes de que llamara, la puerta se abrió y el mayordomo le hizo una reverencia apartándose rápidamente al verlo humear. William lanzó una maldición y se palpó el cuerpo para ver si estaba entero.

            -¡Bloody hell! ¿Está Ángelus? –le preguntó al lacayo.

            - Está en la biblioteca, sir William. Llegó hace una con lady Darla y aún no se ha acostado.

            - ¡Genial! Tengo que hablar con él. Puede retirarse.

            El mayordomo se retiró prudentemente y Williamse dirigió a la biblioteca con paso seguro. Abrió la gran puerta de roble sin llamar y miró a su alrededor buscando a su sire. Descubrió a Ángelus desparramado en su sillón preferido paladeando una copa de brandy, mientras miraba extasiado como se contoneaban las llamas de la chimenea.

            - ¡Ángelus, tienes que hacer algo con Dru! Se ha negado a regresar a casa, contraviniendo mis deseos y los tuyos. No podremos llegar a tiempo a la fiesta de los Mc Gregor.

            - Relájate, William y tómate una copa –dijo el vampiro más antiguo señalándole con la cabeza la botella de licor –las chicas están muy revoltosas últimamente, pero ya me he encargado de mostrarle a Darla quien manda aquí. Me temo que tendremos que ir a esa fiesta los dos solos.

            - ¿Dónde está Darla? –preguntó buscándola por la habitación. El vampiro se fijó entonces que la biblioteca estaba destrozada casi por completo, y había rastros de sangre seca.

            - La he envidado con su madre –los dos vampiros comenzaron a reír y chocaron sus copas- ven más cerca, William. Te he echado de menos.

            - Yo también a ti. Dru puede ser terriblemente pesada, ya lo sabes.

            El poeta se acercó lentamente al sillón donde estaba el otro vampiro y se dejó caer de rodillas a su lado, levantando la cabeza hacia él. Ángelus lo miró con deseo contenido, luchando contra sus perversas inclinaciones. William se lamió inconscientemente los labios, y Ángelus gruñó sonoramente al notar como se endurecía automáticamente. Se inclinó hacia delante y le atrajo furiosamente hacia sí, clavándole los dedos en la nuca, y estrellando sus labios posesivamente en los del otro. William ahogó un gemido cuando sintió la lengua de su sire recorriendo la suya, mordiéndosela hasta hacerlo sangrar. El olor a sangre y excitación volvió locos a los dos vampiros, que se movieron buscándose el uno al otro, comenzando a desnudarse con precipitación.

            Ángelus se levantó para poder deshacerse de sus pantalones, mientras el otro hacía lo mismo con los suyos. El deseo brillaba en sus ojos, y Ángelus se detuvo un momento para admirar el hermoso cuerpo de su childre.

            - Voy a matar esa zorra –masculló cuando descubrió unas profundas marcas de uñas y dientes en el pecho y los hombros del chico. Él se encogió de hombros y sonrió enigmáticamente, mientras tiraba lejos sus pantalones y comenzaba a bombear su sexo duro y enhiesto.

            - Deberías verla a ella –dijo arqueando una ceja. Ángelus aulló cuando William se giró y pegó su trasero contra las caderas de Ángelus, restregándose contra él, sin dejar de masturbarse.

        - ¡Oh demonios, William! Gritó en su oído atrayéndolo más cerca haciéndole notar su verga todavía más.

        - Deberíamos clavarles una estaca a las dos y largarnos lejos. Odio este bloody país –jadeó el más joven gimiendo cuando Ángelus apartó su mano y comenzó a bombearlo más rápidamente -¡mierda, no pares! ¡Necesito más, ahora!

            - Yo también, maldita sea, William ¡Inclínate!

            No se hizo de rogar. William se apoyó con las manos en el brazo del sillón y separo ligeramente las piernas, esperando con ansia la embestida. Cuando sintió como Ángelus le penetró en toda su longitud, chocando sus caderas rítmicamente, lanzó una maldición, apretando los dientes para no correrse en ese mismo momento. Ángelus arreció las embestidas, a la vez que el movimiento de sus manos en el sexo enorme de William.

            -Vamos, déjalo ir, ¡ahora William! , dame tu boca –el chico se giró con una mirada lasciva y Ángelus capturó sus labios, en un beso lleno de lascivia. El grito de ambos murió en la boca del otro, mientras el orgasmo les hacía convulsionar durante largos segundos, para dejarlos rendidos y jadeantes en el suelo.

            - ¿Cu…Cuándo nos tenemos que ir a esa jodida fiesta, Ángelus?

            - En cuanto anochezca –respondió el vampiro maestro rodando en el suelo hasta quedar boca arriba, intentando normalizar su errática e innecesaria respiración -¿Quieres que esperemos por si vuelve Dru?

            - Prefiero no ver a esa puta chiflada durante unas semanas, Ángelus. Además, estando contigo no creo que la eche de menos –repuso mirándolo con lascivia.

            - ¡Ese es mi chico! Anda, levántate y vayamos a la cama, ya ha amanecido.

            - Buena idea –dijo el joven vampiro levantándose y buscando su ropa. Ángelus se levantó de un salto y le empujó hacia la puerta, sin darle tiempo a coger nada.

            - Todos están durmiendo, William, vamos no perdemos más el tiempo, estoy cansado.

            - Entonces mejor sería que cada uno durmiera en su habitación –propuso el otro mientras le seguía escaleras arriba.

            - No estoy tan cansado. –Ángelus abrió la puerta del dormitorio que había compartido con Darla y le empujó dentro- ya dormiremos más tarde.

            William cerró la puerta con el pie y se dejó caer en la mullida cama, comprobando por sí mismo lo cansado que estaba su sire.

 

FIN