Rebeca (Universo alternativo)
cu
a
Elizabeth Summers viaja hasta Denver, Colorado para empezar una nueva vida. Va a ser la institutriz de Rebeca, la hija de un ranchero divorciado. La cosa se complica cuando nada más conocerlo se siente atraída por él.
Capitulo 1
Elizabeth leyó otra vez las escuetas indicaciones, arrugando después el papel en sus manos, presa del nerviosismo. Era la primera vez que viajaba sola tan lejos, a un lugar desconocido para trabajar con personas desconocidas.
Su madre había muerto un par de meses antes, y se había quedado sola y en la ruina. Vendiendo sus últimas pertenencias, pudo reunir los suficientes dólares para llegar a su destino, y eso que su patrón le había envidado dinero por adelantado para los billetes de la diligencia, pero necesitaba efectivo para comer por el camino y lo que se presentara.
Miró a su alrededor otra vez con desesperanza. La diligencia la había dejado hacía ya media hora en la plaza central de la ciudad de Denver, Colorado y había partido de nuevo. No era muy normal que una mujer joven esperara en medio de la polvorienta calle, con una sola maleta cochambrosa a sus pies y un vestido de viaje que había visto tiempos mejores. Cada hombre o mujer que pasaba por su lado la miraba de mala manera, preguntándose si tal vez era una nueva ramera para los abundantes prostíbulos de la zona. Ninguna mujer decente estaría sola a esas horas de la tarde.
Por fin una vieja carreta para a su lado. Elizabeth alzó la cabeza, rogándole a Dios en su interior que el conductor fuera el señor Pratt o alguien enviado por él a recogerla. Tenía hambre y estaba cansada.
“¿Señorita Summers?” preguntó el hombre tras bajar de la carreta y hacerle un leve saludo tocándose el ala de su sombrero.
“La misma. ¿Usted es el señor Pratt?”
“No, por Dios, señorita. Soy su capataz. Alexander Harris, para servirla”
“Mucho gusto en conocerlo, señor Harris” Elizabeth alargó su mano y él se inclinó para besársela de forma caballerosa.
“Puede llamarme Xander, señorita. Todos en el rancho me llaman así”
“Está bien, Xander. Pero deberá llamarme Elizabeth a cambio”
“El jefe no lo aprobaría” Xander se rascó la barba con una mano y sonrió vagamente “Pero podemos tutearnos en privado, si te parece, Elizabeth”
“Me parece bien” Xander asintió con la cabeza. Recogió la maleta del suelo y la puso en la parte de atrás de la carreta. Después ayudó a subir a ella a la menuda mujer rubia de ojos verdes que parecía agotada.
Sentándose en el pescante, arreó el caballo y la carreta comenzó a caminar con paso lento hacia la salida de la ciudad.
“¿Está muy lejos el rancho Pratt, Xander?”
“A una media hora de camino. A caballo mucho menos, ¿Sabes montar, no?”
“Un poco. Los caballos y yo no nos llevamos bien. La última vez que lo intenté, Furia, el caballo de unos amigos me lanzó de cabeza a un charco. -¡Sin motivo aparente!-” apuntó Elizabeth con vehemencia.
“Los caballos son unos animales muy perceptivos. Intuyen el miedo y la crueldad en las personas, así como la valentía y la generosidad y actúan en consecuencia”
“Yo estaba aterrada. Aquel ser infernal me miraba con los ojos inyectados en sangre y la boca espumeando, mientras rascaba el suelo con sus pezuñas sin perderme ni un momento de vista. Hicieron falta tres personas para alejarlo de mí. Nunca pasé tanto miedo, así que no creo que me acerque a un caballo nunca más en mi vida…”
“El señor Pratt tiene muy buenos caballos, incluso una yegua árabe que compró hace años para cruzarla con su garañón negro, Demon. Quizás a Daisy puedas montarla, es más dócil. A Rebeca le gusta cabalgar y el señor Pratt puso como requisito que su nueva profesora cabalgara”
“Bueno, creo que con algunas cuantas clases extras quizás no me rompa el espinazo”
Xander rió con ganas. La chica tenía sentido del humor. Bien, le haría falta para aguantar al jefe. Últimamente estaba de un humor de mil demonios y pagaba el pato con cualquiera que hubiera a su alcance.
Elizabeth miró a su alrededor. Habían dejado la ciudad hacía rato, y ya solo se veían algunas luces a lo lejos. Todo a su alrededor se iba oscureciendo, anunciando la llegada de la noche.
Estaba deseando llegar y conocer a su pupila, Rebeca Pratt. Una niña de diez años que había sido abandonada por su madre cuando apenas tenía uno, y la cual cuidaba su padre lo mejor que podía. Había sido una suerte leer el periódico y el anuncio del señor Pratt buscando una institutriz para la niña justo cuando ella más lo necesitaba. Verse sola en el mundo y abandonada por su prometido cuando lo perdió todo la había hundido. Ahora tenía la oportunidad de alejarse de lo que fue su antigua vida y empezar de cero.
Siempre había tenido quien le sirviera a ella, pero ahora tenía que acostumbrarse a servir, a que le mandaran y obedecer. A madrugar y trabajar duro para salir adelante. No le daba miedo trabajar, pero sí lo desconocido. No sabía la edad de su patrón, ni nada de su carácter, excepto que estaba divorciado de su esposa. ¿Sería un buen padre para su hija? Debería serlo cuando se preocupaba por ella. Bien podía haberla mandado a un internado para señoritas, en vez de intentar educarla en su casa, y así quitarse un problema de encima. ¿Y como jefe? Eso estaba por ver.
“¿Cómo es el señor Pratt, Xander?” preguntó aún sin darse cuenta que sus pensamientos habían sido traducidos en palabras.
“¿Te refieres físicamente?”
“En general. ¿Es buena persona?”
“Bueno... si. Es muy exigente en lo que al trabajo se refiere, pero últimamente no está de muy buen humor que digamos, aunque es comprensible…”
“¿Y eso? ¿Van mal las cosas en el rancho?”
Xander soltó una carcajada y arreó más a los caballos. Era un joven de unos veinticinco años, fuerte y curtido, pero simpático.
“Las cosas van muy bien en el rancho. Es por lo que esa arpía de Drusilla quiere volver con el jefe, poniendo de excusa a la niña de la que no se ha preocupado nunca y una hipotética enfermedad”
“¿Te refieres a la señora Pratt?”
“La ex señora Pratt. Se largó con el mejor amigo del jefe hace nueve años. Entonces se descubrió una veta de oro en la otra parte del estado y ella no dudó en irse con O’Shea. El jefe se quedó totalmente destrozado. Hacía poco que se había hecho cargo del rancho, tras morir su padre en una reyerta en la ciudad. William apenas tenía mi edad en aquel momento, pero sabía como manejar un rancho. Lo llevaba haciendo desde que regresó de la universidad casado con Drusilla, la cual ya estaba embarazada de la pequeña Becky. Ya en las vacaciones ayudaba a su padre con la contabilidad y las reses, así que no le fue nada difícil. El rancho estaba empezando a tener problemas de liquidez, pero William se las arregló para levantarlo en un par de años, y ahora es el mejor de todo el estado”
“¡Vaya!” solo pudo decir Elizabeth. Ella sabía que Pratt era rico, pero no que él había sido el artífice de su éxito y fortuna.
Xander guardó silencio el resto del camino. Quizás debería haberse mordido la lengua, -pensó-. Al jefe no el gustaba nada que hablaran de su vida privada, y mucho menos de aquel episodio desagradable con su ex mujer y su mejor amigo.
Un buen rato después traspasaron el cartel que anunciaba que entraban en las propiedades del rancho Pratt. Elizabeth intentó enfocar la mirada para ver la casa, pero no lo consiguió. Miró expectante a Xander. El entendió la mirada y sonrió.
“La casa está unas millas más allá, tras esos árboles, cerca del río” dijo señalando a la derecha. “Lo demás son pastos para las vacas. También hay un barracón para los vaqueros y un granero”
“Esto es inmenso”
“Si. El jefe tiene unas miras muy amplias. Está pensando en comprar la propiedad aneja a ésta, pero el viejo Giles se niega. No se llevan muy bien que digamos”
Elizabeth suspiró cuando la carreta se paró delante de la casa. Era de estilo colonial y tenía un gran porche a la entrada con un columpio. Los jardines estaban bien cuidados y es aspecto en general era imponente.
Xander la ayudó a bajar de la carreta y preguntó a un vaquero que pasaba por allí con arreos por Pratt. El otro soltó una maldición e intercambió unas palabras con el capataz, señalando después el granero pintado de rojo chillón que había unos cincuenta metros más allá de la casa.
“El jefe está en el granero, Elizabeth. Iré a buscarlo. ¿Quieres esperar dentro de la casa?”
“¿Por qué estaba enfadado el vaquero ese?” preguntó a su vez la rubia.
“Parece que Collin se equivocó al herrar a uno de lo potros nuevos y el jefe lo aporreó de lo lindo. Nada de lo que debas preocuparte” Elizabeth levantó una ceja ¿aporrear? Era la primera vez que oía esa palabra. Ambos se volvieron al oír un tumulto en el barracón, seguido de ruido de cosas rompiéndose y tacos malsonantes. “Será mejor que vaya a ver que pasa ahí, antes que lo destrocen todo. Dame unos minutos”
“No te preocupes por mí, Xander” Elizabeth le sonrió y el joven capataz se encaminó de prisa al barracón de madera. Seguro que Collin la había liado con alguno de los vaqueros para desahogarse por lo ocurrido con el jefe.
Elizabeth permaneció unos minutos a la espera, pero tenía curiosidad por lo que había a su alrededor. Dejó la maleta en el suelo y se dirigió hasta el granero. Una suave luz emergía por las ventanas, dándole un aspecto acogedor. Entró despacio, mirando a su alrededor. Era más grande por dentro de lo que parecía. Había grandes sacos de grano para los animales apilados a los lados y muchas balas de paja, así como herramientas de trabajo y arreos para los caballos. Oyó un ruido a lo lejos y siguió caminando, mirando con curiosidad conforme avanzaba. De pronto se paró en seco, pestañeando varias veces para convencerse de que lo que veía era real.
Capitulo 2
El hombre más atractivo que había visto en su vida estaba trabajando con una horquilla, apartando paja suelta hacia un rincón. No llevaba camisa, y su piel bronceada brillaba por el sudor resultante del ejercicio físico que estaba realizando. Sus cabellos eran castaños y su perfil como las antiguas estatuas griegas. Elizabeth tragó saliva, para aclararse la garganta. Le temblaban las piernas y un sudor frío le cubría su propia piel. En ese momento el desconocido levantó la vista y la descubrió. Sus ojos, increíblemente azules denotaron sorpresa, y sus labios se curvaron en una traviesa sonrisa al verla mirarlo tan descaradamente. Se apoyó el la horquilla y levantó una ceja, esperando a que su visitante hablara.
“Es… Estoy buscando al señor Pratt. ¿Está por aquí?”
“¿Y usted es…?” Elizabeth se adelantó unos pasos para verlo mejor. Su interlocutor tenía unos pectorales perfectos, un vientre plano y… ¡Dios! Levantó la mirada de golpe, diciéndose a sí misma que no estaba mirando lo que estaba mirando. El vaquero sonrió aún más, lo que le dejó bien claro a Elizabeth que se había dado cuenta de su descarado escrutinio.
“Soy Elizabeth Summers, la nueva institutriz de Rebeca” dijo por fin la rubia desviando la mirada hacia uno de los montones de sacos.
“Yo soy Pratt. Bienvenida, señorita Summers”
Elizabeth giró la cabeza de golpe, sonrojada hasta las cejas. ¿El era Pratt? ¿William Pratt? ¡No podía ser! No tenía aspecto de ser el señor Pratt. De ninguna manera. Su jefe tenía que ser un cuarentón con barriga medio calvo, no aquel dios griego de increíbles ojos azules y cuerpo de infarto. Además, la había pillado mirando su… su… mirándole. Nunca podría volver a mirarlo a los ojos sin sonrojarse.
“¿Usted es el señor Pratt?” la pregunta era estúpida ya que él ya se había presentado, pero no sabía qué decir.
“¿Desilusionada?” Elizabeth dio un paso atrás cuando él dejó caer la horquilla en el suelo y avanzó hacia ella moviéndose como un puma. William vio miedo en sus ojos y sonrió a su pesar. No entraba en sus planes recibir a la nueva institutriz de Rebeca medio desnudo y cubierto de sudor, pero el muy inútil de Collin le había retrasado en su trabajo. Había tenido que quitarle las herraduras a Misco y volverlo a herrar él mismo y después adecentar el granero. No era un trabajo para el dueño del rancho Pratt, pero a él le gustaba estar en forma y esa era la mejor manera de conseguirlo. Trabajo manual duro.
“Solo sorprendida. No es habitual ver a un terrateniente haciendo esta clase de trabajos”
“A mi me gusta” William cogió su camisa que colgaba de un clavo en la pared y se secó el sudor con ella “Venga conmigo, señorita Summers”
Elizabeth le siguió en silencio. Pratt iba apagando los candiles de queroseno conforme iban avanzando. La noche había caído de golpe, y apenas se veía donde pisaban. Unas cuantas estacas iluminaban el camino, dibujando siniestras sombras a su alrededor. Elizabeth casi pegó un salto cuando oyó el aullido de un coyote, y sin darse cuenta agarró firmemente y con las dos manos el brazo desnudo de su jefe. William sintió una descarga eléctrica por todo su cuerpo, que hizo que se endureciera de pronto. Maldijo tan fuerte que Elizabeth retiró la mano de golpe, poniéndose colorada.
“Disculpe señorita Summers, creo que me ha picado algo” mintió a regañadientes sin mirarla. Después se desvió hacia un abrevadero próximo y metió la cabeza dentro, sacudiéndola como si fuera un perro mojado. Respiró hondamente y rezó porque su inesperada y tremenda erección desapareciera antes de darse la vuelta. La chica rubia esperaba tras él, sin decir palabra, todavía asustada. Gracias a Dios, el milagro sucedió, tras dos nuevas inmersiones dentro del abrevadero, evitando así que tuviera que meterse dentro del todo para conseguirlo. Se alisó el pelo con las manos y se giró despacio. ¿Qué le estaba pasando? Nunca en su vida había tenido una reacción tan desproporcionada ante un toque tan inocente. Sería la abstinencia. Hacía meses que no bajaba al pueblo para aliviarse con su amiga de turno, Harmony, y eso se notaba.
Era un hombre sano de treinta y dos años y tenía sus necesidades físicas. El hecho es que había estado muy ocupado últimamente con la llegada de los nuevos potros y la maldita carta de la maldita Dru. Todo unido le había quitado las ganas de ver a una mujer a menos de dos kilómetros de distancia de él.
“Entremos en la casa. Estará cansada del viaje” dijo por fin sin mirarla.
“La verdad es que estoy agotada” William le cedió el paso y ella comenzó a caminar. Sentía su azul mirada en la nuca, y se puso tensa. Él estaba siendo amable con ella, no tenía por qué preocuparse y no la había avergonzado hablando de lo ocurrido en el granero. Lo mejor era olvidarlo todo. “¿Está Rebeca levantada todavía? Me gustaría conocerla”
“Habitualmente está acostada a estas horas, pero hoy no había forma humana que lo hiciera. Está entusiasmada con la idea de tener otra mujer aquí con la que hablar”
“¿No hay mujeres aquí?” preguntó Elizabeth a la vez que se giraba, sorprendida. Para su tranquilidad, comprobó que su jefe se había puesto la camisa arrugada, pero aún así estaba imponente, con los vaqueros apretados y… y tenía que dejar de mirarlo de aquella manera, o él pensaría que había contratado una fulana como institutriz de su hija.
“Están prohibidas” respondió él con una sonrisa maliciosa “Tenemos un excelente cocinero y un par de veces a la semana vienen algunas de las esposas de mis empleados a limpiar la casa y a hacer la colada. Ninguna vive en la casa. Los vaqueros casados tienen sus propias casas dentro de mi propiedad, pero a una distancia prudente”
William le sostuvo caballerosamente la puerta para que entrara. Elizabeth miró a su alrededor, sorprendiéndose de que la casa estuviera tan limpia y ordenada. Los muebles de madera antigua estaban bien cuidados y las cortinas en buen estado.
Pasaron a un acogedor salón y sus ojos se fijaron inmediatamente en la niñita morena y piel clara que leía atentamente un libro en el sofá. Era preciosa, y cuando levantó sus ojos hacia ellos, Elizabeth comprobó que los tenía del mismo azul eléctrico que su padre. También se parecía en los carnosos labios y las mejillas un poco elevadas. El resto, suponía, era de su madre.
Antes de que ninguno de los dos adultos hablara, la niña se levantó y corrió a abrazarse a la cintura de su padre.
“¡Por fin, papá! ¿Ella es la señorita Summers?” preguntó con ansia. William la levantó lo suficiente para besarla en la frente con cariño y después la colocó en el suelo sujetándola por los hombros.
“Si, nibblet. Es la señorita Elizabeth Summers, tu nueva institutriz”
“Me gusta” dijo la niña tras un breve escrutinio. Elizabeth sonrió y ella le devolvió la sonrisa. “¿Puedo llamarte Elizabeth?”
“Por supuesto. Vamos a ser amigas, ¿No?” respondió Elizabeth inclinándose un poco hacia ella y acariciándole la mejilla con la mano.
“Mi papi me llama Becky. Es más corto que Rebeca y me gusta más”
“Entonces te llamaré Becky”
Se hizo un pequeño silencio. William contemplaba a su hija y a Elizabeth alternativamente. Si, parecía que no se había equivocado al poner el anuncio. Se gustaban y a él… también, para que negarlo. Todavía recordaba lo ocurrido en el granero y las miradas de ella. ¿Sería una mujer con experiencia en hombres? No tenía pinta de eso, pero…
Carraspeó un poco para romper el molesto silencio y luego se volvió hacia la puerta mientras hablaba.
“Becky, cariño, ¿Por qué no acompañas a la señorita Summers a su habitación? Tengo que ir al barracón. Le diré a Lorne que prepare algo de cena y le traerán agua caliente para que pueda darse un baño” dijo sin mirar a Elizabeth. Después desapareció en la noche.
Becky tomó de la mano a Elizabeth y la guió por el rancho, enseñándole todas las habitaciones que se iban encontrando.
La cocina era inmensa, y estaba totalmente equipada para cocinar y comer allí mismo. Incluso tenía una fresquera y un horno de leña. Y lo más importante: estaba impoluta.
“Ese es el despacho de papá. Mejor no molestarlo cuando está dentro. Se pone de mal humor con las cuentas” Elizabeth asomó la cabeza y suspiró. La habitación era pequeña, pero tenía una gran chimenea, una mesa de roble y algunas estanterías llenas de libros. “Esta es mi habitación” prosiguió la niña abriendo otra puerta. Era una habitación amplia, pintada de rosa pálido y los muebles en un tono claro de madera de pino. En la pared había pintados algunos animales del campo.
“Es preciosa. ¿Quién pintó los animales?”
“Xander. Es un poco infantil” Elizabeth levantó la ceja sorprendida. ¿Se refería al capataz o a la habitación? La niña enseguida la sacó de dudas “Los dos”
“A mi me parece muy bonita y luminosa” dijo Elizabeth riendo ante la ocurrencia de Becky. Parecía mucho mayor de los diez años que aparentaba.
“Esta es mi mamá” Beck le tendió una fotografía enmarcada que tenía la niña sobre su mesita de noche. La imagen que vio la dejó impresionada. La mujer allí representada era bellísima, con el pelo más negro que había visto en su vida y los ojos también oscuros. Como Becky, tenía la piel clara, pero su fina sonrisa no tenía nada de cálida. “Se largó con un hombre al poco tiempo de nacer yo”
“¡Becky! ¿Quién te ha contado eso?” Esperaba que Becky no dijera ‘Mi padre’. Era demasiado cruel que una niña tan pequeña supiera lo que su madre había hecho.
“Se lo oí comentar a unos vaqueros, hace tiempo y después en el colegio del pueblo, un niño se burló de mí y también me lo contó”
“¿Y que dijo tu padre?” preguntó Elizabeth con ansiedad.
“Me dijo que no hiciera caso. Que mi mamá me quería mucho, pero que tuvo que irse porque aquí se ponía enferma. Aquí hace mucho calor en verano y en invierno nieva”
Elizabeth respiró más tranquila. Había sido una buena respuesta la de su jefe. Dejó la fotografía en su sitio y se volvió hacia la niña, que parecía triste.
“A veces lo mayores tenemos que hacer cosas que no queremos. Pero eso no quiere decir que tu madre no te quiera”
“Ven, te enseñaré el baño y tu habitación” dijo la niña cambiando astutamente de tema.
Elizabeth la siguió. El cuarto de baño tenía un excusado al fondo, un mueble con una palangana de metal con flores y un espejo encima. En otro de los rincones había una gran bañera de cuatro patas. Era la más grande que había visto en su vida.
“Hacen falta cinco hombres para llenarla” dijo Becky siguiendo su mirada. Papá no me deja que me bañe sola, por si me ahogo”
El gesto enfuruñado que acompañó sus palabras hicieron reír a Elizabeth. Entendía a Pratt, la bañera parecía peligrosa para la poca estatura de la niña.
Cuando salían, empezaron a desfilar hombres con cubos humeantes en las manos. Becky abrió la puerta de al lado y entró.
“Esta es tu habitación. ¿Te gusta?” Elizabeth ahogó un gemido de sorpresa. El dormitorio era digno de una princesa, eso tenía que reconocerlo. La cama, de cuatro postes llena de encajes, la colcha de fina seda. Las cortinas de carísimos brocados y terciopelo… “Era la habitación de mi madre, cuando vivía aquí”
Las sospechas de la institutriz se vieron confirmadas. ¿Cómo se le ocurría a Pratt alojarla en la habitación de su ex esposa? No sabía por qué, pero la habitación le producía escalofríos, parecía como si una presencia maligna anduviera a sus anchas por allí. Se estremeció un tomó una decisión:
Ni muerta se iba a quedar a dormir allí.
Capítulo 3
Elizabeth se abrazó a sí misma y miró a su pupila.
“No creo que me sienta a gusto aquí” dijo Elizabeth con resolución. “¿Hay alguna más libre?”
“Ésta es la mejor de toda la casa. Hay un par de habitaciones para invitados, pero son más pequeñas”
“Preferiría una de ellas” repuso resueltamente Elizabeth, incómoda con tener que hablar de esos temas con la niña. Alguien tocó a la puerta y dejó su maleta. Antes de que el vaquero se fuera, Elizabeth le preguntó por Pratt.
“Está… solventando… unos problemillas con Collin. No creo que tarde mucho”
“Gracias” el vaquero se fue cerrando la puerta otra vez “Hablaré más tarde con tu padre. Ahora creo que voy a darme ese baño”
“Yo me voy a dormir. Buenas noches, Elizabeth”
“Te acompañaré a tu habitación”
Las dos chicas salieron hasta la habitación de la niña. Después de ayudarla a lavarse, ponerse el pijama y rezar, la arropó. Sentía una inmensa ternura por ella. Era una niña muy inteligente, aunque triste. Ella iba a ayudarla a sonreír de nuevo. Le contó un cuento y apagó la luz cuando se quedó por fin dormida.
Salió despacio de la habitación y buscó por la casa a Pratt, pero no había rastro de él, así que se encogió de hombros y fue a darse ese baño tan añorado durante su largo viaje. Cogió de su maleta el camisón, la ropa interior y una bata. Cerró la puerta del baño con el pestillo y se desnudó. La luz de las lamparillas de aceite era tenue, pero suficiente.
Entró en el agua con un gran suspiro de satisfacción. Hacía semanas que no tomaba un baño completo. Las diligencias paraban en casas de postas rudimentarias donde no había esas comodidades.
Se enjabonó a conciencia, y después se lavó el pelo. Tuvo que ponerse en pie para enjuagárselo con un cubo que habían dejado a su lado, pero lo consiguió.
Media hora más tarde se sentía otra. Olía al jabón de jazmín y a madreselva, y su pelo estaba desenredado y brillante, aunque húmedo. Corrió a su habitación y dudó en bajar para buscar de nuevo a su jefe. Era tarde, y no iba a cambiarse de ropa, estaba demasiado cansada.
Un toque en la puerta le dio ánimos. Quizás fuese él. Buscó un chal en su maleta y se lo echó por los hombros para recibir a su noctámbulo visitante.
Abrió la puerta, y el hombre tras ella sonrió al ver el gesto de desilusión en su cara.
“No soy tan feo, Elizabeth” dijo con guasa el hombre que portaba una gran bandeja de comida “Me envía el jefe con la cena. ¿Puedo pasar?”
“Claro, pasa Xander” Elizabeth se apartó y el hombre entró. Dejó la bandeja sobre una mesa y miró con desagrado a su alrededor “Demasiado suntuosa, ¿verdad?”
“¿Compartían ellos la habitación?” preguntó a su vez la chica, sin poder aguantar la tentación.
“No. Pratt odiaba este sitio y lo odió más cuando se enteró de lo de Drusilla y su amante. Parece que durante un viaje del jefe para comprar ganado, el muy cabrón de O’Shea pasó unos días aquí…”
“¡Oh!” solo pudo decir Elizabeth. Menuda cara tenía la ex esposa de su jefe. Ahora menos que nunca quería quedarse allí a dormir. “¿Ha vuelto ya?”
“Está en el despacho, preparando la cuenta de Collin” respondió el capataz entendiendo que preguntaba por Pratt.
“¿Lo va a despedir por lo del caballo?”
“No. Va a despedirlo por la bronca que ha montado en el barracón y por…” Xander dudó. Elizabeth levantó las dos cejas y le instó a continuar. El lo hizo a regañadientes “Collin es el primo de Harmony… Harmony es la… amiga de Pratt, por llamarlo de alguna manera. Cuando el jefe entró en el barracón esta noche, en medio de la bronca, oyó decir que tú… tú eras la… nueva…” Xander se aclaró la garganta y se ruborizó un poco. No encontraba las palabras adecuadas.
“¿La qué? Por Dios, sigue de una vez”
“Bueno. Dijo que eras la nueva puta de Pratt. Hace semanas que el jefe no baja a la ciudad a… visitar a la señorita Kendal y al verte aquí… Sacó sus sucias y falsas conclusiones. Pero… ¡No le hagas caso! William le saltó un par de dientes antes de despedirlo” dijo rápidamente Xander al ver la expresión de la pálida institutriz ante sus palabras.
“Tengo que hablar con él ahora mismo” dijo con determinación dirigiéndose hacia la puerta. Xander fue a advertirle que no era el mejor momento para hacerlo, pero al final se encogió de hombros y decidió no entrometerse. Bastante tenía con los problemas cotidianos del rancho, como para complicarse la existencia con los problemas personales del jefe y su nueva empleada.
Elizabeth caminó con decisión hasta la puerta del despacho de Pratt. Ya allí, se detuvo un momento para armarse de valor y tras unos segundos, tocó con los nudillos en la puerta, que estaba cerrada.
Un seco gruñido parecido a un ‘pasa’ se oyó. Elizabeth inspiró hondo y abrió la puerta, pasando al interior de la habitación. Descubrió a Pratt en el escritorio, contando un fajo de billetes. Tenía el ceño fruncido, y no miraba hacia ella.
“¿Le has dejado ya la bandeja?” sin duda creía que era Xander, su capataz quien había entrado. Como no obtuvo respuesta, levantó los ojos y Elizabeth pudo distinguir un brillo intenso en sus ojos al descubrirla allí parada “¿Necesita algo, señorita Summers?”
La voz sonaba bastante seca, pero educada. Elizabeth dio un paso adelante tras cerrar la puerta tras ella.
“Preferiría ocupar otra habitación de la casa, ¿Es posible?”
De todo lo que William esperaba, esa petición era la última.
“¿No le agrada? Es la mejor de la casa”
“Era el dormitorio de su ex esposa. No veo adecuado ni decoroso utilizarla yo. Ya han empezado los rumores sobre nosotros, y no quiero echar más leña al fuego”
William levantó las dos cejas. La chica era directa, eso no se podía negar.
“Sé como cortar los rumores malintencionados. No debe preocuparse por ello, además, ese dormitorio es el más cercano a Rebeca”
“Ella ya no es un bebé. Quiero otra habitación” William se levantó del sillón y fue a su encuentro. Elizabeth le sostuvo la mirada con fiereza. No iba a ceder en eso. No estaba a gusto en ese dormitorio, y no pararía hasta que la cambiaran. “No voy a dormir ni una noche allí, se lo advierto”
“Los otros dormitorios no están habitables ahora mismo. No han sido usados en años, ya que no suelo tener invitados. Si no desea dormir en el que le ha asignado, la única solución es que comparta el mío. Por mí no hay problema, tiene una cama grande”
Elizabeth estuvo tentada de darle una bofetada. ¿Se estaba riendo de ella en su cara? Así debía ser, dado la sonrisa irónica que suavizaba un poco sus duros rasgos.
“Dormiré con Rebeca, aunque tenga que hacerlo en el suelo. Buenas noches, señor Pratt” Elizabeth fue a volverse, pero él la retuvo por el brazo. Tiró tan fuerte de ella, que sus torsos chocaron violentamente. Sus caras estaban a unos centímetros y sus ojos se retaban. Elizabeth tragó con dificultad, abriendo ligeramente los labios para tomar aire cuando fue consciente de que sus cuerpos estaban totalmente pegados. El desvió su mirada a ellos, luchando con la gran tentación de besarla hasta dejarla rendida y sumisa, pero tras una breve lucha con su conciencia, se contuvo. Se juró así mismo que no iba a llevarse a la cama a la institutriz de su hija.
Elizabeth era una mujer peligrosa. Sentía algo muy fuerte cuando estaba a su lado, y complicarse la vida nuevamente con una mujer no estaba en sus planes. Tendría que satisfacer sus necesidades físicas con otra mujer, ella estaba prohibida.
“Haga lo que le plazca, siempre que no moleste a mi hija” la soltó tan rápido como la había cogido. Ambos respiraban con dificultad, y temblaban de pies a cabeza. “¿y bien?”
Elizabeth no se lo pensó dos veces. Corrió hacia la puerta sin mirar atrás. Estaba horrorizada consigo misma. Lo deseaba. Se había sentido decepcionada cuando él no la besó, y eso no estaba nada bien. No porque lo acababa de conocer y además era su jefe. Él también la deseaba, eso era innegable, pero pudo controlarse. Aunque ¿Cuánto podría hacerlo?
Capitulo 4
A la mañana siguiente cuando se despertó, Elizabeth se asustó. Rebeca no estaba a su lado en la cama. Cogió un chal y salió descalza y a toda prisa a buscarla. Genial, su primer día de trabajo y su pupila se levantaba antes que ella.
Bajó corriendo a la cocina y suspiró al descubrirla sana y salva poniendo la mesa para el desayuno.
“Buenos días, Rebeca. ¿Por qué nadie me ha despertado?”
“Buenos días, Elizabeth. Papá dijo que te dejáramos descansar, ya que habías hecho un viaje muy largo desde California. ¿Está muy lejos California?”
“Bastante” Elizabeth se acercó y quitó la sartén con el beicon del fuego y la vació, repartiéndolos en los dos platos. Rebeca los cogió y los puso sobre la mesa, donde ya estaba la jarra de leche y las tortitas “¿Siempre preparas tú el desayuno?”
“Sí. Papá me enseñó a hacerlo. El se levanta antes de amanecer para trabajar, y desayuna con los vaqueros, así que yo lo hago sola”
“Ahora lo haremos juntas” dijo Elizabeth sentándose a la mesa, enfrente de la niña. Desayunaron en silencio, observándose la una a la otra.
“Me ha gustado dormir contigo. A veces duermo con papá, cuando hay tormenta, pero como él se levanta tan pronto… ¿Es que no te gustó la habitación de mi mamá?” Elizabeth se sobresaltó ante la pregunta. Rebeca era muy pequeña todavía para comprender algunas cosas. Decidió ser diplomática.
“No es que no me guste… es que es de tu mamá. Además, es demasiado grande y más difícil de calentar”
“Claro” Rebeca se levantó de la mesa y comenzó a retirar los platos. Elizabeth hizo lo mismo, y entre las dos recogieron la cocina en unos minutos. “¿Qué vamos a hacer ahora?”
“Bueno, tu padre me dijo en sus cartas que quería que te enseñara cosas de señorita, así que he pensado en que en las próximas horas podría enseñarte a coser botones, zurcir y hacer calceta… es muy fácil y muy divertido” Rebeca levantó las cejas de forma escéptica.
“¡Oh, lo había olvidado!” Rebeca se echó las manos a la cabeza de forma cómica y Buffy frunció el ceño “Había quedado con Mark para ir a cazar renacuajos al río. Los colecciona, ¿Sabes?”
“¿Coges renacuajos del río con otro niño?”
“Sip y también subimos a los árboles buscando ardillas, recolectamos lombrices para venderlas como cebo. ¿Quieres acompañarnos?”
“¿Tu padre sabe que haces todas esas cosas con Hank?”
“Mark. Se llama Mark. Y sí que lo sabe. Bueno, hasta luego, Elizabeth. Volveré a medio día para ayudarte con el almuerzo. Papá dijo que tendríamos que comer siempre en casa, y no en el barracón de los hombres”
“Pero…” Elizabeth vio como la niña se despedía con la mano y se alejaba. Solo entonces se dio cuenta de que iba vestida como un niño, con camisa y pantalones de hombre y botas. Fue a correr detrás de ella para detenerla, pero metió el tacón uno de sus zapatos de los domingos en un hoyo que no había visto y se cayó al suelo de bruces, levantando una polvareda a su alrededor. Se mordió la lengua para no maldecir. Se levantó como pudo y se sacudió, -su vestido de los domingos- que ahora estaba cubierto de polvo y lo que parecía excremento de caballo. Si. ¡Había caído sobre la boñiga de un caballo!
Estaba a punto de echarse a llorar cuando sintió una voz conocida. Se volvió y vio a Xander sobre un caballo marrón que le sonreía.
“Buenos días Elizabeth” la saludó tocándose el ala del sombrero.
“Si tu lo dices…” Xander desmontó del caballo y fue hacia ella, llevándolo de las bridas. “¿Sabes donde está Pratt?”
“Siempre me preguntas lo mismo” Xander vio como ella apretaba los dientes y sonrió “Está tras el barracón, en el cercado con Satanás, un nuevo caballo”
“¿Satanás? Vaya un nombre para un caballo”
“Se lo pusieron merecidamente. Han intentado domarlo, pero mató a su anterior dueño pisoteándole la cabeza cuando lo derribó al suelo, e hirió a dos de los vaqueros que fueron a ayudar a su patrón. Iban a sacrificarlo, pero Spike pagó por él y se lo trajo al rancho Pratt hace un par de días”
“Dios, ¿va a domarlo él?”
“Por lo menos lo intentará. Es un buen caballo, aunque está un poco chalado”
“Como Pratt” murmuró Elizabeth. Xander la oyó y soltó una carcajada “Voy a cambiarme de ropa y luego iré a hablar con Pratt”
“Deberías buscarte una ropa más cómoda para este sitio, Elizabeth. Aquí siempre hay ‘accidentes’ del tipo que te ha pasado a ti, así que es mejor ponerse cosas mas sencillas y que duren más”
“Solo tengo ropa de este tipo” se quejó ella, suspirando.
“En la casa debe haber ropa de Drusilla que te sirva, aunque ella es un poco más alta que tú. Dejó las cosas más sencillas cuando se fue, de cuando no tenían tanto dinero. Creo que está todo en el desván”
“Gracias, pero no creo que a Pratt le haga gracia que me ponga la ropa de su esposa”
“Ex esposa” puntualizó Xander y ella se encogió de hombros “Como quieras, hasta luego. Tengo que volver al trabajo”
“Adiós”
Elizabeth vio como Xander se iba y comenzó a caminar hacia la casa. ¿Ponerse la ropa de Drusilla? Jamás. Ni en otra vida. No sabía por qué, pero empezaba a odiar a esa mujer. Era ridículo, pero así era.
Se quitó el vestido manchado y se lavó. Miró entre su equipaje, pero todo era demasiado elegante como para ponérselo un rancho donde los caballos hacían sus necesidades por cualquier sitio. ¿Qué iba a ponerse? William Pratt. ¿Por qué no?
Buscó hasta dar con el dormitorio de su patrón. Abrió el armario y sacó una camisa de cuatros marrón y unos pantalones del mismo color. Se quitó los pololos y puso la camisa y los pantalones, que le quedaban algo grandes. Buscó nuevamente en el armario y encontró un cinturón de cuero negro.
Cuando se metió la camisa por dentro y se ajustó el cinturón lucía mucho mejor, auque iba descalza. Las botas de su jefe le quedaban demasiado grandes, así que fue al cuarto de Rebeca y cogió unas suyas, por suerte eran casi de su número, aunque le quedaban un poco ajustadas.
Después de echarse una mirada en el espejo, sonrió satisfecha. Ya estaba preparada para hablar con su jefe sobre la educación de su hija y su nuevo dormitorio.
Capitulo 5
Elizabeth caminó decidida hacia el lugar donde le había dicho Xander que estaba Pratt. Se oían voces y ruidos que no pudo identificar. Parecía como si se estuviera celebrando una fiesta al otro lado del granero. ¡Y ella que pensaba que el Rancho Pratt era un lugar serio!
Giró hacia la derecha y resopló para quitarse un mechón de pelo que le quitaba parte de visión, deteniéndose a unos pasos de la cerca con las manos apoyadas en las caderas. Había varios vaqueros alrededor de la valla mirando como otro vaquero montaba a un caballo negro enorme, que echaba espuma por la boca. Se estiró para ver mejor y se sorprendió al reconocer a su jefe como el jinete loco que montaba al furioso equino negro.
“¡Pratt!” le gritó intentando llamar su atención. Él sin embargo, no la oyó, demasiado preocupado por continuar encima de la silla como para fijarse en quien había a su alrededor. “¡¡Pratt!!!” Esta vez gritó más fuerte, justo en el momento que los vaqueros se habían callado al ver como el caballo casi derriba a su jefe.
Pratt giró la cara lo suficiente para mirar hacia quien le nombraba. Tardó medio segundo en reconocer su ropa y otro medio a ella. Lo siguiente que supo es que esa distracción le hizo volar por encima de la cabeza del caballo y aterrizar sobre la empalizada, haciéndola trizas en el proceso.
“¡Maldita sea!” gruñó cuando una astilla se le clavó en el muslo, traspasándoselo. “¡Joder!”
Los vaqueros corrieron hacia él, incluido Xander.
“¿Estás bien, jefe?”
“Voy a matar a esa zorra lentamente…”
“¿Qué zorra? Es un caballo… macho” William levantó la cabeza y taladró a Xander con la mirada, haciendo un gesto de dolor cuando lo pusieron en pie. “¿Qué?”
“A ella. No al bloody caballo” Xander miró hacia donde su jefe decía y abrió mucho los ojos al reconocer a Elizabeth dentro de la ropa de su jefe. La chica se acercó tímidamente a él, un poco pálida.
“Lo… lo siento señor Pratt, no era mi intención que se cayera del caballo” se disculpó mirando con horror la madera clavada en su muslo, por el cual se deslizaba la sangre. “Se va a desangrar”
“Gracias a usted” respondió William blasfemando por lo bajo cuando empezó a caminar a pata coja apoyado en Xander y otro vaquero “¿Qué hace ahí parada como un pasmarote? Vaya a la casa y ponga agua a hervir”
“¿Para hacer café?” preguntó ella inocentemente. William soltó un par de maldiciones más y Xander carraspeó intentando ocultar la risa.
“Para limpiar la jodida herida” aclaró mordiéndose los labios para no decir más palabrotas. “¡Ya!” le gritó al ver que no reaccionaba.
La chica salió corriendo hacia la casa, como si la persiguiera un ejército de demonios. ¡Cómo se había puesto por un simple accidente! Fue directa a la cocina y puso agua a calentar. Buscó trapos limpios y esperó a que llegaran.
Unos minutos después Xander dejaba a su jefe sobre la mesa de la cocina.
“Iré al pueblo en busca del médico”
“No es necesario. Es una herida superficial”
“Pero hay que coserte y sacarte la astilla”
“Tú sacarás la madera y ella me coserá” dijo William señalando a una pálida Elizabeth”
“¿Coserlo yo?”
“Supongo que sabes coser, ¿no?”
“Ropa, no heridas”
“Es lo mismo” gruñó William mirándola fijamente. Ella bajó la cabeza “Saca esto ya” le dijo a Xander.
“Va a dolerte” él se encogió de hombros, cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza. “A la de… ya” Xander dio un tirón y sacó completamente la astilla de su cuerpo. William ahogó un alarido, aunque no una sarta de maldiciones, todas muy sucias referentes a la madre de su capataz, que no tenía culpa de nada, por cierto.
Rápidamente, Xander cogió uno de los paños y apretó la herida sangrante, para hacer que se detuviera la hemorragia.
“Tengo que quitarte los pantalones para coserte” William lo miró y luego a Elizabeth. La chica estaba a punto de desmayarse de la impresión. “Mejor que te vayas, Elizabeth”
“Ella se queda” rumió Pratt entre dientes. Xander lo miró con la boca abierta ¿Es que también se había dado un golpe en la cabeza? “Ha sido culpa suya, así que ella me cura y tú te largas. ¿Dónde está Becky?” le preguntó directamente a Elizabeth.
“Salió a jugar con su amigo Mark hace un rato… ¿Voy a buscarla?”
“¡No! Usted se queda. Xander, ve a ver cómo está Satanás y busca a mi hija y procura mantenerla alejada de aquí durante la próxima hora. No quiero que me vea así”
“Jefe yo no creo que…”
“Ahora” el tono de Pratt era tan firme como su dura mirada, así que Xander salió sin rechistar, cerrando la puerta tras él. William volvió su mirada hacia Elizabeth que le miraba a su vez con horror “Y bien, ¿Va a dejar que me desangre en sus narices, señorita Summers?”
“Es usted… insufrible” barbotó Elizabeth. Fue hacia él e intentó desabrocharle los pantalones, pero no era capaz ni de tocar el primer botón. Tenía la cara muy roja y se negaba a mirarlo a los ojos para no ver cómo estaba disfrutando con su sonrojo. Hizo un par de intentos más y fracasó.
“Será mejor que corte la pernera del pantalón antes de que me desangre” la voz profunda la cogió desprevenida, haciendo que casi saltara.
“Yo nunca… nunca…” trató de disculparse, pero no le salían las palabras.
“No tiene que jurármelo. Vamos, corte el maldito pantalón de una vez”
Elizabeth cogió las tijeras de un cajón y rajó el pantalón por la parte de fuera hasta casi la cadera. Le extrañó que Pratt no llevara nada debajo, pero lo achacó al calor. Podía ver su piel curtida por el sol hasta casi la cintura, pero no se atrevió a mirar más. Apartó la tela y dejó al descubierto la herida. Tenía unos cinco centímetros de largo y atravesaba el muslo de parte a parte.
“Traiga un poco de Whisky”
“¿Para desinfectar la herida? Claro”
“Y para el dolor. Un par de tragos me vendrán bien”
Elizabeth buscó en una alacena y sacó la botella de licor. Se la dio a beber a su jefe, y cuando éste hubo vaciado casi media, se la devolvió. La verdad es que le tuvo que sentar bien, porque casi sonreía de medio lado. Después de verter una generosa cantidad en la herida y obviar la sarta de maldiciones que salió por su boca, empezó a coser. Le temblaban las manos, pero tras unos arduos minutos había terminado. Levantó la vista y comprobó que Pratt tenía los ojos medio cerrados y la cara cubierta de sudor.
“Siento haberle hecho daño, pero era necesario”
Pratt gruñó algo ininteligible y cerró los ojos por completo. El alcohol y la pérdida de sangre le habían dejado inconsciente. Elizabeth le vendó la herida con cuidado y tras tomar ella misma un trago de whisky, se dejó caer en una silla sorprendida de no haberse desmayado allí mismo ella también.
Capitulo 6
Elizabeth se dejó caer sobre la cama con un profundo suspiro. ¡Dios, había sido el día más horrible de su vida!
Después de coser a su jefe, había tenido que limpiar toda la sangre de la cocina, antes de que Becky volviera a la casa, después Xander y un par de vaqueros habían subido a Pratt a su habitación y ella le tuvo que explicar a la niña lo sucedido. Obvió el pequeño detalle del porqué su papá se había caído del caballo, -no quería que la niña la odiara- y también tuvo que explicarle el por qué llevaba su ropa puesta.
Gracias a Dios, Becky era bastante madura para su edad, y no había dicho nada que la hiciera sentir mal. Incluso le regaló sus botas.
Después de almorzar, le subió un poco de sopa a su jefe, pero todavía seguía inconsciente. Casi al anochecer le subió la fiebre y Xander tuvo que mandar a buscar al médico del pueblo.
Le costó mucho trabajo convencer a Becky para que se fuera a la cama, pero tras dejarla ver a su padre unos minutos, lo consiguió.
Ahora era casi media noche, y no podía dormir. Ni tenía donde, por cierto. Le había propuesto a Xander quedarse a cuidar a Pratt, pero el capataz le había quitado la idea de la cabeza. No sabía cómo iba a reaccionar su jefe cuando despertara y la viera allí.
Recordaba con toda claridad la conversación con Xander, un momento después de que el médico se marchara.
‘Puedo quedarme a cuidarle esta noche, Es lo menos que puedo hacer por él después de…’
‘¿Tan poco aprecias tu vida?’
‘¿Cómo dices?’
‘Yo que tú intentaría apartarme del camino del jefe durante un par de días o tres… no va a estar de muy buen humor cuando despierte’
‘¿Es que lo ha estado alguna vez?’
‘Bueno, yo que tú no me arriesgaría…’
Tampoco era para tanto, ¿no? Solo había sido un accidente. Suspiró hondamente otra vez. ¿y si fuera a verlo? Una hora antes Xander fue a la cocina a decirle que ya había despertado y que tenía hambre. Le dio un tazón de sopa de pollo y pan recién hecho, así que tenía que estar de mejor humor, ¿no?
Elizabeth se armó de valor y volvió a la cocina. Calentó un poco de leche y llenó un vaso. Con la excusa de llevárselo llamó a su puerta, echándose un vistazo antes. Todavía llevaba su ropa puesta, pero no tenía tiempo ni ganas para ponerse uno de sus pesados vestidos.
Xander abrió al momento, levantando una ceja al verla allí.
“¿Cómo está?” le susurró
“Dormido. La fiebre le ha bajado por fin, así que voy a irme a descansar. Tengo que estar de pie dentro de tres horas”
“Bien. Le traía un vaso de leche. Me quedaré un poco con él y después me iré a la cama también. Ha sido un día muy largo”
“Si es lo que quieres… estoy demasiado cansado para discutir”
Xander se fue refunfuñando algo por lo bajo y ella entró en la habitación. Fue directamente hacia la mesilla de noche y dejó el vaso de leche allí, mirando a continuación a su alrededor. Ya había visto antes el dormitorio de Pratt, cuando Becky le mostró el rancho, pero solo le echó una ojeada. Ahora se fijó en los muebles de madera de buena calidad y en la sobriedad de todo lo que la rodeaba. Era un dormitorio de hombre sin duda. No se veía la mano de una mujer por ningún lado. Elizabeth supuso que Pratt se había trasladado a ella cuando se separó de su mujer.
Miró directamente a la cama con un cierto temor, pero él seguía dormido. Estaba cubierto hasta la cintura por la sábana, y la luna que entraba por la ventana le iluminaba indirectamente el torso. Sintió que se quedaba sin respiración. Nunca en su vida había visto a un hombre tan sexy como él, vestido o medio desnudo.
Fue a darse la vuelta para marcharse cuando le oyó murmurar entre sueños. Dudó. ¿Y si se despertaba y la veía allí? Por otro lado, podía haberle subido la fiebre de nuevo. Tenía que cerciorarse de que estaba bien. Cerró los ojos y respiró hondo para darse valor. Después caminó hacia la cama, deteniéndose ante la cabecera. Cerró los ojos e inspiró profundamente para darse valor. Ella nunca había sido cobarde, pero ese hombre tenía algo que… Al final abrió los ojos y estiró la mano para ponérsela sobre la frente, pero antes de que llegara a su objetivo, una fuerte garra la aprisionó. Elizabeth gritó tan fuerte que el vaso de leche tintineó un poco, amenazando con romperse.
“¿Qué demonios intentaba, señorita Summers?”
La voz de su jefe sonó dura. Elizabeth fijó su mirada en aquellos ojos casi grises que la taladraban, llenos de furia.
“Solo quería comprobar su temperatura corporal”
“Mi temperatura corporal está perfectamente, gracias” Pratt la soltó tan bruscamente como la había agarrado, incorporándose después un poco. “Es muy tarde. Debería estar descansando”
“No podía dormir y vine a traerle un vaso de leche” se excusó apartando la mirada de su pecho fuerte y bronceado. Él miró el vaso que ella señalaba y después a ella. Todavía llevaba puesta su ropa. Apretó los dientes y cruzó los brazos sobre el pecho, sopesando la situación.
“¿Se puede saber por qué se tomó la libertad de entrar en mi habitación y robar mi ropa?”
“¡No la he robado! ¡La tomé prestada!” él levantó las dos cejas y ella prosiguió “Pensé que no le importaría. La ropa que he traído no es muy adecuada para este lugar y Xander sugirió que me buscara algo más cómodo y útil”
“Pero supongo que Xander no le dijo que cogiera ‘prestada’ mi ropa, ¿verdad? Por si no se ha percatado, es ropa de hombre”
“Sí, pero…”
“¿Sabe lo que habrán pensando mis hombres cuando la han visto aparecer con esa ropa esta mañana?” Elizabeth le miró confusa y él soltó un taco “¡Maldita sea, Summers! ¡Habrán pensado que hemos pasado la noche juntos!”
“¡¿Qué?!¡No!”
“¡Sí, condenación! Y entrar aquí a estas horas de la noche –con un vaso de leche como excusa- no habrá mejorado la opinión de mis empleados. ¿En qué demonios estaba pensando?”
“¡Me sentía culpable! ¡Por la caída, por supuesto!” agregó al ver su expresión. “Nunca pensé que fueran tan cerrados de mollera aquí. ¿Y sabe lo que le digo?”
“¿Adiós, buenas noches?” contestó con una mueca llena de sarcasmo, señalando la puerta “Pero no olvide quitarse mi ropa. Ya”
Elizabeth se puso muy roja. Estaba indignadísima con aquel grandísimo bastardo. ¿Quería su ropa? Bien, la tendría. Cogió las solapas de la camisa y de un tirón de la abrió, ante los atónitos ojos de su jefe, que la miraba con la boca abierta.
“¿Quiere su maldita ropa?” Elizabeth le tiró la camisa a la cabeza, seguida de una bota de Rebeca “¡Aquí la tiene! ¡Métasela por donde le quepa!”
Pratt esquivó la primera bota de casualidad, pero la segunda le dio de lleno en el pecho.
“¿Eh? ¿¡Se ha vuelto loca!? ¡Eso duele!”
“Esa era mi intención” Elizabeth se quitó los pantalones y se los lanzó también. Pratt sintió como una parte de su cuerpo volvía la vida de golpe cuando sus ojos se fijaron por primera vez en la silueta desnuda de su empleada. Ella siguió el recorrido de sus ojos y lanzó un grito de sorpresa. ¡Se había desnudado ante Pratt! Rápidamente miró a su alrededor, buscando algo con que cubrirse, pero Pratt había atrapado entre sus manos la camisa y el pantalón y lo tenía firmemente sujeto sobre su regazo.
“Deme la camisa” le rogó con desesperación. Pratt negó con la cabeza. Si le daba la ropa, ella se daría cuenta del montículo que había bajo la sábana, y eso sería bochornoso.
“Otra vez se lo pensará mejor antes de desafiarme” le respondió con una sonrisa traviesa. Elizabeth le dedicó unos epítetos impropios para una señorita, y miró a su alrededor buscando algo con lo que cubrirse. Su mirada se posó sobre las cortinas verdes que cubrían la ventana. “Ni se le…”
Pratt no pudo terminar la frase. La chica fue directa a ellas y de un fuerte tirón, descolgó una, envolviéndose en ella. Pratt pudo admirar durante unos segundos su redondeado y blanco trasero, y su erección creció hasta hacerse dolorosa. Si la señorita Summers no se iba pronto de allí… no se hacía responsable de sus actos.
Gracias a Dios, la mujer salió hecha una furia, envuelta como una reina en su cortina verde, no sin antes fulminarlo con la mirada.
Capitulo 7
Elizabeth no pudo dormir el resto de la noche. Cada vez que pensaba en el ridículo que había hecho ante su jefe al desnudarse ante él… ¡Dios! ¡Ahora seguro que la despedía! Su comportamiento había dejado mucho que desear, y lo que la razón le decía era que debía ser ella quien se disculpara y se fuera, antes de que él la echara. Pero ¿Dónde iba a ir? No tenía dinero, ni ningún lugar donde quedarse.
Se encogió de hombros y fue hacia la puerta. Esta vez quería ser ella quien preparara el desayuno para Rebeca y ser la primera en levantarse. Y lo consiguió. Hizo huevos revueltos, panecillos y beicon como para un batallón. Fruta fresca, leche y mermelada de varios sabores completaban la mesa. Cuando la Becky apareció con ojos de sueño, todo estaba listo.
“Wow, esto parece un banquete. ¿Celebramos algo?” dijo la niña sentándose a la mesa.
“No, solo quería hacer algo especial hoy, ya que siempre eres tú la que prepara el desayuno. ¿Has dormido bien?” le preguntó temerosa de que los hubiera escuchado discutir la noche anterior.
“Si. ¿Viste anoche a mi papá?”
“Un rato” Elizabeth le hizo una seña para que empezara a desayunar y la niña la obedeció “No te preocupes por él. La fiebre le bajó y tenía mejor aspecto”
“Mi papá es muy fuerte. Todavía no entiendo cómo pudo derribarlo Satanás. Demon era mucho más salvaje que él cuando llegó, y consiguió domarlo sin problemas” Elizabeth se ruborizó hasta las cejas. ¿Debía contarle la verdad a Becky sobre el ‘accidente’ de su padre? Estaba a punto de decidirse cuando la niña cambió otra vez de tema, salvándola “¿Quieres venir conmigo a cabalgar?”
“Yo… no sé mucho. Además, tengo que hablar con tu padre antes”
“¿De qué?”
“Temas de mayores”
“O sea, que no quieres decírmelo, ¿verdad?”
“No” la niña se encogió de hombros y siguió comiendo como si no le importara “Igual tengo que irme. De eso quiero hablar con tu padre” Becky levantó la mirada, sorprendida “No es por nada que hayas hecho tú” recalcó al ver su expresión “Ha sido culpa mía… anoche discutí con tu padre”
“Está de un humor insoportable últimamente, pero no le hagas caso, ladra más que muerde” Elizabeth se rió al oír el comentario. Estaba segura que Pratt se había quedado con las ganas de morderla anoche, por como la miraba. “Además, he ido a verlo hace un rato y estaba de lo más tranquilo”
“¿Ah, si?” la niña asintió con la cabeza.
“Me dijo que cuando pudieras te pasaras por su dormitorio. Quiere hablar contigo”
El color abandonó de golpe la cara de Elizabeth. Esperaba tener más tiempo para pensar qué decirle a su jefe, pero éste había sido más rápido. Se resignó. Mejor era acabar con esto rápidamente. –pensó-
“Iré después de recoger la mesa”
“Él no ha desayunado. Sería buena idea que le llevaras algo de lo que has preparado. Cuando no tiene hambre es más sociable” Elizabeth sonrió.
“Entonces le llevaré de todo. ¿Me ayudas?”
“Claro” entre las dos prepararon una bandeja con los bollos, huevos, beicon, mermelada y Elizabeth preparó además un poco de café. Se despidió de la niña y fue al dormitorio de su jefe, temblando como una hoja. Nunca había sido una cobarde, pero Pratt tenía algo en su mirada azul que la hacía temblar de pies a cabeza. Y eso no era bueno. Nada bueno.
La puerta de la habitación estaba entornada, así que la empujó con el hombro para poder entrar. No tenía manos con las que llamar y esperó que su jefe no le echara la bronca por ello. Se giró y lo vio todo enfrascado en lo que parecía unos libros de cuentas.
“Buenos días” le dijo para llamar su atención, pero él no se dignó a levantar la mirada, solo soltó un gruñido a modo de saludo, siguiendo con lo suyo. “Becky me ha dicho que quiere hablar conmigo”
“Cierre la puerta” le ordenó sin tan siquiera mirarla. Elizabeth dejó la bandeja sobre la mesita y obedeció, sintiendo como empezaba a enfadarse por la actitud despótica de su jefe. Caminó unos pasos y esperó con los labios apretados a que se dignara a prestarle atención. Pasados un par de minutos, él suspiró y cerró el libro que tenía entre manos con tanta fuerza que ella dio un respingo. “Esto tiene buen aspecto” dijo con voz neutra mirando la bandeja del desayuno. Elizabeth captó la indirecta y fue a ponérsela sobre el regazo, recibiendo a cambio un seco ‘gracias’ de su parte. Elizabeth tragó el nudo que tenía en la garganta e intentó hablar.
“Quería pedirle disculpas por lo de ayer” dijo de repente, deseando que se la tragara la tierra cuando él levantó su mirada azul y la clavó en el sitio.
“¿Disculpas por qué exactamente, Srta. Summers? ¿Por robarme la ropa, por hacer que me cayera del caballo provocando que me hiriera con la valla, por intentar reventarme la cabeza lanzándome una bota de mi hija o por romper mis cortinas después de hacerme un strip-tease? Si es por lo último, no tiene por qué disculparse. Fue lo mejor de todo” la medio sonrisa sardónica que lució al terminar de hablar con voz suave pero peligrosa, no ayudó a que Elizabeth se tranquilizara precisamente.
“Sobre todo por lo último que ha mencionado” gruó Elizabeth sintiendo como su cara ardía por la vergüenza “Yo no acostumbro a comportarme así, pero es que hay algo en usted que me hace sacar lo peor de mí misma” se defendió. Pratt levantó una ceja y la miró burlón.
“Bueno, yo no diría tanto. En mi modesta opinión, ayer me mostró lo mejor de usted… en la última parte, claro”
Elizabeth enrojeció todavía más, si ello era posible. Miró a su alrededor buscando algo que lanzarle a la cabeza, pero la voz de Pratt la dejó helada.
“Ni se le ocurra”
“Es usted…”
“Su jefe, no lo olvide” le cortó él y ella masculló un insulto en voz baja pero que él oyó “Yo también la estimo mucho” contestó Pratt sentándose mejor en la cama. Elizabeth lo fulminó con la mirada, deseando que el techo se derrumbara encima de él en ese momento. “Bueno, volviendo a su patético intento de excusas… la perdono” dijo con tono condescendiente que irritó mucho más a la chica, él la obvió por completo “He dado instrucciones a Harris para que la acompañe a la ciudad de compras. No estoy dispuesto a que siga utilizando mi guardarropa y es indudable que necesita algo mejor que eso” dijo señalando el vestido de seda y encaje que llevaba puesto.
“No tengo dinero” respondió ella a su pesar, apartando la mirada.
“Por eso no hay problema. Le daré un adelanto de su sueldo para lo más inmediato, y si le falta, pídaselo a Xander”
“Pero…”
“No hay peros que valgan. Hará lo que le he dicho”
“Ordenado” refunfuñó ella, cruzándose de brazos.
“Como sea. Ahora dígame lo que era tan urgente ayer”
“Es sobre Becky” Pratt cambió su expresión en inquietud y ella corrió a explicarse “Usted me dio instrucciones en su carta sobre lo que quería con respecto a su educación, pero Rebeca tiene sus propias ideas sobre eso”
“Bueno, nunca dije que fuera una tarea fácil. Mi hija se ha criado entre hombres, así que es normal que no le gusten las cosas que habitualmente hacen las chicas. Por eso está usted aquí, para enseñarle esas cosas”
“Lo intenté, pero me dejó con la palabra en la boca y se fue a jugar con su amigo Mark”
“Mark no existe” Elizabeth lo miró con horror “Es un amigo invisible, imaginario, que saca a relucir cuando se aburre o quiere librarse de algo” aclaró Pratt sonriendo al ver la cara de su empleada.
“¿Ah sí?” él asintió “Entonces…”
“Entonces tendrá que buscar la forma de que mi hija vea sus clases como algo divertido” terminó por ella.
“Supongo que si” Elizabeth se quedó un momento pensando y luego sonrió “Creo que ya sé como”
“Me alegro” William mordió uno de los bollos a los que había untado con mermelada de fresa y después bebió café. Elizabeth lo miraba embobada. En el fragor de su discusión nos se había fijado en él. Estaba despeinado, la barba había empezado a salirle y todo ello en conjunto le daba un aspecto salvaje y sexy. Eso sin hablar de cómo sus músculos se contraían y se relajaban cada vez que alargaba el brazo para coger la taza de café y él se relamía los labios manchados de mermelada… ¡Dios! ¡Tenía que salir de allí ya, antes de que perdiera la cabeza y fuera ella misma a limpiársela con su lengua!
“Iré a prepararme para ir a la ciudad” logró decir tras varios intentos de apartar la mirada de aquel formidable cuerpo.
“Una cosa más” dijo Pratt cuando ella estaba abriendo la puerta “Quiero las cortinas de vuelta lo antes posible, y a ser posible, sin su cuerpo dentro” añadió con sarcasmo. Elizabeth fue a contestarle, pero abrió y cerró la boca varias veces, sin encontrar palabras lo suficientemente explícitas sobre lo que pensaba de él.
Salió dando tal portazo, que los goznes de la puerta temblaron. Pratt suspiró hondamente al verla salir, apartando la bandeja de su regazo. Volvía a tener una erección de mil demonios y le había costado sangre y sudor que ella no lo notara. Maldijo tan fuerte que hasta él se sorprendió. Después gimió. ¿Es que iba a estar en constante estado de excitación cada vez que la viera?
“¡Bloody hell!”
Capitulo 8
Elizabeth iba sentada en la carreta, camino de la ciudad. Al final, Rebeca también se había apuntado al viaje, así que todo el trayecto intentó conocerla mejor. Xander pareció comprender cuál era su intención, porque la ayudó hábilmente a sonsacarle información. Así se enteró que a Becky le encantaba deletrear, y escribir historias.
Ya tenía el modo de llegar a ella. O al menos, eso creía.
“¿Dónde vamos exactamente, Xander?”
“A una tienda que conozco. La dueña es amiga mía”
“Es su novia” dijo Becky y Xander se sonrojó.
“Es una amiga… especial” explicó el capataz, aunque la duda en su voz no engañó a nadie. Elizabeth no dijo nada, no era asunto suyo.
Por fin llegaron a la ciudad. Xander paró la carreta y después de echar el freno, las ayudó a bajar.
Elizabeth miró a su alrededor. Había mucho ajetreo a esas horas, pero nadie reparó en ellos, lo que le gustó.
“La tienda está un poco más allá” dijo Xander señalando calle abajo. “Por cierto, ¿te ha dicho el jefe lo de tu nueva habitación?”
“¿Mi nueva habitación?” preguntó Elizabeth a su vez.
“Si. Por lo visto, Pratt ha entrado en razón y ha decidido que ocupes otra que no sea el dormitorio de…” Xander miró a la niña y no acabó la frase. “Bueno, ya sabes. He estado mirando, y la que está mejor es una justo al lado de la suya”
“¿Al lado de la suya?” el horror en la voz de la chica hizo sonreír a Xander y a Rebeca mirarla extrañada. Carraspeó intentando disimular “Quiero decir, ¿no hay otra más cerca de Rebeca?”
“Esa es la que tiene los muebles en mejor estado. He ordenado a los chicos que saquen todos los trastos inservibles. Hoy les toca ir a las mujeres a limpiar la casa, así que cuando volvamos te podrás instalar ya. No puedes seguir durmiendo en el suelo del dormitorio de Becky” Elizabeth se sonrojó. ¿Todo el mundo sabía donde dormía? Seguro que la niña se lo había contado a su padre, y por eso había dado su brazo a torcer.
“Yo podía haberla limpiado. No tengo mucho que hacer”
“Tú eres niñera, no asistenta y a esas mujeres le viene bien el dinero extra para sus casas”
“Oh, bien” no había pensado en eso. De hecho, solo podía pensar en su jefe desde el momento que le vio en el establo, apartando el heno. Y no debía hacerlo. No podía enamorarse de su jefe, ya estaba escarmentada en lo referente al amor. Había pagado su precio por su relación con Parker.
“Ya estamos. Es esta” Elizabeth miró la puerta de la tienda y suspiró. ¿Cómo sería la amiga de Xander? No iba a tardar mucho en descubrirlo. El capataz abrió la puerta y ella entró, seguida de la niña. Una campanilla sonó y Elizabeth fijó su mirada en la muchacha que había detrás del mostrador. Tendría más o menos su misma edad, era rubia y parecía simpática. “Hola, Anya. Te traigo a una clienta”
“Me gustaría que me trajeras mejor una proposición para esta noche, pero el dinero también está bien” respondió la mujer con un gesto de enfado “Hace dos días que no me proporcionas un orgasmo”
“¡Anya!” se escandalizó el capataz, mirando de reojo a Rebeca, que por su parte sonreía de oreja a oreja. Parecía que estaba más que acostumbrada a la forma de hablar de la tendera. “Ella es Elizabeth Summers” dijo señalándola con la cabeza y esta Anya Jenkis. "Ahora, mientras os conocéis y hacéis negocios, yo me daré una vuelta por la ciudad. Tengo que comprar unos aparejos y algunas cosas para el rancho. Vendré a recogeros dentro de una hora. Y cuida de tu lengua, Anya”
“Tengo mejores cosas que hacer con ella” respondió la chica con descaro, haciendo que Xander se enfureciera más con ella. Salió sin despedirse, dando un portazo “¿Y bien? ¿Qué es lo que necesitas?” preguntó mirando a Elizabeth.
“Ropa cómoda para el rancho… no tengo mucha idea. ¿Puedes ayudarme?”
“Claro. A ver… dos pares de pantalones para montar, cuatro camisas, dos faldas y un vestido ligero, botas… Espera aquí”
“Gracias”
Anya desapareció en la trastienda y Elizabeth volvió su mirada a Rebeca, que no había abierto la boca. Estaba distraída mirando una caja de música que había sobre una de las estanterías.
“¿Te gusta?” le preguntó Elizabeth acercándose a ella.
“Es bonita” respondió la niña volviéndose para mirarla “Anya es un poco rara, pero no es mala”
“Si, parece un poco peculiar. ¿Sabes deletrear peculiar?” la niña se la quedó mirando un poco extrañada. Levantó los hombros y deletreó la palabra correctamente. Elizabeth sonrió “Lo haces muy bien”
“El año pasado participé en el concurso de deletreo del colegio. Me quedé la segunda, porque Maggie Pearce, la empollona está enchufada con la Srta. Reynold. A ella le tocaron las palabras más fáciles”
Elizabeth se quedó con la boca abierta ante la verborrea de la niña. En menos de un minuto le había contado lo que ella quería saber.
“Yo puedo ayudarte en el concurso de este año. Sé muchas palabras raras, como ampliación, onomatopeya y cosas así”
“¿Me ayudarías?” preguntó la niña ilusionada”
“Claro. Si te parece, podíamos practicar mientras hacemos otras cosas”
“¿Cómo qué?” la niña frunció el ceño. Era más lista de lo que Elizabeth creía.
“Ya lo sabes” le respondió suavemente.
“Vale. De acuerdo, trato hecho. Tú me ayudas con el concurso y yo aprendo todas esas chorradas de chicas”
Elizabeth se rió abiertamente. Cuando Becky no erigía sus defensas era una niña de lo más encantadora.
Un momento después, Anya salió de la trastienda con varias prendas de vestir en sus manos.
“Creo que son de tu talla, pero si no es así, las puedo mandar a arreglar” Elizabeth revisó las prendas y negó con la cabeza.
“Sé coser, así que las arreglaré yo misma, de ser necesario. También necesito hilo de varios colores, agujas y un dedal pequeño para Becky”
La tendera miró a la niña y asintió. Desapareció otra vez en la trastienda y trajo lo que le pedía, además de un par de botas y unos botines.
“Se me olvidaba el calzado. ¿Algo más?”
“Nada más, gracias. Solo la cuenta”
“De eso no te preocupes. Pratt tiene cuenta abierta aquí. Por cierto” Anya miró a la niña y luego a Elizabeth. Bajó la voz y se acercó más a la institutriz “Ten cuidado con Harmony. Hoy ha estado por aquí y tenía un humor de perros. No le ha gustado nada que le quiten a su hombre en las narices”
“Yo no…”
“Entiendo perfectamente que no seas inmune a los encantos de Pratt” la cortó la rubia “Pero Harmony es una mujer peligrosa, ya me entiendes…”
“No, no te entiendo. No tengo nada con el Sr. Pratt”
“Claro” su tono sonó condescendiente y Elizabeth se enfureció. Malditos rumores “En fin, eso es asunto tuyo, pero yo que tú me andaba con ojo. Hay rumores de que la ex señora Pratt viene de camino y esa es otra arpía de cuidado”
En ese momento la puerta se abrió y ambas mujeres miraron hacia atrás. Por suerte era Xander que volvía.
“¿Listas, chicas?” preguntó en tono jovial
“Si” respondió Elizabeth. Después se volvió hacia Anya que miraba al hombre con adoración “Nos llevaremos también la cajita de música” Elizabeth se la pasó a Becky.
“Oh, gracias” dijo Becky tomándola en sus manos. “Es preciosa”
“Sí que lo es”
Después de cargar la carreta con las compras, se despidieron de la tendera no sin que antes ella le susurrara algo al oído al capataz que lo puso colorado. Unos minutos más tarde estaban de camino al rancho Pratt.
Elizabeth estuvo pensando en todo lo que le había dicho Anya. Su jefe tenía una ex esposa en camino y una amante en la ciudad y ella estaba en medio. Lo mejor era mantenerse lejos de él y ahorrarse problemas. Su cometido allí era cuidar a la niña, y eso haría.
Cuando Elizabeth divisó el rancho Pratt estaba todavía más confusa que cuando se fue. No tenía ni idea de cómo tratar a su jefe, pero al menos debería darle las gracias por haberla cambiado de habitación, así que eso haría.
Por fin el carro se detuvo y Xander las ayudó a bajar. Un par de vaqueros se acercaron y se llevaron las cosas que Xander había comprado para el rancho. Elizabeth cogió sus paquetes y tras despedirse del capataz entró en la casa, seguida de Becky.
La niña la llevó hasta su nueva habitación y luego se fue a los establos, ya que Xander le había dicho que una gata había parido cinco gatitos.
Elizabeth entró en su nueva habitación y le gustó lo que vio. Era sencilla, pero acogedora. Tenía un gran arcón al pie de la cama, una mesita de noche y una cómoda. La cama parecía cómoda y la ventana con cortinas azuladas le daba un aspecto cálido a la habitación. Suspiró y abrió uno de los cajones, sorprendiéndose al ver todas sus cosas colocadas en ellos. Le costó solo unos minutos poner sus nuevas ropas en su sitio. Después de refrescarse un poco, respiró hondamente y se dispuso a ir al dormitorio de su jefe, donde estaría reponiéndose de sus heridas.
Cuando por fin tuvo valor, tocó a la puerta que había al lado de la suya y esperó, pero no se oyó nada tras ella. Repitió la llamada y al no hallar respuesta, se decidió a entreabrir la puerta y mirar. La cama estaba vacía y no había rastro de Pratt.
¿Dónde estaría? Se preguntó un poco preocupada. Cuando ella se fue él estaba perfectamente, no creía que se hubiera puesto peor… De pronto tuvo una corazonada y fue directa al despacho de su jefe. Tocó a la puerta y esta vez sí que tuvo respuesta. Entró y se quedó mirándolo con los brazos cruzados sobre el pecho.
“¿Se puede saber qué hace aquí?” le dijo en voz en grito. Pratt levantó la cabeza de los papeles que estaba leyendo y la miró con el ceño fruncido.
“Este es mi despacho, y esta mi casa, por si no se ha dado cuenta y estoy donde me parece ¿Algún problema, Srta. Summers?”
“El doctor dijo muy claro que debería descansar un par de días por lo menos. Debería estar haciendo eso” Pratt levantó las dos cejas, perplejo. ¿Cómo se atrevía a decirle lo que tenía que hacer?
“Si hubiera querido una bloody esposa en vez de una niñera, lo hubiera puesto claro en mi anuncio, y ya tuve una madre, gracias, no necesito otra” le respondió mirándola con fuego en los ojos.
“Es usted un grosero, Pratt” el aludido se levantó y fue hacia ella con la mandíbula apretada y un gesto fiero en la cara.
“Y usted una metomentodo, Summers” respondió el quedándose solo a un centímetro de ella, que no luchó por no moverse. Elizabeth inconscientemente se mojó los labios con la lengua lo que produjo un efecto devastador en su jefe, que maldijo en silencio cuando notó como su cuerpo reaccionaba de forma desproporcionada. Cerró los ojos y se dio la vuelta despacio, apoyándose en el escritorio con las dos manos, intentando controlarse “¿Quería algo, aparte de insultarme y sacarme de quicio, Srta. Summers?”
La chica dudó. ¿Se había perdido algo? Respiró profundamente intentando calmarse. Por un momento pensó que él iba a besarla y deseó que lo hubiera hecho, pero no había sucedido.
“Yo… quería darle las gracias por todas las molestias que se ha tomado al cambiarme de habitación”
“De nada. ¿Algo más?” su tono duro la enfureció. ¿Qué le pasaba a ese idiota? –pensó.
“Nada más. Aunque pienso que debería estar tumbado descansando. La herida podría volver a abrirse”
‘Sí, yo también pienso que debería estar tumbado… pero sobre ti’ pensó Pratt gimiendo por lo bajo cuando ella se acercó y le puso su diminuta mano sobre el brazo.
“¿Quiere que le acompañe a su habitación?”
“¡NO!” su voz sonó demasiado fuerte. Elizabeth dio un paso atrás, asustada “Tengo que quedarme a revisar estas cifras” dijo más tranquilo. “Gracias por su preocupación”
Pratt oyó sus pasos vacilantes alejándose y después la puerta cerrarse. ¡Dios! ¿Es que siempre que la viera se iba a poner así? Necesitaba una mujer urgentemente. Una que no fuera su niñera. En cuanto estuviera bien iría en busca de Harm o de cualquier otra, le era indiferente, pero tenía que quitarse a la Srta. Summers de la cabeza o se volvería loco, eso si ya no lo estaba.
Capitulo 9
Había pasado casi una semana desde su última discusión con Pratt y Elizabeth llegó a la conclusión de que su jefe la evitaba. En todo ese tiempo lo solo lo vio tres o cuatro veces, y casi siempre él le daba la espalda o miraba para otro lado mientras le hablaba, lo que la ponía histérica. Sus intentos de entablar conversación con él fracasaron rotundamente y como ya se estaba recuperado totalmente del ‘accidente’ del caballo, se pasaba todo el día fuera.
Con Becky sin embargo, todo marchaba sobre ruedas. Todas las mañanas ella le enseñaba a coser y bordar, mientras la niña deletreaba las palabras que ella le iba diciendo. Al final las dos terminaban riendo cuando Elizabeth se inventaba palabras rarísimas para pillarla.
El día anterior Xander la convenció para que aprendiera a montar a caballo. Ella era reacia, pero Becky y él insistieron tanto que tuvo que dar su brazo a torcer.
Ahora se estaba poniendo uno de los pantalones y camisa que trajeron de la tienda de Anya y maldecía el momento de debilidad que tuvo al aceptar.
Solo esperaba no romperse la crisma.
Estaba amaneciendo cuando bajó a la cocina. Esperaba tener unos momentos a solas antes de que Becky se levantara para tranquilizarse, pero sus nervios aumentaron al ver la alta y siniestra figura de su jefe de espaldas a ella, sirviéndose café.
Estaba imponente vestido con unos pantalones marrones ajustados, botas altas y camisa blanca. Elizabeth cerró los ojos intentando no pensar en lo bien que se ajustaban los pantalones a su trasero y sus muslos. Era algo que no tenía que hacer una señorita decente. Carraspeó un poco para hacerse notar y luego entró en la habitación.
“Buenos días, Sr. Pratt”
“Buenos días, Srta. Summers” respondió sin darse la vuelta. Ella esperó pacientemente que se apartara de la hornilla par acercarse. Cuando lo hizo, se sirvió un café y se sentó a la mesa. Él miraba por la ventana, dándole la espalda. “Xander me ha dicho que se ha animado a aprender a montar”
“Tanto como que me he animado… más bien me he visto obligada” William se volvió para mirarla con la taza en la mano. Gracias a Dios Elizabeth estaba tras la mesa y solo veía su cabeza y parte de su torso. Si se concentraba en mirarla a los ojos, no habría problema. Se había pasado la última semana esquivándola y estaba contento con los resultados. ‘Solo’ había tenido dos o tres erecciones al verla caminar desde lejos.
Ahora tenía planeado ir a la ciudad. Sería esa misma noche y la pasaría en brazos de Harmony. Estaría con ella hasta que se quedara agotado y saciado. O moriría en el intento. Todo antes que hacer el ridículo ante la niñera de su hija. Porque tarde o temprano lo haría, cuando ella se diera cuenta del efecto que causaba en él.
“Xander es un buen jinete. Está en buenas manos” dijo intentando centrarse en la conversación.
“Supongo que si” ambos bebieron de sus tazas y después suspiraron “ah por cierto, supongo que habrá notado que he retirado la otra cortina de su dormitorio”
“Ligeramente”
“Es que vi que estaban algo desteñidas por el sol, así que fui con Xander a la ciudad el otro día y compré tinte. Espero que no le importe…”
“Haga lo que quiera con las malditas cortinas, excepto enrollarse desnuda en ellas” Elizabeth se sonrojó hasta las orejas. ¿Es que nunca iba a olvidar ese… incidente?
“Creo que voy a ver si Becky se ha levantado” la chica se puso en pie de golpe, yendo hacia el fregadero para dejar la taza. Craso error –pensó Pratt cuando sus ojos la siguieron, centrándose en el redondeado trasero aprisionado por los pantalones de montar. La taza salió volando de sus manos estrellándose en el suelo con estrépito. Elizabeth giró la cabeza para mirarlo, pero él tuvo tiempo suficiente para darse la vuelta evitando que ella viera lo que trataba de ocultar y que era bastante evidente. Elizabeth recogió la taza rota sin mirarlo y después se fue.
Él gruñó por lo bajo y salió de la casa, enfadado consigo mismo por ser tan débil. Eso que le pasaba con Elizabeth era nuevo para él. Siempre había conseguido controlar sus hormonas, incluso cuando era adolescente, pero ahora… ¡bloody hell! Hubiera sido mejor que Elizabeth llevara sus ropas y no esos pantalones tan condenadamente favorecedores. Ya sufría bastante cada vez que recordaba el momento en que se desnudó frente a él. Esas imágenes surgían en su mente en los momentos más inoportunos, metiéndolo en problemas. Y eso tenía que acabar, fuera como fuera.
Media hora después, Elizabeth, Xander y Becky iban cabalgando a paso lento por los alrededores del rancho Pratt. Su jefe tenía razón. El capataz era un buen profesor de equitación. Antes de montar a la yegua hizo que las dos se conocieran mejor. Elizabeth le dio de comer unos azucarillos y una zanahoria mientras la acariciaba y le hablaba en voz baja. Aunque al principio tuvo miedo de que la mordiera, el paso de los minutos la convenció de que se iban a llevar bien.
Y así fue. Llevaban como una hora cabalgando y todo iba perfecto, aunque le dolía un poco el trasero, poco acostumbrado a ir en una silla de montar al estilo amazona. Xander debió notar su incomodidad, porque se acercó a ella sonriendo y le propuso volver al rancho.
Cuando llegaron a Elizabeth le dolían todos los huesos del cuerpo y le escocían los muslos del roce. Xander le aseguró que esas molestias eran pasajeras, y que con el paso del tiempo su cuerpo se acostumbraría, pero ella no estaba tan segura.
Sin embargo, Becky lucía estupenda, sin la mínima molestia aunque claro, ella era una niña de diez años y estaba acostumbrada a montar casi desde que nació. Elizabeth se había asustado cuando Xander le contó cómo Pratt había subido a Becky a su caballo con solo una semana de vida.
“¿Con una semana? La Sra. Pratt estaría de los nervios, ¿no?” recordó que le había preguntado al capataz.
“¿Drusilla?” Xander dejó que la niña se adelantara un poco y dijo con un suspiro “Esa bruja no quería a la Becky. Solo se quería a sí misma y al dinero de Pratt. Fue una suerte para todos que se largara”
Elizabeth se vio a sí misma en la posición de Drusilla Pratt y estuvo segura de una cosa: nunca dejaría a Becky ni al padre de la niña por otro hombre, de ser ella su esposa. La idea la inquietó. Sacudió la cabeza y apartó esas locas ideas de su cabeza. Nunca estaría en la posición de Drusilla. Pratt odiaba a las mujeres, excepto a su hija y ya tenía con quien divertirse en el pueblo, sin añadir las preocupaciones ni los líos de tener una amante en su casa.
Unas horas después, William salió de su habitación y fue a despedirse de su hija. Era la primera vez que salía de juerga desde hacía meses, y lo necesitaba. Realmente necesitaba darse alguna alegría, y estaba seguro que Harm lo recibiría con los brazos (y otra parte de su cuerpo) abiertos. Estaba un poco preocupado porque el idiota de Collin le hubiera ido con el cuento sobre la Srta. Summers, pero si era así, se encargaría de convencerla de que no había nada entre él y su empleada.
Becky estaba en su habitación, leyendo un libro.
“Buenas noches, cariño, ¿Qué lees?”
“Es una historia sobre aventuras de un niño llamado Tom Sawyer. Me lo ha dado Elizabeth” William tomó el libro y asintió con la cabeza, devolviéndoselo. La niña le miró con ojo escrutador y frunció el ceño “¿Vas a salir?”
“Si. Voy a ir a la ciudad por… negocios” no le gustaba mentirle a la niña, pero tampoco podía decirle que iba en busca de sexo. Y no la estaba engañando del todo, lo que él tenía con Harm podía llamarse, negocios. Ella le daba sexo y él algún regalo bonito.
“Vale” William se inclinó y la besó en la frente.
“Que descanses, Princesa”
“Adiós, papi”
William le acarició la mejilla y le sonrió, saliendo de la habitación. Su hija era lo más querido para él. Cuando maldecía el día que conoció a Dru, que era muy a menudo, recordaba que gracias a ella tenía a Becky y el enfado pasaba.
Suspiró buscando con la mirada a Elizabeth. Después de un rato, se convenció de que no estaba en la casa ¿Dónde estaría a esas horas? Salió al porche y miró a su alrededor. Nada. De pronto oyó ruido en la parte trasera de la casa. Caminó deprisa hacia el sonido, frunciendo el ceño al ver una figura menuda iluminada por un par de lámparas inclinada sobre un gran tonel. El bulto en cuestión llevaba ropa de hombre –aunque no la suya- y un pañuelo en el pelo, pero no le cupo duda de que se trataba de Summers. Respiró hondo y se concentró en no excitarse, lo cual era fácil dada la vestimenta de la chica. Caminó hacia ella hasta quedar a su espalda. En ese momento ella levantó un gran palo con el que estaba removiendo algo y él la llamó.
“¿Srta. Summers?” ella dio un grito de sorpresa, se volvió como un rayo llevando consigo un bulto negruzco que le dio de lleno en el pecho. William miró hacia abajo y las maldiciones que salieron de su boca hicieron palidecer a la chica. “Lo... lo siento” musitó en voz baja, dejando caer nuevamente la cortina dentro del tonel.
“¿Qué demonios era eso, Summers?” gruñó William mirando con horror la mancha oscura que cubría su camisa blanca nueva.
“Su cortina. Lo siento mucho de verdad. Déjeme ayudarlo” la chica se quitó el pañuelo de la cabeza y le empezó a limpiar la mancha del pecho. Él levantó los brazos, apartándolos de su cuerpo, sintiendo que se quedaba sin respiración cuando la mano de ella descendió para limpiarle los vaqueros, justo donde no debía.
“¡bloody hell, no me toque!” le gritó apartándola sin mucha ceremonia.
“Yo solo… pretendía ayudar. No sé por qué se pone así” se disculpó, poniéndose de todos los colores al darse cuenta de lo que había hecho. William la miró con los dientes apretados, intentando controlar la reacción de su cuerpo.
“Dios, cuánto la detesto, Summers. Si quiere ayudar, desaparezca de mi vista antes de que la meta de cabeza en el maldito tonel”
La chica fue a replicar, pero él no le dio ocasión. Se giró y volvió a la casa, refunfuñando por lo bajo un montón de palabras malsonantes. Elizabeth se dejó caer al suelo y suspiró. ¿Es que siempre iban a terminar igual? Seguro que después de esto la despediría, estaba segura.
Capitulo 10
William abrió la puerta y solo tuvo tiempo de apartarse un segundo antes de que el misil en forma de jarrón le diera de lleno. Gracias a Dios, se rompió en mil pedazos a un centímetro de su cabeza. Miró desconcertado al suelo y luego a la rubia peligrosa que estaba de pie en la cama, esgrimiendo un pesado cenicero, apuntándolo.
“¿Pero qué demonios te pasa, Harm? ¿Te has vuelto loca o qué?”
“¡No sé como tienes la cara de presentarte aquí! ¿Es para dejarme tirada? Ya sé que otra fulana calienta tu cama, y no tienes que salir del rancho para pasarlo bien”
“Ella es solo la maestra de mi hija. No tenemos nada”
“Eso no es lo que dice todo el mundo. Ahora largo” le gritó señalándole la puerta. William se acercó a ella con cautela, alargándole la mano para ayudarla a bajar de la cama, lo que hizo a regañadientes cuando vio que en la otra mano llevaba un pequeño paquete “¿Es para mí?”
“Pues claro. Lo compré hace un momento, donde siempre” William se lo dio y ella lo abrió con ansia. Era un bonito anillo de oro, con una piedra granate en medio. “¿Te gusta?”
“Si” Harmony se puso el anillo y lo miró a contra luz. Si, era costoso, pero ella seguía enfadada con él. “¿Seguro que no te has acostado con esa perra?” William frunció el ceño. No le gustaba que Harm ofendiera a Elizabeth. Era una buena chica. Un poco torpe, pero buena.
“Ya te lo he dicho. Si fuera sí, ¿Crees que vendría a buscarte?” Pratt la atrajo hacia sí por la cintura, pegándola a su cuerpo. Ella se rió y le rodeó el cuello con los brazos, ofreciéndole la boca. El beso fue salvaje, pero William le puso fin con un suspiro cuando se dio cuenta que no sentía nada. Era como estar besando a Xander, o a su caballo. Harm hizo un mohín. Ella también se había dado cuenta de su indiferencia. Soltó una de sus manos del cuello y la bajó entre sus cuerpos, acariciándole por encima del vaquero. Nada.
‘Bloody hell. ¿Qué coño me pasa?’ pensó desesperado. Harm intentó meterle la mano por dentro del pantalón, pero él se la atrapó, deteniéndola. Suspiró y cerró los ojos, abriéndolos de golpe cuando la bofetada que le propinó Harm con la mano libre hizo que le pitara el oído.
“¿Dices que no tienes nada con ella? ¡Seguro que antes de venir aquí te la has estado beneficiando durante horas! Por eso no funcionas. ¡Lárgate de una vez! ¡No quiero verte más!”
William fue a protestar, pero Harm buscó en el cajón de su mesita y sacó un Colt 45, apuntándolo a la cabeza.
‘¡Esa mujer está como una puta cabra!’ pensó Pratt saliendo por patas de la habitación.
Después de un par de horas ahogando sus penas en whisky en el salón más próximo, montó en Demon y fue de regreso al rancho. No llevaba ni cinco minutos cabalgando cuando empezó a llover. Lo que parecía un aguacero de verano, se convirtió en una tormenta de cuidado. Los rayos caían a su alrededor, provocando pequeñas explosiones.
“Genial” masculló con voz pastosa por el alcohol “Ya solo me falta que me parta un jodido rayo para que mi día sea un completo asco”
Cuando llegó al racho, estaba calado hasta los huesos. Dejó a Demon en el establo y después de quitarle la silla y cepillarlo, corrió a casa. Caminó a oscuras, quitándose la ropa mojada por el camino. Cuando por fin se metió entre las sábanas de su cama suspiró, apoyando la cabeza sobre la almohada.
‘Que le dieran a todas las bloody mujeres’ pensó cerrando los ojos, dejando su mente descansar. En seguida se quedó dormido.
Elizabeth miró por la ventana del establo como Pratt se alejaba y maldijo su suerte. Le había prometido a Becky que iría a llevarle comida a la gata que había parido, y eso hizo. Solo que se quedó demasiado tiempo. Cuando oyó llegar el caballo de Pratt, se escondió. No quería volver a enfrentarse con él. Estaba enfadada porque sabía perfectamente de donde y con quien venía él y aunque sabía que no tenía por qué estarlo, se sentía celosa. Y dolida. Pero no podía quedarse toda la noche allí. Cuando salió de la casa no llovía, así que ahora tenía que cruzar doscientos metros bajo una lluvia persistente. Buscó algo con lo que taparse, pero cuando oyó a Pratt tuvo que apagar la lámpara y la oscuridad lo cubría todo. Suspiró y fue hacia la puerta. Tendría que correr antes de que el suelo se embarrara más.
Y eso hizo. Bajó la cabeza y trató de no pisar los charcos que intuía, más que veía. Cuando llegó por fin a la casa, estaba empapada y tenía los pies llenos de barro.
No quería hacer ruido que alertara a Pratt, así que se limpió los pies como pudo y después buscó a tientas su habitación, contando las puertas. Cuando estuvo en su cuarto se quitó la ropa y fue hasta donde debería estar la cama. No tenía tiempo de buscar el camisón, así que se metió desnuda en ella. Estaba temblando y eso que era verano. Después de quedó completamente dormida.
El sueño era maravilloso. Elizabeth sonrió entre sueños dejándose llevar por las sensaciones que unos labios carnosos y unas manos asperas, pero expertas le estaba proporcionando. Nunca en su vida se había sentido tan desinhibida en lo referente al sexo, pero como era un sueño, iba a disfrutar de él.
Rodeó aquel cuerpo con sus brazos y lo pegó todavía más a ella, amoldándose a él. Sus cuerpos encajaban perfectamente, como hechos el uno para el otro. Elizabeth podía sentir su caliente respiración en el cuello, donde ahora la estaba besando y no tuvo ningún reparo en besarlo también en el hombro, arrancándole gemidos de placer a su compañero de sueños. No podía verlo, pero por su olor característico a cuero, caballo y hombre le resultó muy fácil de identificar. Pratt. Estaba segura.
Elizabeth se movió un poco, entrelazando las piernas con las suyas, para que sus caderas encajaran y se tocaran. Necesitaba más de él, era su sueño y lo quería todo. El William de sus sueños la giró para colocarla debajo de él, apartándole las piernas con una rodilla, sin dejar de besarla allí donde encontraba piel.
“Por favor, por favor, ¡William!” le rogó buscando con la mano la parte de él que quería en su interior. Sus bocas se encontraron en un beso feroz, entre gemidos se podía oír a sí misma rogándole…
“¡William! ¡William!”
¡Era tan real! Elizabeth oyó unos fuertes golpes y su mente intentó identificar si era parte del sueño o no. Parecía que la voz que oía no era la suya y decía algo de un incendio…
De pronto el cuerpo que había sobre el suyo se tensó y ella también.
“¿Pero que coño está…?”
“Eh, Pratt ¿Estás despierto? ¿Por qué has cerrado la puerta” Elizabeth sintió la imprecación que soltó su jefe y se encogió. El saltó de la cama como un rayo y una leve luz los iluminó cuando encendió la lámpara de la mesita.
“¿Qué pasa, Harris?” gritó a su capataz mientras traspasaba con la mirada a la institutriz de su hija, que se tapaba pudorosamente con la sábana.
“Un rayo ha caído en el almacén de las herramientas. Los chicos están apagándolo pero pensé que te gustaría estar allí”
“Dame unos minutos para que me vista” Gruñó buscando los pantalones con la mirada.
Pratt oyó como el capataz se despedía y volvió su atención a la chica pálida y despeinada que había en su cama. Ella le miraba con los ojos como platos, y Pratt notó con satisfacción que sus ojos brillaban por la pasión no satisfecha. Él también estaba más que caliente por el estupendo revolcón que se habían pegado unos momentos antes, pero no podía quedarse a preguntarle a la chica cómo había llegado a su cama, ni continuar lo que habían dejado a medias.
“Hablaremos luego sobre esto” le dijo enfundándose en los vaqueros con un gesto duro. Ella no dijo nada, se había quedado totalmente en shock al descubrir que lo que parecía un sueño era una realidad y mucho más todavía cuando su jefe encendió la luz y ella pudo admirar con la boca abierta el cuerpazo que tenía. Todavía se le secaba la boca con tan solo recordarlo. “Sería mejor que volviera a su cuarto, Srta. Summers”
“Yo… creo que me confundí de habitación” logró balbucear, apartando la mirada cuando él le dedicó una sonrisa irónica de esas que mataban.
“¡No me diga!”
“No creerá que entré en su habitación a propósito para…”
“¿Seducirme?” Completó, cortándola en seco. Elizabeth apretó los dientes y él levantó una ceja, como pensándose la idea. Se abrochó la camisa y se puso las botas antes de contestar “Perdóneme por ser tan mal pensado. El hecho de encontrarla desnuda en mi cama no es suficiente indicio para sacar conclusiones precipitadas. Aunque… rogarme que le hiciera el amor, puede que sí”
“¡Yo no le rogué nada, pretencioso insolente, insoportable engreído!”
“Por favor, por favor, ¡William!” la imitó poniendo voz de chica. Ella se puso aún más roja de lo que estaba. Giró la cabeza y cogió un vaso que había encima de la mesita de noche, lanzándoselo y rozándole la frente. William gritó indignado.
Elizabeth se encogió cuando lo vio avanzar unos pasos hasta que estuvo a su altura en la cama. La niñera cerró los ojos cuando vio como él se agachaba y le agarraba la cara con las manos, dándole un beso que le quitó la respiración. Elizabeth luchó durante un segundo, pero después se abandonó, respondiendo con el mismo entusiasmo que él. Cuando abrió los ojos, una vez que él dio por terminado el beso, Elizabeth vio que la miraba con satisfacción, por la victoria conseguida. Él inclinó la cabeza y le lanzó un beso a modo de despedida y después dejó la habitación, cerrando la puerta tras él.
Cuando hubo salido, se apoyó contra ella y respiró hondo, ¡Dios, estaba que iba a estallar! Los vaqueros le apretaban horrores y el corazón le latía a mil por hora. Esperó unos interminables minutos hasta que su respiración se reguló y después salió al frío de la noche. Había dejado de llover, pero el ambiente era húmedo. A lo lejos se veía el humo procedente del almacén. No era el momento para ponerse a pensar en lo que había ocurrido esa noche con Elizabeth, pero cuando volviera a la casa, ella tendría que darle muchas explicaciones.
Capitulo 11
Cuando Pratt se dejó caer en el suelo, apoyándose contra la pared del barracón-cocina, lo hizo con la certeza de que ese había sido uno de los peores días de su vida, y eso que había tenido unos cuantos.
Aceptó el café que Lorne le acercó y le dio un largo sorbo, deleitándose con su amargo sabor. Un segundo después, Harris se sentó a su lado con los mismos signos de cansancio reflejados en su cara.
“Gracias a Dios, todo está controlado” dijo el capataz bebiendo de su taza humeante.
“Si. El ganado está por fin reunido y el incendio apagado. Di a los chicos que descansen un par de horas y que después comprueben el estado de las cercas. Dios, estoy hecho polvo”
“Normal. Siempre que vienes de la ciudad, lo haces cansado. Harm es una bomba, ¿no?”
“No estoy cansado por eso… Harmony y yo hemos terminado”
“¿Ah sí?” Harris esperó a que su jefe siguiera hablando. Su relación con la Srta. Kendall había tenido altibajos, pero por la cara que tenía Pratt, esta vez la ruptura iba en serio.
“Cree que tengo una bloody amante en el rancho y trató de matarme anoche. ¡La muy zorra me apuntó con un Colt 45!”
“Pero tú la sacarías del error, ¿No?”
“Si, pero…” Pratt se calló ¿Cómo iba a decirle a su capataz que Harm ya no lo excitaba? “En fin, da igual. Creo que es mejor así. No quiero que cuando venga Dru tenga ningún motivo para quejarse sobre mi función como padre. Diría que dejo a Becky sola y todo eso…”
“¿Se quedará mucho tiempo? Ya sabes que no la soporto”
“Espero que no” Pratt se levantó, apurando su café de un trago. El solo hecho de pensar en su ex lo ponía de mal genio “Voy a casa a descansar un poco. No he dormido ni dos horas seguidas. Si hay algún contratiempo, me llamas”
“Pues mira por donde, ahí tienes un contratiempo” Pratt siguió la mirada de su capataz y maldijo en voz baja. Lo único que le faltaba era la llegada del reverendo Giles para seguramente echarle algún sermón. “Os dejo solos. Buena suerte, Will” el ranchero masculló algo en voz baja y caminó para encontrarse con el reverendo, que en ese momento estaba atando su burro a una de las empalizadas que rodeaban la casa.
“Buenos días, reverendo Giles. No habrá madrugado tanto para comunicarme que por fin se ha decidido a venderme sus tierras, ¿verdad?”
“Pues no” contestó el reverendo, colocándose bien la sotana. “¿Podemos hablar dentro de la casa, William?”
“Claro” respondió Pratt con una sonrisa obligada. El reverendo lo siguió, mirándolo de reojo durante el trayecto. Ya dentro de la casa, el cura miró a su alrededor con desconfianza. “¿Se le ha perdido algo, Giles?”
“¿Eh? No, nada… Me preguntaba donde está la Srta. Summers. Me gustaría conocerla, si fuera posible”
“Todavía no ha amanecido, así que estará durmiendo, supongo. Ahora si no le importa, vaya al grano. No he dormido nada en toda la noche y necesito descansar”
“Pues verás… han llegado ciertos rumores al pueblo en los cuales te relacionan de una forma… desafortunada con la Srta. Summers. Como bien sabrás, la Brigada Moralista, formada por las señoras más prominentes de la ciudad están en contra de que una joven soltera viva bajo el mismo techo que un divorciado, y mucho menos con una hija… y me han pedido que pongas fin a esa nefasta relación, más teniendo en cuenta que tienes también una… amante en el pueblo y que tu esposa está a punto de regresar a…”
“¡Eh, pare el carro!” le cortó William que hasta entonces había estado demasiado sorprendido como para intervenir. “Primero, no tengo ninguna relación sentimental con la Srta. Summers. Ella trabaja como niñera de mi hija, Rebeca y tiene todo mi respeto y consideración. Segundo, desde anoche no tengo ninguna amante, y tercero, Drusilla es mi ex esposa. Así que vaya y dígales a esas cotorras mal habladas que me importan un carajo su falsa moral y sus órdenes. ¿Algo más?”
“¿No tienes nada con la Srta. Summers?” insistió el cura.
“Nada de nada. La respeto demasiado y además está Becky. No haría nada que la perjudicara”
“Está bien, te creo. Hablaré con las señoras del pueblo para tranquilizarlas” William cabeceó y suspiró. Estaba deseando que el viejo liante se largara de una vez. “Antes de irme me gustaría que me dejaras los planos esos que tienes de la zona para echarles un vistazo. Creo que las lindes no están muy claras”
“¿Por qué no me vende de una vez las jo… las tierras? Usted vive en la ciudad, y yo las necesito para completar las mías”
“Tengo que pensarlo detenidamente. ¿Me dejas los planos?” William refunfuñó algo por lo bajo y se encogió de hombros. Igual si le daba los jodidos planos, el viejo se iría por fin y podría dormir un poco antes de volver al trabajo.
“Los tengo en mi dormitorio”
“Te acompaño” William levantó una ceja, pero no puso objeción. Si el reverendo quería cogerlo en una situación comprometida, iba listo. La señorita Summers estaría roncando a estas horas en su cuarto, ¿no? Sonrió de oreja a oreja y caminó con decisión hacia su dormitorio. Eso acallaría todas las habladurías. En el momento que fue a abrir la puerta, ésta se abrió. William soltó un sonoro juramento y el reverendo Giles, nombró a Dios y a unos cuantos santos.
“Buenos días” dijo una somnolienta Elizabeth bostezando. William apretó los dientes tanto que temió que se le rompieran. No lo solo salía de su dormitorio de madrugada, sino que la muy lerda lo hacía vestida tan solo con una de sus viejas camisas, descalza y con el pelo revuelto.
William se volvió para ver la expresión del reverendo Giles, aunque ya lo sabía. Estaba colorado hasta las orejas y estaba limpiando con ímpetu sus gafas.
“Esto no es lo que parece…” comenzó a decir William. Elizabeth se percató en ese momento del hombre vestido de cura que estaba tras Pratt y gritó. La puerta del dormitorio de Becky también se abrió y la niña apareció mirándolos a todos un poco sorprendida.
“Será mejor que me vuelva a mi cuarto. Buenos días a todos” Becky no esperó respuesta. Entró en su dormitorio y cerró, sonriendo ante el cuadro que habían visto sus inocentes ojos. ¡Elizabeth había dormido con su padre! “¡Voy a tener una nueva mamá!” dijo en voz alta, aplaudiendo de alegría.
En el pasillo, un pálido William veía como el reverendo Giles salía de la casa dando un portazo.
‘¡Mierda! ¡Ahora sí que la he cagado!’ pensó horrorizado. En cuanto Giles llegara a la ciudad y hablara con las cacatúas de la Brigada Moralista, pedirían su cabeza, o lo que es peor. Le ordenarían que se casara con la Srta. Summers, y antes muerto.
Se volvió hacia la chica, pero ésta corrió y se encerró en su cuarto, temiendo la reacción de su jefe. Sabía que era una cobarde, pero lo prefería antes de enfrentarse a esos ojos azules que echaban chispas y que prometían los mayores tormentos.
Capitulo 12
William miró aturdido durante al menos dos minutos la puerta cerrada. Todavía no podía creerse lo que había pasado. ¿Qué narices hacía la Srta., Summers en su dormitorio? Era obvio que no regresó a su habitación después de irse él, pero ¿Por qué? ¿Acaso quería comprometerlo o es que sencillamente estaba loca de remate? Bueno, no se iba a quedar ahí sin averiguarlo. Tocó a la puerta con el puño cerrado, llamándola pero ella no abrió. William dio unos cuantos golpes más, pero el resultado fue el mismo: la puerta estaba cerrada a cal y canto y no se oía nada. Eso lo enfureció todavía más. Lo menos que se merecía era una explicación, y la iba a tener, aunque tuviera que tumbar la puerta.
“¡Abra de una vez, maldita sea o tiro la puerta abajo!” Pratt maldijo varias veces mientras esperaba contestación, pero la puerta siguió igual de cerrada. Sintiendo que la ira lo dominaba, levantó su pierna izquierda, retrocediendo un poco para coger impulso. Estaba a punto de patearla, cuando oyó la voz de su hija, entre sorprendida y confusa.
“¡Papá! ¿Qué haces?” William giró la cabeza hacia Becky, todavía con la pierna suspendida en el aire. Después la bajó lentamente, sintiéndose un poco azorado por su comportamiento.
“¿Yo? Na… nada. Solo quería hablar… con la señorita Summers, pero creo que lo dejaré para luego. Vuelve a la cama, princesa y no te preocupes de nada”
“Me gusta Elizabeth, papá. Y no quiero que se vaya, así que no la asustes” la niña se metió en su habitación sin decir una palabra más. Pratt suspiró hondo y también se metió en la suya. Estaba perdiendo los papeles y era algo que no se podía permitir. Ni por Becky ni por él mismo. En cuanto se levantara, hablaría con la niñera, y dejaría las cosas muy, pero que muy claras.
Becky esperó varios minutos y después salió de su cuarto, tocando con los nudillos en la puerta de su niñera.
“Abre Elizabeth, soy yo, Becky” dijo susurrando “Y estoy sola, te lo prometo. Papá ya está dormido como un tronco”
La puerta se abrió lentamente y una ojerosa Elizabeth dejó pasar a la niña, cerrando inmediatamente después.
“¿Vas a ser mi nueva mamá?”
La pregunta la cogió tan de improviso, que Elizabeth se atragantó con su propia saliva y estuvo a punto de asfixiarse. Becky le sirvió un poco de agua de una jarra que había sobre la mesita de noche y ella se lo agradeció con una sonrisa y los ojos llorosos.
“Creo que he sido demasiado directa” se excusó la niña, sentándose en el filo de la cama. Elizabeth dejó el vaso sobre la mesita y se sentó a su lado, sin atreverse mucho a mirarla. “Papá nunca trae mujeres aquí, al rancho. Ni siquiera a su… amiga la señorita Kendall, y mucho menos ninguna de sus otras amigas ha dormido en su cama, y eso que ha tenido unas cuantas últimamente. Por eso la pregunta”
“Yo no… he dormido con tu padre. Bueno, sí, pero no de esa forma en que duermen los hombres con las mujeres” trató de explicar pero la niña la miraba con ojos expectantes. Por su expresión notó que no le estaba aclarando nada “Verás… ¿Recuerdas que anoche me pediste que vigilara los gatitos?” la niña asintió con la cabeza “Pues cuando estaba en el establo llegó tu padre y yo… me escondí y apagué la luz por si me regañaba por estar ahí a esas horas y en camisón. Esperé a que se fuera y cuando salí estaba lloviendo. Al llegar a casa no quise encender las luces por si acaso… conté las puertas y me equivoqué, así que terminé en la habitación de tu padre. No me di cuenta que él también estaba allí, así que me acosté y después me quedé dormida. Cuando Xander nos despertó, tu padre se puso furioso al verme allí, pero se tuvo que ir con él. Yo me quedé un poco más, esperando a que todo el mundo se fuera de la casa y… me quedé dormida otra vez. Y después… ya sabes, llegó el reverendo Giles y todo se complicó”
“¿Entonces tu y mi padre no…?”
“¡No!” casi gritó Elizabeth. Bueno técnicamente era verdad. Solo habían sido unos cuantos besos y… ¡Dios! ¿Cómo iba a poder mirarlo a la cara? “No pasó nada. Tu padre se comportó como un caballero”
“¡Qué pena!” Elizabeth casi dio un respingo al escuchar las palabras de la niña “¿Crees que hay posibilidad de que alguna vez tú y él…? Verás, eres lo más parecido a una madre que he tenido y me gustaría que lo fueras, algún día y que te quedaras aquí con nosotros”
“Gracias, Becky… yo también estoy muy a gusto aquí… pero quizás tu padre me despida, después de lo que ha pasado hoy”
“No lo creo. Es muy cabezota y no le gusta que le den ordenes, así que no le hará ni caso al reverendo Giles ni a esas chismosas del pueblo”
“¿Tu crees?”
“Claro” Becky se levantó y se estiró cuan larga era “¿Qué te parece si salimos a cabalgar un rato? Podíamos ir a un sitio estupendo que conozco”
“¿Y las clases?”
“Podríamos darlas allí. Mientras tu te vistes, yo preparo algo para desayunar, ¿te parece?”
“Pero tu padre…” protestó Elizabeth. No estaba muy segura de que a Pratt le gustara levantarse y ver que ninguna de las dos estaba en el rancho.
“Le dejaremos una nota, no te preocupes”
Que no se preocupara… eso era fácil de decir y difícil de hacer, pero le gustaba la idea de Becky de alejarse de allí por unas horas. Asintió con la cabeza y la niña se fue dando saltitos. Elizabeth sonrió. Era una niña demasiado adulta para su edad, las cogía todas y era muy inteligente. Buscó ropa de montar en el armario y veinte minutos más tarde estaba preparada y en la cocina. Desayunaron rápido y después salieron cabalgando tranquilamente del rancho.
Cuando Pratt despertó unas horas más tarde, estaba de un humor de perros. Lo primero que vio al despertarse era la ropa que la Srta. Summers había dejado en el suelo. Todavía estaba húmeda, pero olía a ella. Esa fragancia lo volvía loco, como un semental en celo, y solo le ocurría con ella, ni siquiera con Dru tuvo esa obsesión enfermiza.
Dobló la ropa cuidadosamente y después se vistió y lavó, saliendo de la habitación con la ropa en la mano. Tocó a la puerta de la niñera, pero el silencio era total. Giró el pomo y esta vez la puerta se abrió, descubriendo una habitación vacía.
Pratt dejó la ropa sobre una silla y rescató la camisa que Summers ‘había cogido prestada’ de su armario, y que estaba sobre la cama perfectamente hecha. Sin poderlo evitar, llevó la prenda hasta su nariz e inhaló profundamente, cerrando los ojos.
Sí, olía a ella y también a él. Como sus sábanas. No recordaba haber dormido tan bien en años, y el despertar… Mejor no pensar en eso, porque el efecto en su cuerpo era inmediato y doloroso. Pensándolo mejor, dejó la camisa sobre la cama y salió de la habitación. Era el momento de ponerse serio. Buscó a la niñera y a su hija por toda la casa, pero ni rastro. Como último recurso, fue a la cocina, y se encontró allí con Harris, que estaba sentado en la mesa, tomando café y leyendo algo que tenía en la mano.
“Siéntete como en tu casa” le dijo irónicamente Pratt, con las manos en jarras. Xander levantó los ojos y le sirvió café haciéndole una seña para que se sentara con él. Pratt suspiró pesadamente, pero lo hizo. Necesitaba el jodido café. Un litro por lo menos para despejarse “¿Qué lees? ¿Has visto a las chicas?”
“Leo una nota y no, no he visto a las chicas”
“¿Y qué pone la nota?”
“Es de las chicas. Dicen que están pasando el día en el claro del río, al norte. Que no te preocupes”
“Vaya, qué detalle. Trae” Pratt le quitó la nota de la mano y la ojeó, frunciendo el ceño ¿Summers quería evitarlo? Vale, no podría evitarlo toda la vida. Ya regresaría al rancho, tarde o temprano.
“¿Qué pasó con el reverendo Giles? Lo vi salir de aquí limpiándose las lentes y mascullando algo por lo bajo. Estaba tan pálido que parecía un muerto”
“Vio a la Srta. Summers salir de mi dormitorio y se imaginó cosas”
“¿Qué? ¿Has pasado la noche con Elizabeth? ¿Te has vuelto loco?”
“¡No me he acostado con ella!” bramó William dando un golpe seco sobre la mesa. “Cuando viniste a despertarme me la encontré en mi cama, y no me preguntes cómo ni por qué llegó allí. No tengo ni puta idea”
“Vale, no te lo pregunto pero, ¿Por qué seguía allí cuando Giles llegó?”
“Supongo que se quedaría dormida después de irme contigo, ¡Yo que coño sé! Ahora toda la maldita ciudad debe pensar que es mi amante. ¡Es para volverse loco!”
“Si, es complicado. Dru en camino, y el tema con Harm y…”
“El tema Harmony está cerrado. He terminado con ella, definitivamente, ya te lo dije, y en cuanto a Dru… estamos divorciados legalmente, así que no puede decir nada. Es mi vida privada y no lo que yo haga no es de la incumbencia de nadie, es que me jode que se metan en lo que no les importa”
“Ya pero… ¿Has pensado en la reputación de Elizabeth? Quedará muy mal parada si tú no…”
“Yo lo fui el que se metió en su habitación ni en su cama, no es mi problema”
“Ella no es la clase de mujer que haga esas cosas a posta… seguro que lo que pasó tiene una explicación lógica. Además, ¿Has pensado en Becky?”
“¿Qué pasa con mi hija?”
“Ella también se verá afectada por el escándalo. Ya conoces a las chismosas de la ciudad. La crucificarán sin piedad. Si no lo haces por Elizabeth, hazlo por Rebeca”
“¿Estás intentando decirme que debo casarme con ella? Preferiría que me mordiera un caballo en el culo y me crecieran las tetas antes que volverme a casar” se miraron fijamente a los ojos durante unos segundos. Al final, Harris se encogió de hombros y se levantó, yendo hacia la puerta, aguantando una sonrisa.
“Ya eres mayorcito, jefe. Y piensa también en Dru. Sabes a lo que viene, y si estás prometido con otra aunque sea temporalmente… todo puede ser más fácil”
Pratt abrió la boca para replicar, pero la volvió a cerrar. Sí, a veces su capataz y amigo lo dejaba sin palabras. Pratt le hizo un gesto despectivo con la mano como despedida quedándose por fin solo. Lo que había dicho Xander tenía sentido. Si se comprometía con la Srta. Summers mataría dos pájaros de un tiro. Acallaría los rumores y se libraría rápido de Dru, pues era consciente de que su ex volvía buscando una reconciliación, y el infierno se helaría antes de que volviera otra vez con aquella zorra descarada e infiel.
Capitulo 13
Era media tarde cuando las oyó entrar en casa. Habitualmente, Pratt regresaba del trabajo a la hora de cenar y a veces más tarde, pero hoy tenía un interés especial en que la rubia bajita que era la niñera de su hija no se le escapara.
Las interceptó en cuanto entró y se regocijó por dentro al notar como la chica se ponía blanca y después muy roja al verlo ante ella. Le sonrió de medio lado y ella apartó la mirada. Becky los miraba a los dos, divertida por la situación.
“Hola cariño” saludó Pratt a su hija dándole n cariñoso beso en la frente. “¿os lo habéis pasado bien?”
“Sí, papá. Llevé a Elizabeth al claro y le gustó mucho. Otro día tenemos que ir los tres” Pratt miró de reojo a la rubia que había agrandado los ojos al escuchar a la niña. Elevó una ceja mientras le sonreía y asintió con la cabeza.
“Claro, pet. En cuanto el rancho esté otra vez al día, haremos una excursión, como cuando eras pequeña”
“¡Qué bien! Gracias papá” Becky se echó en brazos de su padre, contenta de verdad. Él la apretó contra sí, contento de poder darle un poco de alegría, aunque su niñera no parecía igual de feliz.
“Ahora ¿Podrías dejarnos solos a la Srta. Summers y a mí? Necesito hablar con ella”
“Vale, pero recuerda lo que te dije, ¿Eh?” Pratt asintió con la cabeza y la niña se fue. Elizabeth ni siquiera se había movido del sitio y le miraba con horror.
“Vayamos a mi despacho”
Elizabeth lo siguió en silencio. Sabía que no podía huir más de él, y cuanto antes hablaran, mejor.
Pratt le abrió la puerta y pasó tras ella, cerrando después. Con un gesto la instó a que se sentara y él hizo lo mismo, quedando frente a frente.
“Lo que pasó anoche y esta mañana…”
“Lo siento” lo cortó Elizabeth, poniéndose en pie y caminando por la habitación “Anoche salí para… dar un paseo y cuando regresé me equivoqué de habitación, lo juro. Estaba muy oscuro y tenía frío”
“Vale, la creo” admitió Pratt haciendo un gesto con la mano “Eso no ha tenido consecuencias, pero lo de esta mañana sí ¿Por qué diablos no regresó a su habitación cuando se lo dije?”
“Iba a hacerlo, pero se oían voces de gente y no quise arriesgarme. Esperé un poco a que todos se fueran y me quedé dormida. Yo no quería ponerle en una situación comprometida, Sr. Pratt, ¡tiene que creerme!”
“El problema no está en que yo la crea, Summers. El problema está en que ese idiota de Giles la vio salir de mi dormitorio y ha sacado sus propias y sucias conclusiones. Y lo que es peor, ahora toda la ciudad pensará que es mi amante”
“Pero eso es absurdo. Usted ya tiene una… amiga en la ciudad”
“La tenía… hasta anoche. Rompí con Harmony antes de regresar al rancho… y seguro que ya es de dominio público. Mire Srta. Summers. A mí no me importa nada que hablen sobre nosotros, pero sí que lo hagan de Beck. Ya lo pasó mal cuando fue creciendo y los rumores sobre su madre le llegaron. No quiero que más habladurías la perjudiquen. No es que mi hija tenga mucha vida social, pero no quiero que los niños se burlen de ella cuando vuelva al colegio en otoño. Y eso es lo que pasará si usted y yo no normalizamos nuestra… relación”
“¿Qué quiere decir con 'normalizar nuestra relación'? Ya está normalizada. Usted es mi jefe y yo su empleada” Pratt se levantó suspirando. ¿La rubia era tonta o se lo hacía?
“Mire, la única solución para arreglar este desastre es hacerles creer que estamos juntos, pero con todas las de la ley. Tendremos que casarnos”
“¿Cómo? ¿Se ha vuelto loco?” gritó Elizabeth mirándolo con los ojos como platos.
“No crea que la idea de casarme con usted me hace el hombre más feliz de la Tierra, pero es lo correcto”
“No… no puede hablar en serio. No tenemos nada en común”
“Ah, ¿No?” Pratt se acercó a ella con una sonrisa pícara en los labios “Pues anoche pareció que teníamos muchas cosas en común… en mi cama”
“Eso fue… un error. Yo…”
“Correspondió a mis besos y mis caricias, y yo diría que con bastante entusiasmo, no lo niegue ahora”
“Estaba dormida, no muerta. Cualquier mujer en mi situación hubiera correspondido. Pero de haber estado despierta…”
“¿Qué? ¿Quiere decir que sería inmune? Bueno, eso podemos comprobarlo. Ahora”
“No se atreva a…” Pratt la atrapó por la cintura en un gesto rápido y la atrajo hacia él. Antes que ella pudiera ni pensarlo, la besó en la boca ahogando las protestas. Elizabeth se debatió unos segundos, pero después se abandonó. Le temblaban las piernas y había perdido la facultad de pensar. Pratt por su parte gruñó cuando ella le rodeó el cuello con los brazos, pegándose a su cuerpo como una lapa. Debía ponerle fin al beso o ambos perderían la cabeza.
Con sumo pesar la apartó de sí, sacudiendo la cabeza para espabilarse. Ella protestó por la separación, intentando acercarse de nuevo, pero Pratt la sujetó por la cintura, manteniéndola a distancia. Ambos tardaron unos minutos en recuperarse. Fue él quien habló primero, intentando controlar el intenso impulso de volver a besarla e ir aún más lejos.
“Bueno, ¿Qué dices ahora, pet?” la chica parpadeó confusa, ¿qué demonios le había pasado? Nunca se había abandonado a nadie así, ni siquiera a su prometido, Parker. Solo se entregó a él una vez, y sus besos no tenían ni punto de comparación con éste que había compartido con Pratt. ¿Cómo sería entonces…? No, no podía pensar en eso, y menos con él frente a ella, que la miraba con una sonrisa de completa satisfacción en sus labios, como si le estuviera leyendo la mente.
“Yo… ahora mismo no puedo pensar” Pratt sonrió todavía más y ella le dio un puñetazo en el hombro “Esto es muy repentino y tengo que pensarlo detenidamente. No estaba entre mis planes casarme con nadie, además, nos conocemos desde hace muy poco tiempo, Sr. Pratt”
“William. Debemos empezar a tutearnos” le indicó él levantando una ceja. Ella bajó la mirada “Yo tampoco tenía ningún deseo de volver a echarme la soga al cuello, y menos con alguien como tú, que es un peligro con dos patas”
“¿Qué me has llamado, desgraciado?” le preguntó llena de ira.
“Eres un peligro andante, Elizabeth, a los hechos me remito. Desde que llegaste al rancho hiciste que me cayera del caballo, herido con una valla, usaste tus botas como proyectil contra mí, rompiste mis cortinas, arruinaste mi mejor camisa… ¿Quieres que siga?”
“No lo hice a propósito…” él hizo una mueca y ladeó la cabeza como decidiendo si echarse a reír o soltar una maldición. Siendo honesta consigo misma, tenía que reconocer que algunas cosas sí las había hecho a posta “Está bien, excepto lo de las botas y las cortinas… todo lo demás fueron desgraciados accidentes”
“Eso es lo que temo, que me ocurran más ‘desgraciados accidentes’ si me caso contigo”
“Entonces, tiene una fácil solución: no lo hagas” le respondió la rubia cruzándose de brazos.
“Haría cualquier cosa por mi hija y estoy dispuesto a sacrificarme, cariño. Le gustas a mi hija, y pienso darle el gusto, así que ya puedes ir haciéndote a la idea de convertirte en la nueva señora Pratt, aunque eso me revuelva las tripas”
Elizabeth soltó una palabra poco digna de una mujer y menos de una que se dedicaba a la enseñanza. Pratt rió por fin con ganas y ella se fue, dando un portazo, haciendo que la puerta temblara por el impacto.
Una vez solo, Pratt se puso serio y fue a servirse un trago. Lo necesitaba. ¿En donde se estaba metiendo? Sería mucho más fácil despedir a Elizabeth y dejar que todo se enfriara, pero realmente Beck la adoraba y él… la deseaba como nunca deseó a ninguna mujer y sería suya, aunque tuviera que casarse con ella para lograrlo.
Capitulo 14
Elizabeth miró a su alrededor y sonrió complacida. Las cortinas de Pratt estaban por fin en su sitio y en perfecto estado. Le había llevado más tiempo del que pensó en un principio, pero con la ayuda de Xander, el dormitorio de su jefe estaba incluso mejor que antes del ‘pequeño accidente’. Incluso le había puesto unas flores frescas en un jarrón, en la mesita de noche. Elizabeth las miró y frunció el ceño. Quizás a Pratt no le hiciera gracia el detalle de las flores –pensó frunciendo el ceño aún más.
Habían pasado tres días desde su conversación. Aquella patética propuesta de matrimonio. Ella le dijo que lo pensaría, y todavía lo estaba pensando. Por una parte le atraía la idea de convertirse en su esposa, y madre de Becky pero por otra… ¿Dónde quedaba el amor? Era cierto que muchos matrimonios se llevaban a cabo por interés común. Por conveniencia, pero Elizabeth quería algo más. Sabía que era una tonta, que Pratt nunca se enamoraría de ella, pero…
Elizabeth evitó mirar la gran cama, saliendo de la habitación a toda prisa. Estaba anocheciendo y pronto él volvería a la casa. Fue a la cocina y descubrió a Becky afanada en poner la mesa. Como norma, Pratt cenaba con sus hombres y Xander les traía comida hecha por Lorne, para que ella no tuviera que cocinar, pero esa noche fue distinto. El mismo Pratt traía una gran cesta que olía a gloria y la dejaba sobre la mesa de la cocina. Becky corrió hacia él y le abrazó, llena de alegría. La niña adoraba a su padre y él a ella, eso era más que obvio.
“He pensado que hoy cenaré con vosotras” dijo mirando directamente a Elizabeth. Ella asintió con la cabeza, sin moverse. Pratt había estado todo el día fuera con el ganado, y se le notaba cansado. “Voy a lavarme y cambiarme de ropa. No tardo nada”
“No te preocupes, papi. Elizabeth y yo te esperaremos”
Pratt le revolvió el pelo con la mano y salió de la cocina. Elizabeth por fin salió de su letargo y se dispuso a ayudar a la niña a poner la mesa. Después fue colocando las fuentes de comida sobre ella. Se le hizo la boca agua. Había puré de patatas, asado y pan recién hecho. También verduras frescas, con las que preparó una ensalada.
Pratt regresó unos minutos después y se sentó a la mesa. Elizabeth evitó mirarlo, dedicada a servir los platos y bendecir la mesa.
“¿Has logrado ya domar a ‘Satanás’, papá?”
“Estoy en ello. Es más duro de mollera que yo”
“Elizabeth ya monta muy bien, aunque todavía le da un poco de miedo. Quizás si montara contigo…” los dos adultos cambiaron una mirada y cuando Pratt levantó una ceja y le guiñó un ojo, Elizabeth se sonrojó. La niña no pareció notar nada “Xander dice que las cercas que se rompieron con las lluvias del otro día están reparadas, así que podías llevarnos a un picnic, papi”
“Bueno… tengo mucho trabajo todavía…” se disculpó Pratt centrando su atención en el asado.
“Por favor papá…”
“Está bien. Pero tendrá que ser pasado mañana y si a Elizabeth le parece bien” los ojos de la niña fueron hacia ella de manera automática. Elizabeth tosió un poco intentando ganar tiempo. Después se rindió.
“Me encantará ir de picnic con vosotros” dijo haciendo énfasis en la última palabra. Pratt ignoró el comentario y siguió comiendo. Había decidido darle tiempo para que pensara en su proposición, pero se le estaba acabando la paciencia. Xander le confirmó que las habladurías en la ciudad estaban en su apogeo y tendría que hablar con ella lo antes posible. Quizás en ese picnic podría hacerlo. Le diría a Lorne que pusiera una botella de vino dentro de la cesta de la comida, seguro que eso la ayudaría a relajarse.
Dos días después, los tres iban camino del claro del río. Elizabeth y Rebeca iban en sus respectivas monturas tras Pratt, que no parecía muy contento. Lorne les había preparado una gran cesta de comida que Pratt llevaba en el regazo. El olor a pan caliente y pollo le estaba abriendo un apetito feroz, y eso que desayunaron antes de salir, pero lo que más le apetecía era aclarar las cosas con la terca chica rubia. Ella apenas le había dirigido la palabra en todo el camino, pero con Rebeca no paraba de cuchichear, y eso lo enfurecía. No le gustaba que la chica lo ignorara de esa forma tan descarada.
Por fin llegaron al claro. Rebeca desmontó de un salto como había hecho su padre y Elizabeth dudó. Habitualmente, acercaba la yegua a algún montículo o piedra grande y se apoyaba en ella para bajar, pero estando allí su jefe, quería hacerlo por sí misma. William volvió la mirada hacia ella justo en el momento en que iba a deslizarse de la yegua, pero el pie se le enganchó en el estribo y Pratt no tuvo tiempo de llegar antes de que se estrellara estrepitosamente contra el suelo.
“¿Te has hecho daño?” Elizabeth levantó la mirada hacia Pratt, y se maldijo mentalmente a sí misma cuando lo vio sonreír abiertamente.
“Estoy bien” respondió entre dientes. William le ofreció la mano para que se levantara y ella la aceptó a regañadientes. Rebeca los miraba en silencio, sonriendo.
“Bueno, entonces ataré los caballo y vosotras mientras preparad el picnic ¿vale?”
“Vale” Elizabeth lo siguió con la mirada, aprovechando que no la miraba para frotarse el dolorido trasero con la mano. Becky la ayudó a extender la manta en el suelo y entre las dos sacaron la comida que les había preparado Lorne. Un rato después William se sentó y comenzaron a dar cuenta del almuerzo.
“¿Te apetece un poco de vino, Elizabeth?” la chica miró la botella con un poco de desconfianza, pero después asintió. El pollo frío estaba bueno, pero un algo seco. Pratt le echó un poco de vino en uno de los cazos y se lo ofreció. “Bebe despacio o se te subirá a la cabeza”
“He bebido vino antes, y champán francés”
“Ah, sí. Ya me contaste en tus cartas que solías acudir a muchas fiestas en el Este. Seguro que también sabes bailar el vals”
“Por supuesto. Y sé hacer muchas cosas más” Becky la miró con los ojos como platos. Sabía que su institutriz era una dama del Este, pero no que supiera bailar ese baile tan de moda. Dudaba incluso que en Denver lo supieran bailar más de media docena de hacendados.
“Yo quiero aprender a bailarlo ¿Me enseñarás, Elizabeth?”
“Si a tu padre no le importa…” Pratt levantó la mirada de su muslo de pollo y se encogió de hombros.
“Puedes darnos clases a los dos. Yo también quiero aprender” Esta vez fue Elizabeth la que se quedó con cara de tonta. Bailar el vals era algo muy íntimo. Ella solo lo había bailado con su prometido Parker, y fue en el baile de su pedida de mano. Tan solo con pensar en sentir los brazos de William rodeándola y su rodilla entre las piernas mientras giraban, le subía la temperatura unos cuantos grados. Tosió e intentó ocultar su inquietud.
“Pero se necesita música adecuada y no creo…”
“Tenemos una vieja gramola y algunos discos” dijo Beck todo alterada. Elizabeth miró a Pratt, esperando a que él desmintiera a la niña, pero sonrió aún más de lo que ya lo hacía.
“Mi ex era irlandesa y la trajo como dote. Cuando se largó, dejó aquí esa vieja antigualla y algunos discos. No sé si funcionará, pero es cuestión de echarle un vistazo”
“¡Oh Dios!” gimió Elizabeth viéndose acorralada. Pratt y Becky se echaron a reír y ella al final hizo lo mismo.
La mañana transcurrió deprisa. Después de comer, dieron un paseo por los alrededores. Pratt le enseñó el nombre algunos árboles y pájaros con los que se cruzaron. Becky iba delante de ellos, recogiendo flores silvestres, completando las explicaciones de su padre. Elizabeth se maravilló de la cantidad de fauna y flora que poblaba el entorno, tan diferente de California.
A la vuelta, los tres estaban empapados en sudor. El sol pegaba fuerte y la caminata había sido más larga de lo que pensaron en un momento.
Pratt agarró la manta y la colocó bajo un gran árbol, para que les diera la sombra. Cuando Elizabeth vio como se sentaba y se quitaba las botas, se puso tensa. Tragó saliva cuando la camisa desapareció por encima de su cabeza y fue a parar a un lado. Y el corazón empezó a latirle a mil por hora cuando él se echó las manos al cinturón del pantalón con claras intenciones de desabrochárselo.
“¿¡¡Qué demonios estás haciendo!!?” la voz de Elizabeth sonó más como un graznido. Pratt buscó sus ojos y tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a reír al ver la cara de puro pánico que tenía Elizabeth.
“Desnudarme. Quiero darme un baño en el río, y como es normal, sin ropa. Tú deberías hacer lo mismo. Estás sudando como un pollo”
“¿Estás loco? ¿Y que pasa con Becky?” Pratt giró la cabeza a donde ella señalaba con la mano, sin mirar y se encogió de hombros. Elizabeth miró entonces y vio que la niña no estaba en la manta. Miró entonces hacia el río y la descubrió dentro del agua, nadando con mucha destreza en un lugar poco profundo.
“¿Vienes o no?” Elizabeth giró la cabeza otra vez hacia la voz de Pratt y contuvo el aliento. Él estaba de pie, con los pantalones desabrochados, el pecho al descubierto y una odiosa mueca de triunfo en la cara. “Vamos, Elizabeth. Ya te vi gloriosamente desnuda antes, y si es mi desnudez lo que te incomoda, puedes girarte. Te avisaré cuando esté dentro del agua, tienes mi palabra”
“No ve voy a bañar desnuda contigo, es inmoral”
“Te olvidas de Becky ¿Crees que haría algo escandaloso contigo, estando ella aquí mirando? ¿Qué clase de monstruo crees que soy?” Elizabeth bajó la cabeza, avergonzada “Puedes bañarte con mi camisa si quieres. Y si no, me da igual. Yo me voy al agua”
Elizabeth vio como Pratt caminaba hacia la orilla del río y se despojaba de los pantalones, dejando al descubierto un trasero bien formado y bronceado que quitaba el hipo. Él no se volvió para comprobar si ella miraba o no. Se limitó a caminar un poco hasta ganar profundidad y luego desaparecer bajo el agua, sin prestarle ninguna atención. Beck estaba sentada en la orilla, jugando con lo que parecía una rana, ajena a lo que sucedía a su alrededor.
Elizabeth dudó. Realmente le apetecía darse un baño. Estaba sudada y cansada. Cogió la camisa de Pratt y desapareció detrás de un seto. Cuando salió estaba vestida solo con ella. Dejó su propia ropa en la manta y avanzó tímidamente hacia donde estaba Becky. Por el rabillo del ojo vio como Pratt aparecía al otro lado del río, sacudiendo la cabeza. Aún en la distancia, Elizabeth pudo apreciar la satisfacción en su rostro al verla allí, dispuesta a bañarse.
“En el lugar donde está papá es donde más cubre el agua. Una vez me llevó tras la cascada, es preciosa. ¿Por qué no le dices que te lleve?”
“No me parece una buena idea” murmuró Elizabeth mirando hacia la cortina de agua. Desde luego era una vista impresionante. La catarata no era muy alta, pero aún así era preciosa.
“¡Papá! ¡Elizabeth quiere ver la cascada!” gritó la niña antes de que Elizabeth pudiera abrir la boca para negarse. Pratt nadó hacia ellas quedándose de pie justo hasta donde el agua le cubría las caderas. El agua estaba fría, pero él no, precisamente.
“¿Sabes nadar, Elizabeth?”
“Si, pero no sé si llegaría tan lejos” Pratt dudó. Podía acompañarla a ver la cascada, pero si tenía que remolcarla o simplemente tocarla, no confiaba en sí mismo.
“Venga Elizabeth. Con papá estás segura. Yo me quedaré mientras en la manta, creo que me echaré una siesta”
“Mejor lo dejamos para otro día” dijo por fin Pratt. Elizabeth era una tentación demasiado fuerte para él, y sin la vigilancia de su hija, todavía más. La deseaba, y por la forma en la que ella lo estaba mirando ahora, con los ojos brillantes fijos en su pecho desnudo, el desastre era inminente.
“Quiero ir” las palabras salieron de su boca sin ni siquiera pensar en las consecuencias. Quizás fue el hecho de que él dijera que no, lo que la animó. Descubrió que le gustaba llevarle la contraria a su jefe. Y quería estar con él en esa cascada.
“Está bien. No te separes de mi lado, y si ves que te fallan las fuerzas, me lo dices de inmediato, ¿vale?”
“¡Sí, señor!” Le dijo con voz militar. Pratt la fulminó con la mirada a la vez que le tendía la mano para ayudarla a adentrarse en el agua. Becky recogió su ropa y se fue hacia la sombra del árbol, sonriendo. Su plan estaba dando resultado. Si todo salía bien…
Pratt soltó a Elizabeth y ambos comenzaron a nadar hacia la cascada. El ranchero miraba de vez en cuando hacia ella, para comprobar que todo iba bien. Ella por su parte se concentraba en mirar hacia delante, cada vez más segura de sí misma. Braceaba a buen ritmo, y no estaba para nada cansada.
Unos minutos después estaban ante la cascada. Elizabeth braceó de pies y manos para mantenerse a flote. Pratt se sumergió un poco y emergió al instante, echándose el pelo hacia atrás con naturalidad.
“Para ir al otro lado tenemos que sumergirnos. Dame la mano y contén la respiración, es solo cuestión de unos segundos”
“¿Seguro que no planeas ahogarme?” preguntó con humor Elizabeth, alargando la mano.
“Te aseguro que eso es lo último que tengo en la cabeza en este instante” Pratt atrapó la pequeña mano tiró de ella hasta colocarse ante la catarata. Pratt la tomó con ambas manos por la cintura y ella le rodeó el cuello con los brazos. Estaban a solo unos centímetros, pero él evitó a duras penas que sus cuerpos se tocaran “A la de tres y nos sumergimos. Uno, dos, y… tres”
Un segundo después estaba al otro lado. Elizabeth miró a su alrededor maravillada. El agua caía como una cortina, dejando pasar algunos rayos de luz. Pratt todavía la sujetaba por la cintura, poniendo todo su esfuerzo en apartarla de si. La giró con cuidado para que pudiera ver mejor y ella apoyó la espalda en su pecho. Pratt se mordió el labio para no gemir cuando notó su trasero presionando justo en la entrepierna.
“Dios, es precioso” Elizabeth parecía ajena a la presión que sentía en la parte baja de su cuerpo. Pratt pedaleaba para mantenerlos a flote y eso hacía que sus cuerpos se rozaran el uno con el otro. William hizo acopio de voluntan y la separó de su cuerpo una vez más, con un pequeño gemido de protesta por parte de ella como respuesta. “William, me siento rara. Quiero…”
“Será mejor que volvamos antes que…” ella se revolvió en sus brazos, quedando cara a cara nuevamente. Le rodeó el cuello con los brazos y se pegó a él todo lo que pudo, ofreciéndole la boca sin ningún pudor “Elizabeth, no…” intentó protestar. Ella movió las piernas y apoyándose en sus hombros se elevó, rodeándole las caderas con ellas. El lanzó un rugido antes de devorarle la boca con desesperación en un beso que no tenía nada de suave ni romántico. Se movió con ella hasta que logró hacer pie, y entonces bajó las manos de su cintura hasta su trasero para acomodarla mejor contra su palpitante erección.
Elizabeth seguía colgada literalmente de él, respondiendo a sus besos como si le fuera la vida en ello. William cortó el beso y jadeante la miró a los ojos. Ella jadeaba también, pero no apartó la mirada.
“Elizabeth, si quieres que pare, este es el momento. Después no podría dar marcha atrás ni aunque nos persiguieran una tribu furiosa de indios, ¿Quieres llegar al final? Es tu última oportunidad de parar esto”
Elizabeth cerró los ojos un instante. Inspiró hondo y…
Capítulo 15
Elizabeth fue quien lo besó, cerrando los ojos y enredando los dedos con fuerza en los rizos de su pelo. Todas las dudas o reservas que pudieran quedarle, desaparecieron como por arte de magia. Estaba desesperado por tenerla y aunque sabía que era demasiado pronto, que quizás se arrepentiría más tarde, Pratt no lo pensó. La elevó sobre sí, sujetándola por las caderas y la dejó caer con suavidad sobre su miembro rígido. Vio como Elizabeth se mordía el labio inferior y se encogía por lo que parecía un gesto de dolor e inmediatamente se detuvo conteniendo el aliento.
“¿Es tu primera vez?” le formuló la pregunta casi con miedo, susurrándole las palabras casi al oído. Notaba a Elizabeth muy estrecha, pero no se había topado con ninguna barrera y eso que ya estaba casi por completo en su interior. Ella negó con la cabeza y empujó sus caderas hacia abajo buscando la unión total de sus cuerpos. William jadeó, apoyando la frente contra el pecho de ella, intentando controlarse para evitar que todo terminara demasiado deprisa. Buscó con los labios el cuello de Elizabeth, cubriéndolo de besos que la hacían arder. Sus manos, como garras la sujetaban por las caderas, mientras su pelvis se movía en círculos haciendo el placer casi insoportable.
Elizabeth le colocó las manos sobre los hombros y se impulsó con fuerza hacia arriba y hacia abajo, buscando su liberación. Pratt notó como los músculos de ella se contraían alrededor de su potente miembro y arreció el movimiento de sus caderas. Los gemidos de los dos se confundieron hasta que ambos llegaron a la cima, dejándolos exhaustos y temblorosos.
Pratt sujetó con fuerza a Elizabeth, abrazándola firmemente cuando ella desenroscó las piernas de su cintura y se pegó a él. Estuvieron un par de minutos en silencio, recobrando el control de su cuerpo y de su mente, hasta que Pratt abrió los ojos y la miró directamente a los suyos.
“Tienes los labios morados. Creo que deberíamos salir de aquí”
“Es raro tener frío cuando estoy ardiendo por dentro” Pratt rió levemente y la besó en la frente.
“En la cueva, el agua baja bastante de temperatura. No es aconsejable quedarse mucho tiempo dentro de la cascada”
“Sí, Becky puede estar preocupada…”
William asintió con la cabeza, conduciéndola al exterior de la cascada. Nadaron uno junto al otro despacio hasta llegar a la orilla. Elizabeth miró en dirección a Becky, suspirando de alivio al comprobar que la niña estaba dormida. Caminó hacia delante sin mirar a su jefe, que se estaba vistiendo en silencio. Rápidamente recuperó la suya y fue a cambiarse tras los arbustos. ¿Qué había hecho? –pensó horrorizada. ¿Cómo iba a mirar ahora a la cara a Becky? Y lo peor de todo ¿Cómo iba a mirar a William? Él no había vuelto a mencionar nada sobre su propuesta de matrimonio, y sinceramente temía que ese momento llegara, porque no sabía qué le iba a contestar.
Salió completamente vestida un momento después, con la camisa mojada en la mano. La sacudió y la dejó secar sobre una gran roca. William estaba tumbado boca arriba con un brazo sobre los ojos tapándole el sol. Elizabeth dudó entre sentarse con él o ir donde estaba durmiendo Becky, a unos metros de distancia. Los miró a ambos indecisa, pero la voz de Pratt la sobresaltó.
“Ven, tenemos que hablar”
“Yo… ¿no es mejor dejarlo para más tarde?” dudó casi tartamudeando.
“Posponerlo no va a servir de nada” Pratt se sentó sobre la hierba, palmeando a su lado para que se sentara. Ella fue a regañadientes, dejándose caer por lo menos a un metro de él. “Supongo que después de lo que ha pasado en la cascada, tu respuesta a mi proposición es sí”
“¿Por qué?”
“¿Cómo que por qué? Elizabeth, hemos hecho el amor” remarcó como si ella no lo entendiera. “Tenemos que casarnos. Ya”
“Sé muy bien lo que hemos hecho, Pratt” respondió de mal humor “No era… ya sabes. Así que no tienes ninguna obligación de salvaguardar mi honor”
“¡Y un carajo que no!” gritó apretando los dientes tanto para no gritar que le chirriaron los dientes “Me importa una mierda ser el primero o no. Puedes haberte quedado embarazada”
“¿Qué? No es posible que…”
“Por supuesto que lo es, a no ser que tú tengas algún problema que lo impida” Pratt la miró fijamente y ella se sonrojó hasta las orejas. ¡Menuda conversación estaban teniendo! ¡Y con Becky a unos pasos!”¿Qué pasa? ¿Cuál es el problema?”
“¡El problema es que no quiero casarme con nadie!”
“Elizabeth…”
“Dijiste que me darías tiempo para pensarlo”
“El tiempo se nos acaba… y mi paciencia también”
“Pues lo siento mucho” Elizabeth se levantó de golpe, sacudiéndose la ropa “Tengo que pensarlo con calma, y cuando esté segura de haber tomado la decisión correcta, serás el primero en saberlo, señor impaciente”
William se levantó también, dispuesto a contestarle de no muy buenas maneras, pero entonces se fijó en que Becky los miraba desde la manta.
“Está bien. Hablaremos más tarde. Debemos regresar” refunfuñó Pratt buscando con la mirada su camisa. La descubrió sobre la roca donde la había dejado ella y fue a ponérsela. Estaba húmeda aún, pero le resultó más refrescante que molesta.
Las chicas recogieron la manta y la comida sobrante y él fue a preparar a los caballos. Diez minutos después iban de vuelta al rancho Pratt.
Becky no paraba de hablar, mientras los adultos contestaban con monosílabos o frases lo más escuetas posibles.
Estaban ya en el sendero de entrada a la casa cuando Pratt descubrió movimiento extraño en el rancho. Un sexto sentido le decía que algo fuera de lo normal ocurría. Tocó los costados de su caballo con los pies para adelantarse un poco y fijó su mirada en el pequeño grupo de personas que se encontraba en la puerta del rancho.
Las figuras se hacían más claras conforme iba avanzando. Se le paró el corazón por un segundo y sintió que las tripas se le revolvían al reconocer a la mujer que se hallaba sobre el último escalón del porche, por encima de sus hombres.
“¡Maldita sea! ¡Se me había olvidado por completo que esa zorra venía!” se lamentó por lo bajo, maldiciéndose a sí mismo por haber consentido que su ex esposa regresara al rancho para conocer a Becky.
Se volvió para mirar a la niña, preocupado por su reacción. Becky era demasiado pequeña cuando Drusilla los abandonó, pero sabía que en su interior, la niña la echaba de menos. Necesitaba una madre, alguien que se preocupara por ella. Y si Elizabeth no lo aceptaba… quizás debiera replantearse la descabellada idea de volver con Dru. Aunque solo fuera por Becky.
Detuvo el caballo y se giró, haciendo un gesto con la mano para que las chicas se detuvieran. Tenía que preparar a su hija para lo que se avecinaba y no tenía mucho tiempo.
Dios, ¿Cómo se las iba a apañar con Dru allí después de lo que había pasado en la cascada con Elizabeth? Su ex era muy intuitiva y se daría cuenta enseguida de que entre ellos había algo más que una relación laboral, lo que presagiaba problemas inmediatos.
Capítulo 16
William esperó hasta que las dos mujeres estuvieron a su altura y después les habló con el tono más calmado que pudo, aunque por dentro estaba que echaba fuego.
“Becky, ¿Recuerdas que te comenté que tu madre iba a venir de visita?” la niña lo miró, cabeceando “Pues… creo que ya ha llegado”
“¿Si? ¡Oh Dios! ¡Mira que pinta tengo papá! Estoy sucia”
“Bueno, cariño. Venimos de pasar un día en el campo. Yo creo que tu madre lo entenderá” Becky miró a Elizabeth, como pidiendo su opinión. Ella todavía estaba un poco confusa por la noticia, y ni siquiera había reaccionado. Ante la mirada insistente de la niña, se rindió.
“Tu padre tiene razón, Becky. Es normal llegar un poco desaliñada después de pasar casi todo el día en el campo. Mírame a mí” Becky miró a Elizabeth y sonrió. Llevaba la camisa arrugada y los pantalones de montar manchados de barro. Y del pelo, mejor no hablar. Lo llevaba todo enredado y suelto.
“¿Qué le digo? ¿Cómo me comporto?”
“Salúdala con educación, como te he enseñado y compórtate como eres. No hay nada peor que fingir ser alguien distinto a quien somos” Elizabeth sintió la penetrante y azul mirada de Pratt y se sonrojó. Bien, ella no se había comportado tal como era con él en el río, tras la cascada ¿o sí?
“Será mejor que sigamos adelante” la voz cálida y un poco jocosa de Pratt la sacó de sus pensamientos. Por su tono, parecía como si le estuviera leyendo la mente. Espoleó con cuidado su yegua y les siguió en silencio. Drusilla Pratt en el Rancho Pratt. Elizabeth sabía que sus problemas no habían hecho más que comenzar ¿Cómo la trataría ahora William después de…? Dios, no quería ni pensarlo. Era una situación muy embarazosa y ella no tenía muy claros sus sentimientos, o bueno, sí, los tenía demasiado claros, pero no los de Pratt, excepto que quería casarse con ella, aunque ahora fuera el peor momento.
Unos minutos después estaban en el rancho. Pratt desmontó de un salto incluso antes de que el caballo parara. Había varios de sus hombres rodeando a Dru, entre ellos Xander. También había un montón de baúles y maletas en el porche.
“¿No tenéis trabajo que hacer chicos?” los vaqueros se volvieron hacia su jefe y este maldijo en voz baja. Todos, excepto Xander tenían una cara de bobos que no podían con ella. “¿A qué esperáis? Si no movéis el culo y os ponéis a trabajar en un segundo os daré una patada y os mandaré directos a Denver sin tocar el jodido suelo”
Esta vez sí que entendieron sus palabras. Hubo un pequeño revuelo y el paisaje se aclaró. William miró a su ex con el ceño fruncido. Vestía un vestido blanco de seda que moldeaba su figura y un sombrero a juego. Ocultaba la pálida piel de su rostro con una pequeña sombrilla de encaje. William la miró con dureza. Tenía un cúmulo de sentimientos que le abrasaban el corazón. Primero había sentido un gran amor por ella, después desilusión, al comprobar que no era la chica de la que se había enamorado, y después de su abandono, había sentido odio.
Ahora… no sentía nada y eso le preocupaba. No era bueno no sentir, aunque tratándose de Drusilla, era una bendición. Ya sufrió bastante en su momento y no quería sufrir más por ella ni por nadie.
“Dru” saludó tocándose el ala del sombrero.
“Querido William” antes que pudiera ni siquiera pensarlo, su ex se colgó de su cuello y le estampó un sonoro beso en los labios. Pratt se quedó petrificado en el sitio. Su primer impulso fue el de sacudírsela de encima de un empujón y mandarla de vuelta al infierno, pero se contuvo. Becky los estaba observando y no quería que su hija viera una escena así entre ellos. Ya tendría tiempo de ponerle las cosas claras a su ex. Con toda la delicadeza que tuvo, la tomó por las muñecas y la apartó de su cuello, lanzándole una mirada que derretiría las piedras, como advertencia.
“No te esperábamos tan pronto. Ya veo que estás mejor de salud”
“Si. He estado curándome en Europa, pero todavía estoy convaleciente. El doctor dijo que el clima de Colorado me vendría bien para recuperarme del todo, y con tus cuidados…”
“Todavía no has saludado a tu hija” cortó Pratt apretando los dientes. No le gustaba el cariz que estaba tomando la situación. Dru miró a su alrededor como buscando algo. Pratt se impacientó “¿Qué diablos buscas, Dru?”
“A Rebeca. ¿Dices que está por aquí?” Pratt levantó las dos cejas ante la pregunta. ¿Es que Dru aparte de pirada estaba también ciega?
“Es ella” masculló con los dientes tan apretados que temía que se le rompieran. Drusilla siguió la mirada de William y abrió los ojos como platos cuando vio a la casi andrajosa niña sobre el poni. Dru sacó un níveo pañuelo de su bolsito de mano y se secó la transpiración de la cara.
“¿Te refieres a ‘esa’?” preguntó señalándola con el pañuelo. Pratt soltó un sonoro taco que hizo que las tres mujeres se ruborizaran y cerró después los ojos intentando calmarse. “Lo siento, querido pero es que por su aspecto… desaliñado pensé que era la hija de esa criada. Hola Rebeca” ahora fueron los ojos de Elizabeth los que se clavaron sobre ella como puñales. Se tragó con esfuerzo la respuesta que merecía la arpía que se llamaba a sí misma madre de Becky, ya que al fin y al cabo era una criada, pero Pratt no fue tan sutil.
“Si te mordieras la lengua, morirías envenenada, querida” hizo énfasis en la última palabra, fulminándola de camino con la mirada “Venimos de pasar el día en campo, y para tu información Elizabeth no es una criada, es mi…”
“… ama de llaves” completó Elizabeth sin pensarlo. Ahora tres pares de ojos la miraban, cada uno a su manera. Los de Dru curiosos, los de Becky, asombrados y los de Pratt… mejor no pensarlo. Xander se mantenía al margen de la conversación, fascinado. Estaba apoyado contra uno de los postes del cercado de la casa sin perderse detalle.
“¿Podríamos entrar en la casa? Llevo más de una hora al sol, ya que el impertinente de tu capataz no me ha dejado entrar” ahora los ocho pares de ojos fueron hacia Xander, que levantó las manos en señal de paz. Pratt miró nuevamente a Dru, esta vez con una sonrisa malvada en los labios. “¿Podrías pedirle que entrara mi equipaje? Lo necesito. He traído unos preciosos vestidos para Rebeca del mismísimo París. La voy a convertir en una auténtica muñequita”
“El impertinente de mi capataz solo cumplía mis órdenes. Nada de dejar pasar a extraños a mi hogar y en cuanto a tu bloody equipaje…” Dru hizo como que no le oía. Se volvió hacia la casa y comenzó a caminar. Pratt soltó una retahíla de improperios, pero la siguió. “Harris, ocúpate que un par de hombres meta el equipaje de Drusilla en casa. Ahora”
“Si, jefe” Pratt desapareció dentro de la casa y Xander se echó a reír. Becky se había bajado del poni, un poco aturdida por la situación y Elizabeth buscaba la forma de hacerlo sin partirse la crisma. “Espera, Elizabeth” dijo sin dejar de reír, bajándola sin dificultad de la yegua.
“Gracias” Elizabeth se sacudió la ropa y después tomó la mano de la niña, que se resistía a entrar. “Vamos, cariño”
“No me gusta mi… esa mujer. Es mala y le tengo miedo” dijo Becky con rotundidad.
“Es solo que está cansada del viaje. Ya verás cuando la conozcas mejor como cambias de opinión. Además, yo voy a estar aquí contigo y tu papá también. Es solo cuestión de tiempo, ya verás”
Becky suspiró y se rindió. Ambas entraron en la casa. Dru estaba mirándolo todo con interés, mientras William tomaba un vaso de lo que parecía whisky, apoyado en la chimenea.
“Esto está casi igual que cuando me marché ¿No eres rico?” la pregunta tan directa no hizo mella en Pratt que ni se inmutó. Elizabeth y Becky se quedaron calladas, esperando la respuesta.
“No quiero que este sea mi hogar definitivo. Tengo la intención de hacer una nueva casa cuando le compre las tierras a ese terco del Reverendo Giles”
“¿De verdad? Quizás te pueda dar unas ideas sobre eso. He visto unas mansiones que ni te imaginas en mi viaje por Europa: Casas de dos y tres pisos, con habitaciones para criados, cocinas inmensas y baños increíbles. Y los dormitorios…” Dru le guiñó un ojo a Pratt que no pasó desapercibido para Elizabeth que sintió unas ganas inmensas de retorcerle el cuello a la ex esposa de su jefe. Nunca había experimentado los celos, ni sabía lo que era desear hacer daño a alguien para defender lo suyo, cuando vio a Dru besar a William en el porche hacía un rato… Dru continuó con su descripción y ella se obligó a sí misma a calmarse “…tienen unas enormes camas con dosel y cuatro postes, rodeados de sedas y edredones de plumas y…”
“Tengo que volver al trabajo” la cortó Pratt, tras beberse de un trago el whisky. No soportaba ni un minuto más la insulsa conversación de Dru “No me esperéis para cenar”
Las tres mujeres vieron salir al dueño del Rancho Pratt, pero ello no las relajó. La falsa sonrisa de Dru desapareció de repente, tornándose en una mueca de desprecio al mirar directamente a Elizabeth. Ella alzó los hombros y levantó la cabeza. No se iba a dejar intimidar por esa arpía, costara lo que costara.
Capitulo 17
“Supongo que ocuparé mi antigua habitación, así que ordena que suban agua caliente y ve deshaciendo mi equipaje” Elizabeth giró la cabeza hacia atrás, de forma irónica como si Drusilla hablara con otra persona. Eso enfureció a la ex señora Pratt que la fulminó con la mirada “Eres el ama de llaves, ¿no? Pues cumple con tu trabajo”
Elizabeth se mordió los labios de rabia. Si, ella había dicho que era el ama de llaves para evitar que William anunciara que estaban comprometidos –más o menos- y ahora la mentira le estaba pasando factura. Miró de soslayo a Rebeca que las observaba a ambas sin pestañear. La niña parecía divertida con la situación, pero también temerosa, y no era de extrañar. Su madre parecía un cadáver andante. Tenía los pómulos muy marcados, ojeras y la piel más pálida que Elizabeth había visto en su vida.
“Tengo que ocuparme de Rebeca, principalmente. El puesto de ama de llaves lo ejerzo en mis ratos libres, cuando es necesario, pero habitualmente me dedico solo a Becky. Si necesita agua caliente, ahí tiene el hornillo o la chimenea. Y en cuanto a su equipaje…” Elizabeth se detuvo antes de terminar la grosera frase que se le había venido a la mente, más que nada en deferencia a su pupila, la cual sonrió al ver la cara de enojo de Drusilla.
“Hablaré de esto con William” la amenazó “La pondrá rápidamente en su sitio”
“Por supuesto” Elizabeth sonrió ampliamente, tomando a Becky de la mano “Ahora si nos disculpa, tenemos que prepararnos para la cena”
Drusilla vio como las dos desaparecían de su vista y su enojo aumentó. ¿Quién se había creído que era la tal Srta. Summers? Actuaba como si fuera la dueña de la casa. Palideció aún más. ¿Sería posible que esa mosquita muerta estuviera acostándose con William? Si era así, maldeciría el día que había puesto los ojos en él.
William bebió el último trago de la botella de whisky maldiciendo su suerte por enésima vez esa noche. ¿Es que Drusilla no podría haber aparecido un par de días después cuando todo entre Elizabeth y él estuviera claro? No. Tenía que aparecer justo en medio del jaleo. Cuando doña ‘Soy una mujer independiente y no necesito a un hombre’ había decidido entregarse a él y después ‘si te he visto no me acuerdo’. Doña difícil. Y allí estaba él, medio borracho, apurando al máximo el tiempo para volver a casa. No quería ver a Drusilla, maldita fuera. No quería encontrársela ‘por casualidad’ en camisón de seda, intentando seducirle, como hizo la primera vez.
Lo que sí quería era estar con Elizabeth. Hablar con ella. Dormir con ella. Hacer otras cosas con ella que no fueran hablar ni dormir. ¿Y por qué no lo hacía? Por cobardía. Temía presentarse en su habitación y ser despachado sin miramientos. Claro que si no lo intentaba…
Hizo ademán de levantarse, pero no lo consiguió. Estaba más borracho de lo que pensaba. Cerró los ojos un momento, intentando despejarse y entonces un intenso olor a café hizo que abriera los ojos de golpe. Justo delante de la nariz tenía una humeante taza del negro líquido.
“Gracias. Era justo lo que necesitaba”
“Lo que necesitas es dormir la mona, jefe. ¿Por qué no te vas a casa?” Pratt miró con el ceño fruncido a su capataz, que se había sentado a su lado en el árbol.
“No quiero ver a esa bruja”
“Hace un par de horas que se apagaron todas las luces de la casa” Pratt miró hacia la construcción, no muy convencido “No te va a morder”
“Yo no estaría tan seguro, joder” William bebió un buen trago de café e hizo una mueca, de lo fuerte que estaba “¿Tú que haces levantado a estas horas? ¿Hay algún problema?”
“Acabo de llegar de la ciudad. De estar con Anya. Vi la luz de tu cigarrillo desde lejos y supuse que necesitabas compañía”
“No quiere casarse conmigo”
“¿Dru?”
“Elizabeth. Me ha rechazado, otra vez” Harris suspiró intentando inspirarse. No es que supiera mucho de mujeres, pero esa en concreto le parecía bastante difícil de manejar.
“Dale un poco de espacio y tiempo. Tiene que estar bastante confusa, y más con la llegada de Dru”
“Supongo” Pratt apuró el café y esta vez su intento por levantarse funcionó “Creo que seguiré tu consejo e iré a acostarme. Quedan pocas horas para amanecer. Tú deberías hacer lo mismo”
“Sí. Estoy agotado. Anya no se cansa nunca”
“Ahórrame los detalles, por favor” Xander sonrió, palmeándole la espalda a su jefe tan fuerte que a punto estuvo de derribarlo de nuevo “Recuérdame mañana que te zurre. Hoy estoy hecho polvo”
“Lo haré. Buenas noches, jefe”
“Buenas noches, Harris”
Los dos hombres se separaron, cada uno hacia su destino. Pratt entró en casa a trompicones, intentando no chocar con los muebles. Diablos, hacía años que no la cogía tan grande. Pasó por delante de la puerta de Elizabeth y se detuvo, titubeante. Pasaba de la media noche. ¿Estaría todavía despierta? ¿Y si lo comprobaba? Intentó abrir la puerta, pero la muy maldita se resistía. Esa puerta en concreto no abría ni cerraba bien, y hacía un ruido de mil demonios al intentarlo. En un minuto, Drusilla estaría asomando la nariz por su puerta, y le jodería la noche. Empujó un poco con el hombro y por fin la puerta se abrió.
William se coló dentro de la habitación, cerrando con llave por dentro. No quería que nadie los molestara. La habitación estaba totalmente a oscuras. Solo se distinguía un bulto sobre la cama. Se imaginó a Elizabeth totalmente desnuda sobre las sábanas y su erección se disparó de igual manera que su imaginación. Dios, estaba borracho, pero no impotente. Avanzó a tientas por la habitación y se inclinó sobre la cama, intentado distinguir los rasgos de su dama, cuando todo se volvió negro.
Elizabeth estaba intentando dormir cuando lo oyó. Alguien estaba intentando entrar en su dormitorio. ¿Y si era esa loca de Drusilla para hacerle daño? Durante la cena la estuvo mirando como si fuera su peor enemigo. Le lanzaba miradas afiladas cargadas de odio. Apenas le dirigió la palabra, aunque sí que estuvo simpática con Becky. La niña por su parte se limitó a contestar educadamente a sus continuas preguntas y se retiró rápido a su dormitorio en cuanto pudo. No le gustaba para nada su madre, y se notaba. Era algo que la niña y ella tenían en común.
Cuando quedaron solas, Dru se levantó de la mesa y se fue a su dormitorio sin ni siquiera mover un plato. Desde luego había asumido de nuevo su papel de señora de la casa. Se comportaba como si fuera la esposa de Pratt y el tiempo no hubiera pasado. Le daban ganas de escupirle en la cara que William le había propuesto matrimonio a ella, y que iba a aceptar, para así borrarle de la cara esa expresión de superioridad que tenía cada vez que la miraba. Sin embargo no lo hizo. Todavía no tenía muy claro si aceptar o no y no quería precipitarse por orgullo.
Cuando el ruido de la puerta se hizo más insistente, saltó de la cama y se ocultó tras la cortina, pensando qué hacer. Necesitaba un arma por si tenía que defenderse. Justo cuando la puerta se abría, ella tenía en sus manos el orinal de hierro que un momento antes estaba bajo la cama. Volvió corriendo tras la cortina y esperó a que el intruso entrara. La oscuridad era casi completa. Esa noche no había luna y apenas lograba distinguir la sombra de una figura algo vacilante.
Elizabeth se mantuvo inmóvil, asiendo firmemente su improvisada arma. Cuando el intruso se inclinó sobre la cama, reaccionó. Saltó hacia él y le golpeó la cabeza con el orinal, viendo con satisfacción como caía inmóvil sobre la cama boca abajo, con las piernas colgando fuera de ellas. Esperaba no haberle dado demasiado fuerte a su visitante nocturno, aunque fuera la arpía de Drusilla.
Dejó el orinal en el suelo y fue a encender la lámpara de queroseno que tenía sobre la mesita de noche. La cogió y con ella iluminó la figura que yacía inerte sobre su cama. Casi la soltó al reconocer a su jefe al intruso que había abatido con el orinal.
“¡Oh Dios mío!” Elizabeth subió la llama al máximo, dejando la lámpara sobre la mesita para tener las manos libres. Tanteó la cabeza de Pratt y descubrió un gran chichón, aunque no sangre, lo que la alivió. “Eso te pasa por colarte donde no debes” le reprendió como si pudiera oírle.
Lo giró con cuidado y acercó el oído hasta su pecho, comprobando que su corazón latía con normalidad. Después acercó el oído hasta su boca y también comprobó que respiraba bien. Y por su aliento pesado, que había bebido. Lo que le faltaba.
William estaba inconsciente y borracho encima de su cama. ¿Qué iba a hacer? Ella sola no podía sacarlo de la habitación, así que lo único que le quedaba era esperar a que se despertara solo y después se fuera. Y que eso sucediera antes de que amaneciera y Dru les descubriera.
Capitulo 18
Elizabeth pasó los siguientes minutos intentando poner cómodo a su jefe. Cuando despertara no iba a estar de muy buen humor, así que le quitó las botas y lo tendió en la cama con cuidado, pasando después un paño húmedo por su cara para refrescarlo, poniéndolo después sobre el chichón.
Pasó una hora y Pratt no despertó, y Elizabeth comenzó a asustarse ¿y si le había dado demasiado fuerte? Paseó por la habitación de un lado a otro, estrujándose las manos, muy nerviosa. ¿Y si pasaban las horas y no despertaba? Quizás necesitaba ayuda médica y ella estaba entorpeciendo su recuperación por un absurdo y tardío pudor.
Miró su cara pálida otra vez y se decidió. Tenía que buscar ayuda. Se envolvió en un chal y salió despacio de la habitación para buscar a Xander. El capataz de Pratt era la persona más indicada para ayudarla. Él sabría qué hacer y con un poco de suerte, nadie más en el rancho se enteraría de lo sucedido esa noche.
Cruzó el prado lo más rápido que pudo y por fin tocó la puerta de la cabaña de Xander. Tuvo que esperar un par de minutos hasta que ésta se abrió con un chirrido y un ojeroso y a medio vestir capataz que bostezaba.
“Necesito que me ayudes, Xander. Se trata de Pratt”
“¿Pratt? Pero si no hace ni un par de horas que lo mandé para casa y estaba bien. Bueno, un poco borracho, pero bien ¿Le ha hecho algo esa arpía de Drusilla?”
“No. He sido yo” Elizabeth dijo las últimas palabras en un murmullo difícil de escuchar. Xander bajó un poco la cabeza y ella alzó la voz “Lo confundí con otra persona y le di con el orinal en la cabeza –para defenderme-“añadió intentando justificar lo injustificable.
“¿El jefe quería hacerte daño?”
“No, no creo. Es que estaba oscuro y… ¿Y si dejáramos de hablar y perder el tiempo? Lleva bastante inconsciente y tengo miedo por él”
“Espera un minuto que me vista” Xander desapareció dentro de la cabaña y salió al momento con las botas en la mano y la camisa puesta pero sin abrochar, aunque sí se había abrochado los pantalones, algo de agradecer.
Caminaron en silencio todo el trecho, hasta llegar a la casa. Elizabeth precedía a Xander vigilando no encontrarse con nadie, como así fue. Un momento después estaban los dos a salvo dentro de la habitación. Xander examinó a Pratt muy serio. Había visto a su jefe caerse del caballo, de toros e incluso de árboles y alguna vez que otra perdió el conocimiento, pero no tanto tiempo. El chichón era considerable y se había puesto morado.
“Creo que deberíamos llamar al reverendo Giles” dijo con voz pesarosa. Elizabeth se puso pálida y casi gritó:
“¡¿Lo he matado?! ¡Oh, Dios mío!”
“No lo has matado. Giles además de reverendo es el médico de la ciudad, tranquilízate”
“¿Y como le vamos a explicar esto?” dijo Elizabeth señalando la cama “Ya me vio salir una vez de su habitación en camisón. Si ahora lo ve a él en mi cama y a estas horas de la noche se pensará lo peor”
“No creo” Xander dudó de contarle a Elizabeth algo que sabía y ella no, pero tarde o temprano iba a enterarse “El ya sabe que estáis comprometidos en matrimonio. Pratt bajó al pueblo el otro día para acallar los rumores. El reverendo está muy contento por la noticia, y las chismosas más contentas todavía”
“Pero ¡¡si yo no he aceptado!!” Elizabeth miró con rabia a Pratt, con un deseo irreprimible de rematarlo, pero se contuvo “Entonces es cuestión de tiempo que todo el mundo lo sepa, incluida esa bruja de Drusilla”
“Estáis hechos el uno para el otro, y tú adoras a Becky ¿Por qué te resistes? Pratt es un buen hombre que ha sufrido mucho, pero sabrá hacerte feliz”
“Tengo miedo”
“¿A sufrir?”
“A ser feliz. Siempre que lo soy le pasa algo malo a alguien que quiero”
“Esta vez no va a ser así, ya verás” Xander le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. El capataz de Pratt era un hombre inteligente y aunque a veces hacía un poco el tonto, era de fiar. “Bueno. Ensillaré un caballo e iré a buscar a Giles”
“No tardes” Xander fue a salir cuando Pratt comenzó a moverse en la cama. Los dos se acercaron rápidamente a él, observando como abría los ojos y miraba a su alrededor, completamente desorientado.
“¿Qué ha pasado?” dijo a duras penas. Xander fue el primero en contestar.
“Un pequeño accidente ¿Cómo te encuentras?”
“Como si un toro me hubiera pateado la cabeza” Pratt se llevo la mano a la zona dolorida y se la tocó con cuidado, ahogando una maldición al sentir el pulsante dolor “¿Por qué estoy en esta habitación?”
“¿Es que no te acuerdas?” Pratt negó con la cabeza, maldiciéndose a sí mismo por provocarse otro dolor “Viniste buscando a Elizabeth, supongo”
“¿Elizabeth? ¿Quién es Elizabeth? ¿Dónde está Dru?”
Xander miró a la institutriz que estaba medio escondida al otro lado de la cama. ¿Qué estaba pasando allí? Era normal que su jefe hubiera perdido momentáneamente la memoria debido al golpe, pero que no se acordara de Elizabeth y preguntara con esa ansiedad por Dru…
“Elizabeth es…”
“El ama de llaves” volvió a decir ella, cortando la confesión que iba a hacer Xander. William parecía conmocionado y era mejor dejarlo descansar y esperar para ver si recuperaba la memoria por sí solo. “También soy la institutriz de Becky”
William la miró por entero un par de veces, intentando recordarla, pero fue inútil. Sí, se acordaba que tenía una hija que se llamaba Rebeca, pero no tenía ni un año… Y tampoco entendía por qué estaba acostado en una cama que no era la suya o la de su esposa. Aunque últimamente las cosas entre ellos no iban muy bien, de vez en cuando compartían lecho. Todo estaba tan confuso en su mente…
“Ayúdame a llegar a mi dormitorio” Xander lo agarró del brazo y ambos caminaron hacia la puerta. Allí Pratt se detuvo, volviéndose para encarar a Elizabeth “Ya aclararemos esto, Srta.…”
“Summers” completó ella. El asintió levemente y después salió con Xander.
Elizabeth parpadeó varias veces, intentando volver a la realidad. ¿William no la recordaba pero recordaba a su ex esposa? ¿No recordaba que se habían divorciado años atrás? ¿Tampoco se acordaba de lo ocurrido entre ellos en la catarata? Eran muchas preguntas sin respuesta. Miró a la ventana y suspiró. No faltaba mucho para amarecer y Becky se levantaría. ¿Cómo le iba a explicar el ‘accidente’ a su pupila? Eran ya demasiados accidentes los sufridos por su padre a sus manos.
Se lavó y vistió en un santiamén y después fue con sigilo a la habitación de Pratt para llevarle las botas. Xander le había ayudado a desnudarse por completo y ya estaba metido en la cama, tapado hasta la cintura.
“Solo vine a traer esto” Pratt miró las botas y enarcó una ceja “¿Se encuentra bien?”
“Todo lo bien que se puede estar después de haber recibido un buen mamporro con un jodido orinal” refunfuñó Pratt. Elizabeth miró a Xander enfadada. El capataz le sonrió, encogiéndose de hombros. Pratt le había preguntado y él había respondido a sus preguntas, excepto a la razón por la que creía que estaba en la habitación de la institutriz de su hija. Al fin y al cabo el pensaba que seguía casado con la zorra de Dru, y hasta que Elizabeth no se lo aclarara o la misma Dru, él se mantendría callado.
“Voy a preparar el desayuno” intentó escabullirse Elizabeth “¿Le traigo algo?”
“No va a ir a ninguna parte hasta que me aclare lo sucedido esta noche” Pratt se incorporó un poco, con lo cual la sábana se bajó aún más, dejando ver más de su amplio pecho y sus perfectos abdominales. Elizabeth tragó saliva e intentó concentrarse en la cara de Pratt. Si seguía comiéndoselo con la mirada, él sospecharía. “Puedes irte Xander, y nada de llamar a Giles”
“Como quieras, jefe” Xander se fue dejándolos solos. Había sido una mala idea ir a llevarle las botas a su habitación. Ahora no tenía escapatoria. Si él le preguntaba, tendría que contarle la verdad: que había ido a su habitación a dormir con ella y no sabía cómo reaccionaría él ante esa noticia.
Capitulo 19
William le hizo un gesto con la cabeza para que se acercara más. Elizabeth avanzó, levantando la barbilla. No tenía nada que temer. Lo único que tenía que hacer era contarle la verdad y esperar su reacción, pero, ¿y si no la creía?
“¿Y bien?”
“¿Seguro que no se acuerda de nada?” le preguntó Elizabeth mirándolo directamente a los ojos.
“Relacionado con nosotros dos, no. Xander me ha puesto al día de algunas cosas, pero necesito saber qué hacía en su dormitorio a esas horas, ya que estoy casado”
“Divorciado” vale, ya lo había dicho. William levantó las dos cejas, ladeando ligeramente la cabeza en un gesto que Elizabeth conocía perfectamente. Pratt no la creía “Su esposa y usted se divorciaron hace unos nueve años. Rebeca tiene ahora nueve y Dru está aquí de visita, por decirlo de alguna forma”
“¿Han pasado casi diez años y no lo recuerdo?”
“Eso parece”
“Bueno… supongo que no tiene por qué mentirme… aunque todavía no me ha dicho qué hacía en su dormitorio” Elizabeth bajó la mirada, sonriendo levemente. Pratt enarcó una ceja “¿Qué es tan gracioso?”
“Lo siento. Me acaba de venir a la mente el momento en el que…” Elizabeth se calló al verle apretar los dientes. Sí, él sabía que se refería al momento ‘orinal’ “Nosotros… no sé cómo decir esto…”
“¿…Tenemos una aventura?” completó Pratt intentando ayudar.
“No. Usted…”
“No me diga que entré a su dormitorio e intenté propasarme y por eso me zurró con el orinal…”
“¡No!” casi gritó ella, alarmada por el tono de voz de Pratt. Realmente parecía horrorizado con la idea “Me pidió que fuera su esposa. Tuvimos una discusión, después se presentó Drusilla y usted bebió. Supongo que vendría a mi dormitorio para… hablar del tema”
“¿¡Es usted mi prometida?!”
“No. Le rechacé”
“¿Me rechazó? Bloody hell ¿y por qué?”
“Es una historia muy larga… yo…”
“No le gusto”
“¡No es eso! Le pedí tiempo, pero usted es demasiado impaciente”
“Si, la paciencia no es mi mayor virtud” reconoció Pratt sonriendo. “Bueno, supongo que ahora tendrá tiempo para pensárselo. Hasta que recobre la jodida memoria.” Elizabeth asintió con la cabeza “¿Por qué me golpeó?”
“Estaba oscuro y le confundí con otra persona”
“¿Alguno de mis vaqueros la ha molestado?”
“No, bueno sí, al principio, pero ya no trabaja aquí”
“Entonces…”
“Creía que era su ex esposa. No le caigo muy bien que digamos”
“¿Sabe ella que yo…?”
“No. Acababa de llegar, pero ha dejado claro que no le gusto en absoluto” Pratt suspiró hondamente y se acomodó mejor en la cama. Todavía le dolía la cabeza, y las últimas confesiones de Elizabeth le habían dejado aturdido. “Será mejor que vaya a ver si Rebeca se ha levantado ya. Tengo que avisarla de lo que ha pasado para que no se asuste. Si me disculpa…”
“Espere. Tengo una última pregunta ¿Por qué le pedí que nos casáramos? ¿Hay algo más entre nosotros que no me ha contado?”
Elizabeth se sonrojó. Dios, ¿por qué tenía Pratt que ser tan curioso? Bueno, tarde o temprano recobraría la memoria, así que ¿qué importaba? Se aclaró la garganta y le miró directamente a los ojos. Él estaba expectante y por su expresión burlesca, Elizabeth juraría que sabía su respuesta.
“Pues… resulta que…”
“¡William, querido! ¿Estás bien?” Ambos giraron al oír la voz de Dru. Elizabeth la maldijo en silencio. ¿Qué hacía esa bruja allí vestida solo con un camisón y una bata tan liviana que se podían adivinar sus formas bajo ella? Miró a Pratt para ver su reacción, sin embargo, él parecía impávido, tal vez molesto por la interrupción.
“Estoy bien, Dru, gracias” dijo secamente. Según Elizabeth, estaban divorciados, aunque no se acordaba por qué, pero el hecho de que Rebeca tuviera una niñera significaba que la niña vivía con él y que Drusilla le había abandonado. Recordó vagamente las sospechas que tenía sobre la supuesta relación de ella con su amigo Liam. Un rumor que corría de boca en boca por toda la ciudad y que él no estaba dispuesto a creer. Hasta ahora ¿Qué había pasado realmente? Dios, estaba deseando recuperar la memoria.
“Me quedaré a hacerte compañía mientras la Srta. Summers nos prepara el desayuno, ¿Te parece, cariño?” Elizabeth apretó los dientes y William enarcó las cejas. ¿Qué estaba pasando allí? ¿Dru estaba coqueteando con él abiertamente? ¿Sabía lo de su memoria?
“Prefiero descansar un poco. Si sois tan amables las dos…” Pratt señaló la puerta con la cabeza y se deslizó entre las sábanas. Se sentía incómodo con las dos mujeres allí y necesitaba tiempo para pensar. Elizabeth salió al momento y tras dudar un segundo, Dru la siguió, murmurando algo por lo bajo. William cerró los ojos y trató de recordar en vano algo. Después sin darse apenas cuenta, se quedó dormido profundamente.
Elizabeth se pasó la mañana evitando a Drusilla. Le fue relativamente fácil, ya que ella no paró de revolotear por la habitación de William. Ella se dedicó a Rebeca. Le contó por encima lo que le ocurría a su padre y tras visitarlo, ambas se dedicaron a dar clase, sentadas cómodamente en el porche de atrás.
Ya casi anocheciendo Pratt apareció en la cocina. Dru se había empeñado en llevarle el almuerzo a la cama, y por supuesto a acompañarlo, así que la niña y ella almorzaron solas, lo que fue de agradecer.
Elizabeth estaba poniendo la mesa cuando William apareció. Tenía mejor aspecto que por la mañana, aunque se le notaba cansado.
“¿Se encuentra mejor, Sr. Pratt?”
“Si te he pedido matrimonio lo menos que podemos hacer es tutearnos, ¿no?” contestó él con una mueca irónica.
“Como quieras” Elizabeth añadió dos cubiertos más a la mesa y se volvió para seguir asando filetes extras. Suponía que Drusilla se uniría a la cena, ahora que Pratt lo había hecho.
“¿Dónde está Rebeca?”
“En su dormitorio con Drusilla. Ella se empeñó en que se pusiera para cenar uno de los modelitos que le ha traído de Francia”
“¡Oh Dios mío! Seguro que Becky estará horrorizada. No le gustan nada los vestidos”
“¿Te acuerdas de eso?” preguntó Elizabeth girándose hacia él.
“No, pero me lo ha confesado ella esta mañana. Estuvimos hablando más de una hora. Creo que le tiene miedo a su madre”
“Puede ser. Dru trata a Becky como si fuera una muñeca de porcelana con la que jugar, más que como una madre cariñosa. ¿Has recordado algo?”
“No, pero ya no me duele la cabeza, gracias a Dios”
“Me alegro” Elizabeth pasó junto a William para dejar un plato en la mesa y él la atrapó por la cintura, atrayéndola hacia él “¿Qué haces?”
“Nada. Solo quería comprobar una cosa” William bajó la cabeza con rapidez y la besó en la boca. Elizabeth gimió y se apretó contra él, incapaz de rechazarlo. William la levantó un poco, acercándola hacia su erección todavía más, intensificando el beso. Estuvo tentado de ponerla sobre la mesa y concluir lo que había iniciado, pero el sentido común se impuso. Becky podría entrar en cualquier momento y descubrirlos. Muy a su pesar la soltó despacio, no sin antes apretar sus glúteos con ambas manos y gruñir de frustración.
“¿Qué… qué querías comprobar?” le preguntó Elizabeth cuando recuperó el aliento y la facultad de hablar.
“Que hay química entre nosotros. ¿Seguro que solo quería hablar anoche cuando entré en tu habitación? Porque…”
Elizabeth fue a contestar, pero un ruido de pasos se lo impidió. Antes de que Dru y Becky entraran en la cocina, se echó agua en la cara para refrescarse y se recolocó la ropa. William se sentó a la mesa, sin levantarse cuando las dos mujeres entraron. Prefería que le tomaran por un patán antes de que su hija viera el estado en que se encontraba.
“Hola papá, ¿Cómo estás?”
“Bien, cariño. Tú estás preciosa con ese vestido”
“Dru dice que una señorita debe de cenar bien vestida, aunque yo prefiero los pantalones”
“Bueno, estás en tu casa y puedes vestir como quieras” dijo el ranchero mirando hacia su ex esposa. Dru también se había arreglado. Él diría que demasiado. El vestido de seda que llevaba puesto encajaría mejor en el salón de una mansión de Europa que en su rancho. Comparó a la que fue su mujer con Elizabeth. Ella se había puesto un sencillo vestido amarillo de flores, pero estaba preciosa. Aún sin maquillaje, su piel era perfecta y sus gestos naturales. Dru sin embargo iba excesivamente maquillada y no paraba de moverse por la habitación, moviendo exageradamente las caderas, buscando su atención. “¿Cenamos? Tengo hambre”
“Por supuesto, querido” Dru se sentó a la mesa sin intención de ayudar a Elizabeth. Pratt apretó los labios. El mismo se levantaría a ayudar si no fuera por su… pequeño problema en la entrepierna. Sin embargo, Becky si fue a ayudar a Elizabeth que le agradeció el gesto con una sonrisa. “Rebeca, cariño, te vas a ensuciar el vestido ¿Por qué no te sientas y dejas a la Srta. Summers hacer su trabajo?”
“Elizabeth no es una criada en esta casa, Dru” Pratt iba a añadir que pronto sería su esposa pero, ¿Y si Elizabeth lo rechazaba otra vez? Había hablado con su capataz extensamente esa tarde, y él le había puesto más que al día. Por lo visto ella le había rechazado en dos ocasiones, y todavía se lo estaba pensando. ¿Estaría enamorado de Elizabeth? Porque desearla, la deseaba, de eso no le cabía la menor duda, y ella a él también, la respuesta a su beso se lo había confirmado.
“¿Ah no?”
“No. Ahora deja de comportarte como una bruja y ayuda un poco”
Dru miró con odio a Elizabeth he hizo intención de levantarse, pero ella se lo impidió, poniéndole una mano sobre el hombro.
“No se moleste, Drusilla. Ya lo tengo todo listo y me basta con la ayuda de Becky”
Entre las dos terminaron de servir la cena y después se sentaron a la mesa. Comieron en silencio hasta que Dru inició de nuevo la conversación como si nada hubiera ocurrido.
“Rebeca me ha contado que la has llevado a la cascada. ¿Podríamos ir juntos mañana? Hace mucho tiempo que no me llevas allí”
“Estaré muy ocupado. Harris me ha comentado que llegan dos caballos nuevos y tengo que echarles un vistazo”
“¿Y pasado mañana? He añorado tanto ese lugar. ¿Te acuerdas cuando tú y yo…”
“Voy a salir a tomar el fresco, ¿Me acompañas, Elizabeth? Quiero comentarte una cosa” la cortó William antes que dijera nada impropio. Allí fue donde Rebeca fue engendrada y Dru parecía dispuesta a revelarlo sin importarle nada.
“Yo… tengo que quitar la mesa y limpiar la cocina” se disculpó mirándolo un poco enojada. Por lo que iba a decir Dru dedujo que ella y William habían estado allí más de una vez, y no para charlar, precisamente. El hecho de que entonces estuvieran casados o prometidos no impedía que sintiera unos celos terribles al imaginarlos juntos en el mismo sitio que le hizo el amor a ella.
“Dru lo hará y Becky le ayudará, ya que tú has preparado toda la cena, ¿no es así Dru?” su ex lo fulminó con la mirada, pero asintió con la cabeza. No le quedaba más remedio que mostrarse sumisa si quería recuperar su posición en la casa, y a William y su dinero de camino, aunque eso le reventara las tripas.
Capitulo 20
La pareja se alejó caminando despacio, hasta que la casa quedó lo suficientemente lejos como para ser vistos u oídos. William se paró bajo un árbol y se apoyó en el con un suspiro mientras encendía un cigarrillo y le daba una larga calada. Elizabeth lo miraba en silencio, no sabiendo muy bien qué hacer ni decir.
“No sigo enamorado de ella, ¿verdad?”
La pregunta la dejó descolocada. Realmente no sabía cual era el sentimiento de Pratt sobre su ex esposa. Cierto que él había dado muestras de odiarla profundamente por su traición, pero tal vez bajo esa máscara se escondía todavía un profundo amor.
“¿No recuerdas tus sentimientos por ella?”
“Bueno, recuerdo que la amaba en su momento, pero también recuerdo que los últimos meses no nos llevábamos muy bien” Pratt dio otra larga calada a su cigarrillo y prosiguió hablando “Lo último que recuerdo sobre ella, es la sospecha de que tenía un amante”
Elizabeth decidió que lo mejor era ser directa y franca. Después de todo no le debía nada a esa arpía llena de huesos. “Lo tenía. Se fugó con él. Creo que se llamaba O’Shea…” Pratt comenzó a toser de la impresión. Elizabeth pensó que tal vez había sido demasiado franca y directa.
“¡Bloody hell! ¿Liam?” consiguió preguntar el ranchero tras recuperar el aliento.
“Si. Lo siento. Creo que erais amigos”
“Éramos algo más que amigos. Hermanos. Él era unos años mayor que yo, así que me instruyó en muchas cosas… Era casi un padre para mí”
“Esas cosas ocurren a veces”
“¿Lo dices por experiencia? Lo siento, pero no recuerdo nada de tu historia. ¿Podrías refrescarme la memoria en ese sentido? Desde el principio, por favor” Ella asintió con la cabeza. Pratt le hizo un gesto para que se sentara en el suelo, junto a él. Elizabeth miró el cielo estrellado y suspiró.
“No hay mucho que contar. Mis padres tenían dinero, pero murieron en un accidente y mi prometido me abandonó cuando se enteró que no tenía nada que heredar. Apenas me quedaban unos dólares cuando leí tu anuncio y te escribí”
“¡El muy bastardo…! ¿Estabas muy enamorada?” Elizabeth negó con la cabeza.
“Entonces creí que sí. Parker era un hombre encantador, de esos que se hacen los sensibles para atrapar a las chicas tontas como yo. Y caí como una idiota”
“El amor nos vuelve idiotas”
“Pero en una mujer es diferente… Yo… me entregué a él pensando que me amaba de verdad, pero no fue así. No le importó dejarme sin tan siquiera despedirse, ni una explicación… ¿Sabes? La noche que hicimos…” Elizabeth se detuvo un poco cohibida. Apartó la mirada, pero volvió a mirar a Pratt cuando él se la tomó suavemente y la apretó para darle su apoyo “Me dejó sola en la habitación del hotel. Desperté sola. ¿Tú también hacías so? ¿Dejabas sola a Harmony después de tener relaciones sexuales con ella?
“¿Qué yo qué con quien?” Pratt casi se atragantó de nuevo con el humo, por lo que optó por apagarlo en el suelo.
“¿Tampoco te acuerdas de tu amante?”
“Joder no. Además, esa mujer es un poco… simple, por decirlo con suavidad. Tiene el cerebro de una habichuela y de lo único que puedes hablar con ella es de moda”
“Bueno, supongo que cuando ibas a visitarla no era para hablar, precisamente” casi gruñó Elizabeth. Pratt soltó una sonora carcajada. Dios, si que tenía humor la chica.
“Supongo que no” concedió limpiándose un par de lágrimas que mojaban sus ojos por la risa. “En fin, tengo una pregunta apremiante ¿He cortado mi relación con Harm? Vamos, digo si tú lo sabes, porque si te he pedido en matrimonio lo correcto es cortar con las amantes primero”
“¿Tienes más de una?” preguntó con recelo Elizabeth.
“Bollocks, espero que no. Me sobra con una ex esposa, una amante y una prometida”
“Me dijiste que la habías dejado”
“Genial. No sabes el peso que me quitas de encima” ambos se quedaron en silencio un momento. Pratt no sabía como formular la siguiente pregunta sin ofender a la dama, pero solo había una forma “¿Nosotros hemos… dormido juntos?” bueno, pensó. Al final le había salido la versión sutil.
“Dormir, dormir… yo diría que no. Pero hicimos el amor en la cascada el otro día, si es lo que pretendías preguntar”
Pratt la miró fijamente a los ojos, buscando en ellos. No se la veía avergonzada, ni tímida.
“Sí, eso era lo que quería saber” confirmó Pratt alargando las manos y atrayéndola hacia por la cintura hasta sentarla sobre su regazo. Elizabeth fue a protestar, pero él ahogó sus palabras con un beso rápido e intenso. Cerró los ojos y abrió su boca para él, devolviéndole el beso con toda su alma. Él gimió bajo su boca, moviéndola hasta colocarla sobre su incipiente y dura erección.
“Por favor, por favor…” logró decir Elizabeth cuando él detuvo el beso para que ambos cogieran el necesario aire.
“¿Qué? Por favor qué ¿Quieres que pare?” Elizabeth no contestó. Cruzó las manos tras su nuca y lo atrajo de nuevo hacia ella, buscando de nuevo sus labios. Pratt gruñó mientras peleaba con los botones de su camisa. Necesitaba sentir la cálida piel de ella entre sus manos con urgencia, así que dio un fuerte tirón y abrió la prenda sin miramientos. Elizabeth sintió el viento sobre sus pechos, bajo la fina camisola que los tapaba. William llevó su mano a uno de ellos y lo acunó, arrancando más gemidos y súplicas de ella. Dios. William se estaba volviendo loco por poseerla allí mismo, sobre la hierba.
“Estamos muy cerca de la casa. Podrían vernos” le dijo a Elizabeth en un susurro al oído. Ella levantó su enturbiada mirada, apoyándose en sus hombros con las dos manos. Solo tenía que elevarse y abrir las piernas para cabalgar sobre él. Tan solo los separaba un par de capas de ropa, pero eso no era problema. Su larga falda los taparía, si eran sorprendidos. William sopesó la situación, desechando la idea de tomarla a escasos metros de la casa, y más con Dru rondando por allí. “Lo siento, pet, pero tendremos que dejarlo por ahora”
“Yo… yo… no sé qué decir. Pierdo la cabeza cuando me tocas” Pratt sonrió, dándole un último beso antes de apartarla de si. Elizabeth hizo un puchero, pero no protestó. Sabía que él tenía razón.
“Vuelve a casa. Yo iré en un momento” Elizabeth levantó una ceja sin comprender, y él miró significativamente su erección.
“Oh, Si. Entiendo” Pratt se levantó y la ayudó a ella a incorporarse. “Siento lo de la blusa. Si la remetes en la falda y te la cruzas nos se notará… espero”
“Entraré rápido. Además, parece que hay luz en la habitación de Dru”
“Si te dice algo…”
“Sabré contestarle. Buenas noches, William”
“Buenas noches, Elizabeth” Pratt la besó castamente en la frente y la dejó ir. Después suspiró profundamente y encendió otro cigarrillo, intentando pensar en otra cosa que no fueran los pechos de Elizabeth y su estupendo trasero. No deseaba quedarse fuera de la casa toda la noche.
Dru paseaba nerviosa por su habitación, hablando sola. Estaba furiosa. No solo William se había largado con la institutriz ‘a pasear’, Becky también se retiró a su cuarto después de recoger la cocina, sin apenas dirigirle la palabra. ¡Esa mocosa! Si por ella fuera, la tendría castigada contra la pared sin hablar ni moverse durante horas, pero sabía que William no se lo permitiría. Tenía a la niña demasiado mimada, según su parecer, pero no quería hacer nada que la alejara más de él y sus proyectos.
Sintió la puerta de la calle y esperó hasta que la insignificante institutriz entró en su dormitorio. La había visto regresar sola a la casa, así que William no tardaría mucho. Pensó por un segundo en entrar en su dormitorio y esperarle, pero recordando la cara con la que la había mirado antes de salir, mejor era dejarlo para un momento más propicio.
Se quitó la fina bata de color rojo vino que llevaba sobre el camisón del mismo color y se acostó, después de apagar la luz con un fuerte soplido. Ojala pudiera apartar de la misma forma a la estúpida Elizabeth de William.
Pasaron dos días sin novedad para la salud de William. Él había vuelto a su trabajo cotidiano, esperando que la actividad frenética le devolviera sus recuerdos, pero no había sido así, por desgracia. Veía flases inconexos de su vida, pero nada significativo.
Dru seguía agobiándolo con su presencia constante. Más de una vez tuvo que sugerirle amablemente que abandonara su dormitorio, después de habérsela encontrado dentro esperándolo. No recordaba nada de su traición, pero Xander se había encargado de rellenarle los agujeros de información que le quedaban. Los había abandonado, a él y a su hija para irse con O’Shea, y la muy zorra volvía ahora como si nada hubiera pasado. No pensaba caer dos veces en el mismo error, además, tenía a Elizabeth. Sentía algo muy fuerte por ella y solo esperaba recordar para poder pedirle una respuesta a su proposición de matrimonio.
No dudaba que en cuanto su compromiso se hiciera público y oficial, Dru se largaría de nuevo con viento fresco. Lo estaba deseando.
Sintió unos pasos a sus espaldas y se volvió. Estaba en el granero, aventando el heno para su ganado, con el fin de quemar energías. Cada vez que veía a Elizabeth se excitaba como un adolescente con las hormonas revueltas. No importaba que ella no le alentara, que ni siquiera le tocara, solo mirarla a los ojos le producía esa reacción y más de una vez había tenido que irse de la casa, o dejarla con la palabra en la boca para no lanzarse contra ella. Así que por las noches, se iba a la cuadra a desfogarse cepillando a los caballos, o al granero, aventando trigo como ahora.
“William, querido ¿No es un poco tarde para estar aquí?”
Pratt frunció el ceño al ver a Drusilla allí. ¿Es que no lo iba a dejar en paz nunca? Clavó la horca en el montón paja que quedaba a un lado y se limpió las manos en los pantalones vaqueros para ponerse la camisa. No le gustaba nada la forma en que lo estaba mirando su ex.
“Es un trabajo que hay que hacer” dijo secamente.
“Pero tienes peones para eso. Deberías relajarte”
“Estoy bastante relajado, gracias” contestó William intentando esquivarla mientras caminaba hacia la salida. Dru se colocó entre ésta y él con una botella de vino en la mano y dos copas.
“He pensado que podríamos tomar un poco de vino”
“No tengo nada que celebrar, Dru. Ahora si no te importa…” Pratt le señaló la puerta con la mano, apretando los dientes cuando su ex no se movió del sitio.
“Solo quería que charláramos civilizadamente, Willy”
“Es William, y no tenemos nada que hablar, como no sea de la fecha de tu vuelta a París o a donde demonios quieras ir”
“¡Oh William! Te ha convertido en un hombre muy cruel” Dru fingió que lloraba y Pratt se mordió el labio, un poco arrepentido de haber sido tan duro con la mujer que una vez amó.
“Lo siento, pet. Es que han sido unos días muy duros” se disculpó bajando la cabeza y suspirando “Ahora será mejor que volvamos a la casa, estoy hambriento” William rescató la botella y las copas de sus pálidas manos y comenzó a caminar hacia la salida.
“Yo también. Mientras podríamos hablar de la excursión a la catarata. Prometiste que iríamos cuando estuvieras mejor. ¿Qué te parece mañana?”
“Dru…”
“Por favor, William…” Pratt maldijo mentalmente y se rindió. Quizás lo mejor sería darle el gusto y así lo dejaba en paz de una vez. Pero si iban serían bajo sus condiciones.
“Está bien” Dru empezó a aplaudir dando saltitos como si fuera una niña pequeña. ¡Rebeca se parecía tanto a ella y tan poco al mismo tiempo… “Iremos mañana. Tú, Becky y Elizabeth también”
“Pero…”
“Eso no nada” Pratt esperó a que ella hablara. Al final, la morena asintió con la cabeza murmurando algo por lo bajo. Pratt contuvo la sonrisa. El tiro le había salido por la culata. Si esperaba estar a solas con él para seducirlo, el plan le había fallado de todas, todas.
Capitulo 21
Los cuatro cabalgaban en silencio haciendo una fila. Parecía que ninguno de ellos quería hablar lo más mínimo. Elizabeth hubiera preferido quedarse en la casa, pero Pratt prácticamente se lo ordenó y no pudo negarse.
La noche la pasó dando vueltas en la cama. Pratt había ido a su dormitorio para decirle los planes del día siguiente y la cogió con la guardia baja. Pratt tenía un aspecto salvaje, todo cubierto de sudor, despeinado y con un asomo de barba en su perfecta barbilla. Los ojos, casi grises miraron su figura casi expuesta bajo el fino camisón que llevaba, haciéndola enrojecer y desear que él no se fuera.
Pratt pareció sopesar la situación y después de un largo y frustrante minuto de silencio, suspiró, le ordenó que se preparara el día siguiente para ir a la catarata y le deseó buenas noches, saliendo sin hacer ruido.
Por la mañana, después de desayunar habían emprendido el camino y Elizabeth se sintió ensartada por la venenosa mirada que Dru le dirigió sin el menor recato. Sabía que la ex de Pratt la odiaba desde el primer momento en que la vio, y el sentimiento era recíproco. Sin embargo, lo sentía por Becky. La niña lo estaba pasando realmente mal con la visita de su madre. Ojala la excursión terminara pronto. Más bien, ojala Dru se fuera pronto y los dejara tranquilos.
Por fin llegaron al río. Pratt descendió de un salto del caballo y fue a ayudar a desmontar a Becky, que aceptó gustosa su ayuda. Dru le tendió los brazos y el ranchero no tuvo más remedio que ayudarla también. Elizabeth apretó los labios de rabia al ver cómo la muy zorra se agarraba fuertemente a su cuello y se pegaba a su cuerpo mientras se deslizaba al suelo. Pratt la miró fijamente a los ojos, advirtiéndola, pero ella se echó a reír, apartándose después como si nada hubiera pasado.
Elizabeth esperó pacientemente a que Pratt la ayudara a bajar a ella, como hizo por fin, sin embargo, no se demoró cuando la sujetó por la cintura, al revés, la soltó tan rápido como la había cogido.
“Esto sigue siendo igual de precioso, William”
“Si” contestó lacónicamente. Estaba enfadado. No le gustaba que ninguna mujer lo manipulara y Dru era una manipuladora nata.
“¿Damos una vuelta por los alrededores?”
“¡No!” le salió más brusco de lo que pretendía, pero estaba harto de las jugadas de su ex “Vamos a sacar la comida de las alforjas y ponerla a la sombra”
“Yo puedo hacerlo, si quiere pasear con la señora Pratt” dijo Elizabeth remarcando el apellido. Pratt la miró como si quisiera matarla, apretando tanto los dientes que le chirriaron.
“Ex señora Pratt. Y no me apetece pasear. Ataré los caballos”
“Yo te ayudo, papá” dijo Becky contenta de poder alejarse de las dos mujeres. Por como se miraban, estaba segura que se iba a liar una gorda. Padre e hija se alejaron hasta un grupo de árboles que estaban a la orilla del río, donde los equinos podían beber y comer si querían. Pratt los libró de las sillas, y después de acariciarles el lomo, se sentó en el suelo, bajo un árbol con Becky a su lado. “¿Es buena idea dejarlas solas, papi?”
“No lo sé, pero si tu Dru intenta una vez más…” Pratt se calló de repente. Su hija era demasiado inocente y pequeña como para ponerla al día de los tejemanejes sexuales de su madre.
“¿Has recobrado la memoria ya?”
“No. Recuerdo cosas vagas, inconexas, pero cada vez los recuerdos son más numerosos, así que espero recuperarla pronto”
“Yo te puedo contar cosas, si quieres”
“Gracias, cielo, pero es mejor que lo recuerde yo. Xander ya me ha contado lo principal, pero le ha dicho el viejo Giles que mejor dejar que yo lo recuerde todo solo”
“Ah” Pratt se echó hacia atrás, tumbándose completamente en el suelo. Apoyó cabeza sobre las manos, mirando al cielo azul. Becky le imitó, canturreando una cancioncilla.
Elizabeth no esperó a que Drusilla le dijera nada. Tomó la bolsa de la comida, el mantel y las mantas y fue colocando todo bajo una sombra. La otra mujer la miraba sin pestañear, esperando su momento. Cuando vio que Pratt y Becky se tumbaban en el suelo supo que su momento había llegado. Se acercó hacia Elizabeth y le susurró con una voz que helaba la sangre:
“No consentiré que me lo quites. Antes te mato”
“No es tuyo, ni tampoco mío, y ya es lo suficientemente mayorcito para saber lo que quiere” contestó Elizabeth lo más tranquila que pudo, siguiendo con su trabajo.
“Solo está encaprichado contigo. Lo que tuvimos fue demasiado importante como para olvidarlo. William me ama a mí, y voy a recuperarlo, sea como sea. En cuanto recupere la memoria…”
“…te echará a patadas del rancho” completó con maldad Elizabeth “Te tolera por Becky, nada más, así que intenta no cabrearlo mucho con tus patéticos intentos de seducirlo”
“¡Eres una víbora venenosa!” le gritó Drusilla fuera de sí. “Puede que se acueste contigo, pero nunca tendrás un anillo. ¡Recuérdalo!”
Elizabeth miró hacia donde estaba Pratt. Tragó con dificultad y apartó la mirada cuando lo vio levantarse para ir donde ellas estaban. Dru había gritado lo suficiente como para oírla y Elizabeth no tenía ganas de bronca, así que sorteó a Dru y caminó en dirección opuesta a todos ellos.
“Ahora vuelvo. Necesito un momento de intimidad” dijo para que Pratt no la siguiera. Se perdió entre los matorrales, intentando no alejarse mucho. Lo único que le faltaba es perderse y que se la comiera alguna bestia salvaje… o Dru.
Pratt estaba preocupado por Elizabeth. Hacía una hora larga que ella había desaparecido después de la discusión con Dru y no regresaba.
Él aprovechó la ocasión para dejarle las cosas claras a su ex, mientras Becky se echaba una cabezada a unos pasos de distancia.
“Estás agotando mi paciencia, Dru. Puede que no lo recuerde todo, pero sí lo básico: nos abandonaste a tu hija y a mí para largarte con mi mejor amigo. Estamos divorciados y lo nuestro se acabó para siempre. ¿Está claro?”
“Pero William. Lo de Liam fue un error. Tú pasabas mucho tiempo fuera…”
“Trabajando para que tú pudieras comprarte bonitos vestidos y joyas” le recordó Pratt levantando las cejas. Dru no se inmutó.
“No me llevabas a ningún lado, apenas visitabas mi cama…”
“Me pasaba 18 horas trabajando al día, Dru. Apenas si tenía fuerza para quitarme la ropa cuando llegaba a casa. Mucho menos para tus… jueguecitos nocturnos que incluían cadenas y látigos” Si esperaba que su ex se sonrojara o disculpara por sus gustos sexuales, se equivocó. Dru sonrió ampliamente, acercándose a él con claras intenciones. Pratt alargó los brazos para sujetarla apartada de él todo lo que sus brazos permitían. “Dru, no”
“William… por favor. Te necesito” ronroneó intentando acercarse. Pratt se mantenía frío, y eso la enfurecía cada vez más, aunque intentaba ocultarlo. Se revolvió en sus brazos para liberarse y casi lo consiguió. Contaba con la ventaja de que Pratt nunca gritaría o le haría daño a propósito y menos con Rebeca a dos pasos.
“Drusilla, por última vez…”
“¡Ya esto aquí!” William dio un respingo al escuchar una voz a su espalda. Giró la cabeza lo suficiente para ver a Elizabeth tras él, con algo en las manos que no lograba distinguir. Apartó de un empujón a Dru para darse la vuelta por completo. Elizabeth se había acercado más y Pratt pudo ver un animal negro con unas bandas blancas entre sus brazos.
“Elizabeth, eso que traes no será…”
“Estaba herido, así que me lo he traído para curarlo. ¿No es precioso?” Pratt abrió mucho más los ojos cuando identificó al animal enfermo. Dio un paso hacia atrás, intentando alejarse pero chocó con Dru que estaba detrás de él, husmeando, como siempre.
“Elizabeth, luv. Deja el animalito en el suelo. No grites, no hagas movimientos bruscos, solo suéltalo y aléjate todo lo que puedas de él” dijo Pratt hablando lo más calmado que podía. Dru también debía de haber identificado a la mofeta, porque miraba a Elizabeth como si se hubiera vuelto loca. “Dru aléjate tú también”
“Pero si es solo un animalito indefenso. Me dejó cogerlo sin ningún problema, ¿verdad, amiguito?”
“¡Elizabeth! ¡Es un jodido zorrillo! Una mofeta, y como le dé por… ya sabes, se nos va a caer hasta el pelo. ¡Suéltalo de una maldita vez, joder!”
“Vale, vale. No te pongas así. Ya o suelto” Elizabeth dejó suavemente al animal en el suelo, que miró a ambos lados un poco despistado, sin saber donde ir. Los tres adultos estaban más quietos que un muerto, esperando su decisión. Por fin la mofeta se movió, dirigiéndose directamente hacia Drusilla que se había desmarcado un poco. Pratt permaneció quieto mientras la mofeta pasaba a su lado, camino de Dru. Respiró aliviado cuando el bicho lo sobrepasó, pero la alegría le duró poco. Dru gritó, lo que asustó a la mofeta que empezó a dar vueltas sobre sí misma, levantando las dos patas de atrás y expeliendo un fétido olor por su ano, empapándolos a los dos con él.
Pratt maldijo de todas las formas conocidas, sin importarle que su hija lo oyera. Miró a Elizabeth con los ojos encendidos en fuego, murmurando entre dientes más obscenidades. Después se giró hacia su ex que salía corriendo hacia el río.
¡Malditas fueran todas las mujeres! Pensó Pratt lanzándose de cabeza y vestido a las aguas frías del río, aunque sabía que era una tontería. Ese olor no se quitaba con nada.
Capítulo 22
“¡Eh tú, Johnny, lleva los caballos al establo y que los cepillen bien!” gritó Pratt a uno de sus vaqueros mientras saltaba del caballo antes de que ni siquiera se parara “¿Dónde está Harris?”
“Reagrupando el ganado, al norte del rancho, Sr. Pratt”
“Está bien. Busca a Lobo Blanco y que traiga esas hierbas que usa para el mal olor. Necesito también una bañera en mi dormitorio, ya”
“Ahora mismo jefe” dijo el vaquero, saliendo por piernas a cumplir las órdenes de Pratt.
“En cuanto a usted, Srta. Summers, quiero hablar ahora mismo. Venga conmigo.”
“William, yo también necesito un baño” se quejó Dru mirando con odio a Elizabeth.
“Pues prepáratelo tú misma, cariño” le respondió él entrando en la casa hecho una furia.
Elizabeth tocó en la puerta de su jefe quince minutos después de que los hombres que llevaban los cubos de agua caliente y el indio de las hierbas, entre risas, salieran de allí.
Por lo visto, la noticia de lo sucedido en el río se había extendido por todo el rancho como la pólvora. Aunque el que no se reía para nada era Pratt, y por supuesto la coqueta de Dru.
Elizabeth sonrió para sí al recordar cuando salió del río toda empapada, y soltando maldiciones por la boca como un vaquero. Parecía un gato mojado.
Becky también se había reído lo suyo, aunque una severa mirada de su madre la hizo enmudecer de golpe. Los fríos ojos de Drusilla podían ser letales, cuando se lo proponía.
Después de dejar a la niña en su habitación, fue a la suya y se arregló un poco, más que nada para darle tiempo a Pratt a bañarse. Quizás después de recuperar su buen olor habitual, se le pasara el enfado, aunque no estaba muy segura de que ese milagro ocurriera. Lo había visto sonreír poco y desde que llegó Dru, menos todavía.
Inspiró hondamente para darse valor y repitió la llamada más fuerte cuando no oyó contestación. Un seco “pasa” seguido de algunas maldiciones por lo bajo hizo sonreír nuevamente a Elizabeth. No, indudablemente su jefe no estaba de buen humor. Bueno, no tenía más remedio que arriesgarse y entrar. No podía posponer eso más.
Cuando abrió la puerta y entró, se quedó literalmente con la boca abierta, boqueando como un pez. Su jefe estaba metido en una bañera de metal, de grandes patas. No era tan grande como la del baño, así que los pies le sobresalían por encima, dejando ver gran parte de su cuerpo.
Elizabeth casi gimió al recorrer despacio con la mirada aquel pecho fuerte y musculoso, cubierto por un oscuro vello rizadazo que bajaba en forma de flecha hasta su estómago liso y se perdía por debajo de la línea del agua. La chica fijó allí su mirada. Un montoncito de espuma impedía ver lo que había debajo y casi gruñó de frustración.
Pratt sonrió por primera vez en mucho tiempo con deleite ante el escrutinio de su ‘prometida’, moviéndose lo justo para que el agua se moviera y ella pudiera ver con toda claridad el efecto que su curiosa mirada había provocado en él.
“Si no cierras la boca, te van a entrar moscas, pet”
Elizabeth levantó de golpe la cabeza, apartando la mirada y sonrojándose hasta las cejas cuando él comenzó a reír con ganas ante su apuro. Dios, esa chica era tremenda.
“Yo… yo… ¡Será mejor que vuelva más tarde, cuando hayas terminado tu baño!” dijo Elizabeth caminando hacia la puerta con rapidez.
“Ya casi he terminado, y no hay nada que no hayas visto antes ya, ¿No? Además, estamos prometidos”
“¡No lo estamos!” dijo Elizabeth sin volverse, parada ante la puerta “Y aquella vez apenas… fue rápido y en el agua”
“¿Seguro que nos hemos acostado juntos?” preguntó Pratt con extrañeza y ella se volvió como una flecha para mirarle con los ojos hechos dos rendijas.
“¿Acaso crees que me lo inventaría para atraparte o algo así?” contraatacó ella “Yo no soy tu ex”
“Obviamente no” concedió Pratt con una sonrisa enigmática en sus labios. “Lo que quería decir es que no sé como se me ha olvidado algo así. ¿Me acercas la toalla, cariño?” le pidió cambiando totalmente de tema.
Elizabeth miró hacia donde él le decía y dudó. Para darle la toalla tenía que acercarse mucho a él y temía quedarse otra vez mirándolo como una tonta. Pratt levantó las dos cejas, instándola a moverse, así que no tuvo más remedio que hacerlo.
‘Con mirarlo a los ojos, se acabó el problema’ pensó suspirando con fuerza.
Alcanzó la toalla blanca que había sobre la cama y se acercó despacio a él. William la miraba expectante, con esa sonrisa cínica y sexy que la dejaba sin aliento. Volvió a suspirar, cerrando levemente los ojos. Cuando alargó el brazo para darle la toalla, él tomó su mano y tiró de ella, sentándola sobre su regazo, y provocando que una oleada de agua saliera disparada de la bañera, mojando todo el suelo.
Elizabeth soltó un grito ahogado, más por la sorpresa que por otra cosa. William la apresó con sus brazos, colocándola encima de él, mientras ella no dejaba de moverse para liberarse.
“¡William! ¿Pero qué demonios estás haciendo? ¡Déjame!”
“De eso nada, amor. Después de tu bromita con la jodida mofeta es lo menos que te mereces”
“¿Broma? No sé de qué estás hablando” Elizabeth intentó levantarse de nuevo, pero Pratt la tenía bien sujeta por la cintura, y cada vez que se movía, su trasero mojado se frotaba con algo duro y grande que había debajo. Y ella sabía muy bien qué era aquello. Quizás si dejaba de moverse…
“Vamos, nena, no te hagas la tonta. Querías fastidiar a Drusilla y montaste el numerito con el endemoniado bichejo ese, llevándome a mí por delante. Lo que no entiendo es como no te atacó a ti primero ¿Lo hipnotizaste o algo?”
“Yo…” Elizabeth intentó buscar una excusa creíble, pero en ese momento no tenía la cabeza como para pensar en nada, excepto en la increíble sensación de estar en sus brazos. “Lo siento” dijo al fin.
“Tengo que reconocer que tienes talento, cariño. Nunca había visto a Dru tan enfadada”
Elizabeth se relajó. El tono de voz de William era ahora suave y bajo. Todavía la sujetaba por la cintura, pero la presión era leve. Apoyó la cabeza contra su pecho y suspiró cerrando los ojos.
“Es la primera vez que me doy un baño vestida” dijo comenzando a reír.
“Eso puede arreglarse. Quítate la ropa, cariño”
Elizabeth dudó. Desde luego su cuerpo le pedía a gritos hacer lo que él le sugería, pero su conciencia se lo impedía. Mientras William no recobrara la memoria y aclararan su situación no podía volver a hacer el amor con él. Era una cuestión de sentido común, y de principios.
“Creo que no es una buena idea, William. Por favor, deja que me vaya”
Pratt suspiró y abrió los brazos para dejarla machar. Ella se levantó con cuidado y salió de la bañera. Tenía toda la parte trasera del vestido mojada. Escurrió la falda como pudo mientras William salía y se envolvía en la toalla, secándose el pelo con otra más pequeña.
“Ponte algo mío si quieres. La camisa esa que aquella vez…” Pratt dejó de hablar de golpe y Elizabeth lo miró sorprendida.
“¿Te acuerdas de eso?”
“Recuerdo una bota volando hacia mi cabeza” William sonrió, ladeando la cabeza. “No sé, pero algo que también recuerdo es la terrible sensación de peligro cuando estás cerca. Bueno, eso y…”
Un toque en la puerta lo interrumpió. William maldijo al inoportuno.
“Jefe, se acercan dos jinetes a caballo. Parecen forasteros y están armados”
“Voy enseguida. Di a los hombres que no les pierdan de vista y se preparen por si acaso” ordenó Pratt sin abrir la puerta.
Cuando el vaquero se marchó, se empezó a vestir deprisa. Elizabeth lo miraba, confusa.
“¿Por qué esa alarma? ¿Tienes muchos enemigos?” le preguntó.
“Alguno que otro, pero no es por eso. Estamos a kilómetros del rancho más cercano, y hay muchos cuatreros y malhechores por los alrededores. Es bueno ser precavido”
“Ah” Elizabeth vio como William se ceñía por primera vez desde que ella estaba allí el cinto y después de comprobar el Colt del 45 lo volvía a enfundar, calándose hasta las cejas también un Stetson* blanco.
“Quédate dentro del rancho con Becky. Hasta que no sepamos qué intenciones tienes esos tipos no es seguro que salgáis. ¿De acuerdo?”
“Ten cuidado” dijo como respuesta Elizabeth. William asintió con la cabeza, fue hasta donde estaba ella y la besó rápida pero intensamente en los labios, antes de salir de la habitación.
Elizabeth se tocó los labios y gimió. Después salió de la habitación en busca de Becky. ¿Quién serían esos dos desconocidos?
Capítulo 23
Elizabeth dejó pasar unos segundos y después salió del dormitorio de Pratt para irse al suyo y cambiarse de ropa. Todavía le temblaban las piernas, y no era por frío, precisamente. No podía negar la terrible atracción sexual que sentía por William, algo que era mutuo e innegable.
Él no se molestaba en disimular los efectos que producía en su cuerpo cada vez que la tocaba o simplemente la miraba, y eso debía significar algo aparte del sexo ¿no? Quizás William también estaba enamorado de ella, aunque sin saberlo. Puede que cuando recobrara la memoria…
Se vistió de prisa. Quería ver como estaba Becky. Últimamente no le estaba prestando la atención que merecía y la niña la necesitaba más que nunca, dado el escaso interés que Drusilla mostraba por su hija.
Una vez vestida fue a la habitación de Becky. La niña estaba sentada en la cama, con la cajita de música que le regaló en su regazo. Sonreía tristemente y a Elizabeth se le rompió el corazón.
“Hola cariño, ¿Cómo estás?” la niña levantó la mirada y sonrió un poco más.
“Estaba recordando el día que estuvimos en la tienda de la Srta. Yenkis. ¿Viste la cara que ponía Xander cada vez que ella abría la boca?”
“Vaya si lo recuerdo. ¿Ella es siempre así? No me parecía que te sorprendieras?”
“La conozco hace mucho tiempo. No es mala chica, es solo que trabajó en un salón y…”
“Sé lo que es tener que hacer lo que sea para sobrevivir” dijo Elizabeth con un suspiro.
“¿Tú también has trabajado en un salón?” le preguntó la niña elevando mucho las cejas.
“No, pero tuve que cruzar buena parte del país para llegar hasta aquí. Cuando vivía con mis padres no me faltaba de nada, y no tenía que trabajar. No se puede comparar con trabajar en un salón, pero también fue duro dejar atrás todo lo que conocía y venir hasta aquí”
“Cuando te cases con mi papá tampoco te faltará de nada, ya verás”
Elizabeth se sonrojó un poco. ¿Qué podía decir ante eso?
Pratt esperaba a que los forasteros llegaran apoyado en un árbol que había cerca del porche. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y el sombrero calado hasta las cejas.
Varios de sus hombres escoltaban a los recién llegados para evitar ninguna sorpresa desagradable. Frunció el ceño cuando uno de los tipos le resultó desagradablemente conocido. Tenía la cabeza revuelta. Las imágenes le llegaban a trompicones, conforme el grupo se iba acercando. Aquella forma de montar, ese porte… ¡Dios! ¿Cómo diablos se atrevía Liam a aparecer por su rancho como si nada? Lo recordó todo de golpe.
Se enderezó maldiciendo y caminó hacia el que una vez fuera su mejor amigo, casi un hermano mayor. Él bajó de un salto del caballo y lo miró con una sonrisa sardónica en la boca. Una boca que Pratt quería romper a puñetazos.
“Hola Spike”
“¿Qué coño haces aquí, ¿Liam?”
“Tranquilo, tío. Vine acompañando a este amigo. Quiere hacer negocios contigo”
William miró de reojo al acompañante de su ex amigo, que acababa de bajarse del caballo.
“Si es amigo tuyo, dudo mucho que vayamos a hacer ningún tipo de negocio”
“¡Eh! ¡Que solo lo conozco desde hace unas horas!” se quejó el otro hombre sonriendo un poco. William ni le prestó atención. Su mirada fija se clavó otra vez en Liam.
“Si vienes en busca de Dru, puedes largarte con ella cuando quieras. Lo más pronto mejor” dijo con voz dura. Liam levantó una ceja, burlón.
“¿Dru está aquí? Le perdí la pista hace más de un año”
“¿Podemos hablar de negocios ya?” dijo el acompañante de Liam, un poco ansioso “Quiero comprar algunos caballos. Y me han dicho en la ciudad que los suyos son los mejores” Pratt lo miró, haciendo una mueca de disgusto. ¿Cómo podría desembarazarse de esos dos de una jodida vez? Pensó. Sin pegarles un tiro, claro. Suspiró y lo miró durante los dos segundos que tardó en hablar.
“Vuelva mañana. Solo” concretó William apretando la mandíbula tanto que creyó que se la rompería.
“¿Puedo saludar a Dru?” preguntó Liam y en el segundo siguiente estaba en el suelo con la nariz rota por el puñetazo que Pratt le había dado. El moreno se quitó el pañuelo que tenía anudado en el cuello y se limpió la sangre, irrumpiendo en carcajadas “Supongo que eso quiere decir que no”
“Largo. Ahora mismo”
Liam se levantó de suelo y tras dirigirle otra burlona mirada se subió a caballo y se alejó al trote. William miró significativamente al otro hombre, apoyando la mano sobre la culata de su revolver. Vio como el tío tragaba con dificultad y se le agrandaban los ojos.
“Hasta mañana entonces” dijo subiéndose también a su caballo y cabalgando tras Liam sin mirar hacia atrás.
Pratt cerró los ojos mientras sacudía la mano izquierda con la que había golpeado a Liam. Le dolía, pero no le importaba un rábano. Miró a sus hombres, y con un gesto de su cabeza, todos volvieron al trabajo.
Dios, lo único que le faltaba para amargarse la existencia, Dru y Liam de vuelta a su vida. En cuanto a la primera, iba a tardar poco en ponerle solución y en cuanto a Liam… no respondía de sus actos si volvía a verlo en su rancho.
Entró en la casa y fue directo a la cocina, buscando a Elizabeth. Ahora que había recobrado la memoria tenían mucho de que hablar y discutir. Pero la llegada inoportuna de Liam le había puesto de mal humor, así que lo mejor era irse a dar una vuelta a caballo y tranquilizarse.
Volvió a salir de la casa y fue a los establos en busca de su caballo. Lo ensilló el mismo y salió al galope hasta las tierras del Reverendo Giles. Ese era otro tema que esperaba resolver pronto. Iría al día siguiente y mataría dos pájaros de un tiro: La compra del terreno y su inminente boda con Elizabeth, esta vez no iba a aceptar un no por respuesta.
Capitulo 24
Elizabeth se despertó sobresaltada. Se había quedado dormida sobre la mesa de la cocina mientras esperaba que Pratt regresara. Se levantó de la silla con la sensación de que le dolían todos los huesos del cuerpo. Tuvo que apoyarse en la mesa para conseguirlo, pero estaba casi amaneciendo y tenía que empezar con sus quehaceres diarios.
Estaba poniendo el agua a hervir para el café cuando la puerta de la cocina se abrió. Suspiró de alivio al ver entrar a Pratt, aparentemente bien de salud. Él se quedó un poco parado al verla allí, con el pelo revuelto y ojeras bajo los ojos, signo inequívoco de no haber dormido mucho.
“Hola” dijo Pratt quitándose el sombrero y haciéndolo girar en sus manos. El también parecía cansado.
“Hola” respondió Elizabeth apartando la mirada y fijándola en la cafetera que empezaba a humear “¿Quieres un poco de café?”
“Estupendo” respondió Pratt dejándose caer en la silla que ella había ocupado antes “¿Estás bien? ¿Y Becky? Tienes aspecto de haber estado en vela toda la noche”
“Becky sigue durmiendo” Elizabeth le sirvió el café y otro para ella. Después se apoyó en la encimera y lo miró “Estuve esperándote toda la noche. Estaba preocupada”
“Lo siento. Necesitaba pensar” Pratt bebió un sorbo largo de café y suspiró “He recuperado la memoria”
“¿Sí? ¡Oh, Dios, menos mal! ¡Estaba tan preocupada por ti! Los vaqueros comentaran que golpeaste a uno de los hombres que vinieron ayer”
“Estoy bien, pet. Y el hombre que golpee… era Liam. El hombre por el que me dejó Dru” Elizabeth abrió la boca para decir algo, pero William le hizo un gesto con la mano y continuó hablando “Me temo que va a traer problemas, pero no te preocupes, lo solucionaré”
“¿Y el otro hombre que vino con él…”
“Quiere hacer negocios conmigo, aunque no me fío” Pratt terminó de beberse el café y se levantó “Voy a cambiarme de ropa y a refrescarme. Ese tipo no tardará mucho en llegar. Cuando se vaya, tú y yo hablaremos, luv”
“De acuerdo” Elizabeth lo siguió con la mirada un poco preocupada. Le había dicho que tenían que hablar, pero no de qué. ¿Estaría pensando en volver con su ex esposa?
William se estaba abrochando la camisa limpia cuando oyó llorar a su hija y voces de mujeres discutiendo. Levantó las cejas y salió a toda prisa del dormitorio. Lo menos que necesitaba ahora era una bronca en casa.
La puerta del dormitorio de Becky estaba abierta. Se paró en seco al ver la escena que se desarrollaba dentro. Dru y Elizabeth estaban agarradas del pelo mientras Becky estaba sentada en el suelo, con la caja de música destrozada en sus manos.
Entró rápidamente y separó a las dos mujeres, que se miraban echando chispas por los ojos.
“¿Qué diablos está pasando aquí? ¿Os habéis vuelto locas?” William se agachó para coger a su hija en brazos, apoyándola contra su hombro “¿Qué te ocurre, cariño?”
“¡Esa mujer se ha atrevido a golpearme, William! ¡Despídela ahora mismo!” gritó Dru antes de que nadie más pudiera hablar. Pratt miró a Elizabeth, elevando una ceja.
“¡Estaba zarandeando a Becky, y le rompió su caja de música!” se defendió la rubia, metiéndose detrás de la oreja un mechón de cabello que se le había salido del moño con la pelea. “Está completamente loca”
“¿Te has atrevido a zarandear a mi hija, Dru?” la voz de Pratt sonó helada. La niña se apretó más contra él, agarrándose con fuerza a su cuello.
“Se atrevió a desobedecerme. Siempre anda con esos harapos de muchacho” dijo Dru señalando la ropa que llevaba la niña “Hay que educarla bien. Un poco de disciplina no la va a matar” William se tragó un juramento y caminó hacia Elizabeth, entregándole a la niña.
“Lleva a Becky a dar un paseo, Elizabeth”
Elizabeth salió de la habitación con la niña firmemente abrazada. Todavía temblaba de ira al recordar como Dru había lastimado a su propia hija, con la cara desencajada de rabia. Nadie en su sano juicio reaccionaba como ella lo había hecho por una nimiedad así. A Elizabeth no le cabía duda de que esa mujer estaba completamente ida y era peligrosa. Esperaba que Pratt la pusiera de patitas en la calle, estaba segura que Becky no la iba a echar de menos.
“Coge tus cosas y lárgate. Tienes una hora”
Dru miró a su ex marido con odio.
“¿Qué? No tengo donde ir, William. Piensa en Rebeca, soy su madre. ¡No puedes tratarme así!”
“Es en ella en quien estoy pensando” Pratt sacó la cartera de su bolsillo trasero de los vaqueros y sacó un fajo de dólares, tirándoselos a la cara “Alquila una habitación en la ciudad, o vete al infierno, me da igual, pero no vuelvas a acercarte a Becky en tu jodida vida o te arrepentirás”
“Tú sí que te arrepentirás de esto” Dru recogió el dinero del suelo y salió contoneándose como una reina. Pratt suspiró, pasándose la mano por el pelo, tratando de serenarse. Cuando salió del rancho, Becky corrió a sus brazos.
“Tranquila, cariño. Ya todo está bien”
“Me asustó mucho. No quiero verla más” dijo la niña todavía asustada.
“No vas a volver a verla. Le he ordenado que deje el rancho en una hora. ¿Por qué no vas con Lorne y le dices que te haga unas cuantas tortitas? Seguro que no has desayunado”
“Tengo mucha hambre. Le diré que haga también galletas” reconoció la niña con una sonrisa. William la besó en la frente y la dejó en el suelo.
“¡Deja algo para los muchachos!” le gritó Pratt entre risas mientras la niña corría al barracón de los vaqueros. Cuando desapareció dentro, el ranchero se volvió hacia Elizabeth.
“Siento mucho haber golpeado a Dru delante de la niña, pero es que perdí la cabeza cuando la vi maltratarla” dijo antes de que él preguntara.
“Yo hubiera hecho lo mismo y puedo jurarte que nunca le he puesto la mano encima a una mujer. Ni siquiera a ella cuando la pillé en mi cama con Liam”
“Eres un buen hombre, William” dijo Elizabeth con convicción. Él se encogió de hombros. “Nunca he conocido a nadie como tú”
“Ni yo como tú, pet. Eres única” Pratt se acercó a ella y la tomó de la mano, besándosela. Elizabeth sintió que los ojos se le humedecían. Después de todo ocurrido con Parker, no confiaba mucho en los hombres, pero con William era diferente, con memoria o sin ella.
“William, yo…”
“No, deja que hable yo” la cortó acercándose más hasta quedar solo a un centímetro de ella. Le acarició el pelo con cariño, maravillándose de lo suave y brillante que lo tenía. “Elizabeth, ¿Me harías….?”
“¡Jefe, viene alguien!” gritó un vaquero rompiendo el hechizo. William maldijo por lo bajo y suspiró. Tendría que dejar su proposición para otra ocasión.
“¿Es Liam?” preguntó Elizabeth volviendo la cabeza para mirar al visitante. Pratt le echó el brazo por los hombros y la atrajo protectoramente hacia él. Achicó los ojos para fijar mejor la vista y negó con la cabeza al reconocer al hombre que se acercaba a caballo.
“No es Liam. Es el otro tipo. El que quiere comprar el caballo. No sé ni como se llama. No le pregunté ni él me lo dijo.
Elizabeth fijó su vista y lanzó una exclamación de disgusto al ver la cara del hombre. ¿Cómo era posible que el muy bastardo estuviera justo allí?
“Yo sí lo sé” dijo Elizabeth completamente pálida por la impresión “Es Parker Abrams, mi ex prometido”
Capítulo 25
“¡¿Tu qué?!”
“Parker, mi ex prometido” repitió Elizabeth ahora un poco más bajo, un poco asustada del tono que había usado William para preguntarle.
“¿Sabe que estás aquí? ¿Le has llamado tú?”
“¡No! Por lo menos, no a la segunda pregunta” Elizabeth suspiró hondo y continuó “Me dejó tirada cuando más lo necesitaba ¿Cómo se te ocurre que podría llamarlo? Dejó de existir para mí en el mismo momento que me abandonó”
“Es un bloody estúpido” William fijó la mirada en el punto donde estaba el jinete y suspiró con fuerza “¿Quieres que lo eche a patadas o quieres darte tú misma ese placer”
“Yo… William es tu rancho y yo…”
“Tu vas a ser mi esposa. Ya. Así que este rancho es tan tuyo como mío. Pero si tienes alguna duda con respecto a tus sentimientos hacia mí, este es el momento de decirlo, pet, no puedo vivir más con esta incertidumbre”
“¿Estás pidiéndome que me case contigo?” insistió la rubia y William levantó los ojos al cielo mascullando una terrible maldición. “No has dicho las palabras correctas” insistió Elizabeth.
“Elizabeth, cariño. No sé cuantas veces te lo he pedido ya, ni de cuántas formas, pero de acuerdo. Me rindo” William echó una rodilla al suelo ante los atónitos ojos de los que los rodeaban y la tomó de una mano “Elizabeth Anne Summers ¿Quieres concederme el honor de ser mi esposa, maldita sea?”
“¡Por supuesto que sí!” respondió Elizabeth tirando de su mano hasta que estuvo a su altura “Pero la última frase ha sobrado”
“Dame tu mano” ella lo hizo y él deslizó el anillo en su dedo, besándola a continuación hasta que tuvieron que parar para coger un poco de aire. William oyó un carraspeo a su lado y levantó la vista. El jinete estaba a pocos metros de allí. “Bien, ahora a ocuparnos de este pardillo” William tomó de la mano a Elizabeth y esperó pacientemente hasta que Parker bajó del caballo y se acercó a ellos sonriendo. Pudo apreciar que el ex de su prometida apenas la había mirado y con seguridad, ni la había reconocido. Ella vestía con ropas de lo más sencillas, sin joyas ni peinados elaborados a los que estaría acostumbrada cuando vivía en el Este, y así es como la recordaría el mequetrefe.
“Buenos días, Pratt” lo saludó el otro tendiéndole la mano. William la aceptó, pero apretando más de lo necesario.
“Ayer no me dijo su nombre, señor…”
“Abrams, Parker Abrams” completó Parker retirando con rapidez la mano, y sacudiéndola para aliviar el dolor. “Tiene mucha fuerza” dijo refunfuñando.
“Trabajo duro, pero supongo que no sabe qué significa eso” las duras palabras de William no parecieron hacer mella en Parker, que se limitó a encogerse de hombros.
“Tengo una gran hacienda en el Este con muchos empleados a los que pago para hacer el trabajo duro. Yo me dedico a las carreras de caballos, por eso quiero comprar uno de los suyos, me dijeron que eran los mejores de la zona”
“Lo son” concedió William “Pero soy bastante selectivo antes de vender uno de mis ejemplares”
“Puedo pagar la cantidad que sea. Diga la cifra y la tendrá aquí mañana mismo. Ahora ¿Vemos esos sementales?”
“No” Ambos hombres se volvieron a mirar a Elizabeth, que hasta ahora no había pronunciado palabra. Parker entrecerró los ojos para estudiarla, para después abrirlos como platos cuando la reconoció a pesar de su atuendo.
“¿Buffy?” preguntó todavía indeciso. William enarcó una ceja al oír llamarla así.
“Para ti soy Srta. Summers, Parker. Ese diminutivo solo lo usaba mi familia conmigo”
“Pero ¿Qué demonios haces aquí y vestida de esa forma?”
“¿De qué forma?” Quiso saber William cruzándose de brazos e interponiéndose entre los dos. “Mi prometida viste correctamente y cualquier cosa que diga en contra podré tomarlo como una ofensa” William le lanzó una mirada asesina y el otro carraspeó.
“¿Su prometida?” William asintió con la cabeza, sin dejar de mirarlo “Buf…” Parker se detuvo para rectificar, ante la severa mirada de William “la señorita Summers viste con sumo gusto, por supuesto. Le presento mis disculpas si la he ofendido”
“Parece que mi prometida es reacia a venderle un caballo. Supongo que tiene una buena razón para ello, así que asunto concluido, buenos días, señor”
“Pero… ¡no puede estar hablando en serio, Pratt! Ella lo dice porque está resentida conmigo por aquel pequeño incidente…”
“¡Maltrataste al caballo que te regaló mi padre por nuestro compromiso! ¡Lo fustigaste en una carrera ilegal hasta casi matarlo!” le gritó Elizabeth fuera de sí “¡No te vendería ni un lagarto del desierto, desgraciado!”
“Ya lo ha oído Abrams. Suba en su caballo y lárguese de mis tierras, o lo correremos a balazos” William le indicó con los ojos que se diera la vuelta y Parker se vio encañonado por varios vaqueros del rancho Pratt. “Ya”
“Esto no termina aquí” dijo montando en su caballo y alejándose al galope. William suspiró y le indicó a sus empleados que lo siguieran hasta que dejara las tierras de su propiedad. Cuando se quedaron solos, abrazó a Elizabeth que había empezado a temblar “Ya, cariño. No volverá por aquí si sabe lo que le conviene”
“Podría hacerte algo a traición. Lo he visto en su mirada”
“Que lo intente” William la besó encima de la cabeza y después la condujo hacia la casa principal “Vamos a contarle a Becky la buena nueva. Se pondrá contentísima”
“¡Voy a ser su madre!” dijo Elizabeth con los ojos llorosos por la emoción.
“De ella y de media docena más”
“¿media docena?” preguntó Elizabeth con un poco de miedo.
“O una docena. Por cierto ¿Qué significa Buffy? “No esperarás que le pongamos ese horroroso nombre a ninguna de nuestras futuras hijas!”
“¡No es horroroso!” le gritó golpeándolo de broma en el brazo “Así me llamaban mamá y papá”
“Si quieres yo puedo llamarte así” dijo William al notar la pena en su voz “Y Becky”
“Me haría ilusión”
“Entonces, de acuerdo. Desde ahora eres Buffy Summers, en poco Buffy Pratt”
“Me encanta como suena”
“A mi todavía más” se besaron una última vez y después entraron dentro del rancho, abrazados y felices.
La boda se celebró dos días después. Elizabeth estaba como en las nubes. ¿Cómo podía la vida cambiar tanto en tan poco? Repasó el último año de su vida y sonrió tristemente. Había perdido a sus padres, al que debía ser su esposo y se había embarcado en un viaje a lo desconocido en tierra inhóspita para encontrar con fin el amor y un hogar.
Miró de reojo a William que iba conduciendo la carreta que los llevaría de vuelta al rancho para pasar su noche de bodas. El dueño del hotel en la ciudad les había regalado una noche con todos los gastos pagados, en la mejor habitación de la que disponía, pero Elizabeth no quiso dejar a Becky con nadie en una noche tan especial. Habría muchas noches más para estar solos, esta era de los tres, y cuando la niña se durmiera… tendría su noche de bodas. En la cama de su esposo, donde quería estar.
Becky no paraba de hablar de la ceremonia. Para ese día había consentido en ponerse un vestido que compraron en la ciudad cuando Elizabeth fue a buscar el suyo. Tuvo suerte, ya que otra novia se había arrepentido en el último momento y solo hubo que arreglárselo un poco.
La niña había estado toda la ceremonia rascándose y sacudiéndose, como si en vez de fina seda, el vestido estuviera hecho de arpillera. William también iba guapísimo con sus pantalones negros, camisa blanca y chaqueta también negra. Muchas de las mujeres que asistieron a la boda la miraron con envidia y ella les sonrió, como diciendo:
La noche era oscura, la luna estaba casi oculta por algunas nubes, y el silencio reinaba alrededor de ellos. Becky hacía rato que se había quedado dormida, apoyada entre ellos dos. William conducía la carreta despacio, mirándola y sonriéndole de vez en cuando, mientras ella sujetaba contra su cuerpo a Becky. Todo iba perfecto hasta que unas piedras en el estrecho camino los hicieron detenerse con brusquedad. Los caballos protestaron ante el fuerte tirón de riendas a que fueron sometidos, pero se pararon.
“¿Qué demonios…?” William sintió que el pelo de la nuca se le erizaba. Una sensación de miedo lo atravesó. Estaba en medio de la nada con su flamante esposa y su hija, sin tan siquiera una pistola para defenderlas. Su instinto le decía que iba a pasar algo.
“¿Quién ha puesto esas rocas ahí?” la voz de Elizabeth lo sacó de sus funestos pensamientos.
“No sé, pero no te…”
William no pudo terminar. De entre las sombras salieron dos jinetes con las caras tapadas por sendos pañuelos, que los encañonaban con dos Winchester de dos cañones.
“¡Abajo los tres! ¡Y cuidado con hacer alguna tontería, Pratt!”
“Bueno, veo que me conoces” dijo William saltando de la carreta y haciendo un gesto a Elizabeth para que no se moviera “No llevamos nada de valor, excepto los regalos de la boda, aunque no sé por qué me da la impresión que no es dinero lo que buscáis, ¿No es así?”
“Eres un tío muy listo, Pratt” concedió el bandido. “Sí, queremos matarte y después divertirnos un poco con tus chicas, o al revés, ya lo decidiremos”
A William se le heló la sangre en las venas. Se había imaginado que la cosa iba contra él, pero lo que tenían planeado esos dos era mucho peor de lo que temió. Nunca permitiría que tocaran a ninguna de la dos. No mientras le quedara un soplo de vida.
“Pues entonces mátame, porque si le tocáis un pelo a cualquiera de las dos os haré picadillo”
Su voz sonó letal. Los dos hombres se quedaron un segundo callados, un poco impresionados pero después comenzaron a reír a carcajadas. William aprovechó el despiste para dar un salto y derribar al que tenía más cerca.
“¡Buffy, saltad al otro lado de la carreta!” les gritó mientras rodaba por el suelo con el otro, disputándole el rifle. El segundo forajido no sabía qué hacer. No se atrevía a disparar, por si hería a su compañero, pero no los perdía de vista.
Elizabeth hizo lo que Pratt le había ordenado. Saltó de la carreta con Becky y se escondieron detrás.
“Tengo que ayudar a tu papá” le dijo a Becky buscando algo que le sirviera como arma, pero sin encontrar nada.
“Mejor le hacemos caso. Agachémonos”
Las dos se tendieron en el suelo, mirando por debajo de las ruedas de la carreta lo que ocurría. Los puñetazos se sucedían, pero ninguno se hacía con el arma. Por fin, Pratt le pegó un cabezazo a su contrincante en la nariz y éste soltó el Winchester con un rugido de dolor. Como a cámara lenta, Elizabeth vio como el segundo asaltante se echaba el arma a la cara para disparar, pero medio segundo antes, un fogonazo salido de donde estaba Pratt hizo blanco en su pecho, abriendo un agujero enorme. Después Pratt se levantó de un salto y con la culata del arma, golpeó en la cara al que estaba coloriéndose en el suelo, dejándolo inconsciente.
“Malditos cabrones” gruñó, secándose la sangre que manaba de una herida en su pómulo con la manga de su chaqueta. Las chicas corrieron hacia él y se abrazaron. “Tendremos que volver a la ciudad para dar parte. Ataré al tío este y lo llevaremos bien atadito al sheriff. ¿Estáis bien?”
“Sí” dijeron ambas, mirándolo a él preocupadas por sus heridas.
“Entonces en marcha. Subid a la carreta mientras yo me encargo de estos dos”
Pratt buscó con qué atar al que estaba desvanecido. Le quitó el pañuelo de la cara y soltó una palabrota cuando lo reconoció “Liam”
Capitulo 26
Elizabeth esperaba nerviosa, paseándose de un lado al otro de la suite del hotel que le habían regalado para pasar la noche de bodas. ¡Quién le iba a decir a ella que en vez de estar con su marido disfrutando del momento, iba a estar esperando con los nervios destrozados a que él volviera de hablar con el sheriff.
Todavía le temblaban las piernas por lo sucedido. Después de descubrir que Liam estaba implicado en el ataque, William descubrió que el otro atacante era el ex prometido de Elizabeth, Parker. ¿Qué pretendían ambos? ¿Venganza?
Se sentó en la cama, cruzando las manos sobre su regazo. Anya y Xander Harris se habían empeñado en llevarse a Rebeca a casa de ella para pasar la noche. La niña estaba muy afectada por lo sucedido, y Elizabeth reconoció muy a su pesar, que ella no era precisamente una buena compañía, la pondría aún más nerviosa.
Las horas pasaron inexorablemente, y Elizabeth se durmió, rendida.
Cuando William abrió la puerta de la habitación, casi al amanecer, estaba agotado. Después de relatar al Sheriff lo sucedido en el camino a casa, más de diez veces, esperar a que llamaran al juez de paz de la ciudad, que también era el enterrador, y al reverendo Giles para que le diera el último adiós a Abrams, el médico se había empeñado en curarle las heridas, sin hacer caso de sus protestas.
Ahora le dolían todos los huesos del cuerpo, pero estaba feliz. Por fin todo había acabado. Drusilla había abandonado precipitadamente la ciudad en la última diligencia, Liam estaba a buen recaudo en la cárcel a la espera de juicio y él en el dormitorio, con su esposa. Sabía que Rebeca estaba en buenas manos y a salvo, con Harris y Anya, así que todo era perfecto.
Miró a su esposa dormida y sonrió. Todo había valido la pena, si ahora estaban juntos. Eran una familia, lo que siempre deseó. Ahora podría darles a ambas todo lo que se merecían, una vida feliz y tranquila. Suspiró satisfecho. Después se quitó la ropa en silencio. Ella estaba vestida con un camisón liviano y seductor. Se acercó a ella con intención de despertarla, pero notó sus ojeras y desistió. Ya tendrían tiempo de hacer el amor. Tenían toda la vida por delante.
Se tumbó a su lado totalmente desnudo, atrayéndola hacia sí con ternura. ¡Había pasado tanto miedo cuando se produjeron los disparos! Pero ahora la tenía ahí mismo. Ella no se despertó, pero debió reconocerlo aún dormida, porque se agarró a él con piernas y brazos, como si temiera perderlo. Sonrió y puso un suave beso en su frente, cerrando los ojos él también.
Cuando despertó unas horas después comprobó que Elizabeth lo estaba mirando fijamente. Tenía las mejillas sonrojadas y una sonrisa pícara en los labios.
“Buenos días, señora Pratt ¿Dormiste bien?” le preguntó acariciándole la cara levemente con la mano, ella se estremeció.
“Buenos días, señor Pratt. No te oí llegar anoche”
“Regresé casi al amanecer, lo siento, cariño pero tuve que dar los malditos datos un millón de veces”
“¿Todo bien?”
“Sí. Liam está en la cárcel y tu ex en la funeraria. Dru se ha largado con viento fresco de la ciudad, así que todo tranquilo” Elizabeth se acercó un poco más a él, rozando deliberadamente sus caderas contra la parte más dura del cuerpo de su marido, en ese momento. William gimió de placer, acomodándose mejor. Puso una mano en su trasero sacándole el camisón por la cabeza y sus cuerpos encajaron sin la molestia de la ropa. “Eres una chica mala” susurró William bajando la cabeza hasta atrapar con sus labios uno de los sonrosados pezones de ella. Ahora fue el turno de Elizabeth de gemir. “¿Te gusta?”
“Me encanta. No vayas a parar”
“Ten por seguro que no, luv. He esperado mucho este momento. Tengo que tenerte, ahora”
William rodó hasta colocarse sobre ella, hundiéndole la lengua en la boca hasta hacerla temblar. Ella le rodeó las caderas con las piernas, buscando el mayor contacto posible entre sus cuerpos. Lo abrazó y acompañó el juego de su lengua, mordiéndolo, hasta que él bajó una de las manos para guiarse hasta su interior. La penetró con fuerza, de un solo movimiento y ella se quedó sin aliento cuando un fuerte orgasmo la traspasó entera. William sonrió, pero no la dejó ni recuperarse. Comenzó a mover las caderas de forma rotatoria, levantándola un poco de las caderas para penetrarla hasta el fondo. Los fuertes embates hacían balancearse todo su cuerpo. Los pechos de Elizabeth giraban, como si tuvieran vida propia, y ella no paraba de gemir, volviéndolo loco.
“Por favor, por favor” sollozó Elizabeth al notar como un nuevo orgasmo la sacudía. William arreció los envites, clavándola en la cama hasta que ambos estallaron juntos entre jadeos y gemidos. William se dejó caer sobre ella, tratando de recobrar la respiración. Elizabeth veía puntitos de colores, y le costaba respirar, pero lo abrazó fuertemente, besándolo en el hombro hasta que ambos se calmaron.
“Wow, todavía estoy como mareado” reconoció William incorporándose un poco para no aplastarla. Aún estaba dentro de ella, así que se dejó caer a un lado, arrastrándola con él.
“Yo no estado mejor en mi vida. ¿Podemos repetir?”
“Dame cinco minutos, luv, hasta que recupere del todo la respiración”
“Blandengue” se mofó Elizabeth.
“¡Serás…! William se hizo el ofendido, pero se giró con rapidez atrapándola de nuevo bajo su cuerpo.” ¡Ahora verás lo que es bueno”
“¡Uy que miedo!” dijo Elizabeth riendo. William la besó para hacerla callar y ella lo abrazó como si temiera perderlo. Casi lo había perdido, pero ahora todo estaba bien.
EPÍLOGO
Ocho meses después.
“Vamos cariño, empuja”
“¡Cállate de una maldita vez, William! ¡Todo esto es culpa tuya, te odio!” gritó Elizabeth cuando una fuerte contracción le traspasó el cuerpo. Tenía la cara descompuesta, y el sudor le cubría el cuerpo.
“Lo sé, luv. Cuando nazca el bebé podrás patearme el culo cuanto quieras. Ahora otro empujoncito y listo” la suave voz de William trataba de calmarla, pero eso la enfurecía más. ¿Cómo podía estar ahí tan tranquilo cuando ella estaba sufriendo tanto? Otra contracción llegó, mucho más fuerte que la anterior. Elizabeth apretó tanto la mano de su marido que éste se puso blanco del dolor, pero no se quejó lo más mínimo. Apretó la mandíbula y sonrió para disimular el tormento que estaba pasando. “Respira, Cariño, respira”
“¡Que te jodan, cariño” gritó Elizabeth con una voz que no parecía suya. “Que alguien me de algo, laudazo, whisky o un buen golpe en la cabeza” suplicó.
“Eh, la cabeza ya está fuera.” dijo Anya a Elizabeth para darle ánimos. “En la próxima contracción sale”
“¿Y tú que sabes?” le preguntó la parturienta de malos modos “No eres partera ni matrona”
“No, pero soy la única mujer aparte de Rebeca que está aquí aguantando tu mal humor. Deberías haberlo pensado mejor antes de abrirte de piernas si no querías pasar este mal rato, y ser más agradecida”
William y Elizabeth se quedaron con la boca abierta al escuchar a Anya. Estaba de visita con Harris cuando ella se puso de parto y se había ofrecido a atenderla mientras el capataz iba a la ciudad por ayuda. Anya era una chica famosa por su lenguaje directo, pero ni William ni Elizabeth se hubieran esperado nunca que dijera tamaña barbaridad.
Anya aprovechó que se habían quedado mudos para contraatacar.
“En esta contracción empuja con fuerza, yo tiraré del bebé y todo habrá acabado”
La contracción llegó y Elizabeth empujó con todas sus fuerzas. Sintió que el bebé lloraba a los pocos segundos y se echó a llorar ella también. William la besó en la frente, diciéndole lo bien que lo había hecho y lo orgulloso que estaba de ella.
Unos minutos después Anya les entregó el bebé, envuelto en una sábana limpia.
“Aquí tenéis a vuestro hija. Tiene todos los dedos, dos orejas, vamos, lo normal”
“Gracias Anya. Y perdona lo de antes, es que me dolía mucho” se disculpó Elizabeth tomando en sus brazos a su bebé.
“Acepto las disculpas, pero no me llames para el próximo. Adiós” Anya se fue, dejándolos solos. William miró a su nueva hija con los ojos húmedos de la emoción.
“Es preciosa. ¿Cómo la vamos a llamar?”
“A Rebeca le gusta Constance, pero tú querías que se llamara Anne, como tu madre” dijo William.
“¿Y a ti?”
“Constance es un nombre precioso”
“Entonces Constance. A la próxima le pondremos Anne, y a la próxima…”
“¡Eh para el carro vaquero!” lo cortó Elizabeth aterrada “¿Cuántos hijos crees que vamos a tener? ¿Media docena?”
“Seis es un número bonito”
“Pratt, te lo advierto…” un toque en la puerta los interrumpió. William miró que Elizabeth estuviera convenientemente tapada y después abrió. La comadrona había llegado por fin.
“Veo que el bebé ya ha nacido, pero tengo que atender a la madre. Necesitaré agua caliente, toallas y algunas cosas más que ya le iré diciendo. Ahora fuera” le ordenó a William. Él salió, aguantándose el deseo de saludarla militarmente.
Fue a la cocina a servirse un poco de café y se encontró con el reverendo Giles, que estaba charlando animadamente con Harris, mientras compartían un baso de whisky.
“Reverendo Giles, ¡qué sorpresa más agradable!” lo saludo William con ironía.
“Hola Pratt, me encontré a Harris en la ciudad y me contó lo del bebé, así que decidí venir a ver a tu nuevo hijo”
“Hija” corrigió William.
“Hija, estupendo. Venía a traerte esto” el reverendo se sacó un sobre de bolsillo y se lo dio a Pratt.
“Veamos” William abrió el sobre y levantó las dos cejas sorprendido al terminar de leer” ¿Las escrituras del terreno a mi nombre? ¿Por qué?”
“Verás, tu esposa y yo hemos hecho amistad estos últimos meses y llegamos a un acuerdo”
“¿Qué clase de acuerdo? No me ha contado nada”
“Yo te cedo las tierras que tanto deseas a cambio de que tú construyas una pequeña escuela para los hijos de tus vaqueros, y los de los ranchos de alrededor”
“¿Una escuela? ¿Y quien va a ser la profesora? ¿Anya?”
“Elizabeth. Es una chica muy instruida”
“De acuerdo”
Pratt le tendió la mano y el reverendo se la estrechó firmemente. Después quedaron para el bautizo de Constance, un mes después y se marchó.
William cerró los ojos un momento, pensando en cómo habían cambiado las cosas para él en menos de un año. Tenía todo lo que había soñado, pero sobre todo tenía a Buffy y a sus hijas, las personas que más amaba en su vida. Eso era lo más importante y pensaba cuidarlas como un tesoro.
FIN