Red House Manor (Universo Alternativo)
William Pratt, heredero del condado de Norwell tiene que hacerse cargo de Elizabeth Summers, la pupila de sus padres, mientras éstos están de viaje ya que ha sido expulsada el internado para señoritas donde estudiaba.
Capitulo 1
El heredero del condado de Norwell estaba sentado en su sillón favorito frente a la chimenea, degustando su mejor coñac. Tenía el ceño fruncido por el disgusto. El telegrama que acababa de recibir de sus padres, diciéndole que la hija de los Summers iba a llegar al anochecer le había trastocado sus planes. Sí, porque tenía que quedarse a recibirla y acomodarla en las habitaciones de invitados.
Anne y James Pratt, condes de Norwell estaban disfrutando de una segunda luna de miel en un crucero por el Mediterráneo y no podían hacerse cargo del “problema” de momento, así que le pidieron a su querido hijo y administrador de sus posesiones que lo hiciera en su lugar. Pero claro, no contaron con que William tenía su propia vida y sus planes. Y acomodar a la rebelde Elizabeth no era un plato de gusto, precisamente. Ahora debería estar disfrutando de una apacible y fructífera partida de cartas con sus amigos del club, y terminar la noche en brazos de Evelyn, su amante de turno. Fácil y placentero. Pero no. Tenía que cuidar de una mocosa de casi dieciocho años a la cual no veía desde hacía diez, cuando el tenía quince.
Volvió a ojear por tercera vez en la tarde, la carta de la directora del colegio para muchachas de buena familia de donde habían expulsado a Elizabeth y no pudo evitar sonreír. La chica era una pequeña diablesa, de eso no le cabía ninguna duda. Primero le puso un clavo de tres centímetros en la silla de la profesora de música, falta leve. Dos días después vertió una bolsa de cinco kilos de sal en la olla del potaje, con lo cual tuvieron que hacer ayuno todo el colegio, y la tercera y última travesura fue meterle fuego al gimnasio…allí ya no se pudo hacer nada. La carta de la señora Fox lo decía muy claro. Expulsada definitivamente. Ni siquiera la generosa oferta de Anne, para la reconstrucción del gimnasio, pudo evitar que Elizabeth dejara el colegio. Estaban más que hartos de ella.
Los Pratt se hicieron cargo de la educación de la chica cuando sus padres murieron en de unas fiebres extrañas cuando viajaban por Brasil, de eso hacía cinco años. Fran Summers nombró como albacea del testamento a James, para que el se encargara de que la herencia le llegara a Elizabeth cuando cumpliera los veintiuno, o contrajera matrimonio, pero no había herencia que recibir. Eran muchos los acreedores que aparecieron, y no quedó ni un penique para ella. Anne la quería como la hija que nunca tuvo, y se hizo el propósito de cuidarla. Siguió pagando el colegio para señoritas en París y se prometió a sí misma presentarla en sociedad y ayudarla a conseguir un buen marido. William sabía toda la historia por su madre, y no puso ninguna objeción. El se dedicó a estudiar en Oxford para poder administrar las extensas propiedades de su padre, y a sus veinticinco años, era el soltero más cotizado de todo Londres.
Estaba inmerso en sus pensamientos cuando Hastings entró en la biblioteca, haciéndole una exagerada reverencia.
- La señorita Summers acaba de llegar, Milord. –dijo con voz solemne el estirado mayordomo. Debía de tener como setenta años, pero se conservaba bastante bien.
- Hazla pasar, Hastings –dijo él sin levantar la cabeza de los papeles, bebiendo un pequeño sorbo de coñac. El mayordomo se retiró andando hacia atrás, con la cabeza levemente inclinada. William lo vio desaparecer con el rabillo del ojo y suspiró. Conocía a ese hombre desde que nació, era parte de la familia, pero seguía siendo igual de estirado que cuando le vio por primera vez. – Elizabeth, soy William. Bienvenida a “Red House Manor”. La cena es a las siete, así que te ruego puntualidad. Hastings te acompañará a tus habitaciones.
- Encantada de conocerte, William. Muy amable por tu parte –dijo ella con ironía. Apenas se acordaba de él. La última vez que le vio era solo una niña. Ahora tenía ante sí a un apuesto hombre de pelo castaño y cuerpo atlético. El color de sus ojos le era desconocido, porque no había tenido la deferencia de mirarla al hablarle. El miraba con obstinación unos documentos en su mano y la presencia de ella parecía molestarle- No me apetece cenar, así que no te preocupes, no me retrasaré.
- Harás lo que yo te diga. Mis padres están de viaje y no regresarán hasta dentro de un mes, con lo cual, yo soy responsable de ti-William se levantó y dejó el vaso y los documento sobre una preciosa mesa de roble, acercándose a ella con paso decidido –estoy al corriente de tus “hazañas” en París, así que tendremos que fijar unas normas de convivencia, hasta que mis padres regresen.
- No me gustan las reglas, y no suelo seguir ninguna.-dijo ella con arrogancia levantando la barbilla. William se fijó en sus dos esmeraldas verdes que le retaban. Dio un paso más hasta quedar casi pegados, sin apartar la mirada de ella.
- Creo que tendré que explicarte las normas antes de la cena, luv. Primera regla, aquí se hace lo que yo digo. Segunda, te comportarás como se requiere en una dama de tu posición social, limitándote a hacer lo que se espera de ti. Son dos reglas muy sencillas de cumplir, y si no lo haces, tengo el permiso de mis padres para tomar las medidas que crea oportunas para conseguirlo. ¿Entendido?
- ¿y cual serían esas medidas? ¿Me vas a dejar sin postre?
- No. Pero te pondré sobre mis rodillas, te levantaré las faldas y te azotaré con mi fusta. Eso suele funcionar con mocosas caprichosas como tú.
- ¡No creo que te atrevieras! –dijo ella dando un paso atrás, un poco cohibida. Los ojos azules de él se habían puesto de un gris casi transparente, y su firme quijada estaba contraída. Era obvio que hablaba en serio.
- No me pongas a prueba. Ahora sube, date un baño y ponte ropa más adecuada. Te espero para la cena. –William se dio la vuelta de forma despectiva mientras tomaba otra vez su copa. Ella no estaba acostumbrada a recibir órdenes y menos a cumplirlas, y esta no iba a ser la primera vez. William escuchó una palabrota de fondo y se volvió raudo hacia ella, pero Elizabeth desapareció tras lanzarle una mirada asesina. -¡maldita cría!
William volvió a mirar el gran reloj del inmenso salón. Las siete y dos minutos. Hastings esperaba pacientemente cerca del aparador a que se le ordenara servir la cena, pero esa orden no llegaba. La doncella y el ayudante del mayordomo se lanzaban miradas cómplices, intentando no sonreír. Ella había ayudado a la señorita Elizabeth a cambiarse y sabía que no bajaría a cenar, porque después del baño se había puesto el camisón y el gorrito para dormir.
Estuvo tentada de explicárselo al señor, pero no se atrevía. El futuro conde tenía un carácter demasiado fuerte, y no quería llevarse una bronca. Hastings se movió nervioso y ojeó su reloj de bolsillo, pasaban ya diez minutos de las siete, y ni rastro de la bella pero suicida señorita. Carraspeó para llamar la atención de William, y utilizando su tono de voz más apaciguador apuntó:
- Milord, me permito sugerirle que de su permiso para servir la cena. El consomé se va a enfriar. Mildred podría subir mientras a ver que retrasa a la señorita Elizabeth.
- Iré yo mismo a ver que retrasa a la señorita Summers, Hastings. Ordene calentar la cena, estamos aquí en cinco minutos. –el mayordomo inclinó la cabeza asintiendo y con un gesto de la mano, indicó a los demás sirvientes que se llevaran la cena a la cocina. William salió disparado del salón en dirección a las habitaciones de ella, hecho una furia. Tocó levemente en la puerta antes de entrar, tal como el decoro establecía, pero no esperó oír la invitación para pasar. Elizabeth dio un respingo en la cama y se tapó con la sábana hasta las orejas. Llevaba un ligero camisón de gasa blanco y nada más debajo. –levántate ahora mismo o lo haré yo a la fuerza.
- Te he dicho que no voy a cenar. Sal ahora mismo de mi dormitorio, no te he dado autorización para entrar, no eres un caballero.
- Ni tu una dama. Eres una chiquilla caprichosa y maleducada, acostumbrada a hacer su voluntad, pero yo te domaré igual que hice con mi potro, tengo experiencia.
- ¡Estás loco! No pienso levantarme contigo ahí. Estoy casi desnuda.
- No creo que tengas nada que yo no haya visto y que me interese -ella le lanzó una furiosa mirada y el suspiró- Está bien, me volveré mientras te levantas. Vístete rápido. –el se volvió de forma caballerosa y ella aprovechó para saltar de la cama y meterse en el baño, echando el cerrojo.
- Me temo que vas a tener que cenar solo, Willy. No pienso salir de aquí en toda la noche, aunque tenga que dormir en la bañera –dijo ella riéndose a carcajadas por su victoria. William cabeceó y fue directo a la puerta, tumbándola de una patada. Elizabeth gritó e intentó taparse con las manos, ya que la tela de su camisón era demasiado reveladora. Él la tomó en brazos y la condujo fuera de la habitación, desoyendo las protestas y las amenazas de ella. Bajó hasta el recibidor donde los criados esperaban órdenes. William caminó con ella hasta el comedor y el mayordomo lo siguió.
- Hastings, retiraos todos. Yo serviré la cena, y cierra la puerta al salir. No quiero ver a nadie en los alrededores de esta habitación en menos de dos horas, ¿entendido?
- Si, Milord –dijo el mayordomo sonriendo levemente. Cuando todos hubieron salido, William la dejó en el suelo y separó una de las sillas, sentándola sin muchos miramientos. Después cogió la sopera y puso el consomé en los dos platos, sirviendo también dos copas de vino.
- Ahora vamos a disfrutar de la deliciosa cena que nos ha preparado Mildred, la cocinera.
- ¡Estás loco! Esta afrenta no quedará así. –gritó ella desesperada.
- Yo que tú me preocupaba más de tapar mis vergüenzas que de amenazar a nadie, querida. Mira tus pechos. –le contestó él tomando el primer sorbo de su consomé, sin ni siquiera mirarla. Ella bajó sus aterrorizados ojos hasta sus senos y palideció. Era verdad, el frío había hecho que los pezones se le irguieran. Aunque la chimenea estuviera encendida, estaban en pleno diciembre, y un finísimo camisón no daba mucho calor. Cruzó los brazos sobre sus pechos y suspiró. La verdad es que tenía hambre, pero no le iba a dar el gusto a ese cretino de cenar.
- Te odio. –dijo Elizabeth mirándolo fijamente a los ojos, cuando él levantó la cabeza para volver a servirse vino.
- Eso es algo que no me importa en absoluto, mientras acates mis órdenes. Tenemos todo un mes para conocernos, y lo aprovecharé, puedes estar segura.
La cena prosiguió de la misma forma. Ella no probó bocado ni pronunció palabra. El comió los tres platos de rigor y después de fumarse un cigarro se levantó. Elizabeth estaba tiritando, pero no se quejó en ningún momento.
- ¿Puedo volver a mis aposentos ya, o piensas seguir torturándome y matarme de frío?
El sonrió y se quitó la chaqueta, poniéndola sobre sus hombros. Estuvo tentada de rechazarla, pero estaba helada.
- Te llevaré de vuelta. Estás descalza –dijo él tomándola nuevamente en sus brazos y cruzando la puerta hasta su dormitorio. Gracias a Dios no se cruzó con nadie del servicio en el camino, tal como había ordenado. La cabeza de ella reposaba en su pecho, y un suave olor a vainilla traspasaba sus sentidos, era un aroma embriagador. La dejó sobre la alfombra y se volvió sin mirarla –el desayuno es a las nueve en punto. No hagas que tenga que volver a venir a buscarte. –dijo con voz fría cerrando la puerta tras de si.
Elizabeth dejó caer la chaqueta al suelo y se arrebujó entre las sábanas. Estaba aterida de frío y hambrienta, pero él lo iba a pagar. Por Dios que lo pagaría.
Capitulo 2
El desayuno transcurrió sin ningún incidente digno de mención. Elizabeth se había puesto un bonito vestido de flores difusas, y se había recogido el pelo graciosamente. William se quedó sin habla durante unos segundos al verla entrar, Elizabeth desprendía mucha sensualidad y lo sabía. Sabía el efecto que causaba en los hombres. Se preguntó si ella era todavía pura, y la duda hizo que torciera el gesto automáticamente, sin saber el porqué. Cuando hubieron terminado de desayunar ella se levantó. Apenas si habían cruzado varias frases por cortesía. William también se levantó y poniéndole una mano delicadamente en su hombro la condujo a la terraza.
- Tenemos que hablar sobre tu agenda. Mamá está empeñada en presentarte en sociedad lo antes posible, así que he confeccionado una lista de las fiestas a las que he sido invitado y vendrás conmigo de pareja. Con suerte, antes de tu cumpleaños estarás prometida con algún caballero de la alta sociedad británica.
“Y así te librarás de mí, ¿verdad?”-pensó ella.
- No pienso exhibirme como el ganado, William. Olvídalo.
El contrajo la mandíbula e intentó contenerse. Todas las chicas de su edad soñaban con casarse con un buen partido y tener innumerables hijos, y amantes. Era costumbre que caballeros de mediana edad se casaran con chicas como ella, recién salidas del colegio. Ellas lograban posición social y solvencia y ellos herederos. No eran matrimonios por amor, precisamente.
- Es la costumbre. Tus padres no te dejaron un penique, y la única forma de garantizarte un futuro, es haciendo una buena boda. Eres guapa, así que podrás elegir marido con facilidad. Yo conozco a todos tus posibles pretendientes, y te ayudaré a elegir y a proteger tu reputación.
“¿Había dicho que era guapa? Daba igual, le odiaba.”
- ¿Mi reputación? ¿Y que dice mi reputación de vivir contigo solos en esta casa?
- Estás a mi cuidado, y no estaremos solos mucho tiempo. En un par de días, mi prima Marianne vendrá a cuidarte. Por otra parte, tu reputación está a salvo, con respecto a mí, yo nunca me relaciono de esa forma con chicas de tu edad.
- ¡Qué alivio! –Dijo ella irónicamente- si no tienes más que decir…
- Si que tengo. A las once vendrá la Sra. Mortimer. Ella es experta en eso de las presentaciones en sociedad, te dará clases durante unos días para que sepas comportarte como es debido. Te ruego encarecidamente que la trates con el mayor respeto, fue mi institutriz y la adoro.
- Entonces tiene que ser una momia…-el la miró reprochadoramente y ella sonrió -¿Es que no tienes sentido del humor, William? Era una broma.
- No cuando se trata de personas que aprecio, Elizabeth. Ahora vete y prepárate. Yo voy a salir, si necesitas algo, pídeselo a Hastings. Excepto cerillas- ella arqueó las cejas y el sonrió malvadamente –era una broma, ¿ves? Yo también se hacerlas, querida mía.
Fueron las dos horas más aburridas de toda su vida. La señora Mortimer era una anciana de unos ochenta años mal llevados, pero dulce y cariñosa. Aprendió como andar, como mover el abanico y como dirigirse a condes y marqueses. Lo único divertido de la clase, fue cuando ella le contó como William, cuando tenía seis años se coló en una fiesta de sus padres y se pasó toda la noche bajo una mesa, recreándose en las piernas de las señoras allí sentadas. Una de ellas se dio cuenta cuando se le cayó el tenedor y William, muy caballerosamente se lo devolvió. El grito que dio la señora se oyó hasta en Irlanda. Estuvo castigado dos semanas. Mañana aprovecharía y le sacaría más información de él a la señora. Era divertido.
No vio a William en todo el día, pues había tenido que salir para una de las haciendas del norte a arreglar un asunto de negocios. Se aburría, y entonces se le ocurrió la forma de vengarse de él, por lo de la cena.
Hastings le estuvo enseñando “Red House Manor”, era una casa preciosa y bastante grande. Tenía un hermoso jardín, y unos establos enormes para los caballos. En el sótano habían instalado una bodega, con los mejores vinos y licores del mundo. Hastings dijo que una sola botella del coñac que habitualmente tomaba William, valía su sueldo de un mes. Y entonces se le ocurrió.
Había cenado sola, y ahora estaba esperándolo en la biblioteca, sentada en el sillón favorito de William. Hacía pocos minutos que sintió su caballo llegar, y estaba segura de que iría a verla antes de subir a su cuarto y bañarse. La puerta se abrió y un sudoroso William apareció en ella. Llevaba la camisa medio abierta y un pantalón de montar ajustadísimo, de color negro, y calzaba unas botas negras. Elizabeth sintió que su corazón latía con fuerza y un calor extraño la invadió.
- ¿Qué haces levantada todavía, Elizabeth? Son más de las once.
- No tengo sueño, y pensé en esperarte. ¿Todo bien por la hacienda?
- Si. ¿Y por aquí?
- Algo aburrido. Verás, necesitaría ir a la ciudad a comprar algunas cosas, ¿podrías llevarme mañana, por favor?
- Voy a estar muy ocupado, y no soy el maldito cochero. Marianne vendrá mañana, en cuanto se instale podéis ir las dos de compras. Por el dinero no te preocupes. Te daré lo suficiente para compres todo lo que quieras. Ahora vete a dormir.-dijo con voz áspera.
Elizabeth se levantó y caminó hacia él. Estaba conteniéndose, pero le daban ganas de coger el atizador de la chimenea y….
- ¿Te apetece una copa de coñac, William? –le dijo con voz melosa. El parpadeó varias veces al ver con qué gracia se movía hacia el mueble bar.
- Si, gracias –dijo con voz seca. Ella escanció un poco de licor en la copa y se la pasó. Sus manos entraron en un leve contacto y ella se apartó, como si le quemara. –estoy invitado a una fiesta dentro de tres días. Es una de las familias más selectas de la ciudad, espero que te comportes.
- Claro William. –él se llevó la copa a los labios y escupió aparatosamente en la chimenea.
-¿pero que diablos…? –la risa de Elizabeth la delató. William se volvió hacia ella y la atrapó del brazo, atrayéndola contra su cuerpo. Ella enrojeció cuando sintió sus fuertes brazos rodeándola. Él la miraba furioso, quizás pensando si besarla o matarla. Elizabeth cerró los ojos cuando el acercó sus labios. Pero el beso no llegó. El la soltó bruscamente y fue hacia la puerta, hablándole sin mirarla -¡vete a dormir de una maldita vez, y da gracias a que dejé mi fusta en las caballerizas! ¡Hastings! ¡Deshazte del coñac de la biblioteca y comprueba todos los demás licores! Elizabeth sonrió y se fue a su dormitorio. Se había vengado. Echar vinagre en su mejor coñac había sido una buena idea.
William no podía dormir. Su pequeño viaje a “Green Valley” le había dejado bastante preocupado. De todas las haciendas de su padre, esa era la que más beneficios producía, ya que se dedicaba a la cría de caballos de raza y para carruajes. Habían llegado a tener hasta quinientos ejemplares, y su marca era reconocida en toda Europa. No en vano, los primeros sementales eran de pura raza árabe, y españoles. “Green Valley” se encontraba ubicada en los mejores pastos del norte, y era la más extensa de la región. El vivía habitualmente allí, pero en temporada alta, pasaba un mes en “Red House Manor”, y así podía ver a sus padres y asistir a fiestas. Su madre había desistido que se casara por el momento, y toleraba bastante bien a las innumerables “amigas” de su hijo. La actual se llamaba Evelyn, era una preciosa viuda morena de veintisiete años, con mucha experiencia y pocas ganas de volver a casarse, por suerte.
El tenía una regla, nunca tomar por amante a una menor de veinte años, y menos si era virgen. Daban muchas complicaciones, y hasta ahora había llevado esa regla a rajatabla. William se levantó de la cama y se puso los pantalones, bajando a la biblioteca. Necesitaba un coñac para aclarar sus ideas. Tomó un poco y lo olió antes de beberlo. Hastings había cumplido sus órdenes y de nuevo podía saborear su coñac. Sonrió al recordar al pequeño demonio que dormía arriba. Tenía que mantenerse duro con ella, era la única forma de no pensar en ella de otra manera.
Desde que la viera en camisón la otra noche, la tenía metida en sus sentidos, la deseaba como nunca deseó a nadie, pero le estaba vetada. Era como su hermana, y su madre no le perdonaría nunca que la desgraciara. Porque él no era de los que se casaban. Sintió un ruido a sus espaldas y se volvió. Elizabeth estaba en la puerta de la biblioteca sosteniendo una vela. Llevaba el pelo suelto y una bata encima del camisón. Al trasluz podía vislumbrar perfectamente el contorno de su cuerpo juvenil, y se excitó sin poderse contener. Maldijo entre dientes y volvió su mirada al fuego de la chimenea.
- ¿Qué haces levantada, Elizabeth?
- Sentí que bajabas y te seguí. Quería disculparme por lo de esta noche, fue una chiquillada, lo siento.
- Disculpas aceptadas. Ahora largo. –el tono de voz enfureció a Elizabeth. Avanzó rápidamente y dejó la vela sobre la mesa, encarándolo.
- ¿Se puede saber que diablos te pasa conmigo? ¿Por qué me tratas así?
- No te trato de ninguna manera. No está bien que estemos los dos solos a estas horas aquí. Estoy medio desnudo, y tú en camisón. Vete antes de que algún criado te vea.
- ¿tanto te preocupa mi reputación? Por que no estamos haciendo nada indecoroso, solo hablamos. ¿Qué tiene eso de malo?
William tiró con furia la copa contra la chimenea y se volvió, abrazándola por la cintura. Elizabeth podía notar todos sus músculos en tensión, sintió la necesidad de besarle, de probarlo y lo hizo. Alzó levemente la cabeza y lo besó en los labios de forma torpe. No en vano era al primer chico que besaba. El gruñó una maldición y levantándola en peso la dejó caer sobre el sofá, poniéndose encima de ella. Sus labios volvieron a unirse, esta vez de forma más agresiva. Elizabeth abrió un poco los labios para respirar y el se coló dentro de su boca.
- ¡Dios, William! –dijo ella asustada cuando sintió como él tiraba de su ropa para quitársela.
- ¿Qué pasa? ¿Nunca has estado con un hombre antes?
- No –dijo ella avergonzada. William recobró la sensatez y se levantó de un salto. Elizabeth se recompuso la ropa y se levantó a su vez, buscando sus ojos.
- Lo siento, pequeña. Me dejé llevar…Vuelve a tu cuarto y acepta mis disculpas, por favor. Estás a mi cargo y casi… ¡Dios!
- No ha sido culpa tuya, yo te he besado.
- Si que lo es. Elizabeth, te ruego que te retires. Mañana hablaremos de esto. –ella aceptó con la cabeza y salió de la biblioteca. Le odiaba y casi le deja que le haga el amor… ¿qué le pasaba? Ella nunca se había sentido atraída por ningún hombre de esa forma. Había tenido amigos en París, pero solo eso. Amigos. Pero William era tan…deseable.
Capitulo 3
No le vio durante todo el día. Marianne llegó a media tarde y enseguida se hicieron amigas. Ella tenía veinte años y estaba prometida con Lord Justin. Se casarían cuando terminara el año. Marianne era una muchacha alta y espigada. El color rojizo de su pelo era espectacular y poco común. La verdad, es que no se parecía en nada a William. Las dos estaban hablando animadamente, cuando él llegó. Traía el rostro serio, pero al saludar a su prima con un ligero beso en la mejilla, sonrió levemente.
- Cada día estás más bella, prima. Estoy empezando a envidiar a Justin. –dijo con galantería.
- No creo. Estás demasiado ocupado con Lady Evelyn, como para fijarte en ninguna otra.
Elizabeth respingó al oír el comentario, ¿Quién era esa tal Lady Evelyn?
- ¿has tenido buen viaje? –dijo él obviando el comentario y sirviéndose una copa de coñac, no sin antes olerlo por precaución.
- Horrible. Esos caminos están cada día peor. Me duelen todos los huesos de ir traqueteando en el carruaje. Creo que me voy a retirar, si no os molesta.
- Por supuesto, prima. Ordenaré que te lleven la cena a tus aposentos.
- Eres un verdadero encanto, Will –dijo ella besándole en la mejilla. Elizabeth permanecía muda en su asiento. Él ni siquiera la había saludado al entrar, ni tampoco la había mirado. Se levantó con intención de irse, pero su voz la detuvo.
- Elizabeth, espera. Quiero comentarte una cosa. –ella se paró en seco y volvió a sentarse.
- Hasta mañana entonces-dijo Marianne saliendo de la biblioteca. William cerró la puerta tras ella y tras beber un sorbo de licor depositó la copa sobre la mesa. Caminó hasta la chimenea, y comenzó a hablar, dándole la espalda a Elizabeth.
- Lo que sucedió anoche no puede volver a pasar. Eres la protegida de mis padres, y casi una niña. Es obvio que ayer me aproveché de tu inocencia y lo que fue un simple gesto de afecto por tu parte, yo lo tomé como un ofrecimiento. Vuelvo a pedirte disculpas, y te prometo que no volverá a pasar.
- No fue un simple gesto de afecto, como tú lo llamas. Fue un beso. Un beso de una mujer hacia un hombre que la atrae. –dijo ella tajante, levantándose y caminando hacia él. -Y deseo que vuelva a pasar, una y otra vez.
- ¿Estás loca? –dijo él apartándose de ella. –Elizabeth, estás deslumbrada por mí, y yo tengo toda la culpa. No debí abrazarte, ni dejar que me besaras. Fue un error lamentable.
- Sí. Sí que lo fue. –dijo ella furiosa. Era patente que él se había dejado llevar por un momento de pasión, y estaba arrepentido. Ella no le importaba en absoluto –no te preocupes. No tendré más simples gestos de afecto contigo, Will.
Elizabeth salió como un huracán de la biblioteca y él maldijo entre dientes. Ella le estaba vetada, era solo una cría, y la pupila de su madre. Sentía una atracción irremediable hacia ella, y un gran deseo, pero no. No podía aprovecharse de su inocencia.
Los dos días siguientes pasaron rápidos. Marianne y Elizabeth fueron a la ciudad a hacer sus compras. Eligió varios vestidos para asistir a fiestas y zapatos y complementos a juego. William había estado casi todo el tiempo en “Green Valley”, incluso la última noche durmió allí. No pudo sonsacarle a Hastings que era lo que pasaba, pero sabía que algo no marchaba bien. Estaba de pie ante su tocador, dándose los últimos arreglos para asistir a la maldita fiesta cuando tocaron a la puerta. Se había puesto uno de sus nuevos vestidos para la ocasión. Era blanco y dejaba al descubierto sus hombros y una gran porción de sus senos. Llevaba el pelo recogido, con algunos mechones sueltos. No llevaba joyas, porque no tenía ninguna, pero lucía deslumbrante.
- Pasa Marianne y ayúdame a abrocharme el vestido. Creo que ha saltado un broche –dijo sin mirar la puerta.
- No soy ella, pero te ayudaré encantado- William se acercó por detrás y con suma facilidad, volvió a cerrar el vestido. Se demoró un poco en retirar las manos de sus hombros, obteniendo un imperceptible gemido de ella, que se apartó rápidamente. –el coche está esperando abajo. ¿Estás lista?
- Sí. –dijo ella cortante.
- Entonces vamos –él cogió el chal y se lo echó sobre los hombros, caballerosamente, cediéndole el paso. Ella salió rápidamente del dormitorio y él la siguió. Le costaba demasiado mantener sus manos lejos de ella. Volvió a maldecir mentalmente. Este iba a ser un mes horrible.
La lujosa mansión estaba iluminada con miles de velas y candiles. Estaba decorada con gusto y la majestuosidad de sus invitados la hacían brillar aún más. Elizabeth se sentía como una hormiga en medio de un avispero. Todas las señoras lucían hermosas joyas que rivalizaban en belleza y valor. Entró al salón cogida del brazo de William, tal como mandaban las normas de la etiqueta, y después de ser presentados, la anfitriona vino a saludarlos. Era una rechoncha dama de unos cincuenta años, enjoyada hasta los ojos. La miró con curiosidad desde sus lentes de oro, y Elizabeth volvió a sentirse pequeña e insignificante.
- ¿Así que ella es la protegida de lady Anne, William?
- Si, milady. Permítame presentarle a la señorita Summers. Elizabeth Summers, lady Noxword.
- Encantada, milady –dijo ella haciendo una leve reverencia.
- Eres muy bonita, Elizabeth. Espero que William esté cuidando bien de ti en ausencia de la condesa de Norwell.
- Puede estar segura, milady. –dijo ella dando una entonación a sus palabras, que solo él comprendió. Hablaron durante un par de minutos más, hasta que lady Norxword fue requerida por otros de sus invitados.
- Ese comentario ha sobrado, Elizabeth.
- ¿Es que no es verdad? –él fue a contestar pero se contuvo al ver como Evelyn avanzaba hacia ellos. Su ceñido vestido negro, marcaba perfectamente todas sus innumerables curvas, y sus grandes senos amenazan con saltar del corpiño que los aprisionaban sin piedad. Evelyn tomó del brazo a su amante y le lanzó una mirada despectiva a la chica.
- Hola querido, ¿me presentas a tu acompañante?
- Elizabeth Summers, lady Evelyn. –ellas movieron la cabeza a modo de saludo, y el continuó con la presentación –Elizabeth se aloja en mi casa provisionalmente, por deseo de mi madre. –recalcó. Elizabeth bufó.
- Provisionalmente, ¿eh? Hace días que no vienes a visitarme, William.-dijo ella obviando a Elizabeth intencionadamente.
- Estoy muy ocupado con la hacienda, lo siento. Te compensaré.-Elizabeth sintió como la cólera la inundaba. Era la amante de William, y no se preocupaba de disimular delante de ella… ¡maldito bastardo! Evelyn le sacó a bailar y ella se quedó en medio del salón sola. Marianne bailaba con su prometido, y ella se sentía estúpida. ¿Por qué se enfadaba? William no era nada suyo, no tenía derecho de sentirse celosa, porque lo estaba.
- ¿Le gustaría bailar, señorita Summers? –salió del trance al escuchar la voz varonil. Estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que alguien se le acercaba.
- ¿Bailar?
- Lo siento, no me he presentado. Charles de Lancaster a su servicio-dijo inclinándose y besándole la mano enguantada. Elizabeth lo miró unos segundos, Charles era un hombre robusto de unos treinta y cinco años, era fuerte y musculoso y sus ojos negros la miraban con devoción. Elizabeth estuvo tentada de rechazar la invitación, pero una rápida mirada a la pareja que se deslizaba bailando el vals demasiado juntos, la decidió.
- Estaré encantada, milord.-ambos se deslizaron al compás de la música y
Ella sonrió automáticamente al ver como William fruncía el seño. -¿a qué se dedica, Sir Charles?
- Heredé hace un par de años, y paso todo mi tiempo administrando las vastas propiedades que mi padre me legó.
- Como William.
- Si. Aunque William es solamente el administrador, hasta que el conde muera, lo cual espero que no suceda pronto. Yo soy el dueño de todo.
- Es usted afortunado, milord. –él le sonrió y aprovechó un giro en el baile para bajar la mano que tenía apoyada en la cintura de ella. Elizabeth entró en cólera y dejó de bailar ante la atenta mirada de todos. –estoy un poco mareada, Sir Charles. Creo que voy a sentarme.
- Por supuesto, señorita. Ha sido un placer.
No lo dudo…cerdo.-pensó ella dándole la espalda dignamente. Aún sentía los dedos fuertes asiéndole el trasero y si no fuera porque estaba rodeada de todos esos estirados, le habría dado una bofetada por su atrevimiento.
Salió al balcón que daba al jardín y caminó entre las plantas, buscando un poco de tranquilidad. Hacía bastante frío, pero no soportaba ver a William bailando con esa…zorra. Con su amante. Pensó en los últimos años de su vida, en lo sola que se sintió cuando sus padres murieron, y comenzó a llorar. Todas sus compañeras de colegio eran chicas afortunadas, tenían a sus padres para velar por ellas, pero ella no. Solo las visitas de Lady Anne la hacían olvidar que estaba sola en el mundo. Muchas noches escapaba de su habitación en el internado y subía a la terraza. Se tendía en el suelo mirando las estrellas y soñaba con que algún día encontraría a un hombre que la amara, con el que formar una familia, alguien a quien ella amara también con locura, que la hiciera sentir. Pero ese sueño era imposible. Tenía que casarse con algún caballero, el que la eligiera a ella. Alguien como Sir Charles, e incluso más mayor. Alguien a quien tendría que entregar su virginidad y al que posiblemente odiaría y sentiría asco…no, no estaba dispuesta a eso. No se casaría con sir Charles ni con nadie.
- ¿por qué lloras, amor? ¿Te hizo algo Charles?
- Se atrevió a tocarme el trasero, el muy cerdo –dijo limpiándose las lágrimas de un manotazo. No quería que el la viera débil. –debí de cruzarle la cara allí mismo, pero te prometí que me comportaría.
- ¿Eso hizo? No me extraña con el vestido que te has puesto. Estás pidiendo a gritos que te toquen o algo más.
- ¿le estás justificando? Pues tu querida Evelyn parece una prostituta barata y nadie se atreve a tocarle nada.
- Evelyn es una viuda con experiencia y puede vestirse como quiera, tú eres solo una niña, y ese vestido es inadecuado. Tendré que revisar tu guardarropa para dar el visto bueno a lo que te has comprado.
- ¡Esto es increíble! ¡Charles se atreve a propasarse conmigo y tu solo piensas en mirar mi armario!
- Tienes razón, iré y le retaré a duelo por tu honor –dijo él volviéndose rápido. Ella le atrapó del brazo y lo retuvo, horrorizada.
- ¡No! ¡No lo hagas! ¡No puedes retarle!
- ¿por qué no? Soy tu paladín, y si Charles se ha propasado, lo pagará con su vida, te lo prometo. –dijo con tono burlón que ella no captó, debido a su nerviosismo.
- No lo voy a permitir. Podría matarte –dijo ella con vehemencia abrazándole por la cintura. El se quedó helado por su acción, y tomándola en sus brazos la apretó contra sí, acariciándole el pelo. La verdad es que se sentía culpable por haber estado burlándose de ella con lo del duelo. Aunque sí tendría unas palabras con Charles.
- Está bien, me has convencido. No retaré a Charles, ¿Contenta? –dijo levantándole la barbilla con un dedo hasta que sus ojos se encontraron. Ella asintió con la cabeza y él le sonrió. –volvamos dentro, estás temblando.
- Abrázame un poco más, por favor.
- Elizabeth alguien podría vernos y…
- ¡Ah estáis aquí! –dijo sir Charles que iba acompañado por Evelyn, William se separo de Elizabeth y le miró con dureza. –Nos preguntábamos por qué tardabais tanto.
- Elizabeth se encontraba mal por algo que le ha pasado en el salón de baile. ¿Sabes algo de eso, Charles?
- ¿Yo? No, en absoluto. De hecho quería pedirte permiso para visitar a Elizabeth en tu casa, si te parece bien.
Elizabeth miró espantada a William y le suplicó con la mirada. Evelyn se mantenía en silencio, observándolos a todos, divertida.
- Será mejor que discutamos eso en privado. Señoras, espérennos dentro, por favor.
- Pero…-empezó a decir Elizabeth. William le lanzó una intimidatoria mirada y ella comenzó a caminar, seguida de la otra mujer. Cuando estuvieron solos, William se aproximó a Charles, que sudaba como un pollo. Conocía el carácter de William, y sabía que éste no permitía que nadie intentara nada con alguna de sus mujeres.
- Charles, Elizabeth me ha contado que mientras bailabais una de tus manos, por error la ha tocado en un sitio muy privado. Voy a dar por hecho que ha sido solo eso, un mal entendido, porque en caso diferente me vería obligado a citarte mañana al amanecer, y la verdad es que voy a estar muy ocupado.
- Ha sido un mal entendido, como bien dices, William-dijo el moreno haciéndose hueco con los dedos en el almidonado cuello de su camisa. Elizabeth me interesa mucho, y quisiera cortejarla con tu permiso.
William pensó con rapidez. No podía negarle a Charles que la visitara. Y menos después de la escena que Evelyn y él habían presenciado. Las malas lenguas se encargarían de magnificar lo que había sido un abrazo inocente.
- Está bien, puedes visitarla, pero siempre que esté acompañada por mí o por mi prima Marianne. Y si te atreves a volver a faltarle al respeto, te arrancaré la cabeza, ¿entendido?
- Entendido. Gracias, William.
William salió del jardín y buscó con la mirada a Elizabeth. Suspiró al verla hablando con Marianne y otros caballeros. Su belleza serena atraía a los hombres, pronto tendría a una legión de ellos llamando a su puerta, para hacerla su esposa, y él no podría hacer nada. Ahogó una maldición y fue en busca de Evelyn, que estaba muy animada charlando con un numeroso grupo de damas. Por la mirada que le echaron al acercase lo supo, su abrazo con Elizabeth era conocido por toda la nobleza de Londres y que según las malas lenguas, había sido algo más que un abrazo.
Capitulo 4
La navidad pasó rápido y su cumpleaños estaba cercano. Lady Anne y Sir James habían vuelto de su viaje para pasarlas con ellos, y William aprovechó para volver a “Green Valley” después de noche vieja. Ella se entristeció, pero era lo mejor, según dijo Lady Anne. Los comentarios sobre su supuesta relación corrían de boca en boca, y su reputación estaba en juego. Charles siguió visitándola, ella le recibía por cortesía, pero odiaba verlo, que le hablara y que tan siquiera la mirara. Marianne había vuelto a su casa, y ella se sentía muy sola.
Por fin llegó el día de su cumpleaños. Había elegido un vestido blanco similar al que llevó a su primera fiesta, aunque un poco más recatado. William vendría para la fiesta, según había asegurado un lacayo suyo al que envió con un mensaje para sir James, dos días antes.
Estaba terminando de vestirse, cuando oyó su caballo llegar. Se asomó a la ventana ansiosa, hacía casi un mes que no lo veía, y lo añoraba. Venía cubierto por el polvo del camino, y más que un caballero, parecía un malhechor. Descabalgó de un salto y entró en la casa, privándola de su vista. Terminó de arreglarse con rapidez y bajó. Lady Anne estaba lista también, y le sonrió con dulzura al percatarse de su presencia.
- Estás muy guapa, Elizabeth.
- Gracias, milady. Usted también.
- William y James están hablando en la biblioteca. Será mejor que los esperemos en la sala, pronto llegarán los primeros invitados.
- Claro, ¿todo va bien en la hacienda, lady Anne?
- Parece que hay problemas, pero tú no tienes que preocuparte por nada, cariño. Disfruta de tu dieciocho cumpleaños, además quiero comentarte una cosa…Sir Charles le ha pedido tu mano a James. Quiere hacer público el compromiso esta noche.
- ¿Qué? ¡Pero si yo no estoy enamorada de él! ¡No quiero casarme!
- Es una oportunidad magnífica, querida. Charles es un hombre joven y fuerte, que te dará seguridad y muchos hijos. El amor vendrá después, te lo prometo.
- Pero…-trató de protestar. Hastings llamó a la puerta y anunció que los primeros invitados habían llegado. Lady Anne se excusó y fue a recibirlos, mientras ella se quedaba destrozada. ¡Iban a casarla con ese petimetre asqueroso! No lo iba a permitir. Iría a ver a William y le diría lo que sentía por él, eso haría. Salió corriendo a su habitación a esperarlo. Abrió la puerta de golpe y enrojeció al ver lo que estaba viendo.
- ¡Maldición! ¿Se puede saber qué diablos haces aquí?
William se encontraba completamente desnudo secándose con una pequeña toalla. Era indudable que había salido del baño no hacía mucho. Ella se quedó embobada mirando su figura. Tenía un pecho amplio y fuerte, y unos brazos enormes. Descendió la mirada y se le cortó la respiración al detenerse en sus vientre plano y su… ¡Dios, que grande!
- Por Dios, Elizabeth, cierra la maldita puerta-ella lo hizo y bajó la mirada azorada- ¡por fuera!
- Creí que todavía estabas en la biblioteca con Sir James…Quiero hablar contigo, es importante. –dijo ella girando la cara de forma cómica. El sonrió entonces y se lió la toalla alrededor de su cintura.
- ¿no puedes esperar a que me vista?
- No, no puedo. Vístete si quieres mientras hablo.
- Vas a volverme loco, querida mía. Está bien, habla.-dijo cogiendo su ropa.
- Sir Charles ha pedido mi mano a tu padre, y él se la ha dado.
- Si, lo sé. Me lo dijo abajo.-dijo el con voz neutral.
- ¿y no piensas hacer nada?
- ¿qué quieres que haga? Charles es un estúpido, pero te quiere. No dudo que cuidará estupendamente de ti –dijo con fastidio, mientras se abotonaba los pantalones.
- No me quiere, me desea, y desea la gran dote que tu padre le dará por mí, y a mí él me da asco, por favor no lo permitas.
- No puedo interferir en eso, Elizabeth. Es cosa de mi padre y Charles. Ni tu opinión ni la mía cuentan.
Ella se volvió hacia él con lágrimas en los ojos. Tendría que humillarse más, pero se lo diría.
- William, te amo a ti. Es contigo con quien quiero casarme. ¡Cásate conmigo aunque solo sea por ayudarme!
El se quedó paralizado ante su confesión. Ella corrió a sus brazos y le abrazó, sin dejar de llorar. El buscó sus labios y los atrapó con fuerza, mandando al diablo todas las precauciones. Después de unos intensos minutos él la separó un poco para mirarla. ¡Estaba tan preciosa!
- Ya hablé con mi padre antes y le pedí tu mano. Me ha dicho que no, que ya le dio su palabra al maldito de Charles. No puedo ayudarte, cariño.
- ¿por qué no? El compromiso no se ha hecho público, se puede romper.
- Lo he intentado por todos los medios, incluso he discutido con mi padre, y no he conseguido nada.
- Entonces nos fugaremos y nos casaremos. Puedes conseguir una licencia especial.
- No puedo hacer eso. Mataría a mi madre con el escándalo. Ella está delicada, y mi padre me desheredaría. Yo…lo siento, amor, pero no puedo casarme contigo.
Elizabeth se apartó y se limpió las lágrimas. Su cara era una máscara de dolor. No dijo nada más y salió de la habitación. William se dejó caer en la cama, como un fardo, escondiéndose la cara entre las manos. Iba a entregarla a ese baboso. Era un maldito cobarde.
El anuncio del compromiso se hizo esa misma noche. William observaba desde un rincón del salón con la mandíbula contraída por la ira y el dolor. Sentía algo por esa fierecilla indomable, pero no estaba seguro de lo que era. El había renunciado al amor hacía tiempo. Lo que si sabía, es que le ardía la sangre de tan solo pensar en ella y Charles en la intimidad. No sabía si lo que ella sentía por él era amor o fascinación, posiblemente sería lo segundo. Elizabeth estaba confusa sobre sus sentimientos, y quería escapar de Charles por medio de él. Soltó una sarta de maldiciones cuando vio como Charles la tomaba de la mano cuando el compromiso se hizo público y le daba un corto beso en los labios para sellarlo, maldita sea...
Mañana saldría publicado en todos los malditos periódicos de la ciudad.
Elizabeth parecía una muerta en vida, estaba pálida y no pronunció ni una palabra durante toda la noche. Intentó acercársele en varias ocasiones, pero ella le evitó. Le estaba bien empleado, por idiota.
Cuando la vio salir hacia el jardín acompañada de Sir Charles, tuvo que cerrar los ojos y contenerse. Algo en su interior le ordenaba ir tras ellos y arrancársela de los brazos, para huir lejos, pero no podía hacer eso. Su honor y el de su familia estaban en juego. Tomó una botella de coñac y una copa y salió del salón con destino a su dormitorio. Necesitaba embotarse y olvidar lo que estaría pasando en ese jardín.
Elizabeth sentía como los brazos de Charles la apretaban contra su cuerpo y sintió nauseas. Solo William la había abrazado de esa forma, pero sus abrazos y besos eran muy diferentes a los de Charles. Ella deseaba los besos de William y detestaba los de su prometido. Intentó apartarlo delicadamente, pero fue imposible. El la arrastró hasta un lugar más privado del jardín donde los altos setos los ocultaban de miradas indiscretas. Empezó a sentir pánico cuando el la obligó a tumbarse en el suelo y se puso sobre ella. Por lo visto el desgraciado no tenía intenciones de esperar a la noche de bodas para ejercer sus derechos matrimoniales. Iba a hacerla suya en el suelo del jardín, como si fuera una simple prostituta. Algo se revolvió en su interior, una furia que hacía tiempo que no sentía, y cuando él comenzó a levantarle la falda, le arañó con todas sus fuerzas en la cara. El lanzó un grito de sorpresa y la golpeó con fuerza en la cara.
- ¡Maldita ramera! ¡Yo te enseñaré a respetarme!
- ¡Suéltame, cobarde! Cuando Sir William se entere de lo que has intentado, romperá este compromiso y te retará.
- El vizconde no se va a enterar, y aunque lo hiciera nadie te creerá. Yo soy un caballero, y tu prometido. Vas a ser mía esta noche, y de todas las formas que se me ocurran, aunque tenga que atarte con mi cinto.
- ¡No!-gritó ella cuando le abrió las piernas a la fuerza con sus rodillas. El estaba enloquecido, y ella se desesperó. Buscó con las manos a su alrededor y asió una gran piedra entre ellas. La descargó con fuerza sobre la sien de su violador y le empujó para apartarlo, dejándolo tirado sobre el césped. Estaba aterrorizada, no sabía si le había matado. Corrió hacia la casa, entrando por la puerta de atrás. Tenía el vestido destrozado, y no quería que nadie la viera en ese estado. Se sentía sucia, aunque él no hubiera conseguido sus malvados propósitos. Entró a su cuarto y se quitó la ropa con furia, metiéndose en la bañera helada para limpiarse de los besos y caricias de esas sucias manos y labios. No sabía el tiempo que se pasó allí metida, pero cuando notó que la piel se le arrugaba como una pasa, salió. Se puso un camisón blanco y una bata y se peinó, dejándose el cabello suelto. No podía permitir que eso volviera a suceder. Si William no quería casarse con ella y ayudarla, le obligaría. Y ella sabía la forma.
Era más de media noche cuando la fiesta terminó. Ella había dado instrucciones a su doncella para que nadie la molestara, y se disculpó con Lady Anne diciendo que se sentía un poco indispuesta por la emoción de su inminente boda. Gracias a Dios la creyó, y no la molestaron. Cuando el reloj marcaba las dos de la madrugada, se deslizo en silencio sobre sus zapatillas y salió de su cuarto, sin hacer ruido, metiéndose en el de William. El dormía profundamente sobre la cama. Estaba vestido con los pantalones y la camisa que había llevado a la fiesta y una botella de coñac descansaba sobre su regazo casi vacía. Estaba borracho, y bastante. Eso le venía genial para llevar sus planes adelante. Fue hacia la cama y le quitó la botella de las manos, dejándola sobre la mesita, y después se puso a desnudarle con los ojos cerrados. Sentía mucha vergüenza de hacerlo, a él ya le había visto desnudo aquella gloriosa vez en su dormitorio, pero desnudarlo era otra cosa.
Abrió los ojos para sacarle la camisa, y se quedó extasiada contemplando ese pecho tan perfecto, con una leve sombra de vello oscuro sobre él. Su vientre era plano y tuvo que contener el aliento cuando sus manos se deslizaron por él, hasta llegar a la cinturilla del pantalón. Volvió a cerrar los ojos y se lo desabrochó por completo, tirando de el hasta habérselo quitado. William se movió entre sueños y se puso de lado, dándole la espalda. Entonces abrió los ojos y los posó sobre el rotundo y bien formado trasero. Se humedeció apenas sin darse cuenta. ¡Era una casquivana, por Dios! Habían estado a punto de violarla y ahora…–pensó. Tiró de las sábanas y lo envolvió con ellas, quitándose su bata a continuación y metiéndose en la cama con él. Elizabeth sabía las costumbres de William. Se levantaba todos los días a las siete de la mañana, se bañaba e iba a pasear con su caballo después de desayunar. Eso cuando no se iba a esa hora para la hacienda…así que su ayuda de cámara iba a esa hora a despertare…y si los encontraban juntos…
El escándalo sería monumental. El compromiso se rompería y William se vería obligado a pedirla en matrimonio para salvar su honor. Todas esas habladurías que había de los dos, se acallarían entonces. El se enfadaría por haberle utilizado, pero ella haría todo lo posible por ganar su amor.
Él se giró y le puso un pesado brazo sobre el pecho, y una de sus piernas también la tocaba. Su tacto era suave, y el olor dulzón a coñac, tabaco y hombre perturbaba sus sentidos. Elizabeth sopló la vela el candelabro que había sobre una mesita y todo se quedó a oscuras, cerrando los ojos con alivio. Pronto sería la esposa de Sir William de Noxwell, el hombre que amaba.
William sintió como un cuerpo caliente le abrazaba y abrió los ojos para ver de quien se trataba. No recordaba lo que había hecho después de tomarse la primera botella de coñac, y posiblemente había salido en medio de la noche para consolarse en los brazos de su querida lady Evelyn. Seguramente estaría en su acogedor dormitorio. No había amanecido y la noche era oscura así que apenas distinguía una silueta blanca que se pegaba obstinadamente a él. Era raro que Evelyn utilizara camisones cuando estaban juntos, porque si ella llevaba alguno puesto, terminaba hecho añicos, debido a la pasión de sus encuentros. Hacía bastante tiempo que no iba a verla. Justo el que Elizabeth llevaba en la ciudad, y sus necesidades físicas le apremiaban, como así atestiguaba su turgente sexo.
Todavía estaba un poco mareado, y la cabeza le dolía horrores, pero nada como una buena sesión de sexo para mitigar una resaca.
Palpó con la mano uno de sus senos y apretó levemente. Los recordaba más grandes, pero hacía tanto tiempo…Oyó como ella gemía levemente cuando se lo pellizcó hasta ponerle el pezón duro, mientras con la lengua jugaba con el otro. Había algo que a ella le gustaba bastante que le hiciera, y decía que eran un gran maestro con la lengua, tanto como con su sexo, así que tiró del camisón hacía arriba dejando una estela de besos y lametones en su camino descendente, mordisqueando levemente sus caderas y sus muslos suaves. La chica se contorsionaba contra su lengua, y gemía de una forma deliciosa, Evelyn se estaba comportando. La última vez que lo hicieron, casi vienen los guardias a casa para ver si la estaba matando, de los gritos que daba. Intentó abrirle las piernas para seguir dándole placer, pero lo que escuchó no provenía de la boca de Evelyn, no era su voz.
- ¡maldita sea! ¿Quién eres tú? Habla.
- Elizabeth –dijo ella con un hilo de voz.
- ¿Quéee?
Se levantó de un salto y corrió a encender el candelabro. Elizabeth estaba en su cama, tenía el camisón como él se lo había dejado, por encima de los pechos. Ella siguió su mirada y lo bajó llena de vergüenza. Entonces reparó en que él estaba completamente desnudo, como cuando le cogió secándose, pero ahora su miembro estaba más duro que un mástil, desafiando a la gravedad. Sintió pánico al pensar que “eso tan grande” pudiera estar dentro de ella y cogiendo la sábana se tapó hasta la cabeza.
- ¿Qué diablos haces en mi dormitorio? No me digas que te he… que tú y yo…
- No, no hemos hecho nada. Bueno, excepto lo último que tengo que reconocer que me ha gustado un montón.
- No estoy para bromas, Elizabeth. No seas descarada… –dijo él susurrando. Sintió como se ponía los pantalones y caminaba hacia ella. Quitó la sábana que la cubría con un fuerte manotazo y la miró echando chispas –vuelve a tu cuarto antes de que alguien se de cuenta que no estás allí. Ahora estás comprometida con otro hombre.
- Por tu culpa. Debería estar comprometida contigo, y entonces él no hubiera intentado…
William se fijó en su rostro y vio que una franja rosada le cruzaba la cara. Sintió que las entrañas se le retorcían al comprender que él la había golpeado. Llevó sus dedos hasta su cara, haciéndola girar para verla mejor. Se sentó en la cama y le habló con voz suave, intentando contener sus emociones.
- ¿Te golpeó? ¿Por qué? –preguntó aún sabiendo la respuesta.
- Quiso acostarse conmigo a la fuerza, en el jardín. Pero él también tiene un buen recuerdo mío en la cara, y en la sien. Le arañé y golpeé en con una piedra, aunque no le he matado. Vi como se iba en su carruaje poco después de eso.
- ¡Hijo de puta! Me dan ganas de matarlo con mis propias manos.-William se recompuso y le habló a los ojos- El es un caballero y sería tu palabra contra la suya, y estando prometidos no se consideraría violación. El tiene todos los malditos derechos sobre ti.
- Lo sé. Por eso no voy a contárselo a nadie, y por eso vine aquí. Si me encuentran en tu dormitorio, tendremos que casarnos, y ese compromiso se romperá.
- Elizabeth, ya te dicho que no puedo hacer eso, sería un escándalo.
William se levantó de la cama y ella hizo lo mismo. Se fijó en sus anchas espaldas, ahora desnudas, en su pelo revuelto, y en su alto sentido del honor. Nunca la ayudaría de esa forma. Estaba perdida.
- El honor lo es todo para ti, ¿verdad?
- El honor y la confianza, y no voy a volver a perderlo por ninguna mujer. Sin honor no somos nada.
- Sin amor tampoco, William.
Elizabeth salió en silencio de la habitación y cerró la puerta, dejando a un confuso y furioso William.
Capitulo 5
Quedaban pocos días para la boda. William estaba de un humor de mil demonios. Al día siguiente de la publicación del compromiso de Elizabeth y Charles, este último apareció con la cara amoratada y un labio partido, pero no transcendió lo ocurrido. Se dijo que fue un intento de atraco, pero William sabía perfectamente la verdad. Sus nudillos despellejados lo atestiguaban. Era lo menos que podía hacer por ella.
Había tenido que pasar la mayor parte del tiempo en “Green Valley”, porque los robos de caballos habían aumentado en número. La última vez fueron cinco, y gracias a Dios, “Relámpago” y “Fury”, sus mejores sementales pudieron escapar al pillaje. William había seguido las huellas de los cuatreros hasta los límites de la hacienda, pero después se perdían entre las rocas que la bordeaban.
John, su capataz, tenía el convencimiento de que los ladrones no eran de la zona, porque su hierro era conocido en toda la comarca. Pero alguien de allí les estaba dando informes y ayudando. Posiblemente, los volvían a marcar y los vendían fuera del país.
Tendría que asistir a la maldita boda, y entonces, cuando ella fuera la esposa de ese desgraciado, no podría hacer nada por protegerla. Aunque sí…
Elizabeth se vestía con la ayuda de Marianne y una de las doncellas. Tenía el rostro serio, y un gran dolor le oprimía el corazón. Quedaban pocas horas para que el matrimonio se llevara a cabo. Apenas si había visto a William durante los últimos días y le echaba de menos. Le hubiera gustado despedirse de él en privado, decirle que ya no estaba enfadada y que le entendía. Que le amaría siempre, aunque fuera la esposa de otro. Se echó a llorar sin poderlo evitar ante la atónita mirada de la doncella. Era raro que una señorita de la posición de Elizabeth llorara antes de una boda tan ventajosa. Marianne se hizo cargo de la situación y la despidió, quedándose a solas con ella.
- Elizabeth, quisiera ayudarte, pero no sé como.
- Lo sé…no te preocupes, se me pasará. Es que ni siquiera he podido despedirme de él.
Marianne se acercó y las dos se abrazaron. Ella sabía lo que su amiga sentía por su primo, y le dolía verla sufrir. Ella era afortunada, iba a casarse por amor en poco tiempo, pero Elizabeth tendría que soportar a un marido al que odiaba y por el que sentía asco. La compadeció.
- ¿Quieres que hable yo con él? Es muy testarudo, pero le conozco lo suficiente para saber que hará algo.
- No, el no me ama, solo siente cariño hacia mí, como si fuera su hermana. Y no quiero meterle en más problemas.
- William estuvo a punto de casarse hace cinco años, ¿lo sabías?
- No. ¿Qué pasó? –Marianne se sentó en la cama y Elizabeth la acompañó, limpiándose las lágrimas.
- Estaba muy enamorado de Cecily. La cortejó durante años, hasta que ella accedió a casarse con él, pero la noche antes de la boda, ella se fugó con otro hombre, dejándole destrozado. Todos pensamos que iría en su busca, y que retaría al caballero que lo hizo, pero no se inmutó. Se fue al club y quemó en la chimenea todas las poesías que le había escrito. Luego se emborrachó, y hasta hoy. No ha vuelto a nombrarla.
- Dios, que mal trago tuvo que pasar… ¿y dices que escribe poesía?
- Escribía, por lo menos. Es por eso que juró no casarse nunca, ni acostarse con chicas menores de veinte años. Solo busca sexo en sus relaciones, y ningún compromiso.
- Lo entiendo, tuvo que ser doloroso para él. Su honor quedaría por los suelos, al no retar al hombre que se llevó a su prometida.
- Si, pero no fue por cobardía. Él se enteró por la madre de ella que Cecily estaba en cinta de ese hombre cuando huyó, y no quiso dejarla sin marido, y sin padre para su hijo…es todo un caballero.
- Marianne, ¡no puedo casarme con Charles! Yo sé que William puede llegar a amarme. Sé que me desea, y que tiene miedo a que yo le traicione como lo hizo Cecily. Tengo que demostrarle que yo no soy así.
- Entonces solo queda una solución. Huye. Él irá a por ti, te lo aseguro.
- ¿Dices que no fue a por su prometida de la que estaba profundamente enamorado y va a ir a por mí? Quien irá será Charles, y si me coge…
- No si te vas ahora. Quedan cuatro horas para la boda. Dentro de dos, aviso a William que te has ido, y para cuando Charles se entere, Will te habrá encontrado. Hoy parece que va a haber tormenta. Toma la carretera del este, hay una posada como a tres horas de aquí. Cuando William te encuentre será de noche, y lloviendo no podréis volver. Tendréis que pasar la noche allí y cuando se sepa…
- ¡Dios, eres un genio Marianne! Ni a mí se me hubiera ocurrido una idea tan brillante.
Las dos se abrazaron y entonces Marianne sacó unos billetes de su escote.
- Toma estas libras, podrás alquilar un carruaje y tomar algo mientras esperas a Will. Ten cuidado, por favor.
- Gracias Marianne. Tendré que cambiarme –dijo ella señalando su reluciente traje de boda.
- No hay tiempo –Marianne fue al armario y sacó una gran capa negra con capucha –con esto nadie te reconocerá. Sal detrás de mí y yo te iré indicando.
Elizabeth se puso la capa y se tapó la cabeza con ella. Iba caminando tras Marianne, con el corazón latiéndole a mil. Si la descubrían…Salieron al jardín por la puerta de atrás y tras despedirse con un beso, se perdió entre los árboles. Media hora después iba en un carruaje de alquiler, camino a su felicidad.
Marianne miró el reloj de la biblioteca y respiró. Dos horas justas desde que Elizabeth se había marchado. Ella había dado órdenes al servicio para que nadie la molestara, y los demás estaban demasiado ocupados en arreglarse como para fijarse en nadie más.
Lady Anne apareció bellamente ataviada. En su juventud había sido una belleza rubia de ojos azules, y en cuanto la vio Sir James, le pidió matrimonio, un mes después estaban casados, y otros nueve después, William nació. Fue un parto muy complicado, y de resultas, Anne quedó incapacitada para volver a ser madre. Todos sus amores y desvelos fueron para su único hijo, concibiendo la esperanza de que algún día se casara y formara una gran familia, y le diera muchos nietos. Aunque después de lo que pasó con Cecily, todas sus esperanzas se esfumaron.
Ella se extrañó mucho cuando William le pidió la mano de Elizabeth a su padre. Pensaba que la veía como a una niña, pero los ojos de adoración con los que ella le miraba no eran los de una niña, sino los de una mujer enamorada. Lástima que al final ella tuviera que casarse con Sir Charles. Ni los ruegos de William ni los suyos, hicieron cambiar de opinión a James.
- He tocado a la puerta de Elizabeth y no me ha respondido. Pensé que ya había bajado.
Marianne se aclaró la garganta y trató de parecer sorprendida.
- ¿Ah si? Yo la dejé hace un rato, estaba indispuesta. Seguro que se ha dormido.
- Será mejor que subamos a ver.
Lady Anne salió de la biblioteca seguida de Marianne. Todo se iba a precipitar. La madre de William tocó a la puerta, pero nadie le contestó, así que girando el pomo entró en la habitación. Estaba desierta.
- No está.
- Parece que no. Quizás haya salido al jardín a tomar el fresco…
- Marianne, no soy tonta. Dime inmediatamente donde está Elizabeth.
- ¿Qué decís sobre Elizabeth? –dijo William desde la puerta con ansiedad.
- Creo que Elizabeth se ha escapado de la casa, y Marianne sabe dónde ha ido.
- ¿Qué? ¿Qué ha hecho qué? –William tenía la cara descompuesta por el miedo. Una chiquilla sola en esos caminos era pasto fácil de los salteadores. –di lo que sepas, rápido.
- Salió hace dos horas. No quiere casarse con Sir Charles, y vosotros la queréis obligar. Se fue por la carretera del este.
- Hay que avisar a su prometido-dijo Lady Anne- él tiene que ir a buscarla y traerla de vuelta, antes que nadie se entere y se mancille su honor.
- Yo la traeré, madre. La casa de Charles queda lejos, y cuando se ponga en camino ella ya estará en Irlanda, por lo menos.
- Pero hijo, si tú la encuentras Sir Charles pensará que pasa algo entre vosotros y…
- Que piense lo que quiera. Cuando Elizabeth y yo volvamos, seremos marido y mujer. No voy a permitir que se case con ese mequetrefe. Conseguiré una licencia especial, así que dile que no se moleste en buscarla.
William salió a toda prisa y envolviéndose en su capa, se subió a “Niebla”, su caballo, emprendiendo el galope. Si alguien osaba tocarla, hacerle el menor daño, le mataría lentamente.
Charles no paraba de maldecir y sus ojos parecía que le iban a salir de sus órbitas. Escuchaba lo que Sir James le decía sobre Elizabeth, y cada vez estaba más enfadado. Un buen negocio se le iba a echar a pique, y no estaba dispuesto a ello.
- En cuanto William vuelva con ella, nos desposaremos. Esto no cambia nada. Sé que su hijo es un caballero y la respetará, como mi prometida que es.
- Ese no es el tema, Charles. Es cierto que William no se aprovecharía de la situación, pero según me dijo mi señora esposa, tiene planeado casarse con ella antes de regresar. Elizabeth está enamorada de él, y él la aprecia lo bastante como para hacerla su esposa y librarla de un matrimonio no deseado, el cual sería un error, ahora me doy cuenta de ello.
- ¿Cómo dice, milord? ¡William no puede casarse con mi prometida! Si lo hace le retaré en duelo. La sangre correrá.
- El sabrá responderle como un hombre. Le sugiero que espere en su casa los acontecimientos. Le avisaré con lo que sea. Por lo pronto, la boda ha sido cancelada.
- Tendrán noticias de mis padrinos-dijo mientras se retiraba. Estaba furioso, esa puta había huido de él, de su prometido y antes que pudiera echarle mano a su jugosa dote y su más jugoso cuerpo. Todavía tenía señales en la cara de la golpiza que Sir William le propinó, al esperarlo de noche a la salida del club. Dijo que si osaba volver tocarla antes de desposarla, le mataría. Y por el brillo de sus ojos supo que hablaba en serio. Si le fallaba el primer plan, tendría que continuar con su otro negocio para ganar dinero, y se llevaría a quien fuera por delante para conseguirlo.
William galopaba pegado al cuello de su caballo. Había empezado a llover copiosamente y el frío viento cortaba su cara. Pero no sentía el dolor, ni el frío. En lo único que pensaba era en aquella pequeña muchacha rubia viajando sola y desamparada. Debía de haberla escuchado desde el principio, haber contradicho a su padre y hacerla su esposa. Pero había tenido que pasar todo eso para que él se diera cuenta, que la pequeña demonio le importaba más de lo que quería reconocer.
Cuando vio la venta a menos de cien metros, suspiró. Había un carruaje de alquiler en la puerta, y varios caballos atados. Era evidente que todos habían parado allí para refugiarse del mal tiempo. Rezaba porque ella estuviera bien, aunque cuando la tuviera en sus manos, iba a desear no haberle dado ese susto de muerte.
Paró a “Niebla” en la puerta, bajo un chambado y sacudiendo enérgicamente la capa se la volvió a colocar sobre los hombros. Entró en el establecimiento y sus ojos la buscaron ansioso. Allí estaba ella. La reconocería entre un millón, y no es que se la viera mucho debajo de esa gran capa negra con capucha. Pero un rizo rubio rebelde la delataba.
Avanzó a grandes zancadas hasta quedarse solo a un centímetro de ella. A su furia se le unía la gran alegría de verla bien.
Ella levantó la cabeza al ver las grandes botas y su rostro se iluminó al reconocerlo. ¡Había venido a buscarla! ¡Y no había rastro de Charles ni de nadie más! Se levantó para abrazarle, pero antes que pudiera hacerlo, él se adelantó y la tomó por los hombros, zarandeándola enérgicamente.
- ¿Cómo diablos se te ocurre fugarte sola de casa en medio de la noche, insensata?
Ella palideció y su cara se entristeció a la vez que gruesas lágrimas brotaban de sus ojos. William maldijo su estupidez, y tomándola en sus brazos la apretó contra él, hasta dejarla sin respiración, buscó sus labios y la besó con desesperación, toda la desesperación y el miedo que había acumulado esas últimas horas pensando en que la perdía.
Capitulo 6
William había tomado una habitación para pasar la noche. Los caminos estaban intransitables, como bien dijo Marianne, y solo un loco o un suicida se atreverían a transitar por ellos. Se habían registrado como marido y mujer, para evitar posibles chismes si alguien los reconocía. Al fin y al cabo, en unas horas lo serían.
La habitación contaba con una pequeña chimenea y una cama de matrimonio. Elizabeth corrió a calentarse al fuego, pues estaba aterida. No sabía muy bien qué iba a pasar ahora, pero después de que todos supieran que habían pasado la noche juntos en una pensión, su boda con Sir Charles estaba acabada. Así como su reputación.
William se puso una copa de coñac, y le pasó otra a ella, que se lo agradeció con una sonrisa. Los dos se habían quitado la capa. El llevaba el traje de gala que iba a lucir en la boda, y ella su traje blanco de novia, un poco manchado de barro. William la miraba con una mueca divertida. Parecía salida de un salón de baile de Londres.
Antes de que él pudiera decir alguna palabra, ella se adelantó, tomando un trago de coñac para darse ánimos.
- Siento mucho haberos hecho pasar esta vergüenza a ti y a tu familia, William, pero no podía casarme con Sir Charles. Entiéndelo.
- No es la vergüenza en lo que estoy pensando ahora mismo, precisamente. ¿Sabes lo que va a pasar ahora, verdad?
- Sí. Lo sé, y he estado meditando. Es obvio que después de mi escapada, he tirado mi honor al retrete. Ningún hombre en su sano juicio se casará conmigo sabiendo que abandoné a mi prometido el día de mi boda y pasé la noche con otro hombre en una pensión. Solo queda una solución. Lo he pensado mucho, y es lo mejor, claro está si tú quieres.
- Me tienes en ascuas, pequeña. A ver, cual es esa solución según tú.
- Pues está claro. Seamos amantes.
William se atragantó con el coñac y tosió fuertemente. ¿Amantes? Estaba más loca de lo que pensaba. Se recompuso un poco y decidió seguirle el juego un rato. Era divertido.
- Amantes-repitió el muy serio pero muerto de risa por dentro- ¿y como has llegado a esa brillante idea, cariño?
- Tú me deseas, y yo estoy enamorada de ti. Yo no quiero que ningún otro hombre me toque, así que podemos ser amantes. Una relación ilícita, como en las novelas románticas. Ahora sí, tendrías que dejar a Evelyn, no quiero compartirte con nadie. ¿Qué te parece la idea?-dijo animada.
- No estaría mal si no fuera porque mi madre me arrancaría la piel a tiras si me aprovechara de la inocencia de su querida pupila…pero por lo demás…bien.-el tono de ironía enfureció a Elizabeth.
- No es para tomarse esto a broma. Es de mi honor de lo que estamos hablando. Me estoy ofreciendo a ti, en cuerpo y alma, sin pedirte nada a cambio.
- Algo si, que deje a Evelyn –apuntó él.
- Eso es solo un detalle…innegociable. ¿Qué dices? ¿Aceptas? Prometo ser una buena amante y no darte demasiados problemas.
William se echó a reír y dejando la copa sobre la repisa de la chimenea se aproximó a ella. Elizabeth comenzó a temblar cuando él se quitó la chaqueta y desanudó la corbata, siguiendo con sus pantalones. Ella le miraba con cara de terror.
- ¿Qué haces, milord?
- Desnudarme. Si vamos a ser amantes tendremos que compartir el lecho, ¿y qué mejor ocasión que ahora…? te sugiero que te vayas quitando la ropa, amor. Estoy deseando sellar este acuerdo nuestro en la cama, varias veces, ¿Tú no?
- ¿Te estás burlando de mí, William? –le preguntó ella con voz dolida, a punto de llorar. El le levantó la barbilla con el dedo hasta que sus ojos se encontraron.
- ¿Cómo puedes pedirme que seamos amantes, Elizabeth?
- Porque estoy desesperada, por eso.
- No tienes por qué. Mañana iremos al pueblo más cercano y nos casaremos. Conseguiré una licencia especial y serás la señora de Norwell. Ahora quítate ese horrendo vestido de novia y duérmete. Tienes que estar rendida.
- ¿Casarnos? ¿Hablas en serio?
- Totalmente. Pero antes me tienes que prometer dos cosas.
- Lo que quieras. ¡Dios, soy tan feliz! –dijo ella abrazándole.
- Lo primero es que me prometas que nunca vas a huir de mí, y lo segundo que me obedecerás en todo lo que te diga. Eres un poco alocada y no piensas en lo que haces. Si voy a ser tu marido, deberás obedecerme y respetarme, algún día serás mi condesa. Yo cuidaré de ti.
- Haré todo lo que me digas, y nunca te dejaré. Te lo prometo.
- Entonces, estamos formalmente prometidos –el la besó tiernamente en la frente y ella le sonrió.
- ¿no me vas a dar un beso de verdad? –dijo poniéndole morritos.
- Pequeña diablo…me volverás loco –el se inclinó y tomó sus labios suavemente. La sentía pegada a él, entregada. Ella abrió un poco la boca, dándole acceso demasiado alegremente. William aprovechó para colarse dentro de sus labios, jugando con su lengua y sus dientes. Sentía su sexo caliente palpitar de excitación, pero ahogó la urgente necesidad de poseerla sobre aquella enorme cama. Ahora estaban prometidos y no le haría el amor por primera vez en la sucia cama de una pensión. Muy a su pesar la soltó y ella se tuvo que agarrar a sus fuertes brazos para no caer. Estaba completamente ida. –descansa, ya habrá tiempo para esto y para mucho más, te lo prometo.
- Pero…
- ¿Qué te dije antes? Prometiste obedecerme.
- Está bien. ¿Tú donde vas? –dijo cuando él abrió la puerta del dormitorio tras arreglarse la ropa.
- A buscarnos un carruaje para mañana. Necesitaremos uno. Vuelvo enseguida.
William salió y Elizabeth se desnudó rápidamente, metiéndose en la cama solo con una camisola. Las sábanas estaban frías, pero pronto las compartiría con él. ¡Iba a casarse con William!
Cuando William volvió a la habitación, descubrió que Elizabeth se había dormido. Se sentó frente a ella en una desvencijada silla y se puso a meditar sobre el paso que había dado. Le había propuesto matrimonio al pequeño demonio de cabellos rubios y ojos tremendamente verdes. El que había jurado que solo se casaría para darle un heredero a su titulo, cuando ya no le quedara más remedio. En sus planes estaba el buscar una muchacha sin pasado, tal vez de las que vivían en alguna de las haciendas de su padre, la hija de un vicario o algo así. Alguien que no le diera problemas. Podría seguir pasándoselo bien con Evelyn u otra amante. Pero no, se tuvo que complicar la vida por ayudar a la mismísima hija de Satanás en la Tierra.
Porque ella no era de las que aguantaban una amante, ni tampoco de las que recibían y acataban órdenes, como hacía toda buena esposa que se preciara. Elizabeth pertenecía a esa generación de mujeres que empezaba a resurgir a finales de este siglo. Mujeres inteligentes que no se conformaban con ser las esposas de sus maridos. Estudiaban, discutían de política y de negocios…tendría que hacerle entender que él no iba a permitir una esposa de esa clase, que le ridiculizara en público. Tendría que utilizar mano dura con ella. Sí, era la única solución para que este matrimonio descabellado funcionara. Que él le hiciera entender que su posición como vizcondesa de Norwell le obligaba a seguir unas normas de protocolo y que no le iba a manejar a su antojo.
Elizabeth se revolvió en la cama, presa de una pesadilla. Maldijo en silencio y se levantó. Lo único que le faltaba es que su prometida fuera una histérica que necesitaba láudano o hierbas para dormir.
- Elizabeth despierta, es solo una pesadilla- le dijo, palmeándole cariñosamente la cara. Ella abrió los ojos sobresaltada, pero en cuanto le vio sentado a su lado en la cama, le sonrió.
- Lo siento, soñé que alguien te apuntaba con una pistola y disparaba…no podía ver su cara, pero sí una mancha roja de sangre en tu camisa.
William le sonrió apaciguador y señalándose la camisa trató de tranquilizarla, con palabras suaves.
- Como ves, estoy intacto, señora mía. Solo ha sido un mal sueño. Descansa un poco más. Ha dejado de llover y pronto podremos seguir adelante con nuestros planes.
- ¿Estás seguro, mi señor? ¿En verdad deseas casarte conmigo?
- Realmente no es algo que tuviera planeado, a mí me gusta planear cada uno de mis actos, pero creo que esta unión va a ser buena para los dos. Tú te libras del baboso de Sir Charles y yo le doy a mi padre ese heredero que tanto ansía.
- ¿Heredero? ¿Solo lo has hecho por eso? –dijo ella con pena. Él se acercó más y le acarició la cara con un dedo, de forma sensual.
- También está el hecho de que te deseo, como nunca deseé a nadie, amor, como bien dijiste. Y te lo demostraré en cuanto lleguemos a “Red House Manor”, una vez que seas mi esposa. Vamos a disfrutar mucho los dos buscando ese heredero, te lo prometo.
Ella se sonrojó ante el comentario. Los ojos zafiro de William y su voz tan ronca la habían trastornado. Él siguió acariciándole el cuello con la mano mientras buscaba sus labios despacio. Elizabeth gimió cuando él le abarcó el seno izquierdo con la mano por encima de su camisola, y le apretó el pezón con la yema de los dedos. Le tenía casi encima. Ella le rodeó el cuello con los brazos y dejó que la tocara tan íntimamente. Se estremecía de pasión cada vez que él la tocaba o la besaba. Elizabeth se separó un poco para mirarle a los ojos, estaba encendido por la pasión, notaba su dura virilidad contra el muslo y se preguntó si él la haría suya ahora, en contra de lo que le había dicho antes.
- William, ¿no sería mejor que esperáramos hasta después de la boda? Me siento un poco incómoda aquí. Temo que alguien entre en cualquier momento…-dijo con voz tímida. El puso un último beso sobre sus labios y se apartó con reticencia. Ella tenía razón. No era el sitio más adecuado para tomar su virginidad, como ya pensó.
- Me dejé llevar por la lujuria, pequeña. Me vuelvo loco cada vez que te toco. –ella le sonrió. Todavía tenía las mejillas sonrojadas. Se preguntaba como sería su noche de bodas, esa primera vez. Si el sería cariñoso y atento…si, seguro que lo sería. Aunque no la amara como ella a él, la trataría de forma caballerosa, confiaba en él.
La boda fue de lo más sencilla. Una humilde capilla de pueblo y solos ellos dos y los testigos, un par de asistentes a la misa anterior. Era oficialmente la esposa del William Pratt, vizconde de Norwell. Se preguntó por qué William había elegido ese pequeño pueblo y no al norte en “Gretna Green”, como hacían todos los amantes que se fugaban para casarse, y supuso que lo hizo por su apellido. El era el heredero de un condado, y eso no hubiera estado tan bien visto. Suponía que William y Sir James habían ideado una estratagema para esconder su huída, y que el escándalo fuera el mínimo.
Regresaron inmediatamente al Red House Manor en el carruaje que William había alquilado, atando su caballo a la parte de atrás. Hicieron el viaje en silencio, apenas comentando lo que pasaría ahora. Sir Charles exigiría una reparación a su honor y seguro que tendrían que verse las caras al amanecer. Él era un excelente tirador, pero en esta ocasión el mequetrefe de Sir Charles tenía razón. Le había robado a su prometida, y era lógico que le retara. Intentaría no matarlo, aunque ganas no le quedaban. Aunque había otra solución. Tendría que hablarlo con su padre, nada más llegar.
En cuanto pusieron un pie en “Red House Manor”, su madre salió a recibirlos. Por sus ojos rojos, supuso que había estado llorando, aunque nunca lo haría en público. Se abrazó a él, y se sintió culpable por haberla hecho sufrir. Su padre salió a los pocos momentos con el gesto serio.
- ¿Podemos hablar a solas, hijo? –dijo con aire solemne. William levantó la cabeza altivamente asintiendo y tras besar a su madre en el pelo, se volvió hacia su esposa, que temblaba como una hoja.
- Mamá te acompañará a tu habitación, querida. Procura descansar. Yo iré más tarde.
- Si, William. Estoy que no me tengo en pie.
William le sonrió para tranquilizarla y caminó detrás de su padre hacia la biblioteca. Era el momento de enfrentarse a sus actos. Sir James sirvió dos copas de líquido ambarino y le dio una a su hijo. Este le miraba ceñudo, esperando a que hablara.
- Espero que por lo menos la boda no haya sido en “Gretna Green”-su voz sonó seca, y más que una velada pregunta parecía una orden.
- No estoy tan loco, padre. Nunca un conde de Norwell se casaría en un lugar como ese. Fue en un pueblo discreto, y en cuanto la ceremonia terminó regresamos a casa.
- ¿por qué lo has hecho? Casarte con ella después de lo de Cecily…
- Fue un impulso –bebió un trago de licor y se fue hacia la ventana, tratando de aclarar sus ideas. –ella despierta mis mejores instintos, hace que desee protegerla y cuidarla…es algo extraño y excitante. Además, tú y mamá estabais deseando que os diera un heredero. Estoy seguro que pronto lo tendréis correteando por aquí.
- William, el heredero puede esperar. No quiero que cometas un error, como casi cometes con tu otra prometida. Elizabeth y tú apenas os conocéis. Ya sabes que tiene un carácter endiablado, y sinceramente no creo que sea una buena condesa, ni esposa. ¿Has consumado el matrimonio?
William se volvió hacia su padre sorprendido. Era una pregunta demasiado directa y personal.
- No. No me pareció adecuado tomar a mi esposa en aquella pocilga donde pasamos la noche. ¿Por qué?
- El matrimonio se puede anular, cuando pasen unos días y la cosa se aplaque. Sir Charles la aceptará cuando le expliquemos lo ocurrido, y todo volverá a la normalidad. Podrás buscar una esposa más adecuada para ti.
- Ya he elegido a la esposa que quiero, padre. No voy a pedir la anulación, en cuanto a Sir Charles, esperaré a sus padrinos con gusto, no debes preocuparse por eso, tengo buena puntería.
- Entonces prométeme algo, hijo. –William se sirvió otra copa de coñac e hizo lo mismo con la de su padre. Los dos se miraron fijamente a los ojos con determinación- espera a consumar el matrimonio un tiempo, hasta que tengas la plena seguridad de que no te has equivocado. Hazlo por tu apellido.
- ¿Qué no consume el matrimonio? Pero…
- Escucha hijo. He estado haciendo averiguaciones sobre Sir Charles. Está sin un penique, iré a hablar con él y le ofreceré una gran suma de dinero para que se olvide de Elizabeth y se vaya del país. Dirá que ha heredado una herencia en el Continente y que por eso no puede casarse con ella, porque le sientan mal esos aires. Cuando pase un tiempo prudencial anunciaremos tu boda con Elizabeth y no habrá escándalo. Durante ese tiempo, ella deberá demostrar que es digna de ser tu esposa.
- Yo no me escondo tras de mi padre, ni mi dinero. Si Sir Charles me reta, me encontrará.
- No es por miedo, es por honor. Si se sabe que te has fugado con la prometida de otro hombre, y te has casado con ella, el escándalo sería terrible. Nadie de la alta sociedad confiaría en hacer negocios con nosotros ni poner dinero en nuestras empresas, sería la ruina total de tu familia, ¿quieres eso?
William pensó rápidamente en lo que su padre le decía. Era muy posible que la retrógrada sociedad de Londres hiciera eso. No podía permitirlo.
- Está bien padre. Hablaré con Elizabeth esta misma noche. Pero yo iré a hablar con Sir Charles por la mañana. Tengo que dar la cara.
- Gracias, hijo. Sabía que no me defraudarías.
William bebió el resto de su copa y maldijo entre dientes. Todo el viaje había estado pensando en consumar su matrimonio. Deseaba ardientemente tener a su esposa entre sus brazos y hacerle por primera vez el amor. Era un maldito contratiempo que le enojaba sobremanera, y estaba seguro que ella tampoco se iba a tomar muy bien su decisión de no consumarlo.
Capitulo 7
No pudo verla hasta la cena. La conversación con su padre se había demorado bastante, y solo tuvo tiempo de bañarse y cambiarse de ropa antes de ir al comedor. Elizabeth llegó unos minutos después luciendo un bonito vestido de gasa amarilla, y llevando el pelo recogido. Después de la cena, los hombres se quedaron fumando un cigarro y bebiendo una copa de coñac, mientras las mujeres iban a la biblioteca, como era preceptivo. Lady Anne se acomodó en un sillón y comenzó a bordar, mientras que la más joven dama ojeaba los libros de los estantes. Había varios ejemplares de Lord Byron, entre ellos. Se preguntó si William se inspiraba en este gran poeta romántico para escribir los suyos a Cecily.
- ¿Te interesa la lectura, Elizabeth?
- No es algo que me apasione, pero sé reconocer a un buen escritor, y Lord Byron lo es, sin duda. “La desposada de Abydos” –dijo leyendo el lomo de uno de ellos- parece interesante.
- No lo he leído, querida. Solo algunos de sus poemas.
- Lady Anne… ¿Aprueba nuestro matrimonio? –la dama levantó los ojos del bordado y le sonrió apenas. Era indudable que estaba algo molesta con su nuera, pero era una dama y sabía como manejar este tipo de situación.
- Mi hijo ya no es un niño, y estoy segura de que sabrá hacer que esta unión funcione. Hubiera preferido que todo hubiera sido diferente, pero espero que sepas respetar el apellido que llevas, y la posición que vas a tener desde ahora en la sociedad. William sufrió mucho con su otra prometida, espero que tú le hagas olvidar todos esos malos tiempos.
- Yo amo a William, Lady Anne. Desde que era una niña. Nunca hubo otro hombre en mi vida, y soñaba con que algún día me hiciera su esposa. Haré todo lo que esté en mi mano para hacerlo feliz, y que esté orgulloso de mí.
- El te aprecia mucho, Elizabeth. Estoy segura que con el tiempo llegará a amarte. –Elizabeth le sonrió agradecida, y entonces la puerta de la biblioteca se abrió, dando paso a los dos hombres. Elizabeth estaba preocupada, porque no había visto sonreír a William desde que llegaron. Seguro que estaba preocupado por Sir Charles. Esta noche le haría olvidar entre sus brazos todos los problemas.
William había despedido a su ayuda de cámara hacía unos minutos. Se estaba tomando otra copa de licor, la sexta de la velada, intentando decidir cómo le diría a Elizabeth que no iban a consumar el matrimonio esa noche. Llevaba puesta una fina bata de seda negra, y sus zapatillas. Lo básico para una noche de bodas. Sabía que Ella le esperaba su habitación, unas puertas más adelante. Una vez que todo estuviera arreglado, haría que prepararan la habitación contigua a la suya, la cual se comunicaba por una puerta interior. Así no tendría que salir al pasillo cada vez que deseara hacerle el amor a su esposa. Era costumbre en familias de posición, que cada uno tuviera su habitación, y que cuando el marido quisiera ejercer sus derechos matrimoniales, buscara a su esposa, para después volver a su aposento. Rara vez compartían habitación toda la noche.
Sintió como la puerta de Elizabeth se abría y la doncella. Esperó unos segundos a que los pasos se alejaran, y por fin se dirigió hacia ella. Tocó levemente con los nudillos en la puerta y cuando oyó la invitación pasó dentro. Elizabeth sonreía de forma deliciosa, esperándole al pie de la cama. Llevaba puesto un bonito camisón blanco, abotonado hasta el cuello, y el pelo suelto. Tragó dificultosamente cuando sus ojos descubrieron como los oscuros pezones se pegaban a la tela, dejándolos traslucir. Ella siguió su mirada y se sonrojó vivamente, William apartó los ojos y caminó hacia ella despacio. No podía hacerle el amor, pero podía hacerla gozar, eso sí.
- Estás preciosa, señora mía.
- Gracias –dijo ella bajando los ojos tímidamente- ¿Todo bien con Sir James?
- Más o menos. No me ha desheredado, por ahora. –él le tomó las manos y la acercó más a su cuerpo, comenzando a besarla en la mejilla –pero no he venido aquí la noche de nuestra boda para hablar de mi padre, querida esposa.
- Ya lo supongo, mi señor. Estaba ansiosa porque llegara este momento–él la besó en los labios, y ella le cercó el cuello con sus brazos, pegándose por completo a su cuerpo. William gimió cuando sus pechos le rozaron a través de la ropa. Le atrapó el trasero entre sus grandes manos y la empujó contra su duro sexo, haciéndoselo notar. Ella se dejó hacer, estaba muy excitada y deseosa de complacerle. El la levantó del suelo sin dejar de besarla y la llevó hasta la cama, tendiéndose a su lado. Dejó sus labios, para mordisquearle los senos, a través de la ropa, mientras intentaba abrir los botones del camisón. Ella cerró los ojos cuando él se lo sacó por la cabeza, dejándola totalmente desnuda y expuesta.
- Mi dulce e inocente Elizabeth…-le dijo con voz ronca y sensual mientras se quitaba la bata. Volvió a besarla nuevamente en los labios, mordiéndolos con pasión y haciendo que ella abriera la boca. Su lengua la recorrió por entero, y Elizabeth intentó acompañarlo en una feroz lucha con la suya. Su cuerpo se enervó, cuando sintió los ágiles dedos de William acariciándole los muslos, y no pudo evitar el gritar en su boca cuando el alcanzó su mojado sexo, haciéndola enloquecer de placer. William sonrió y empezó a mover los dedos dentro de esa estrecha y caliente abertura. Dejó de besarla en los labios, para volver a sus pezones. Elizabeth levantó un poco las caderas para sentir mejor sus caricias, sentía como una explosión de calor y satisfacción la iba llenando conforme los dedos de su esposo la penetraban más.
- Por Dios, William, no pares.
- Déjate ir, amor, ya casi estás –Elizabeth se agarró a los barrotes de la cama cuando sintió su cuerpo estremecerse por el placer que la invadió. William la besó fieramente en la boca para ahogar su grito de liberación, y maldijo abruptamente cuando comprobó que él también se había ido, sin tan siquiera penetrarla, ni que ella le tocara. -¡maldita sea!
- ¿Qué pasa, mi señor? ¿No ha sido placentero?
- Demasiado, me temo –dijo él levantándose y cogiendo una toalla con la que limpiarse las piernas y el estómago. –creo que he arruinado tus sábanas, mi señora. Esta noche no podrás dormir ahí.
- No tenía pensado que durmiéramos, William. No entiendo mucho de sexo, pero creo que todavía nos queda mucho por hacer, ¿no?
William dejó la toalla sobre una silla y suspiró, volviéndose a colocar la bata de seda. Ella se refería por supuesto a consumar el matrimonio. La miró y automáticamente ella se tapó con el camisón como pudo. Después de lo que habían hecho juntos, y todavía le daba vergüenza su desnudez, deliciosa-pensó William.
- Tenemos que hablar sobre eso, querida –dijo sentándose en la cama y tomándole las manos –Sir James y yo hemos llegado a un acuerdo temporal. No podemos consumar el matrimonio, hasta que todo el tema de Sir Charles quede resuelto. Mi padre me ha exigido un tiempo prudencial de espera antes de que podamos hacer público nuestro matrimonio, y yo se lo he dado. Hasta entonces, no te haré mía, pero podremos hacer otras cosas, como hoy, igual de placenteras.
- ¿no me vas a hacer tu esposa de verdad? William, si no consumamos el matrimonio, es como si no estuviéramos casados realmente. Sería tu amante, y ni eso…
- No digas tonterías. Eres mi legítima esposa ante los ojos de Dios, que es lo que cuenta. Serán solo unos días, te lo prometo.
- ¿Cuántos días? –preguntó ella mientras se ponía el camisón.
- Un mes. Tal vez dos.
- ¿Qué? –Elizabeth se levantó de la cama y él la siguió –no pienso ser tu medio esposa durante dos meses. Lo quiero todo o nada, William.
- Estás siendo poco comprensiva, amor. Mi padre quería anular el matrimonio, y le convencí de que no. Esto es como una prueba, ¿lo entiendes? Siento mucho aprecio por ti, pero si me das a elegir entre tú y mi honor y mi familia, vas a salir perdiendo. Me he casado contigo, y no voy a echarme atrás. Serás mi condesa algún día, así que empieza a comportarte como tal.
- Me comportaré como una condesa cuando lo sea, y me comportaré como una esposa, cuando lo sea por entero. Mientras no sea así, no volverás a tocarme ni besarme como has hecho esta noche. Ahora vete, necesito asearme y arreglar la cama para dormir, estoy muy cansada.
William sintió hervir su sangre. ¿Ella le estaba negando sus derechos que por matrimonio le correspondían? Y le echaba de su dormitorio… La ira lo invadió y dando dos grandes zancadas, acortó la distancia que los separaba, tomándola en sus brazos. Ella se resistió, apartando la cara cuando intentó besarla, pero él la dejó caer al suelo y se puso encima, abriéndole las piernas con la rodilla, sujetándola por la muñeca. Sus ojos se encontraron y ella dejó de luchar.
- Puedo conseguir por la fuerza lo que quiera de ti, y la ley me amparará, no lo olvides. –dijo el con voz amenazante.
- ¿Siempre consigues por la fuerza lo que te dan de buen grado? No me extraña que Cecily se marchara con otro, entonces.
William se levantó y la miró acusadoramente con dolor.
- Si fueras un hombre, ahora estarías muerto. Debería de pedir la anulación mañana mismo, pero te juro que no lo voy a hacer. Voy a convertirte en una verdadera esposa, aunque tenga que utilizar la fusta contigo, como una vez te dije. Buenas noches, señora esposa, que disfrutes el resto de tu noche de bodas.
Elizabeth cogió furiosa el candelabro que había sobre la mesita y se lo lanzó contra la cabeza. El se apartó en el último momento, y le sonrió de forma irónica, antes de salir.
William había pasado una noche terrible. Se sentía frustrado por tener que obedecer a su padre, y furioso con Elizabeth por no comprenderlo y apoyarlo. Ahora se hallaba en la biblioteca del impresentable de Sir Charles, para intentar acabar lo mejor posible con el problema. Si por él fuera, le metería una bala en el cuerpo con sumo placer, pero su padre tenía razón, lo mejor para la familia era que todo se solucionara sin levantar escándalo. Echó un vistazo a su alrededor y sonrió complacido. El mal gusto salía a traslucir en cada mueble. Era indudable que el dinero no lo era todo. La puerta por fin se abrió, y un demacrado Sir Charles entró como una tromba. William, levantó las cejas sorprendido. El antiguo prometido de su esposa no pasaba por su mejor momento económico ni personal, pero el evidente estado de abandono de su persona era deprimente.
- ¿Cómo osas presentarte ante mí, Norwell?
- Dejemos el dramatismo, Lancaster. Hay dos formas de arreglar nuestras pequeñas desavenencias, una vernos de madrugada donde tú elijas, lo cual me llenaría de satisfacción, y dos llegar a un acuerdo razonable.
- ¿Qué clase de acuerdo razonable? –dijo Sir Charles poniéndose una copa. –nada que hagas o digas podrá borrar el hecho de que has pasado la noche con mi prometida en una pensión. Me has deshonrado. Solo la sangre puede borrar esa mancha en mi honor.
- Yo había pensado en diez mil libras y un pasaje en primera para el continente. Mira, te seré franco, Lancaster. Si te mato, tendré que abandonar el país más que de prisa, y eso a mi madre la mataría. Coge el dinero y el pasaje. Dirás que has heredado una fortuna y que vas a hacerte cargo de ella, y que rompes tu compromiso con Elizabeth, porque ella no puede viajar por problemas de salud. Nadie sabe lo de la pequeña escapada de Elizabeth. Hicimos correr la voz de que mi madre se había indispuesto y por eso la boda se canceló. Tu honor está a salvo. –William sacó un gran fajo de billetes del bolsillo interior de su chaqueta y lo puso sobre la mesa, así como un pasaje de barco.
- ¿y Elizabeth? ¿Qué pasará con ella? –Sir Charles tomó el fajo de billetes y sus ojos brillaron por la codicia.
- Ese no es tu problema, Lancaster. Mantén la boca cerrada sobre lo que pasó y lárgate del país lo antes posible, antes de que tus acreedores vengan a pedirte cuentas.
- ¡Vete al infierno, Norwell!-le gritó lleno de furia. William salió de la casa y montó en Niebla, que relinchó con brío.
- Ya estoy en él –masculló el vizconde al emprender camino a su casa- tengo al mismísimo demonio por esposa.
Elizabeth se dirigió hacia la biblioteca, tal como le había indicado Hastings. William deseaba verla. Por fin se había dignado a ello, después de estar todo el día encerrado en la biblioteca. Le vio salir muy temprano en su caballo, y cuando regresó dos horas después, se metió en la biblioteca, sin salir de allí ni para almorzar. Ella se sentía un poco culpable por lo que le dijo en la noche sobre Cecily. Fue muy cruel por su parte, pero estaba muy enfadada con él. Entró sin llamar y le vio absorto en unos papeles. No levantó la mirada de ellos para hablarle, lo cual volvió a enfurecerla.
- Siéntate querida. Será solo un momento –ella se sentó y respiró profundamente, tratando de calmar sus nervios –quería disculparme contigo por mi nefasto comportamiento de anoche, y dejarte muy claro que yo nunca he hecho uso de la fuerza para lograr los favores de ninguna mujer. Te pido disculpas si te asusté, pero en mi descarga apuntaré que había bebido más de la cuenta, lo siento.
- Sé que nunca me harías daño, William, y no dije lo que sentía. Yo también estaba enfadada y me excedí. Te ruego que me perdones.
Él levantó la vista de los documentos por un momento y trató de sonreír, pero solo le salió una mueca.
- El tema de Sir Charles está zanjado. No dará problemas, así que en poco tiempo podremos regularizar nuestro matrimonio. El va a abandonar el país en unos días.
- ¿Si? Oh gracias a Dios que no os habéis tenido que batir en duelo. Tenía tanto miedo…-William se levantó del escritorio y se sirvió una copa. Parecía que ella ya no estaba enfadada con él, no mucho.
- Y volviendo a lo de anoche, no tienes por qué preocuparte. No volveré a molestarte, ni voy a reclamarte mis derechos de marido. Mañana tengo que salir para “Green Valley”, un tiempo de separación nos vendrá bien a los dos.
- ¿No me vas a llevar contigo?
- No. Es mejor así. –William dejó la copa vacía y se acercó a su esposa-nos veremos dentro de unas semanas, luv. Espero que para entonces todo esté mejor entre nosotros. Esta noche cenaré en el club, así que esto es una despedida.
- Quiero ir contigo, por favor, no me dejes aquí.
- No –él le cogió la cara entre las manos y la besó tiernamente en los labios. Después salió de la biblioteca, dejándola llorando.
William salió a montar para despejarse. Era media tarde y la conversación con Elizabeth le había trastornado. Dejarla allí era lo mejor. Cuando volvieran a encontrarse ya podrían hacer público su matrimonio y ellos estarían más calmados. Esa noche antes de irse, tenía que dejar zanjado el tema de Evelyn. Debía romper con ella, y para tal ocasión le había comprado un caro collar de diamantes. Esperaba que la dama en cuestión no le diera problemas, ya tenía bastantes.
Elizabeth paseaba nerviosa por la habitación. No quería que William se fuera solo a la hacienda, pero él estaba decidido. Quizás si hablara nuevamente con él, y le prometiera portarse bien, la llevaría. El había subido a prepararse para salir al club, así que fue para su habitación y entró sin tocar. Le llamó pero él no contestó. Quizás se hubiera ido ya…Se fijó que sobre la cama había una caja de terciopelo, y sonrió. Seguro que su marido le había comprado algo para disculparse. La abrió temblando. Era un precioso collar de diamantes, finamente engarzados. Tomó la nota y palideció:
“En agradecimiento a los buenos momentos pasados juntos, W.”
Indudablemente no era para ella. Esa clase de notas no eran para una esposa, sino para una amante. Evelyn. Dejó la joya sobre la cama y salió furiosa de la habitación. Bajó hasta la biblioteca y allí estaba él, hablando con su padre. Los dos se volvieron hacia ella cuando la vieron entrar en tromba, algo sorprendidos.
- ¿Pasa algo, querida?
- Quiero hablar contigo, William. Ahora. –Sir James la miró severamente. No eran formas de hablarle a su esposo, y menos delante de su padre. William le hizo un gesto con la cabeza y Sir Charles salió sin decir nada. Cuando se quedaron solos, él avanzó hasta ella de forma amenazante, pero ella no se asustó –quiero que me digas donde vas a ir esta noche. La verdad.
- No vuelvas a hablarme así delante de mi padre, ¿entendido?
- Te hablaré como crea oportuno. Quiero saber donde vas a pasar la noche y con quien, soy tu esposa.
- No lo eres, no del todo. Y no tengo por qué darte explicaciones. –William la esquivó y fue hacia la puerta- buenas noches, querida.
- Si sales por esa puerta para acostarte con ella, no volverás a tocarme en la vida, te lo juro-dijo con voz amenazante. El se paró en seco y comenzó a reírse a carcajadas.
- Puedo tener a todas las mujeres que quiera y tú no podrás hacer nada para impedirlo, amor. ¿Crees que me importa acaso el acostarme contigo o no?
- Quizás no te importe, pero puedo hacer lo mismo que tú y acostarme con otros. ¿Cómo le sentaría al honor del futuro conde de Norwell que otro obtuviera de su esposa lo que él no y todo el mundo lo supiera?
- ¡Maldita seas, Elizabeth!
William cerró la puerta y echó el cerrojo. Iba a desobedecer a su padre y darle una lección a ese demonio con forma de mujer. Fue hasta Elizabeth y tomándola por la cintura la dejó caer sobre la alfombra rudamente. Tiró de sus faldas hacia arriba, y le rompió la ropa interior. Elizabeth luchaba contra él con todas sus fuerzas, pero era inútil. Había perdido la cabeza. Sintió como él se desabrochaba los pantalones y tembló. Iba a hacerle el amor, allí en el suelo de la biblioteca. Él la besó con furia y ella dejó de luchar. Realmente lo deseaba, quería que la hiciera suya y ser su mujer.
- Te amo, William –le dijo cuando sintió como él se preparaba para penetrarla. El se detuvo y la miró fijamente a los ojos. Un empujón y estaría dentro. Pero ¿era eso lo que quería? ¿Deseaba tomarla de esa forma?
- Maldita seas mil veces. ¡Demonio de mujer! –William se levantó y comenzó a arreglarse la ropa. Era la segunda vez que casi la tomaba a la fuerza, y se sentía como un monstruo.
- William, tenemos que arreglar esto. Por favor, no te vayas con Evelyn.
- No voy a pasar la noche con ella, si es lo que te preocupa. Solo iba a terminar nuestra relación, como me pediste –dijo él molesto. Se acercó a ella y la ayudó a levantarse. –Cariño, me estoy volviendo loco, esta situación me desquicia por completo... Confía en mí, no va a pasar nada, te lo juro.
- Está bien. Pero quiero que sepas que deseo que me hagas el amor, te quiero y que esperaré aquí como me pediste hasta que tú mismo me llames, o vuelvas a mí. Deseo ser una buena esposa para ti.
- Gracias amor. –el la besó en la frente más calmado –te llamaré pronto para que te reúnas conmigo en “Green Valley”, te lo prometo. Y entonces seremos un matrimonio de verdad.
William salió y Elizabeth suspiró. El le había prometido que no iba a acostarse con Evelyn, solo iba a verla para dejarla definitivamente. La nota daba a entender eso, y ella tenía que confiar en él, aunque su sangre hirviera de celos.
Capitulo 8
Había pasado casi un mes desde que William se fuera a la hacienda. Hacía unos días que la noticia de su boda salió publicada en los mejores diarios del país. Al principio hubo un pequeño revuelo en la alta sociedad, pero Sir James se encargó de que los rumores se acabaran. Elizabeth dedicó todo su tiempo libre a leer y a pasear a caballo, en compañía de Lady Anne. Aprovechaban esos largos paseos para hablar de William. Así pudo enterarse de todo lo sucedido entre el y Cecily. Como él sufrió mucho cuando se sintió engañado y abandonado, y como tuvo que renunciar a defender su honor por no matar al amante de su prometida, tal como le dijo en su día, Marianne. Desde aquel día cambió su carácter. De ser una persona dulce y cariñosa, se volvió frío y sin emociones. Nunca volvió a dejarse manipular por ninguna mujer, ni se comprometió. Cecily se había marchado del país con su marido, y hacía años que no sabían nada de ella. Mejor, pensó Elizabeth.
Dos días después Lady Anne la invitó a ir al teatro. No era una entusiasta de él, precisamente, pero estaba aburrida, y salir de la monotonía le vendría bien. Estaban instaladas en el palco de los Norwell. Uno de los mejores del local. Desde allí se podía divisar a la perfección el escenario y con la ayuda de los binoculares, el resto de los palcos.
- ¡Vaya! Lady Silverstone repite vestido. Y van dos en el mismo mes…creo que tienen problemas económicos –dijo Lady Anne mirando por sus binoculares –sin embargo su hija Catherine estrena vestido de nuevo, es obvio que le buscan marido con urgencia.
- Si. Una boda ventajosa les libraría de esos problemas económicos –apuntó Sir James. -¿os traigo algo de beber, señoras?
- Dos limonadas, por favor, cariño –Lady Anne volvió su vista hacia los palcos, y él salió. Elizabeth se mantenía callada. Parecía que las personas que iban al teatro, le prestaban más atención a lo que llevaban los otros que a la propia obra.- ¡Dios, mío! ¡No puede ser!
- ¿Qué pasa, Lady Anne? –otra que repite vestido, se dijo Elizabeth.
- Aquella dama, la del vestido azul, ¿la ves? –Elizabeth guió sus lentes hacia donde su suegra le decía y asintió. Era una hermosa mujer de cabellos oscuros y grandes ojos.
- Es muy guapa, ¿Quién es? –preguntó con desgana.
- Cecily Underwood. Ahora creo que es Lady Conaway. Parece que ha regresado al país.
Elizabeth miró con atención a la mujer. Sí, era bastante bella y exuberante, ahora comprendía por qué William perdió la cabeza por ella. Retiró los binoculares cuando Lady Conaway la miró a su vez con atención. Era obvio que la ex prometida de su marido sabía quien era ella, por como la miraba.
- No te preocupes por ella, querida. William la ha olvidado por completo, ahora tú eres su esposa y ella también está casada. –trató de animarla Lady Anne.
- Todavía no lo soy, Lady Anne. Lo sabe bien.
- William no tardará en llamarte a su lado. Es que ha habido problemas en la hacienda, y no quiere ponerte en peligro.
- ¿Peligro? ¿El lo está? –le preguntó preocupada. Nadie le decía nada de lo que pasaba en “Green Valley”.
- Tranquilízate, Elizabeth. Es un pequeño problema de robo de caballos. Aquí están nuestras limonadas-dijo cambiando de tema cuando Sir James llegó- gracias, querido.
- De nada. –la obra comenzó y Elizabeth pasó todo el tiempo pensando en William y los problemas en la hacienda. Tenía miedo por él. En el descanso, ya se había olvidado de Lady Conaway, así que cuando se acercó a ellos contoneándose apenas ni se dio cuenta.
- Me alegro de saludarla nuevamente, Lady Anne.
- ¿Conoces a Lady Norwell, la esposa de William? –le contestó esta con voz metálica. Elizabeth se percató de que su suegra odiaba tanto o más que ella a la ex prometida de William.
- No, pero oí hablar de ella hace tiempo, cuando William y yo estábamos prometidos. Es la pequeña Elizabeth, creo que estaba estudiando en París. ¿No?
- Ahora estoy aquí, y como puedes ver ya soy toda una mujer –le contestó Elizabeth- ¿todo bien por el exterior?
- Muy aburrido. Por eso decidimos volver a la madre patria. Mi esposo, Sir Conoway ha hecho una fortuna en minas, y podemos vivir cómodamente de las rentas. ¿y William? ¿Sigue en “Green Valley?
- Si, está ocupándose de unos asuntos en la hacienda. Elizabeth pronto se reunirá allí con él.
- ¿Ah si? ¡Que casualidad! Mi esposo ha comprado la hacienda de los Harris, que linda con “Green Valley”. Justo este fin de semana íbamos a ir a pasar unos días allí. Me pasaré a saludar a William. ¿Tiene algún recado para él, lady Norwell?
- No, gracias. Mi esposo y yo nos comunicamos muy a menudo, y como dice Lady Anne, pronto me reuniré allí con él.
- Ha sido una boda un tanto extraña, según me han comentado. Parece que William vino solo para la ceremonia y volvió al día siguiente a “Green Valley”.
- Sé quedó el tiempo suficiente para consumar el matrimonio –dijo Elizabeth sin pensar que Lady Anne estaba presente- varias veces y de forma muy satisfactoria, tengo que añadir.-los ojos de Cecily brillaron levemente de ira, pero se contuvo. Lady Anne por su parte carraspeó un poco mientras sonreía.
- Señoras, la obra continúa. Será que volvamos a nuestros respectivos palcos. –dijo tirando levemente del brazo de su nuera. Se sentía orgullosa que defendiera lo suyo con uñas y dientes.
William observaba desde su caballo toda la llanura. Desde que él estaba en la hacienda, no había producido ningún robo de caballos, ni había pasado nada sospechoso. Estaba intranquilo. Hacía unos días que se había encontrado al capataz de la antigua hacienda de los Harris, y le había comunicado que los Conoway eran los nuevos dueños de “The Dream”. Y estaba preocupado, porque Cecily era la esposa de Conoway, el truhán que la había embarazado y se la había llevado lejos de él. Se preguntó que sentía en ese momento por Cecily, y no supo que contestarse. Lo que si tenía claro es que debía de llamar a su lado a Elizabeth, y regularizar su matrimonio antes de que Cecily le buscara, porque seguro que lo haría. De hecho ya había dado el primer paso, invitándole a una fiesta en “The Dream” el sábado.
Volvió a casa y decidió que el lunes iría a buscarla a “Red House Manor”. La última vez que la vio, fue el día que el volvió a Londres para anunciar la boda, y hacer el papel. Tuvieron que pasar la noche en el dormitorio de ella, para acallar las posibles habladurías del servicio. Le contó a Elizabeth que lo suyo con Evelyn era historia, y que no la volvería a ver. Ella pasó la noche en sus brazos, pero sin hacer el amor. Sus otros dos encuentros amorosos no habían sido de lo más normales, y él prefirió dejar pasar un poco más de tiempo para que se conocieran. Elizabeth no se quejó, aunque si estuvo triste toda la noche.
Volvió a pensar en Cecily. ¡Era tan diferente de su esposa! Elizabeth le miraba con ojos de admiración. Se preguntó si era verdad que ella le amaba, y desde cuando. Tendría que asistir a la maldita fiesta, para dar la cara como un hombre, ya que no pudo hacerlo retando al marido de Cecily, Jack Conoway, ahora con su flamante y comprado título de barón.
Elizabeth parecía una leona enjaulada. Paseaba por su habitación de un lado para otro, nerviosa y preocupada. Era sábado por la mañana, y había oído comentar a su suegra que Cecily le había mandado una invitación para una gran fiesta en “The Dream”, para esta noche. Lady Anne, había rechazado amablemente tal invitación, así que no tenía posibilidad de ir a esa fiesta. Estaba segura que Lady Conoway había invitado a su esposo, y una oleada de celos incontrolables la ponían furiosa. Tenía que hacer algo.
Llamó a su doncella y le ordenó que preparara su equipaje. Si William no la llamaba a su lado, ella iría por propia voluntad. Ahora todo el mundo sabía que era su esposa y no tenía por qué estar separada de él. Mientras que Lucy hacía las maletas, ella bajó a la biblioteca, buscando a Lady Anne. La encontró bordando, como siempre. Al verla le sonrió, y dejó la costura a un lado para mirarla.
- ¿Ocurre algo, Elizabeth? Te veo nerviosa.
- Voy a ir a “Green Valley”, Lady Anne. Quiero estar con William, es mi derecho y mi deber el estar a su lado.
- Te entiendo, querida. Pero ¿no sería mejor esperar a que él venga a buscarte? Estoy segura que pronto lo hará.
- No puedo esperar. Yo… -Elizabeth se volvió para que la madre de su esposo no viera sus lágrimas. Lady Anne se levantó y buscó sus manos, dándole una mirada comprensiva –tengo miedo, el matrimonio no está consumado y él puede pedir la anulación cuando quiera, y con Cecily aquí…
- William no va a pedir ninguna anulación, Elizabeth, y en cuanto a Cecily puedes estar tranquila. Tu marido no hará nada con esa mujer. La olvidó hace tiempo.
- Yo no estoy tan segura, Anne…Por favor, apóyame en mi decisión. Sir James no me dejará partir sin tu consentimiento, y estoy dispuesta a marcharme de cualquier forma.
- Está bien, hablaré con él, aunque creo que te precipitas, cariño.
- Gracias Lady Anne. Sé que hago lo correcto.
Las dos mujeres se abrazaron y después Elizabeth subió a su cuarto a terminar de prepararse. Si todo iba bien, llegaría a la hacienda para la hora de la fiesta. Escogió varios vestidos para la ocasión, quería lucir lo más bella posible en esa fiesta. William se sentiría orgulloso de su esposa.
El viaje fue largo y pesado. Lucy la acompañaba, pero tampoco es que ninguna de las dos tuviera muchas ganas de hablar. Cuando por fin vieron la hacienda a lo lejos, ella suspiró aliviada. El coche se detuvo, y unos sirvientes salieron a recibirlas. El mayordomo, un hombre alto de unos cincuenta años la saludó con cortesía, cuando ella se identificó como Lady Norwell, haciéndola pasar.
- ¿Y el señor? –Preguntó ansiosa- dígale que la señora ha llegado.
- Lo siento milady. Pero el señor salió hace como media hora en su caballo.
- ¿Salió? ¿Dónde? Responda rápido. –el viejo mayordomo se aclaró la garganta y después de pensar si debía o no dar esa información a su señora, se encogió de hombros.
- Fue a “The Dream”. A la fiesta de lady Conoway.
- ¡Maldición! –el mayordomo levantó las cejas y sonrió por lo bajo. – digan que preparen un carruaje para dentro de media hora…
- Duncan, señora.
- Gracias, Duncan. Y ordene también que lleven mi equipaje a la habitación que me corresponde, junto a la de milord.
- Como ordene, lady Norwell. Sígame y le indicaré cual es su aposento.
Elizabeth siguió a Duncan mientras se quitaba los guantes y el sombrero. Le hubiera gustado ver a William antes de ir a la fiesta, pero obsequiar a su esposo con una sorpresa, era algo que la atraía.
Los criados dejaron todas sus cosas en la habitación y se retiraron, dejándola con Lucy.
Después de un baño rápido y refrescante, se quedó mirando los vestidos que había traído. Una chica de su edad debía de llevar vestidos claros de colores discretos, pero pensó en Cecily. Sabía que ella iría arrebatadora, y tenía que competir. A Lucy casi le dio un pasmo cuando empezó a colocarse el vestido de raso de color rojo fuego que tenía más que un generoso escote, realzado por el corpiño ajustado. La tela se ceñía de forma provocadora por su cuerpo juvenil. Lucy movía la cabeza de un lado a otro, mientras le recogía el pelo en un moño gracioso, adornado por una gran pluma.
- Señora, permítame decirle que a Sir Norwell no le va a agradar mucho su atuendo. Debería cambiarse…
- Tonterías. Le va a encantar, ya verás. –Elizabeth se miró en el espejo por última vez y se encaminó a la salida. La noche era agradable, así que solo se echó un fino echarpe por los hombros. Duncan se quedó con la boca abierta cuando le abrió la puerta del carruaje. Nunca la esposa de ningún Norwell había elegido un vestido de ese color para ir a una fiesta. No que el recordara, y llevaba más de treinta años sirviéndolos…se iba a liar, seguro.
William llevaba la ultima hora y media tratando de evitar el quedarse a solas con Cecily. Su marido estaba más que ocupado vaciando botellas de champaña, y coqueteando con toda mujer de más de diecisiete y menos de cuarenta. A Cecily no parecía importarle mucho que su esposo la dejara en ridículo. Por el contrario, le había sugerido varias veces que saliera al jardín con ella, para hablar de lo que pasó. El había rechazado educadamente, diciéndole que no tenía ningún interés en hacerlo, y que pronto regresaría a “Green Valley”.
Miró su reloj, las diez de la noche. Si se subía en ese momento en “Niebla”, estaría en Londres en menos de tres horas. Y podría pasar el resto de la noche con Elizabeth, consumando de una maldita vez su matrimonio. Se escabulló como pudo hacia la puerta principal para buscar su caballo. Le hizo un gesto al mozo para que se lo trajera, pero antes de que pudiera subir a él, una mano en el brazo le detuvo.
- ¿Ya te vas, Will?
- Sí. Sabes que estas fiestas me aburren, y tengo cosas por hacer todavía. Gracias por la invitación.
- William, antes de irte ¿me permitirías unas palabras?…por favor
- Está bien, pero sé rápida. Tengo prisa. –Cecily tiró de su brazo hacia un rincón apartado. El se dejó llevar, un poco molesto. Toda esta historia con Cecily le molestaba, pero entendía que debía de dejar el tema zanjado. -¿y bien?
- Siento lo que pasó, Will. Era joven e influenciable. Conoway me llenó la cabeza de estupideces y caí como una tonta…
- Lo hecho, hecho está. No tienes por qué disculparte. Solo debiste decírmelo antes, y no dejar que hiciera el imbécil de esa forma.
- No sabía como decirte que esperaba un hijo de otro. Tú me habías respetado todos esos años que estuvimos de novios y fuiste…
- ¿un estúpido? Si. Ya lo sé. Quería que fueras virgen al matrimonio. Que esa vez fuera especial para los dos, pero tú tenías otros planes, claro.
- Fuiste un caballero. Hasta el final. Antepusiste mi honor al tuyo, y es algo que te agradeceré siempre, William –Cecily acercó sus labios a los de él que se mantuvo inmóvil. Cuando notó como lo besaba, algo se rompió en su interior. Sintió asco y repulsión ante esa mujer que le había traicionado, y que ahora traicionaba a su esposo. Levantó las manos para apartarla, pero antes de que lo hiciera, una voz muy conocida lo interrumpió.
- ¡William! ¡Oh Dios! –William giró la cabeza rápidamente hacia donde venía la voz de Elizabeth, al mismo tiempo que apartaba de un empujón a Cecily. Su esposa los miraba con los ojos llorosos y desencajados.
- Elizabeth, deja que te explique…-dijo él acercándose a ella.
- ¡No tienes nada que explicarme! Lo tengo todo muy claro. Aún amas a esa, esa… ¡zorra infiel!
- ¿y que esperabas, Elizabeth? –dijo la morena con superioridad- Yo soy el amor de su vida.
- ¡Cállate, Cecily y entra en tu casa! Esto es entre mi mujer y yo.
- Ya mismo ex mujer. –Cecily se metió dentro de la casa y William la tomo del brazo, ocultándola de las miradas indiscretas de los criados, que les miraban algo perplejos.
- Solo estábamos hablando. Ese beso no significa nada, ¿me oyes?
- Significa que no te importo nada. Pero ¿Sabes qué? Me da igual. Ya todo me da igual –Elizabeth trató de caminar, pero él la retuvo por el brazo. William recogió el echarpe que había caído al suelo y se lo puso por los hombros, echando una mirada inquisitoria por su cuerpo.
- Eres mi esposa y me importas. Como me importa el hecho de que aparezcas en una fiesta a la que no has sido invitada vestida como una prostituta barata –dijo arrancándole la pluma de la cabeza.- vamos a casa.
- No pienso ir contigo a ninguna parte. Me vuelvo a Londres.
- Vas a hacer lo que yo te diga, o te zurraré, te lo prometo. –dijo él con voz amenazante. Iremos a casa, te quitarás ese maldito vestido y después hablaremos de nuestro matrimonio…
- ¿no te gusta mi vestido? Genial, no hay problema –Elizabeth comenzó a desabrocharse el vestido ante la asombrada mirada de William, que no reaccionaba. –toma el maldito vestido, como tú lo llamas, y regálaselo a tu zorra, seguro que le gusta-dijo lanzándoselo a la cara y comenzando a andar vestida solo con las enaguas y el corpiño. Se deshizo el moño con rabia y sacudió la cabeza, soltándose el pelo.
- ¿Te has vuelto completamente loca? Vístete, por Dios. –William intentó seguirla, pero tropezó con las enaguas que ella le lanzó a la cara y cayó al suelo entre maldiciones. Elizabeth subió en “Niebla” a horcajadas, ante un babeante mozo de cuadras y emprendió el galope. Cuando William se incorporó, ella ya se había alejado bastante. Fue hasta el carruaje que había dejado su esposa, y después de lanzar miradas asesinas hacia los criados que le miraban sonrientes, la siguió. Cuando la encontrara, le iba a dar la lección de su vida.
Capitulo 9
William fue maldiciendo todo el camino. Veía normal que Elizabeth se enfadara por lo que había visto, pero no que reaccionara de la forma infantil y desproporcionada como lo había hecho. Ninguna vizcondesa de Norwell se había nunca desnudado en público debido a una pelea con su esposo. Todavía recordaba las caras de los cocheros y criados cuando vieron a Elizabeth medio desnuda, lanzándole la ropa a la cara. Volvió a maldecir y se juró que esta vez la azotaría sobre sus rodillas. Si se comportaba como una niña, así la trataría. Y para colmo se había llevado a “Niebla”, cabalgando como una amazona. El, que no dejaba que nadie montara su precioso y peligroso caballo… le pedía a Dios, que su corcel no la derribara y la dejara muerta en el suelo.
Una angustia que nunca había sentido antes le invadió su cuerpo, al pensar en ella tirada en el camino, envuelta en sangre…La ira volvió a apoderarse de él, su esposa necesitaba mano dura.
Cuando vio las luces de “Green Valley” suspiró un poco más tranquilo. Dos criados intentaban sujetar a “Niebla”, que estaba visiblemente agitado por la carrera y el jinete extraño. Se bajó en marcha del carruaje, antes de que se detuviera y fue directo a los criados.
- ¿Lady Norwell ha entrado?
- Si señor. Ha tenido que ocurrirle algo terrible, porque venía medio desnuda y llorando-dijo uno de los lacayos. William le lanzó una mirada de advertencia y él bajó los ojos.
- No quiero oír ni una palabra sobre como ha llegado la señora, ¿entendido? Para todo el mundo ella ha venido conmigo, vestida.
- Como ordene, milord.
- Lleven a “Niebla” al establo y denle de comer y beber –dijo entrando en la casa a grandes zancadas. Duncan estaba al pie de la escalera, con una media sonrisa en los labios -¿y la señora?
- Subió a su cuarto, sola. No ha querido que Lucy la ayude a cambiarse de ropa.
- Está bien, Duncan. No quiero que nadie suba a la primera planta en toda la noche, ¿entendido? Pase lo que pase, y oigan lo que oigan, no quiero ver a nadie allí.
- Si, señor. –Duncan se retiró prudentemente y William subió las escaleras de dos en dos. Fue a abrir la puerta del dormitorio de su esposa, pero estaba cerrado.
- Elizabeth, abre o la tiro abajo. Sabes que puedo. –le advirtió entre dientes.
- No quiero hablar contigo. Vete a besar a tu querida Cecily.
- Me estás haciendo perder la poca paciencia que tengo. Abre de una maldita vez.
- No. –dijo ella alzando la voz. William retrocedió unos pasos para tomar impulso y patear la puerta, pero Duncan apareció tras él y le dio una copia de la llave. William alzó una ceja y le ordenó con un movimiento de la cabeza que se fuera, abriendo después y pasando dentro de la habitación.
-¿cómo te atreves a entrar de esa forma?
- Soy tu esposo, y esta es mi casa. –dijo él cerrando tras de si.-esta vez te has pasado, querida y vas a tener tu merecido –William se acercó a ella amenazadoramente, mientras ella retrocedía. Se había puesto un camisón de color celeste, y al trasluz se notaba que no llevaba nada más debajo. William sintió como una parte de su cuerpo se rebelaba, pero habría tiempo para todo, pensó.
- No te atrevas a tocarme, William, te lo advierto –dijo ella tomando una figura de porcelana y levantándola sobre su cabeza.
- No te vas a librar de unos merecidos azotes, ya te lo advertí con tiempo.-Elizabeth le lanzó la figura que él esquivó en el último segundo, sin dejar de avanzar. Elizabeth le lanzó todo lo que tenía a la mano, acertándole en un par de ocasiones –pequeño demonio…eso ha dolido.
- Y más que te va a doler –dijo ella cogiendo un jarrón chino- te lo advierto, William no te…-el esquivó el último objeto y tiró de ella, sentándose en la cama. –ni se te ocurra golpearme, sátiro.
- ¿Qué no? Tú me has hecho un chichón en la frente, lunática –William la colocó sobre sus rodillas boca abajo y le levantó el camisón, dejando a la vista un hermoso y sonrosado trasero. Ella se debatía, intentando liberarse, pero él era demasiado fuerte y estaba muy enfadado. Descargó su manaza sobre esa parte se su anatomía en varias ocasiones, aunque no muy fuerte, y ella le maldijo. –te vas a comportar como una dama de ahora en adelante o te azotaré hasta que me duela la mano, ¿me oyes?
- Vete al infierno –dijo ella entre sollozos. –voy a pedir la anulación, el matrimonio no está consumado y no tendré ningún problema en acabar con este absurdo matrimonio.
- Las esposas no pueden pedir la anulación, querida –dijo él dándole la vuelta y posándola sobre la cama.- y en cuanto a la consumación, vamos a arreglarlo ahora mismo, creo que hemos perdido demasiado tiempo- William empezó a desnudarse y ella retrocedió hasta la cabecera de la cama.
- No quiero consumarlo, y no me vas a obligar.
- Lo haré si es necesario. De ti depende que sea algo agradable o no.
- Gritaré –le amenazó ella.
- Lo harás, pero de placer. ¿No era esto lo que tanto ansiabas? –dijo metiéndose entre las sábanas con ella. Elizabeth apartó la cara cuando el fue a besarla.
- Si, porque te amaba. Y aunque sabía que tú a mí no, esperaba por lo menos que me respetaras, y no te acostaras con otras mujeres.
- No me he acostado con ninguna mujer desde que volviste a Londres, Elizabeth. –admitió el con voz ronca- Dejé a Evelyn por ti, y en cuanto a Cecily… fue ella la que me besó y no sentí nada, te lo juro. –
- Me golpeaste.
- Y tú a mí antes. Fue defensa propia. Además, te lo merecías. ¿Cómo se te ocurrió desnudarte en plena calle, con todos esos hombres mirándote?
- Estaba furiosa contigo y ni me di cuenta…Lo siento-dijo ella con un hilo de voz. Elizabeth se puso de lado, dándole la espalda. Él se acopló tras ella y la besó en el hombro con delicadeza, mientras con sus manos le acariciaba los senos por encima del camisón. Ella gimió al sentir su duro sexo contra su trasero y cerró los ojos. Él la dominaba con sus besos y sus caricias. No podía ni quería resistirse.
- Yo también lo siento, mi señora. Tuve mucho miedo de que “Niebla” te tirara al suelo y te hiciera daño. –él la giró hasta ponerla boca arriba y la besó en los labios.
- ¿De verdad temías por mí? –William tiró de su camisón y se lo sacó por la cabeza. Ella se sonrojó cuando él pasó la mirada por su hermoso cuerpo, a la vez que sus manos.
- Estaba aterrorizado. No quería perderte. –admitió mientras le lamía un pezón, hasta ponerlo duro. Ella gritó bajo cuando sintió los dedos de él acariciándole en su parte más íntima, mojándola a raudales -¿quieres que lo hagamos, entonces? Si no quieres, lo entenderé. Podemos dejarlo para otro día, cuando tú desees.
- Llevo esperando mucho tiempo, William. Años. Pero prométeme que serás dulce conmigo.
- Lo prometo, cariño, pero te va a doler al principio –el la besó en los ojos y siguió a acariciándola con suavidad. Cuando comprobó que estaba lo suficientemente excitada se colocó entre sus piernas y se preparó para penetrarla. Elizabeth se encogió un poco al sentir el sexo de su esposo en la entrada del suyo, pidiendo paso. –relájate, mi señora. No intentes luchar. Rodéame con tus brazos y tus piernas.
- Lo intentaré –ella se abrió mas para él y cerró los ojos cuando él dio el primer empujón. Un dolor agudo la sacudió, mezclado con algo de placer.
-¡Dios, duele como el demonio! –William sonrió y la besó en la boca. Estaba terriblemente excitado, y no quería que le pasara lo que la otra vez.
- No te muevas, mi amor. Espera unos minutos y todo será más fácil.
- ¿Sé hará más pequeña? Dios, la tienes enorme, no creo que me quepa.
- No, no se hará más pequeña, pero tu cuerpo se acostumbrará a mí –dijo él sonriendo ante sus palabras.
- Vale, me relajaré y esperaré. ¿Queda mucho? –preguntó con impaciencia. William levantó una ceja y volvió a empujar, hasta quedar totalmente dentro de ella. Elizabeth le clavó las uñas en la espalda y soltó una maldición, revolviéndose.
- Elizabeth, por Dios, no te muevas así o creo que no podré aguantar mucho.
- Es que me duele. Solo intento buscar una forma de que me duela menos. –dijo moviéndose sin cesar. William maldijo cuando su cuerpo reaccionó y su semilla se descargó dentro de aquel angosto y preciado conducto.
- ¡Maldita sea! –gruñó dejándose caer sobre el pecho de Elizabeth.
- ¿ya hemos terminado? ¡Qué desilusión! ¿Todo el sexo es así? me gustó más lo que me hiciste la otra vez. Disfruté y no me dolió. –dijo ella con sinceridad.
- Tengo que reconocer que tienes razón, amor. Pero la próxima vez será más placentero para ti, te doy mi palabra-William salió de ella con cuidado y se tumbó en la cama boca arriba, con un brazo bajo la cabeza.
-¿la próxima vez? No creo que desee que haya una próxima vez, señor.
- La habrá, y en unos minutos. Verás como te gusta más.
- Yo preferiría dejarlo para otro día, estoy un poco molesta-William miró hacia sus piernas y vio una mancha de sangre. Elizabeth intentó levantarse avergonzada, pero el la retuvo contra sí, besándola tiernamente en los labios.
- Tienes razón, será mejor dejarlo para mañana. Déjame que te alivie un poco. –William se levantó y echo agua sobre un recipiente, mojando un paño en él. Elizabeth se tapó con las sábanas hasta el cuello, al comprender lo que pretendía. –vamos, cariño. Déjame hacer esto por ti, soy tu esposo no debe darte vergüenza.
- Pero es que…-William la destapó y comenzó a asearla con cuidado. Cuando terminó la tapó y fue a asearse el también, volviendo a la cama- gracias-dijo ella con las mejillas rojas.
- Es mi deber cuidar de ti, esposa. Ahora descansa, ha sido una noche muy ajetreada.
- ¿No vas a volver a tu cuarto? –le preguntó ella sorprendida al ver que apagaba las velas y la abrazaba contra sí.
- No. Me voy a quedar toda la noche contigo, si no te importa.
- Claro que no. Buenas noches, mi señor.
- Buenas noches, mi señora. Que descanses.
Elizabeth se despertó contenta. Por fin estaba junto a su esposo y habían consumado el matrimonio. Todavía se sentía un poco molesta por la experiencia, el sexo le ardía por dentro. Había sido todo un detalle por parte de William el que la lavara de esa forma tan delicada, para que se sintiera mejor. Se giró hacia él que seguía durmiendo y sonrió. La sábana apenas le cubría, dejando al descubierto su torso y una de sus piernas. William era perfecto. Un dios griego, con cara de ángel y sonrisa de demonio, y era suyo, aunque no la amara. Elizabeth le besó la espalda tiernamente y le abrazó, cerrando los ojos.
- Puedes seguir besándome si quieres, querida esposa. Tienes unos labios suaves y cálidos.
- Siento haberte despertado, mi señor. ¿Verdad que hace un día precioso? –él se volvió hacia ella y la atrajo por la cintura.
- Si, muy bonito. Podríamos aprovechar y salir a cabalgar un poco después de desayunar, ¿te apetece?
- ¿montar a caballo? –Elizabeth hizo un gesto de dolor y él se rió. La besó en la frente con cariño y luego la puso sobre su cuerpo.
- Cabalgar no es una buena idea, después de lo de anoche. Lo entiendo. ¿Qué te apetece hacer?
- Me gustaría que me enseñaras la hacienda. Podríamos ir los dos sobre “Niebla”. –Elizabeth lo besó en el pecho y el se estremeció. Le acarició el trasero, como amasándolo y ella gimió.
- Será mejor que nos levantemos, mi amor. Si no, creo que tendremos que volver a consumar el matrimonio, y estás convaleciente.-ella se sonrojó y se apartó de él que sonreía al ver su turbación. Estaba tan duro que le dolía, pero quería dejar algo más de tiempo hasta que ella se recuperara, antes de volver a hacer el amor.-te espero abajo en el comedor dentro de una hora, para desayunar. Tu doncella vendrá dentro de poco- Se levantó y cogiendo la ropa del suelo, se fue a su dormitorio, para asearse y vestirse. Elizabeth se levantó a su vez y se puso una bata, esperando a Lucy. Se sentía distinta. Ahora era una mujer de verdad.
Habían desayunado abundantemente y ahora visitaban la hacienda. William la llevaba a la grupa, delante de él. Llevaba las bridas con una mano, mientras con la otra la sujetaba. Ella iba montada de lado, muy pegada a él, alabando todo lo que veía. Se detuvieron ante una manada de caballos que pastaba libre, observada de cerca por varios empleados.
- Son magníficos, William –dijo ella admirada de tanta belleza.
- Si que lo son. Prefiero que pasten libres. Estos caballos son semi salvajes. Una vez que tienen la edad suficiente, los vamos domando para venderlos. Algunos los dejamos de sementales, como “Relámpago” y “Fury”.
- ¿Niebla también fue uno de ellos? –William se bajó del caballo y la tomó por la cintura, ayudándola a bajar. Ella se apoyó en sus hombros y sus cuerpos quedaron muy pegados.
- Niebla es hijo de “Fury”. Me costó bastante adiestrarlo, pero ahora cumple todas mis órdenes. Espero que tú hagas lo mismo.
- Yo no soy un caballo, William- ella trató de alejarse de su abrazo, pero él la besó en los labios, dejándola sin aliento.
- Demos un paseo –dijo él cogiéndola de la mano y empezando a caminar.
- ¿y “Niebla”?
- No irá a ningún lado, tranquila.
- ¿Qué son aquellas barracas? –dijo ella señalando unas pequeñas casas de madera rojas.
- Son donde viven mis empleados. Viven ahí con sus familias, esto está algo alejado de la casa principal para ir y venir todos los días.
- Es una buena idea. ¿y aquello?
- Una pequeña capilla. Dice una leyenda que allí apareció la figura de una virgen. Parece que unos españoles la escondieron allí cuando eran perseguidos por unos bandidos. Mi abuelo la encontró, cuando buscaba un pozo, e hizo construir la capilla para ella. Desde entonces, nos ha protegido de enfermedades y plagas.
- ¿Tú crees en esas cosas? –el se encogió de hombros y sonrió.
- No es malo creer en algo, amor. ¿Quieres que nos sentemos un poco a descansar? Estás algo pálida.
- Si, me siento cansada. –Se sentaron en el suelo, a la sombra de un árbol. Ella apoyó la espalda contra el tronco, mientras William se tumbaba boca arriba en el suelo, mirando al cielo.-William, ¿por qué te has casado conmigo? –él se giró hasta quedarse de lado, apoyado en una mano, mirándola.
- Quería acostarme contigo, y me pareció la mejor forma. Por otro lado, necesito un heredero y tú pareces una buena candidata. –Elizabeth se puso más pálida de lo que estaba y aguantó las ganas de llorar. No es que esperara que el le dijera que la amaba, pero tampoco eso. Creo los dos nos entendemos a la perfección. ¿Y tú?
- Yo estoy enamorada de ti, ya lo sabes. –admitió ella con voz dolida.
- ¿Desde cuando?
- Desde que tenía doce años. Vine a “Red House Manor” en unas vacaciones de navidad, solo por unos días y tú estabas aquí pasando unos días. Lady Anne dio una fiesta y tú saliste al jardín con una bella muchacha. Me subí a un árbol para espiaros y cuando ibas a besarla la rama se rompió y yo caí sobre los dos.
- ¡Dios, es verdad! ¡Ya no me acordaba de eso! La chica era la hija de la Duquesa de Manchester, Rose Mary. Se llevó un susto de muerte, y no le dijo nada a nadie, para que su honor no se viera afectado… ¡Me fastidiaste el plan! Tenía previsto hacer algo más que besarla.
- Te salvé. Oí a tu padre y al suyo planear descubriros juntos para que te casaras con ella.
- Si, todavía no me había comprometido con Cecily, solo tenía diecinueve años. Entonces… la rama no se rompió, la rompiste tú, ¿eh diablillo?
- Tenía que hacer algo. Yo había decidido ya que fueras mi marido, y no podía dejar que ninguna otra se adelantara, y menos la lagarta esa de pelo rojizo.
- Eres un verdadero diablo, señora mía. Al final conseguiste tu propósito de atraparme, ¿eh?
- Tú me atrapaste a mí. Fuiste a buscarme a cuando me fugué, sabiendo lo que tu acto implicaba. ¿Por qué?
- No sé…Fue algo superior a mí. Tenía miedo que te pasara algo. Supongo que te tengo algo de afecto, después de todo.
- Afecto…eso no es amor.-él se levantó despacio y tiró de su mano, para que ella se levantara. La atrajo hacia sí y la besó en los labios. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se entregó a él. Lo amaba más que a su vida, y era su legítima esposa.
Capitulo 10
William había pasado todo el día de mal humor. A su desastrosa actuación la noche anterior en el lecho, se unía la noticia de que uno de sus vecinos había comprado uno de sus caballos robados hacia unos meses. Se había desplazado hasta la hacienda de Clydehart para que le contara todos los detalles de la venta. Después de dejar a Elizabeth en casa, se dirigió a la hacienda vecina. Clydehart le recibió con el ceño fruncido. No quería que su vecino pensara que él compraba caballos robados. William pasó a la biblioteca y saludó cortésmente a su vecino. Él le devolvió el saludo y le ofreció una copa de oporto.
- Gracias Clydehart –dijo William tomando asiento frente a él- ¿dónde compraste el caballo? –le preguntó sin rodeos.
- En la feria anual de Newbury. Envié a uno de mis empleados, como todos los años y adquirió cinco ejemplares. Todos los papeles estaban en regla, pero cuando llegaron aquí y mi mozo le cepilló se percató de que había remarcado el caballo. Tu escudo es inconfundible, así que en cuanto me dí cuenta te llamé. No quiero que pienses que yo soy un ladrón.
- No lo pienso, Clydehart. Nos conocemos desde hace cinco años, y hemos hecho muchos negocios juntos. ¿Sabes quien es el vendedor?
- No. El feriante era un intermediario. Dijo no conocer a quien se los vendió a él. Se los ofreció a buen precio y el vio negocio seguro. Los otros cuatro caballos también estaban remarcados, pero no con tu marca. Son de otros vecinos de la zona.
- Este ladrón es más ambicioso de lo que pensaba. Roba los caballos aquí y después se deshace de ellos en una ciudad alejada…
- También están robando joyas en algunas mansiones, aprovechando las fiestas. De hecho, el otro día robaron un collar de perlas en la fiesta de los Conoway, del dormitorio de Lady Conoway.
- Habrá que estar alerta. Gracias por la información, Clydehart.
- Haré que te devuelvan el caballo, Norwell.
- Es tuyo. –dijo William levantándose y estrechándole la mano- buenas tardes.
De vuelta a casa, William pensó detenidamente en todo lo que había averiguado. El ladrón no era un malhechor normal y corriente. Debía de ser de la alta sociedad para poder entrar a las fiestas. Quizás fueran dos ladrones diferentes, uno robaba caballos, y el otro joyas, pero era demasiada coincidencia. Necesitaba la lista de invitados de los Conoway, pero era peligroso volver a aquella casa con Cecily allí. Cualquier cosa podría pasar.
William desmontó del caballo y se dirigió a la casa. Estaba impaciente por ver a Elizabeth. La conversación que sostuvieron por la mañana sobre como ella empezó a amarle le hacía gracia. Era un amor infantil que había estado oculto hasta que volvieron a encontrarse. Sonrió también al acordarse del momento en que le hizo el amor, y se endureció automáticamente al recordarla moviéndose bajo su cuerpo. Se prometió a si mismo, que la próxima vez que la tomara, la haría disfrutar antes de hacerlo él. Se lo debía.
- ¿y milady, Duncan? ¿Está en la biblioteca?
- Milady salió hace una hora. Recibió una nota de usted diciéndole que se reuniera con ella. ¿No se han visto? –William palideció. El no le había enviado ninguna nota a su esposa. Subió corriendo las escaleras y entró en el dormitorio de Elizabeth. Sobre una mesita estaba la nota. La devoró, mas que leyó.
“Te espero en la capilla, reúnete allí conmigo en una hora” William.
- ¡Maldita sea! ¿Quién diablos? –William volvió a bajar buscando a Duncan- ¿le acompaña su doncella?
- No. Salió sola. Señor, le facilitamos una yegua dócil e iba vestida adecuadamente con un traje de montar, no se preocupe ¿Ocurre algo? –preguntó el mayordomo cuando notó el gesto de preocupación de él. William maldijo entre dientes y volvió a montarse en “Niebla” dirigiéndose a galope en busca de su alocada esposa.
Elizabeth iba montada de lado sobre la yegua. A ella le gustaba hacerlo más a horcajadas, pero todavía se sentía un poco molesta. Se preguntó por qué William la había citado en la capilla. ¿Sería un encuentro romántico? Era extraño, su esposo no era de esos. Seguro que solo quería enseñarle la estatua de la virgen, o alguno de los magníficos frescos que adornaban las paredes, y que su padre hizo que pintaran. Aunque deseaba que fuera lo primero. La capilla estaba alejada de las barracas de los trabadores, así que no tenía que pasar por ellas para llegar a su destino. Quince minutos después, ató a “Sweet lady” en unas ramas y entró. Ya era de noche, y solo la luz de unas velas, estratégicamente colocadas alumbraba la estancia. Sintió un escalofrío y se abrazó a sí misma, mirando a su alrededor.
- ¿William? –el ruido de la puerta al cerrarse la sobresaltó. Se volvió con rapidez, pero no lo suficiente para evitar que una mano le tapara la boca, y otra la sujetara fuertemente por la cintura.
- No soy él, pequeña zorra, pero no lo vas a echar de menos, te lo prometo. –Elizabeth luchó por soltarse, pero su captor era demasiado fuerte para ella. –Estate quieta si no quieres que te haga daño. Esta vez solo quiero hablar contigo. Voy a destaparte la boca, pero si gritas, te romperé el cuello, ¿entiendes?
Elizabeth hizo un gesto afirmativo con la cabeza y el aflojó un poco su abrazo, empezando a liberar su boca. Ella aprovechó esa circunstancia para darle un tremendo pisotón en el pie y un codazo en las costillas con todas sus fuerzas. El sujeto la liberó por completo, lanzando un aullido de dolor, cojeando sobre su pie no herido, maldiciendo y tratando de alcanzarla. Cuando casi había logrado llegar a la puerta, una mano la arrastró hacia el suelo, tirando de ella. Elizabeth gritó y lanzó el pie hacia atrás, acertando de lleno a su furioso contrincante, haciendo que la soltara.
- Te voy a matar, puta –ella se fijó entonces en el individuo, el cual sacó un gran cuchillo. De pronto sintió el trote de un caballo, y como William la llamaba por su nombre. Eso desconcertó al villano, que iba cubierto por una gran bufanda. –dile a tu esposo que se olvide de los robos de joyas, por su bien.
Ella no articuló palabra. Estaba tan aterrada que el miedo le impedía moverse, ni siquiera pensar. El bandido se escurrió por una de las ventanas de la parte de atrás y se perdió en la noche.
- Cariño, ¿Estás bien? –Elizabeth levantó la cabeza y comenzó a llorar a raudales. William se arrodillo a su lado y la abrazó con fuerza. Tenía el vestido roto, debido al forcejeo. –tranquila, ya estoy aquí. No pasa nada…
- Ha tratado de matarme –dijo ella entre sollozos. El reprimió la ira y la impotencia que había sentido a verla en tan lamentable situación y se alzó con ella en brazos. Tendría que volver a hablar con Elizabeth y explicarle que lo que acababa de hacer era una locura. Nunca debió salir sola de la casa en medio de la noche, incluso pensando que iba a reunirse con él.
- Ya hablaremos en casa, cuando estés más tranquila.
- Pensé que eras tú quien me había citado aquí… la nota decía…
- La leí, y por todos los demonios que yo no soy de la clase de hombres que cita a su esposa en una capilla para hacerle el amor, señora. Para eso está el lecho matrimonial. –William la puso sobre la silla y se montó a continuación sujetándola fuertemente. Ella se abrazó a su cintura y cerró los ojos cuando empezaron a trotar hacia la casa. Se sentía una estúpida. William no era un hombre romántico, ni creía en el amor. Se preguntó cómo había podido creer que él le proporcionara un encuentro romántico.
Llegaron a casa y William la dejó sobre el sofá de la biblioteca. El servicio estaba impresionado, por la forma en que su esposo la había traído a casa las dos últimas veces. Sirvió dos copas generosas de coñac y le entregó una a ella, mirándola severamente. Elizabeth bebió un largo trago y tosió, poniendo cara de asco infinito. William ahogó una sonrisa, las cosas no estaban para tomárselas a broma.
- Cuéntame con detalle lo sucedido, Elizabeth.
- Recibí esa nota esta tarde. Me pareció un poco extraño que me citaras allí, pero estaba tan excitada que ni lo pensé.
- ¿Excitada? –preguntó él arqueando una ceja y tomando un poco de coñac.
- Por los frescos de la capilla. Me interesa mucho el arte, ¿no te lo había comentado? –William sonrió esta vez ante la inocencia de su esposa. Él había entendido otra clase de excitación. No habían vuelto a hacer el amor desde la primera vez, y él si que estaba excitado. Elizabeth dejó la copa sobre una mesita e intentó levantarse. Estaba un poco mareada, ya que no acostumbraba a beber licor- ¡Oh Dios, William! Todo me da vueltas.
- Pero si apenas has bebido dos sorbos…-Ella intentó andar y trastabilló. William voló a su lado y la sujetó con sus fuertes brazos -¡madre de Dios! No me lo puedo creer. –dijo cuando sintió la mano de ella en su entrepierna, poniéndose inmediatamente más duro que el atizador de la chimenea.
- William, ¡eres tan perfecto! Te amo –Elizabeth levantó la cabeza y le besó tímidamente. Él lanzó un gruñido y la izó por la cintura, hasta ponerla a su altura. Pasó su lengua por el labio inferior de ella, instándola a que los abriera. Ella captó su intención y separó sus labios, permitiéndole la entrada. El exploró a conciencia esa jugosa boca que sabía a licor y a fresas.
- Cariño, ¿estás bien como…? -Ella se apresuró a desabrocharle los pantalones y el rugió como un loco cuando sus menudas manos lo abarcaron con seguridad. Nunca una caricia de una mujer le había hecho sentir tanto. Tuvo que refrenarse haciendo uso de una gran fuerza de voluntad, y no entrar en ella y poseerla sin ningún preámbulo. Pero no, esta vez tenía que ser distinto para Elizabeth. Haría que la recordara el resto de su vida, aunque sentía un poco de reparo al estar ella un poco bebida. –Será mejor que te lleve arriba y duermas un poco. Tenemos toda la noche para…
- Ni lo sueñes, William. Estoy perfectamente, quiero que me hagas el amor ahora –Elizabeth tiró de él por las solapas de su chaqueta y le besó. William sintió su lengua cálida por toda la boca, explorándolo. El sofá era algo pequeño para los dos, así que la tomó en brazos y la puso sobre la alfombra, cerca de la chimenea. Apagó todas las velas y se aseguró de que las cortinas estuvieran echadas y la puerta cerrada. Elizabeth le esperaba impaciente tumbada en el suelo. Él comenzó a desnudarse despacio, sin dejar de mirarla a los ojos. Ella nunca había tenido el valor de verlo desnudarse por completo, así que cuando lo hizo, sus mejillas se tornaron rosadas. Reparó en sus fuertes brazos, y su vientre plano. Un poco de vello oscuro le adornaba el pecho, para ir a morir a su bajo vientre. Sus piernas eran sólidas y atléticas y sus caderas estrechas.
William se deslizó a su lado y le quitó el vestido, sin dejar de acariciarla. Ella le miraba con una tímida y sugerente sonrisa, dejándose hacer.
- Eres lo más bonito que he visto en mi vida, mi amor –dijo mientras le besaba los pechos. Ella se agarró a su cuello y le besó en el pelo, gimiendo de placer ante sus caricias. El tomó el rosado pezón entre sus labios y lo mordió delicadamente, mientras llevaba una de sus manos a la entrepierna de ella. Elizabeth abrió automáticamente las piernas y el introdujo un dedo en ese estrecho y anhelado pasaje, moviéndolo acompasadamente. Cuando le tocó su centro de placer con el pulgar, ella se contrajo, gimiendo más fuerte- así, cariño, quiero que disfrutes, dime si te gusta-dijo el emocionado por el resultado de sus caricias.
- Si que me gusta, no pares, por favor.-William sonrió y la besó en los labios ardientemente, después la siguió besando en el cuello. Estaba loco por poseerla, pero se había prometido así mismo, que primero la haría gozar. Elizabeth lanzó un grito cuando sintió su boca besarle entre las piernas, quiso protestar, pero lo único que podía hacer era gemir, agarrada a su cabeza. El movió su lengua dentro de ella y Elizabeth explotó sin poderlo evitar. Su cuerpo se convulsionó y el placer le recorrió por todas las fibras de su cuerpo. William se apartó sonriendo y se puso sobre ella, ahora le tocaba el turno. Estaba enloquecido por el deseo. Se colocó en su entrada y empujó de una sola vez. Elizabeth sintió como la invadía y su espalda se arqueó.
- ¿Te duele, amor? –preguntó el preocupado por si le había hecho demasiado daño.
- No, está bien. Sigue. –El asintió y salió despacio para volver a entrar. Elizabeth fue a gritar, pero el grito murió en la boca de él. William se movió despacio pero profundamente dentro de su cuerpo. Sudaba debido al esfuerzo, mientras se controlaba para no irse antes de volver a darle placer. Ella le araño la espalda cuando sintió su segundo orgasmo llegar. El entonces aceleró sus movimientos y cuando la sintió temblar entre sus brazos se dejó ir, cayendo sobre ella, desfallecido.
- ¿Qué piensas ahora sobre el sexo, querida? –dijo él intentando sin éxito regularizar su respiración.
- Es genial…amor mío, eres un gran amante. –el sonrió y la besó en la punta de la nariz. Todavía estaba dentro de ella, y no le apetecía en nada salir de tan cálido reducto.
- Gracias, querida. Tú me inspiras. –Ella le abrazó con fuerza y el se acomodó. Salió lentamente y se quedaron abrazados unos minutos sin hablar. El fuego de la chimenea calentaba sus sudorosos cuerpos, dibujando imágenes en las blancas paredes.
- William, ¿todavía estás enamorado de Lady Conoway? –el levantó una ceja confuso por la inesperada pregunta.
- No creo que sea el momento mas adecuado para hablar de eso, ¿no crees? –dijo el con voz neutra.
- Es que necesito saberlo. Quiero saber lo que puedo esperar de ti, de este matrimonio. –William se levantó, incómodo por la situación. Buscó sus pantalones y se los puso sin mirarla mientras hablaba.
- Puedes esperar mi fidelidad y mi respeto. En cuanto a Cecily, no quiero que volvamos a hablar de ella. Es un tema zanjado. Ahora tú eres mi legítima esposa, serás la madre de mi heredero y mi futura condesa.
- ¿y tu amor? ¿Podré tenerlo algún día? –William se sirvió una copa de coñac y ella comenzó a vestirse también, esperando ansiosa su respuesta.
- El amor es un sentimiento estúpido e imaginario que solo sienten los poetas y los escritores de novelas, querida. Él hace a los hombres unos estúpidos, que se dejan llevar por sus pasiones hasta hacer el ridículo. Yo lo hice una vez, y no pienso caer dos veces en la misma trampa. Te tengo un gran aprecio, pero el amor no entra dentro de mis planes.-Elizabeth sintió unas terribles ganas de llorar, pero se contuvo. El nunca le había prometido amor, ni la había engañado con falsas promesas. William bebió de un trago su copa cuando la vio salir en silencio de la biblioteca. Quizás estaba siendo demasiado duro con su esposa, pero no se veía con fuerzas de volver a amar a nadie. De volverle a confiar su corazón y su amor a ninguna mujer. Sin embargo sentía algo muy fuerte por Elizabeth, algo que no sintió por Cecily, ni por ninguna otra. La deseaba muchísimo, la necesitaba y quizás la amara, pero no tenía el valor suficiente para afrontarlo. No todavía.
Elizabeth esperó toda la noche a que él entrara en su cuarto para pasarla con ella. Pero William no lo hizo. Habían cenado juntos y él se fue sin decir donde, regresando de madrugada. Le oyó caminar por la habitación durante varias horas, incluso le sintió en la puerta de comunicación, pero no llegó a traspasarla. La culpa de todo la tenía Lady Conoway, ella había hecho de William un ser frío y sin capacidad de amar de nuevo. La maldijo y se juró así misma que eso iba a cambiar. Ella le iba demostrar que podía confiar en su amor, le iba a enseñar a amar de nuevo.
Capitulo 11
William se hallaba sentado en su escritorio releyendo la lista de invitados que su amigo Clement le había facilitado la noche anterior en el club. Conocía al barón de Hampshire desde hacía muchos años, y era su mejor amigo. A él le encomendó la tarea de ir a la residencia de los Conoway a por el documento. Eran las nueve de la mañana cuando se presentó en “Green Valley” con ella en la mano y desde entonces los dos estaban en la biblioteca intentando averiguar quien podría ser el ladrón. Habían dividido la lista en dos, para hacer la tarea más fácil.
- No creo que ninguno de estos caballeros esté implicado, Clem. No tiene sentido. Todos gozan de una buena reputación y no necesitan robar. –Clem asintió con la cabeza y miró la suya.
- Si, todos están forrados. A esa fiesta asistieron más de cien personas, aparte de los empleados. ¿No crees…?
- … ¿que alguien pudo colarse dentro en medio de la confusión y robar el collar? Si. Lo he pensado. Cualquier delincuente se pudo hacer pasar por alguien del servicio y llevarse el collar. Pero hay una pega.
- ¿Cuál?
- ¿Cómo sabía ese ladrón que yo estaba investigando lo de los robos? Si no está en nuestro círculo, no sé como pudo enterarse con tanta rapidez.
- Puede que os escuchara a ti y a Clydehart hablar sobre ello. Es la única explicación.
- O que Clydehart lo comentara en el club y ese truhán lo escuchara…no sé, todo esto me da mala espina. –William se levantó del escritorio y se sirvió una copa de oporto, llenando también la de su amigo- estoy preocupado por Elizabeth. Es una mujer fuera de lo común y muy impulsiva. Ese desgraciado logró engañarla, y casi la mata.
- No fue culpa de ella, pensó que eras tú –trató de defenderla Clem. Él alzó una mano con gesto enfadado.
- Elizabeth no debió salir sola de noche. Aunque fuera a encontrarse supuestamente conmigo. Eso fue una insensatez que casi le cuesta la vida. Ninguna mujer de todo Londres se le ocurriría salir sin acompañante.
- Ni desnudarse en medio de la calle…si, tienes razón, tu futura condesa es algo peculiar…-dijo Clem entre risitas.
- ¿Te diviertes? Pues yo no, maldita sea. Esto no es un juego, alguien ha tratado de matarla, en mis tierras. Yo soy su marido y tengo el deber de protegerla. –Clem terminó su copa y ahogó una sonrisa. Su amigo tenía razón. El que anduviera un casi asesino suelto no era para tomárselo a la ligera.
- Sabes que puedes contar conmigo para protegerla. Siempre que me necesites, llámame. La acompañaré cuando tú no puedas hacerlo.
- Gracias Clem, lo tendré en cuenta.
- Primero tendrás que presentármela. ¿No crees? Ardo de deseos de conocer a tan peculiar dama.
- La conocerás esta noche. Nos han invitado a la fiesta de los Bucks. He pensado que quizás el ladrón quiera dar otro golpe allí. Se sabe que Lady Bucks es una entusiasta coleccionista de caras figuras exóticas.
- Si, tiene un pequeño museo en su mansión. ¿Sabes que algunas son altamente sexuales?
- Algo he oído. Tú y yo estaremos atentos ante cualquier eventualidad. Cuento contigo para proteger a Elizabeth si fuera necesario.
- Puedes estar seguro de ello, amigo. Aunque según me has contado, es de ella de la que hay que protegerse…-William sonrió por primera vez ante el comentario. Si, el tipo que había atacado a Elizabeth había recibido lo suyo antes de huir, igual que sir Charles. Su esposa era una verdadera fiera cuando se trataba de defender su honor.
En cuanto a su comportamiento temerario, tendría que hablar con ella. Elizabeth estaba encerrada en su dormitorio y no había salido ni a desayunar. Clem se despidió unos minutos después, y el llamó a Duncan, con el propósito de que le diera recado a su esposa de que le esperaba en la biblioteca. Temió que ella no apareciera, pero lo hizo. Llevaba un vestido sencillo y el pelo recogido en un moño. Parecía tranquila, pero sus ojos chispeaban.
- Duncan me dijo que querías verme, mi señor.
- Siéntate, Elizabeth –ella lo hizo y el también. –He estado pensando en todo lo que ocurrió ayer, y he llegado a la conclusión de que ese ataque fue culpa mía. No te he dejado claro como debes actuar ahora que eres mi esposa, pero voy a hacerlo en este momento.
- Pero…-William le hizo un gesto con la mano indicándole que se callara y lo escuchara.
- Desde hoy no saldrás sola a ninguna parte. Si yo no puedo acompañarte, lo hará un mozo de cuadra o tu doncella. Todos los días me dejarás dicho donde piensas estar, y que sitios vas a visitar. ¿Está claro?
- ¿Qué? ¿Voy a estar prisionera en mi propia casa? ¿y voy a tener que hacerte una lista con todas mis tareas? Esto es indignante, mi señor.
- Eso de la lista está bien. No lo había pensado. –dijo él poniéndose en pie- quiero saber en todo momento donde estás y con quien. De noche no saldrás de esta casa sin mi consentimiento, aún acompañada ¿lo entiendes? –ella se levantó indignada y le encaró.
- No, no lo entiendo y no lo haré. Soy una mujer adulta, y no necesito carabina. Y si me apetece salir a cabalgar sola por la hacienda, lo haré. –William se levantó furioso, la cogió de los brazos y la atrajo hacia él.
- Eres mi esposa, y harás lo que yo te diga. En caso contrario te encerraré en tu habitación con llave. No voy a dejar que andes por el campo en medio de la noche, porque te apetezca contradecirme. Hay un maldito delincuente por ahí fuera, y no vas a ponerte en peligro nunca más, si yo puedo evitarlo. Mi deber es cuidar de ti, y haré lo que sea para protegerte.
- No soy tu esposa. Soy tu juguete. Si me quitas todos mis derechos como persona, yo te quitaré a ti el que tienes sobre mí. No intentes cruzar nunca más la puerta hacia mi alcoba, William. –Elizabeth le apartó de un empujón y salió de la biblioteca hecha una fiera. Negarle a su marido sus derechos conyugales no era una buena idea. El podía tomarlos por la fuerza cuando quisiera, pero sabía que no lo haría. William en cuanto su esposa salió, lanzó la copa contra la puerta, haciéndola mil pedazos. Ella osaba desafiarle, y le amenazaba con no cumplir sus deberes de esposa…bien, a ver quien ganaba.
William esperaba en el vestíbulo a que Elizabeth se dignara a bajar. Iban a llegar tarde a la maldita fiesta, y eso le enfurecía bastante. No el hecho de llegar tarde, sino que Elizabeth lo hiciera a propósito.
Miró el gran reloj de pared y maldijo por lo bajo. Más de una hora llevaba esperándola abajo y ni rastro. Dejó el sombrero y los guantes sobre el aparador y subió de dos en dos las escaleras hasta el dormitorio de su esposa, abriendo la puerta sin llamar. William volvió a maldecir cuando encontró a su esposa leyendo un libro, sentada en el sillón. Llevaba puesto el camisón y una bata encima. William cerró los ojos unos instantes intentando calmarse.
- ¿Se puede saber qué diablos haces, Elizabeth?
- Leer. Seguro que te complacerá tener una esposa culta, ¿verdad? Aunque dudo mucho que el escritor que he elegido sea de tu agrado, lord Byron, Antología de poemas –dijo ella con ironía. El se acercó y le quitó el libro de las manos, con malas maneras, tirándolo sobre el lecho.
- Te doy diez minutos para cambiarte de ropa, señora. Si no lo haré yo mismo.
- No voy a ir a esa fiesta. Me duele la cabeza, mi señor. Creo que voy a acostarme. –ella intentó ir a la cama, pero el la retuvo del brazo fuertemente. Elizabeth le miró desafiante, con la barbilla levantada y una irónica sonrisa en los labios.
- Está bien. Tú me has obligado, cariño –William la arrastró hacia el armario y sacó el primer vestido que vio, uno verde con volantitos. Lo dejó sobre la cama y a continuación buscó el corpiño y unas medias. De un tirón le quitó la bata y el camisón. Elizabeth le soltó una bofetada y el la lanzó sobre la cama, desnuda. Se puso sobre ella y la besó en los labios ardientemente. Elizabeth gimió al sentir su lengua dentro de la boca, pero se resistió a que él la dominara tan fácilmente.
- Sé vestirme yo sola. –le dijo clavándole sus enfurecidos ojos en los de él- Espérame abajo, mi señor. –el sonrió complacido por su momentánea victoria y se incorporó, arreglándose la ropa.
- Diez minutos, o subiré a concluir esta…pequeña discusión, querida mía.
William salió masajeándose el rostro donde había recibido la caricia de su esposa, pegaba fuerte para ser una chica tan delicada. Pero él le había demostrado quien mandaba. Le había demostrado que podía tenerla cuando quisiera, y sin forzarla.
Diez minutos después, Elizabeth bajó debidamente vestida para la ocasión y envuelta en una capa. William le ofreció el brazo, pero ella siguió caminando con altanería. Duncan hizo un amago de sonreír, pero al notar la helada mirada de su señor, optó por no hacerlo…Sir William de Norwell tenía muy malas pulgas cuando estaba enfadado. Y esta noche era obvio que lo estaba.
Elizabeth estaba furiosa con su marido por haberla obligado a asistir a la fiesta, pero tenía prevista una pequeña venganza. El la miró enfuruñado cuando se quitó la capa. No se había puesto el vestido que él eligió al azar, si no otro negro de amplio escote y bastante ceñido en la cintura. No llevaba ninguna joya, pero tampoco las necesitaba, todo el salón se volvió a mirarla en cuanto entró del brazo de su marido. El le dirigió una de sus temibles sonrisas. Esas que llevaban impresas una promesa: “luego hablaremos”. La compostura era lo primero, y él no le haría ninguna escena allí. Después de saludar a los anfitriones, William fue a por unas copas de champaña y regresó acompañado de otro caballero. Tenía el pelo oscuro y los ojos marrones, casi negros, aunque sus rasgos eran de lo más amable.
- Querida, deja que te presente a mi gran amigo, el barón de Hampshire. Ella es mi esposa, Lady Elizabeth de Norwell.
- Encantado señora –dijo doblándose galantemente y rozando con los labios la mano que ella le tendía.
- El placer es mío, lord Hampshire.
- Llámeme Clem, milady. Lord Hampshire suena demasiado formal.
- Como guste, Clem. ¿Hace mucho tiempo que es amigo de mi esposo?
- Bastante, yo diría que demasiado. No para de meterme en problemas. –Elizabeth sonrió y William hizo un gesto de no estar de acuerdo.
- Disfrutas haciendo pequeños trabajitos para mí, admítelo Clem.
- ¿Qué clase de trabajos? –se interesó Elizabeth. William miró a su amigo advirtiéndole que debía de mantener la boca cerrada sobre el asunto del robo. El carraspeó un poco se volvió hacia la dama, que esperaba ansiosa su respuesta.
- Temas relacionados con sus negocios… nada interesante, milady.
Elizabeth miró a su marido interrogante. El le sonrió levemente inclinando la cabeza hacia un lado, sabía que no la había engañado. William bebió de su copa y maldijo en silencio. Cecily y su esposo avanzaban hacia ellos. Ella lucía encantadora con un vestido dorado, tan escotado como el de Elizabeth, y sus grandes senos afloraban sin ningún pudor. Palideció al ver que ella se había puesto un costoso collar que el le obsequió el día que se prometieron, y el cual ella no había devuelto al romper el compromiso. Era una joya de la familia, y su madre se enfadó bastante cuando quedó en su poder. El hecho de que se lo pusiera hoy para la fiesta era aun claro desafío, hacia el y su esposa.
- Buenas noches, señores –dijo abanicándose con gracia. Ellos le devolvieron el saludo y entonces se volvió hacia Elizabeth –querida, veo que hoy vienes vestida…espero que sigas así. Lo de la otra noche fue espectacular.
- Tenía calor, eso era todo. Como usted, quizás le gustaría saber a su esposo el por qué estaba fuera de la casa en vez de atendiendo a sus otros invitados. –cuando lo dijo se arrepintió. No por la mirada asesina que le dedicó William, sino por el hecho de que Sir Conoway podía retar a duelo a su marido si se enteraba de lo ocurrió aquella noche.
- Estaba esperando a Conoway, por supuesto. Robert llegó dos minutos después de que os despidierais. Veo que no luces ninguna joya. Se que tu familia se arruinó y tuvo que vender todo, pero William creo que puede permitirse comprarte alguna que otra chuchería. –un vals empezó a sonar y William respiró.
- Nos vais a disculpar. Mi esposa estaba deseando bailar un vals conmigo, ¿verdad, cariño? -Tomó a Elizabeth del brazo con intención de caminar hacia la pista de baile, pero ella se mantuvo estática. Sus ojos brillaban de forma alarmante, perecía que de un momento a otro se iba a lanzar sobre el cuello de la otra señora.
- No soy la clase de mujer que se compre con joyas, por cierto, Lady Anne, mi querida suegra me comentó que usted se apropió de un valioso collar de diamantes que mi esposo le regaló con motivo del compromiso. Debe de ser ese que cuelga de su cuello. Cualquier dama con honor, lo hubiera devuelto inmediatamente después de romper dicho compromiso, pero claro, eso lo hubiera hecho una dama honorable, y este no es el caso, ¿verdad?
-William me lo regaló como prueba de su amor, no por el compromiso. Y él no me lo reclamó al terminar este. –dijo ella llena de ira.
- No pudo hacerlo. Estaba demasiado ocupado en salvaguardar lo que quedaba de tu reputación después que te fugaras con el petimetre este, el día de tu boda.
- ¡Basta, Elizabeth! –dijo William interponiéndose entre las dos damas. Clem se había quedado con la boca abierta y Sir Conoway tenía una expresión inescrutable.
- No me extraña que te expulsaran del colegio de señoritas por mal comportamiento, no eres una dama, lady Norwell.
- Yo por lo menos no me dedico a seducir a los maridos de otras, zorra-
- He dicho que ya basta, Elizabeth.
William la tomó de la mano y la sacó al jardín. Elizabeth respiraba agitadamente, y tenía una expresión extraña.
- ¿Te has vuelto completamente loca? ¿Qué ha sido eso?
- La odio, William. Tiene el descaro de besarte la otra noche, y ahora se presenta en la fiesta con ese collar y dándoselas de gran dama. Tenía que haberla desafiado a duelo cuando la sorprendí contigo, como hacéis los hombres, para defender mi honor.
- Eso es una locura, mi señora, como todo lo que haces o dices. Le das más importancia a Cecily con tu comportamiento de la que tiene. No me importa ni ella ni ese maldito collar, ¿estoy siendo claro?
- La próxima vez que me insulte o te toque, le arranco los ojos, te lo prometo –William sonrió y la atrajo hacia sí. Le asombraba la forma en que ella lo amaba y defendía lo suyo.
- Creo que sería mejor que volvieras a “Red House Manor” mientras se aclara todo esto. Allí estarías a salvo con mis padres.
- ¿Qué? No voy a irme a Londres, quiero estar aquí contigo –dijo ella dolida, apartándose de él.
- Tienes que ser más comprensiva, amor. Yo iría a verte cuando pudiera.
- ¡No me llames amor! ¡No soy tu amor! Tú no estás enamorado de mí…Solo me usas a tu antojo. ¡Debería de haberme casado con Sir Charles! –Elizabeth corrió hacia dentro del jardín llorando. William corrió tras ella en la oscuridad.
- ¡Maldición! ¡Elizabeth, ten cuidado, hay un pequeño lago! –gritó mientras se orientaba. Se oyó un sonido sordo y un grito de mujer. Alguien había disparado un arma no muy lejos de allí. Rezó para que no hubiera sido alcanzada Elizabeth. Llegó a la orilla del mini lago y divisó un bulto en el suelo. Lo único que se distinguía era el pelo rubio…sin duda era su esposa.
Capitulo 12
William corrió hacia Elizabeth y sentándose a su lado en el suelo la puso sobre su regazo. Un gran reguero de sangre caía desde su sien y se deslizaba por su cara. Le tomó el pulso y comprobó que estaba viva.
- Cariño, ¡Despierta!, soy yo…-le dio unas pequeñas cachetadas en la cara pero no reaccionaba. Inspeccionó mejor la herida, y comprobó aliviado que la bala solo le había rozado la cabeza. Un centímetro más, y estaría muerta. Muerta. ¿Qué haría si Elizabeth muriera? No podría seguir viviendo. Se había acostumbrado a ella, a sus sonrisas, sus enojos y a la maldita habilidad que tenía para sacarlo de sus casillas. Le encantaba como ella gemía cuando le hacía el amor, la manera en que se entregaba y le hacía sentir que era su dueño, por entero. Era algo más que pasión entre los dos, algo más fuerte y peligroso. En ese momento se dio cuenta de algo que había tratado de ocultar desde el primer momento que la vio. No a su regreso de París, ni cuando era una niña de apenas ocho años. Fue cuando le cayó encima desde aquel árbol. Fue su mirada llena de amor lo que lo cautivó. Si, ella lo amaba desde hacía mucho tiempo, y él a ella. La besó tiernamente en los labios y la levantó en peso. Tenía que buscar ayuda.
Habían sido las dos horas más terribles de su vida. Gracias a Dios, el doctor Holliday estaba en la fiesta, e inmediatamente se hizo cargo de Elizabeth. Lady Marian Bucks había tenido la amabilidad de ofrecer uno de sus dormitorios para que Elizabeth fuera atendida.
William esperó pacientemente acompañado de Clem, en la biblioteca.
- No te preocupes, Will. El doctor ha dicho que la herida ha sido superficial. –dijo entregándole una copa de brandy.
- Ya lo sé, pero es que estoy aterrorizado, Clem. La sola idea de que le pase algo… ¡Dios! ¡Voy a matar a ese desgraciado!
- Desgraciados. Eran dos. –Apuntó Clem bebiendo un sorbo de brandy.-fui a mirar un poco donde había pasado todo, y pude descubrir las huellas de dos hombres tras de unos setos.
- Eso quiere decir que Elizabeth interrumpió una conversación, y el fulano se vio obligado a disparar… ¿no?
- Mas que eso. Lady Marian me ha confirmado que ha desaparecido de su dormitorio un valioso brazalete. Creo que el ladrón se lo dio a su compinche después de robarlo, para deshacerse de el. Elizabeth interrumpió la transacción.
- Si Elizabeth los vio, está en peligro hasta que los detenga la policía. Tendré que vigilarla de cerca, quiera ella o no quiera.
Clem fue a contestar cuando la puerta de la biblioteca se abrió, dando paso al médico.
- ¿Cómo está mi esposa, doctor?
- Bien. Despertó, pero ahora está durmiendo. Le hemos dado unas infusiones para que descanse. La herida es superficial, como le dije, pero necesitará descanso y cuidados por unos días.
- Tendrá los mejores cuidados, doctor. –Le aseguró William- ¿puedo verla?
- Si, pero no la moleste demasiado. Mañana por la mañana podrían trasladarla a “Green Valley”.
El médico salió y William respiró por primera vez desde hacía horas. Dejó la copa sobre una mesa y se dirigió a la puerta.
- Ya hablaremos cuando Elizabeth esté mejor, Clem. Quiero que investigues al marido de Cecily. Quiero saber todo de él.
- ¿Sospechas de ese tipo? Pero si hace poco que llegó al país…
- No sabemos cuando regresaron. Pero me parece sospechosa su actitud. Además, me di cuenta de un detalle…el collar que llevaba Cecily no es el auténtico, es una burda copia de cristales. Todo esto me huele muy mal.
- Yo me encargaré de las averiguaciones. Tú hazlo de tu esposa, ahora te necesita a su lado. –William asintió con la cabeza y corrió al dormitorio de Elizabeth. Ella estaba con los ojos cerrados y tenía una venda en la cabeza.
Sintió unas ganas enormes de tumbarse a su lado y apretarla contra su pecho, para que sintiera que no estaba sola y que no debía tener miedo. Se conformó con sentarse a su lado, tomándole una mano entre las suyas y pasarse el resto de la noche cuidándola. Clareaba el día cuando Elizabeth por fin abrió los ojos. El estaba recostado en el cabecero, medio adormilado. Había sido una noche muy larga.
- Buenos días, amor. ¿Cómo te encuentras? –le preguntó con voz suave. Ella se incorporó un poco, alejándose de él.
- Me duele la cabeza y estoy un poco mareada… ¿Qué pasó?
- Te dispararon querida. Cuando huiste de mí. ¿Recuerdas haber visto a alguien en el jardín.
- No, pero recuerdo haber escuchado a dos hombres hablando justo antes…decían algo de que todo marchaba conforme a lo planeado…t engo todo muy borroso.
- Está bien, no te esfuerces. En cuanto llegue el doctor y nos de su autorización volveremos a casa. –William se inclinó sobre ella y le acarició los labios con los suyos. Elizabeth no lo rechazó, pero tampoco le correspondió como otras veces. –Debes estar hambrienta. Iré a buscarte algo para desayunar, querida mía.
William salió de la habitación preocupado. Nunca había visto a su esposa tan fría con él. Quizás fuera debido a la experiencia sufrida, o que ella seguía enfadada con él por lo ocurrido en el jardín. La verdad es que se había comportado como un estúpido con Elizabeth, negando sus sentimientos una y otra vez. Ni siquiera le había regalado nada desde que lo era…se prometió a si mismo compensarla por todo.
Había pasado una semana desde la agresión a Elizabeth. William se hallaba en la biblioteca esperando a Clem. Había recibido una nota de él hacía escasamente dos horas informándole que tenía noticias.
Por fin la puerta se abrió y Clem entró sonriente, con algo en la mano.
- Tenías razón, Norwell. Los Conoway están más arruinados que cuando se fueron. He visitado todas las casas de empeño de Londres hasta dar con esto. Hace un mes que Robert lo empeñó, y con el dinero alquilaron la casa de los Harris, no la compraron. –Clem le entregó el bulto a su amigo y él lo destapó con curiosidad. Aunque tenía claro que era el carísimo collar de diamantes, propiedad de los Norwell desde hacía tres generaciones, no le agradó su vista; lo asociaba sin remedio con Cecily.
- Aquí está. Mi madre se alegrará mucho de recuperarlo –dijo tapándolo y guardándolo bajo llave en el cajón de su escritorio.
- ¿No se lo vas a regalar a lady Elizabeth?
- No. He comprado para mi esposa otras joyas que van más con su personalidad. Creo que las esmeraldas irán a juego con sus hermosos ojos.
- Sin duda. ¿Cómo están las cosas entre vosotros?
- No hemos vuelto a dormir juntos desde el incidente. Ella sigue enfadada conmigo, y no la culpo. Trataré de ganármela con paciencia.
- La paciencia nunca ha sido uno de tus fuertes, Will. –rió su amigo mientras se servia un poco de té.
- Las palabras no la convencerán de que la amo, Clem. Son los hechos, y tenemos todo el tiempo del mundo. Empezando por esta noche. Nos han invitado a otra fiesta, y no pienso separarme de ella en todo el tiempo. Voy a mimarla y a hacerla sentirse orgullosa de haberse casado conmigo.
- Eso suena muy romántico, William. Te deseo suerte. ¿y Conoway?
- Te ocuparás de vigilarle. Lo del robo en su casa fue una treta para despistar. Seguro que esta noche volverá a intentarlo.
- ¿Quién será su compinche? No veo a Lady Conoway…
- Ella es una zorra, pero no una ladrona, aunque seguro que está al tanto de los negocios de su marido. Tengo una teoría, pero antes necesito hacer unas averiguaciones. He mandado algunas cartas a Londres, cuando tenga los resultados estaré seguro si quien yo pienso es el cómplice de Conoway.
-Admiro tu cerebro, amigo. En la vida se me habría ocurrido sospechar de Conoway. –William se encogió de hombros. El si que sospechó de él en el primer momento. Su sexto sentido le advirtió que el tipo que un día le arrebató a Cecily más por envidia que por amor, había vuelto a las andadas.
Elizabeth había estado paseando a caballo después de almorzar. Era la primera vez desde que ocurrió el incidente que salía fuera de “Green Valley”. William había querido acompañarla, pero ella le dijo que necesitaba tiempo para estar sola. El asintió de mala gana, pero aceptó que su esposa cabalgara acompañada de su doncella y un mozo de cuadra, siempre que no se alejaran mucho.
William aprovechó para dejar sobre la cama el collar de esmeraldas y los pendientes a juego que le había comprado a Elizabeth, hacía unos días. Esperaba que con esto, ella empezara a perdonarle. Le escribió una escueta nota que decía:
"Lo siento, perdóname, amor. W."
Estaba preparándose en su dormitorio para la fiesta, cuando la puerta interior que comunicaban las dos habitaciones se abrió con un estruendo. Elizabeth apareció con las esmeraldas en una mano y la nota en otra.
- ¿Se puede saber que significa esto, William?
- Significa que quiero que me perdones y arreglemos lo nuestro. Y también significa que quiero que aceptes esas joyas como prueba de mi amor.
- ¿Amor? Tú no sabes lo que significa esa palabra. No puedes comprarme con joyas costosas y bonitas palabras como si fuera tu amante.
- No era esa mi intención, mi señora. Yo tampoco le doy importancia a las joyas, pero estoy seguro que lucirás magnífica con ellas esta noche, en la fiesta. –Elizabeth sintió su sangre hervir ¿Así que eso era todo? ¿Su ex prometida lo había dejado en evidencia la otra noche y quería lucir a su esposa en la fiesta? Pues estaba listo.
- No voy a ponerme estas condenadas piedras. No me vas a lucir en las fiestas como un trofeo. Puedes regalárselas a Evelyn o a quien quieras.-Elizabeth dejó las gemas sobre la cama y se fue a su dormitorio. Estaba más enfadada que antes del intento de reconciliación. Ella hubiera preferido una nota más afectuosa y una flor. Su doncella entró a ayudarla a vestirse y antes que le hubiera desabrochado un botón, William entró en su cuarto. Miró a la doncella y le hizo un gesto con la cabeza para que saliera. Llevaba puestos unos pantalones negros y una camisa blanca, con un lazo también blanco. Elizabeth le miró desafiante, no se iba a echar atrás.
- Tienes razón, querida mía. No eres Evelyn. Ni Cecily, por eso me casé contigo. No tienes que llevar las malditas esmeraldas si no quieres, pero me gustaría que si llevaras esto –dijo abriendo el puño y mostrándole una bella cruz de oro labrada. Era de mi bisabuela. Ha pasado de generación en generación. Mi madre me la dio para que se la regalara a la que fuera mi esposa. Cecily no llegó ni a verla. ¿Me harías el honor de llevarla, Elizabeth?
Elizabeth miró atentamente la cruz. Era muy sencilla, y tenía engarzados pequeños diamantes. La cadena era muy fina, lo que realzaba aún más la belleza de la pieza principal. Asintió levemente con la cabeza. Ella esperaba que él la obligara a llevar las esmeraldas y le echara un sermón sobre sus deberes de esposa, nunca que le hablara de esa forma tan suave y le ofreciera una joya tan exquisita. Él apartó delicadamente el cabello de su nuca y se la abrochó, para después poner un cálido beso en su hombro. Tenía las manos apoyadas sobre su cintura, pero no la rozaba. Quería demostrarle que podía sentir por ella algo más que pasión. Elizabeth se retiró un poco azorada. Todo esto era nuevo para ella.
- Si no me visto ahora, llegaremos tarde a la fiesta –apuntó sin mirarle. Estaba demasiado turbada por su presencia.
- Tienes razón como siempre, querida –dijo él un poco defraudado por su reacción. –nos vemos abajo.
William salió de la habitación y ella suspiró. Se acercó al espejo y miró la cruz, tocándola ligeramente con los dedos. Era el primer regalo que William le hacía y se sentía feliz, aunque todavía estaba enfadada con él.
Estaba cansada de luchar. Cansada de dar todo a cambio de solo unas cuantas caricias en el lecho matrimonial. Ella quería algo más de William, algo que parecía que el no podía darle.
El detalle del crucifijo había sido muy bonito, después de haberla hecho sentirse como una amante a la que había que contentar con las esmeraldas, pero él solo quería que ella volviera a entregarse a él en cuerpo y alma, como era su obligación, y eso le dolía más que el tiro en la cabeza. Pensó que mejor debía haber muerto y acabar con todo…
Capitulo 13
La fiesta era un éxito. Estaba la flor y nata de la región, no en vano los Harley era uno de los más ricos terratenientes de la región, exceptuando a los Norwell. Sir Harley se había quedado viudo hacía cinco años, y se decía que estaba buscando nueva esposa. Lo normal hubiera sido ir a Londres en plena temporada, y elegir a una preciosa chica recién salida del colegio y hacerla su esposa, pero Harley tenía las cosas más que claras. A sus cuarenta y ocho años se había cansado de niñas insulsas que no tenía conversación y que se asustaban de las arañas que irremediablemente había en el campo. Así que decidió buscar a su nueva esposa en la zona, donde las chicas no eran tan remilgadas. Se decía que le había echado el ojo a la mediana de los Dulverton, Emily. Una preciosa chica morena de veintidós años, más dedicada al cuidado de la hacienda de su padre, que de buscarse marido.
William sabía que Clem estaba secretamente enamorado de ella, desde hacía más de dos años, pero nunca se atrevió a decirle nada, ni siquiera a pedirle que bailara con él. Pero ahora la cosa había cambiado, nadie antes se había interesado en ella, y Harley era un buen competidor.
- Lady Emily está preciosa esta noche. Harías bien en sacarla a bailar, antes que el baboso de Harley te la quite. –le dijo William mientras observaba de lejos a su esposa, la cual hablaba con Emily.
- Tú también deberías sacar a tu esposa. Conaway no le ha quitado la vista de encima desde que llegasteis. –William gruñó una maldición. Era cierto. Conoway había sacado a bailar una vez a Elizabeth, y ella había aceptado, quizás con la intención de darle celos. Y lo había conseguido, maldita sea –pensó.
- Creo que tienes razón –dijo dejando su copa de champaña sobre la bandeja de uno de los camareros. –Vamos ambos, pues.
Los dos se encaminaron con paso seguro hacia las chicas, que estaban rodeadas por admiradores. En cuanto los vieron acercarse, la mayoría de ellos se dispersó. Conocían la fama de William, y no querían que pensara que estaban tratando inapropiadamente a su esposa. William pasó su mirada arrobadora por ella. Elizabeth vestía un bonito vestido de color verde oscuro, con un escote discreto, y lucía la cruz que él le obsequió unas horas antes. Estaba bellísima. Sintió deseos de tomarla en sus brazos y besarla en la boca sin importarle lo más mínimo el decoro, pero no sabía como reaccionaría ella. Se limitó a tenderle la mano y sonreírle afectuosamente.
- ¿me harías el gran honor de bailar conmigo este vals, querida? –dijo inclinándose un poco.
- Por supuesto. He bailado con la mitad de los hombres del salón. Solo me faltas tú y algunos ancianos. –dijo ella alargando su mano hacia él. Clem sonrió al ver la expresión de su amigo. William luchaba por controlar sus sentimientos en ese momento. Estaba celoso.
- Entonces quizás estés demasiado cansada para hacerlo conmigo, ¿no amor?
- Tengo dieciocho años, querido esposo. A mi edad una no se cansa de bailar, pero quizás tú…
- Yo estoy perfectamente, señora. –dijo apretando los dientes- Lady Emily. Un placer volver a verla.
- El placer es mío, Sir Norwell.
William comenzó a caminar hacia la pista con Elizabeth del brazo. Allí la tomó por la cintura y comenzaron a moverse al ritmo del vals. William la tenía sujeta fuertemente contra sí, de una forma demasiado posesiva e indecorosa.
- William, no es necesario que me aprietes tanto. Me cuesta respirar.
- ¿Ah si? Lo siento querida –dijo él sin apartarse lo más mínimo.
- ¿Te importaría no hacerlo?
- Si que me importa. Quiero que todos esos estúpidos que te miran con la baba caída no olviden que eres mi esposa.
- Para eso no es necesario dar este espectáculo. –William bajó la cabeza y la apoyó en su cuello, besándoselo. Elizabeth suspiró ante la caricia, pero se repuso inmediatamente. No iba a dejar que el la manejara otra vez con el sexo.-Creo que tenías razón, estoy demasiado cansada para bailar. Quiero sentarme.
William la miró directamente a los ojos. Dejó de bailar y la llevó hacia una de las terrazas que daban al jardín. Conoway estaba bailando con Cecily y Clem con Emily. Desde allí podía controlar la escalera que subía a la primera planta. Se apoyó contra la barandilla con los brazos sobre el pecho, mientras Elizabeth se sentaba enfrente de él.
-¿y bien?
- Y bien ¿Qué? –dijo ella.
- ¿Hasta cuando vas a estar así de fría conmigo?
- No estoy fría contigo. Me limito a comportarme como tú deseas. Como la futura Condesa de Norwell.
- La futura condesa de Norwell no le negaría a su marido sus derechos matrimoniales.
- Me parece que te preocupa eso más que nuestro matrimonio en si. –dijo ella dolida. El suspiró y se acercó a ella, agachándose hasta su altura. Tomó una de sus manos y la besó.
- El sexo es algo muy importante en una pareja, querida. Pero no lo más importante. Tú me niegas esos derechos, no porque no lo desees tanto como yo, sino como castigo por no doblegarme a tus caprichos. Sé que estoy siendo muy duro contigo, pero se trata de tu seguridad, de tu vida y ante eso no voy a ceder.
- Ni yo tampoco, William. Creo que es exagerada la forma que tienes de protegerme. Me siento ahogada, prisionera…he estado pensando y creo que voy aceptar tu oferta de regresar a “Red House Manor” con tus padres. Aquí no haría más que darte problemas.
- ¿Irte a Londres? ¡No, diablos! –William sintió miedo ante esa posibilidad. No quería separarse de ella ni un segundo. Elizabeth se levantó alisándose la falda del vestido y el también. La atrajo hacia sí y la besó en los labios, acariciándole la desnuda espalda con los dedos. Ella le echó los brazos al cuello y por primera vez en días le devolvió el beso. Ella tampoco quería irse, pero no tenía otra opción. William se separó sin ganas. Clem le estaba haciendo gestos desde la otra punta del salón mientras bailaba con Emily- Discúlpame querida. Clem me necesita.
- William, tenemos que hablar de esto, no me dejes con la palabra en la boca. Clem está bailando y puede esperar –William dudó. Clem le señaló con la cabeza hacia un lado, Conoway subía las escaleras con disimulo.
- Confía en mí, cariño. Entra dentro del salón y espérame. No tardaré nada y hablaremos todo lo que quieras.
- Dime por lo menos de qué se trata –William miró hacia la escalera y vio como Cecily subía también, Elizabeth miró a su esposo exasperada. ¿Tiene que ver con Cecily?
- Es algo complicado. Ahora no puedo decirte más, de verdad. –William tiró de su mano y la condujo dentro del salón.-Quédate aquí y espérame.
William le dio un rápido beso en los labios y subió las escaleras. Elizabeth se dijo que lo que estaba pasando no podía ser verdad. Su esposo nunca se encontraría con Lady Conoway en algún dormitorio de esa casa, ni de ninguna, y menos en su cara. ¿Pero entonces? El vals terminaría en breve y Clem no la dejaría investigar. Se escurrió como pudo y subió a la parte de arriba, buscando a su marido.
William fue mirando una a una todas las habitaciones que se fue encontrando. Lo hacía con cuidado, por si alguna pareja había decidido encontrarse en una de ellas. La alcoba principal de la casa, sería el objetivo de la pareja de ladrones. El pensaba que el cómplice de Conoway era un hombre, pero pudiera ser que Cecily no fuera tan inocente como parecía. Sintió ruido en uno de los dormitorios, y abrió la puerta con sigilo. No había apenas luz, pero distinguió la figura de una mujer bebiendo una copa de champaña mientras miraba por la ventana.
- Hace una bonita noche, ¿Verdad William?
- ¿Qué haces aquí, Cecily? ¿Y Conoway?
- Trato de relajarme un poco. En cuanto a Conoway…no sé donde está ese maldito. Seguro que anda revolcándose con alguna de sus amantes por algún sitio. No me preocupa en absoluto, la verdad. ¿Y tú? ¿has venido buscándome? –William dudó. No podía descubrir su juego tan pronto. De Conoway no había ni rastro y Cecily no estaba haciendo nada malo.
- Buscaba el excusado, y me he perdido –dijo él a sabiendas de que ella no le iba a creer.
- El excusado está abajo, como bien sabes. No es la primera vez que vienes a una fiesta en esta casa. Recuerdo que la última vez que asistimos juntos, casi me haces el amor en la habitación de la difunta Lady Harley.
- Por suerte para los dos, no lo hice. –William se volvió hacia la puerta, pero Cecily le detuvo, tirando de él. –déjame, tengo que volver al salón con Elizabeth.
- Estoy segura de que todavía me deseas, William. –Cecily tiró de las mangas de su vestido, dejando sus turgentes senos al descubierto. Tomó una de las manos de él e intentó llevarlas hasta ellos. William retiró la mano antes de que la rozara, y entonces se abrió la puerta. Elizabeth los miraba sin podérselo creer.
- Elizabeth, no saques conclusiones precipitadas…-empezó a decir William con voz conciliadora. La mano de su esposa voló y le cruzó la cara de una tremenda bofetada. -¡maldita sea, Elizabeth!¡No he hecho nada!
- William tiene razón, querida –dijo Cecily subiéndose el vestido. Todavía no habíamos empezado, pero…-no pudo terminar. Elizabeth fue a por ella y la golpeó con todas sus fuerzas en la cara. William corrió a apartarla de ella, tomándola de la cintura. Se oyeron pasos en el pasillo, y Conoway apareció sonriente, así como Clem y algunos caballeros más.
- ¿Qué ha pasado aquí? –dijo Conoway mirando alternativamente a su esposa y a Norwell, que seguía sujetando a Lady Elizabeth. William pensó que decir. Si se sabía que Elizabeth le había encontrado en una situación comprometida con Cecily, Conoway le retaría a duelo, y tendría que matarlo. No es que no le tuviera ganas, pero el escándalo sería tremendo y se tendría que ir del país.
- Lady Conoway ha interrumpido un encuentro entre mi esposo y yo en este dormitorio, y me he enfadado un poco. Me estaba explicando que le buscaba a usted, milord y se ha confundido de habitación. –dijo Elizabeth salvando la situación- ¿no es verdad, lady Conoway?
- Cierto. Como bien dice Lady Norwell, vi como Robert subía y le busqué por las habitaciones. Al entrar a esta encontré a Sir Norwell y Lady Norwell…bueno, ustedes me entienden…Les reitero mis disculpas.
- Disculpas aceptadas –dijo William volviendo a respirar- lady Norwell y yo vamos a retirarnos, ya que todavía no está recuperada del todo de su reciente accidente. Buenas noches a todos. –William tomó de la mano a Elizabeth y la condujo fuera de la casa. Hicieron todo el viaje de vuelta en silencio, dentro del carruaje. Ella miraba obstinadamente por la ventana, evitándole y él no dejaba de suspirar y maldecir. Cuando llegaron a casa, ella subió directamente a su dormitorio sin esperarle. William lo hizo tras ella, despidiendo la doncella que le ayudaba a desvestirse. –No la he tocado, te lo juro, mi amor.
- Le he dicho a mi doncella que prepare mi equipaje para mañana a primera hora. Me voy unos días a Londres, como quedamos –le dijo ella quitándose el vestido a tirones, rompiéndolo furiosa. William intentó ayudarla a quitarse el corsé, pero ella no le dejó, metiéndose en la cama a medio desnudar.-ahora vete, tengo sueño.
- Elizabeth, se que lo que has visto induce a dudas razonables, pero te juro por mi honor que no le he puesto un solo dedo encima. Clem y yo creemos que Conoway está implicado en el robo de joyas y en los atentados hacia tu persona. Subí con intención de sorprender a Conoway o Cecily robando. Ella estaba allí sola y se me insinuó, pero yo la rechacé, tienes que creerme.
- Te creo –dijo ella pero sonó a “adúltero mentiroso déjame en paz”- pero mañana me voy a Londres.
- Como desees, querida –William empezó a desnudarse y ella abrió los ojos desmesuradamente, sentándose en la cama.
- Pero ¿qué haces? Ni creas que por un momento te vas a acostar conmigo después de…
- Tranquila, no voy a tocarte. –gruñó el dejando la ropa sobre una silla- Conoway puede intentar algo esta noche, así que no voy a dejarte sola.
- Conoway no se atrevería a entrar en mi dormitorio de noche. –William abrió las sábanas y se metió en la cama. Elizabeth se movió hasta el filo, evitando así que la tocara. –Está bien, pero ni se te ocurra…
- Puedes estar tranquila –dijo él apagando la vela que había sobre la mesita -¿de verdad no quieres que te ayude a quitarte el corsé? No vas a poder dormir con él puesto.
- Estoy segura. Es de París, y muy cómodo. Buenas noches, mi señor.
- Buenas noches, mi tozuda esposa –dijo él cerrando los ojos. Era cierto que él tenía miedo de que Conoway o algún sicario suyo entrara a la casa e hiciera daño a Elizabeth. Dormiría con un ojo abierto. Pasaron tres horas y Elizabeth no paraba de moverse. Ella le daba la espalda, y podía ver con claridad como las cuerdas le apretaban despiadadamente. Se incorporó un poco y empezó a deshacerle los lazos con cuidado de no despertarla. Cuando las hubo desabrochado todas, le quitó el corsé y el resto de la ropa. Ella estaba profundamente dormida y ni se enteró. La tapó con cuidado y la puso sobre su pecho, abrazándola y dándole calor. Esa sería la última vez que la tendría en sus brazos en días, quizás en semanas. Le besó el pelo y cerró los ojos. En vez de arreglar las cosas entre ellos, las había estropeado. Elizabeth se movió lo justo para acomodarse. Se sentía segura en sus brazos, y feliz. Fingió que seguía dormida mientras él daba pequeños besos en la frente, los ojos y las mejillas. Pensó que el llegaría más lejos e intentaría hacerle el amor, pero se equivocó. Unos minutos después se durmió nuevamente, por la mañana tendría que disimular cuando se viera desnuda.
Elizabeth se sorprendió cuando se despertó a la mañana siguiente. William no estaba a su lado en la cama. Tiró de la campanilla para avisar a su doncella y se levantó poniéndose una bata. William le había jurado por su honor que no había tenido nada con Cecily y ella le creía, pero necesitaba irse unos días y aclarar sus ideas. A él también le vendría bien un tiempo para reflexionar. La doncella llegó a los pocos minutos y Elizabeth le ordenó que preparara el baño.
- ¿milord está en la casa?
- No milady. Salió hace más de una hora hacia los pastos. Por lo visto anoche robaron algunos caballos.
- ¿Cogieron a los ladrones? –preguntó mientras se metía en la bañera.
- No. Todo estaba muy oscuro y no había luna. Los empleados que vigilaban la manada se habían quedado dormidos, y cuando despertaron ya era demasiado tarde. Tengo todo su equipaje preparado, ¿se va a ir por fin a Londres, milady?
- Si. Tengo que arreglar unos asuntos allí. Espero que el señor vuelva antes de que me haya ido.
William volvió a casa a galope tendido. Se había entretenido demasiado siguiendo las huellas de los ladrones y temía al llegar a la hacienda, Elizabeth se hubiera marchado. Por una parte sabía que lo mejor para ella es que se fuera a Londres, allí estaría a salvo, pero por otra la necesitaba demasiado como para dejarla partir, y más estando enfadados.
Le hubiera gustado que ella se despertara en sus brazos, y poder hablar sobre lo sucedido, pero una nota de su capataz a las seis de la mañana lo alertó y tuvo que marcharse.
Cuando por fin llegó, Elizabeth estaba de pie junto al carruaje, totalmente preparada para subir a él. Su rostro se iluminó al verlo, y una tímida sonrisa apareció en sus labios. William bajó de un salto del caballo y corrió hacia su esposa.
- ¿Te vas, entonces? –dijo tomándola de las enguantadas manos.
- Es lo mejor William. Necesito un poco de tiempo y espacio. –el asintió con la cabeza y trató de sonreír también.
- Si, tienes razón. Aquí no estás segura, y yo no hago nada bien…prométeme que te cuidarás en Londres.
- Lo haré. Tu madre mi cuida más que tú, ya lo sabes.
- Tiene debilidad por ti, como yo –William se acercó lentamente y le dio un casto beso en los labios- iré a verte en cuanto pueda, y no para hacerte el amor, sino para salir al teatro o a donde quieras. Empezaremos de cero, cariño.
- Te esperaré con ansiedad, William. Ya sabes lo que siento.
- Pero me gusta oírtelo decir, mi señora. Dímelo antes de irte –pidió con voz ronca y a la vez dulce.
- Te quiero William, aunque a veces desee matarte… -William rió con ganas. Si, la comprendía perfectamente.
- Yo también te quiero, amor mío. Sé que es un poco tarde para decírtelo, y que debí hacerlo antes, pero no soy muy dado a dejar aflorar mis sentimientos.
- ¿me amas? ¿Es verdad? –dijo ella con lágrimas en los ojos. El la abrazó por la cintura y la besó en las mejillas, limpiándole las lágrimas que se deslizaban por ellas.
- Desde hace mucho tiempo, solo que no quería reconocerlo. ¿me perdonas, querida?
- Ya te perdoné, pero es solo que…-el volvió a besarla, esta vez en los labios. Ella le echó los brazos al cuello y se entregó. Estuvieron varios minutos besándose ante la atenta mirada del cochero que sonreía sentado en el pescante.
- Será mejor que emprendas el viaje, amor mío. Si no llegarás de noche a Londres. –dijo él separándola un poco para verla -¿estás mejor?
- En el séptimo cielo. No tardes mucho en ir a Londres, estoy deseando…ir al teatro. –William sonrió y la abrazó con fuerza. Eso era una promesa.
- Te llevaré al teatro todas las veces que quieras, mi amor. Anda, sube al carruaje –ella le sonrió entre lágrimas y subió. El cerró la puerta y dio orden al cochero para que partiera. Elizabeth asomó la cabeza por la ventana y le lanzó un beso. William la estuvo mirando hasta que el carruaje se perdió de vista. Varios de los trabajadores le estaban mirando con lágrimas en los ojos. El apartó unas cuantas de sus mejillas y se volvió hacia ellos. -¿no tienen nada mejor que hacer? –dijo tratando de aparentar dureza. Ellos volvieron a sus quehaceres y el se introdujo en la biblioteca. Tenía mucho que hacer.
Capitulo 14
Elizabeth llegó a Londres cuando estaba atardeciendo. Hacía solo unas horas que se había marchado y ya le echaba de menos. Él por fin le había dicho que la amaba, y todavía no se lo había creído. Nunca pensó en que podría conseguir su amor. El coche paró delante de la puerta de “Red House Manor” e inmediatamente el cochero se bajó para abrirle la puertezuela y ponerle un taburetito para que pudiera bajar. Elizabeth se lo agradeció y se encaminó hacia la casa. No habían avisado a sus suegros de su llegada, así que no sabía como la recibirían.
Hastings se inclinó de forma ostentosa, y la condujo hacia la biblioteca para anunciarla. Lady Anne estaba bordando mientras cantaba una cancioncilla típica inglesa. Al verla entrar se levantó dejando el bordado a un lado, sonriéndole.
- Querida, ¡que sorpresa! ¿Viene William contigo? –dijo alargando las manos hacia las de su nuera. Elizabeth las apretó entre las suyas y se besaron en las mejillas.
- No, se quedó en “Green Valley”. Allí hay muchos asuntos que requieren su atención, pero me mandó saludos para todos ustedes. –Lady Anne asintió con la cabeza y guió a Elizabeth hacia el sofá.
- ¿Todo va bien entre vosotros? Sé que a veces William puede resultar un poco…irritable, por llamarlo así, pero es que se preocupa de tu seguridad.
- Creo que me he acostumbrado a su carácter y el a mío, Lady Anne. Tengo muchas cosas que contarle.
- Mi esposo está en el club, así que podemos charlar todo lo que quieras. Llamaré a Hastings para que traiga te y unas pastas, debes de estar hambrienta.
- Bastante –dijo Elizabeth mientras su suegra tiraba de la campanilla- Duncan me preparó una buena cesta de comida, pero me la comido toda en el viaje. Si sigo así, creo que no entraré en los trajes.
- Espero que no entres, pero por otros motivos –Lady Anne le guiño un ojo y Elizabeth se ruborizó. Después las dos rieron con ganas.
Había pasado una semana desde la partida de Elizabeth. William estaba sentado ante su escritorio en la biblioteca ojeando el correo, mientras degustaba una copa de brandy. Por fin la misiva que esperaba estaba entre sus manos. Sus sospechas se habían confirmado. Ya sabía quien era el socio de Conoway. La puerta se abrió y Duncan anunció a Clem.
Estos últimos días había afianzado su relación con Lady Emily y estaba exultante.
- Buenas noticias, por lo que veo –dijo Clem sirviéndose una copa.
- Magníficas. He recibido una carta de mi armador. Como sabes, Sir Charles embarcó en uno de mis barcos rumbo al continente. El capitán telegrafió que desapareció al tocar el primer puerto. Pensaban que había caído al mar.
- Pero tu sospechas que sea el socio de Conoway y siga vivito y coleando, ¿No?
- Exacto. Ellos dos estudiaron juntos en la universidad. Allí no paraban de hacer trastadas. Creo que ninguno llegó a terminar sus estudios.
- ¡Menudos pájaros están hechos! ¿Qué piensas hacer?
- Encontrar pruebas de que son ellos. Creo que Sir Charles robaba los caballos para pagar sus gastos más inmediatos, mientras encontraba esposa. Conoway está arruinado, así que volvió del continente haciéndose de una reputación para poder entrar a casas de fortuna y poder robar las joyas. Necesitaba a alguien para que las vendiera. Sir Charles seguro que acudió a él buscando ayuda cuando se enteró de que se había establecido en la mansión de los Harris, y a Conoway le vino como anillo al dedo. Seguro que está escondido allí.
- Y sospechas que él intentara forzar a Elizabeth en la iglesia y le disparara después.
- Estoy casi seguro. Ella le rechazó y se casó conmigo. Quiere vengarse. Al mandarlo al continente, acabé con su fructífero negocio de robarme caballos. Tengo que dar con él antes que consiga hacerle daño a Elizabeth.
- ¿Y si Sir Charles sabe que ella está en “Red House Manor”? Ha podido seguirla. Tus padres no saben que él es peligroso y si no sospechan nada malo de él, podrían dejarle el acceso libre en alguna fiesta.
- ¡Demonios, tienes razón! –William salió de la biblioteca a toda prisa -¡Duncan! ¡Que preparen mi caballo para dentro de quince minutos! ¡Salgo para Londres!
Elizabeth estaba aburrida. Sus suegros habían salido a una visita social, y ella estaba sola en la casa. Llevaba horas sentada en la biblioteca leyendo, y ya estaba más que cansada. Se levantó con prestancia y buscó a Hastings.
- Diga que preparen mi caballo. Voy a salir.
- Si, milady. ¿Quiere que avise a su doncella para que la acompañe?
- No es necesario. Solo voy a dar una vuelta por el parque.
- Pero milady…
- Es todo, Hastings –dijo ella dándose la vuelta y subiendo a su habitación. Lo que le faltaba. No solo tenía que aguantar que su esposo le diera órdenes, sino que ya hasta el mayordomo pretendía hacerlo.
Se puso un traje de montar de color oscuro y un sombrero a juego. Bajó las escaleras poniéndose los guantes y Hastings le esperaba al pie de ellas, con un gesto adustero.
- Milady, me permito recordarle que sir Norwell dio órdenes expresas de que su señoría no saliera sola…
- Lo recuerdo perfectamente, gracias. Solo voy a dar un paseo por el parque, no creo que haya ningún peligro. –Elizabeth siguió caminando hacia la salida y el mayordomo se apartó inclinándose levemente. Necesitaba salir y tomar el aire. Se ahogaba allí encerrada y echaba mucho de menos a su esposo. Debió de quedarse en la hacienda, por lo menos allí le veía. Decidió que le escribiría esta misma noche para preguntarle cuando iba a venir a verla.
Montó es su caballo ayudada por un mozo de cuadra y emprendió el camino al parque. Había muchas parejas paseando en sus carruajes, así como caballeros, pero ninguna señora sola. Es por eso que todo el mundo la cuchicheaba a su paso. Ninguna dama salía sin compañía de su esposo o algún criado a pasear por el parque, y menos montando de amazona. Esa noche sería la noticia del día en todas las fiestas de la ciudad.
Se preguntó si había hecho mal en el momento que le pareció ver de soslayo a Sir Charles. No, no podía ser. Sir Charles no estaba en el país… ¿o si? La figura a caballo se perdió entre unos árboles y sin pensarlo fue tras él. No sabía por qué, pero algo le decía que debía seguirlo.
William llegó a Londres al atardecer. Había parado lo justo para que su caballo descansara un poco y tomara agua y comida. Estaba nervioso, tanto que se bajó del caballo aún en marcha y corrió a la puerta de la casa. Hastings salió a su paso y palideció al verlo. Eso le preocupó todavía más. Miró a su alrededor y se dirigió a él a bocajarro.
- ¿Y mi esposa? –Hastings tragó con dificultad y bajó la cabeza.
- De paseo en el parque, supongo.
- ¿Cómo que supone? ¿Qué demonios quiere decir eso?
- Lady Elizabeth salió hace como una hora a caballo. Dejó dicho que iba al parque a pasear a caballo. –William suspiró algo aliviado. No parecía tan malo.
- Con su doncella –apostilló dándolo por sentado.
- Sola –dijo el mayordomo con un suspiro de resignación ante lo que se avecinaba.
- ¿Cómo? ¿quieres decir que no la acompaña nadie? –gritó más que dijo.
- La señora dijo que no era necesario que su doncella la acompañara. Es una dama muy…independiente, si me permite decirlo, milord.
-¡No, no te lo permito! ¡Maldita sea! –Creo que dejé muy claro cuales eran mis órdenes sobre la señora en la carta que envié con su cochero.
- Muy claro, milord. Pero la señora se puso muy terca y…
- ¿Terca? –se escandalizó William. Iba a decirle unas cuantas cosas a su mayordomo sobre las impresiones que este tenía sobre su esposa, pero estaba más preocupado por ella que otra cosa- Hastings, di que preparen inmediatamente otro caballo y que atiendan al mío. Voy a lavarme mientras un poco.
- Si. Milord. –Hastings salió disparado a cumplir las órdenes dadas. La joven Lady Norwell era una verdadera pesadilla para los criados y para su esposo. Compasión le tenía cuando el señor le pusiera las manos encima.
Diez largos minutos después William cabalgó hacia el parque. Saludó con educación a todo el que se cruzó aparentando normalidad. Por las miradas se convenció que Elizabeth también se había cruzado con ellos. Seguro que veían más que extraño que cada uno paseara solo por el parque. Maldijo cuando lady Pick detuvo su carruaje y le saludó. La maldita chismosa no había resistido la tentación.
- Buenas tardes, sir Norwell. ¿tal vez busca a su bonita esposa?
- Buenas tardes lady Pick. –dijo inclinando la cabeza caballerosamente y sonriendo- pues si. Le dije que se adelantara un poco y la he perdido. ¿La vio por casualidad?
- Como no. Hace como cinco minutos la vi desaparecer tras aquellos árboles y me sorprendió. No es un camino muy transitado para los paseos. –William miró hacia donde la vieja chismosa le decía. No, ciertamente ese camino estaba ya en desuso. Era estrecho y los grandes y aparatosos carruajes no cabían por él.
- Seguro que me está buscando. Si me perdona, voy a reunirme con ella. Buenas tardes de nuevo, Lady Pick. –William prosiguió su camino maldiciendo para sus adentros. ¿Qué demonios buscaba Elizabeth? ¿Se iba a encontrar con algún hombre? No, no podía ser. Ella no le haría eso. Tenía que haber una explicación.
Elizabeth recorrió un gran trecho, pero no había ni rastro de sir Charles, si en verdad era él. Mejor-pensó- no le apetecía nada verlo de nuevo. Tiró de las riendas y el caballo dio media vuelta. La tarde estaba cayendo, y los altos árboles impedían la entrada de luz en el estrecho camino. Apenas si podía ver ya con claridad. Apretó las espuelas y el caballo relinchó apurando el paso. De pronto una oscura silueta se interpuso en su camino. Llevaba una pistola en la mano y la apuntaba.
- Baja del caballo, querida-le dijo amenazadoramente.
- ¿Está loco, Sir Charles? Apártese de mi camino o gritaré. –dijo intentando esquivarle pasando por su lado. El descargó el puño sobre su cabeza y la hizo caer del caballo.
- Esta vez no hay quien te salve, puta. Tu caballero andante está demasiado ocupado en su hacienda y con sus putitas para cuidar de ti, ¿verdad? Tú y yo tenemos algo pendiente –Sir Charles se bajó del caballo y fue hacia ella. Elizabeth estaba aturdida, pero sabía que si no hacía algo, la mataría después de violarla.
- Si me tocas un solo pelo, William te hará pedazos. Esta vez lo te matará. –dijo ella intentando levantarse. Sir Charles rió con ganas, soltándole una bofetada que la hizo volver a caer de espaldas al suelo. Se agachó sobre ella, y la volvió a golpear hasta que quedó medio inconsciente. Elizabeth vio con horror como él comenzaba a quitarse la ropa, sin soltar la pistola.
- No voy a dejarte inconsciente. Quiero que te enteres de todo lo que voy a hacerte, perra. –Elizabeth buscó con las manos algo con lo que defenderse, asió una piedra, pero él le pateó la mano. Tenía la camisa abierta y los pantalones casi desabrochados. Se puso sobre ella e intentó besarla, pero Elizabeth se resistió todo lo que pudo. Apenas tenía fuerzas pero no le iba a dar facilidades. Sir Charles tuvo que dejar la pistola a un lado, para cogerle las dos manos –eres una fiera, pero yo te domaré. Estaré encantado de hacerlo.
William llegó en ese momento y desmontó del caballo. Sir Charles estaba tan inmerso en el forcejeo con Elizabeth que ni se percató de su llegada.
- ¡Suéltala, desgraciado! –William tiró de él y sin soltarlo lo golpeó con furia. -¡voy a matarte, maldito cabrón! Sir Charles quedó tendido en el suelo, con la cara cubierta de sangre. William vio la pistola en el suelo y la cogió, encañonándole. –di tus últimas oraciones. –le dijo mirándolo con odio.
- No vas a hacerlo. Nunca le dispararías a un hombre desalmado, Norwell –Sir Charles le sonrió con maldad, limpiándose la sangre de los labios. –además, ella me citó aquí. Se aburría…
- Eso es mentira- Elizabeth se levantó tambaleándose y se cogió al brazo libre de su esposo. –me pareció verlo y le seguí.
- Te creo amor. Pero ya hablaremos en casa – Sir Charles se rió y William le pateó la boca –tienes razón. Yo nunca mataría a nadie desarmado –dijo lanzando lejos la pistola. –Pero si cara a cara. Mis padrinos visitarán a los tuyos para formalizar nuestra cita al amanecer.
- ¿Qué? No puedes retarme a duelo por esa mujerzuela –gritó Sir Charles con cara de horror. William fue a golpearlo de nuevo, pero se contuvo. Ya había recibido bastante por hoy. Ayudó a Elizabeth a subir a su caballo y el hizo lo propio con el suyo. Las quejas y maldiciones de Sir Charles les persiguieron hasta que volvieron al parque. La gente les miraba sin decir nada. Elizabeth tenía un terrible aspecto, con la cara amoratada y el labio roto. William se limitó a saludarlos inclinando la cabeza. Seguro que todo Londres pensaría que maltrataba a su esposa. Maldijo entre dientes y aceleró el paso del caballo. Estaba deseando llegar a “Red House Manor”. Tenía mucho que hablar con su esposa. Cuando llegaron, William la bajó del caballo y la llevó en brazos a la biblioteca. Hastings le siguió a paso rápido, sin atreverse a decir nada.
- Hastings, trae el botiquín y un poco de te.
- Si, milord –el mayordomo se retiró y William puso a su esposa sobre el sofá, sirviéndole un poco de brandy y tomando el mismo otra copa que bebió de un trago. -¿puedes explicarme qué demonios hacías sola en el parque?
- William, lo siento. No pensé que….
- Ese es el maldito problema, Elizabeth –gritó William exasperado- que no piensas en el peligro, ni en nada. ¿Cuándo vas a hacerme caso de una jodida vez?
Elizabeth agachó los ojos y se puso a llorar desconsoladamente. Si había algo que William no soportaba, eran las lágrimas de una mujer, y si era la suya, menos todavía. Tomó otra copa de brandy y dijo tantas palabrotas entre dientes que Hastings se quedó parado en la puerta de la biblioteca sin atreverse a entrar. El mayordomo dio gracias a Dios que los condes de Norwell no estuvieran en ese momento en la casa. Se habrían escandalizado del vocabulario de su hijo.
Capitulo 15
Hastings hizo notar su presencia con un leve carraspeo. William no se volvió hacia él. Caminó hasta su esposa y se agachó hasta su altura, examinándole las heridas de la cara con cuidado.
- Déjalo todo sobre la mesa, Hastings y sal. –su orden sonó seca. Hastings hizo lo que le decían y se marchó, cerrando la puerta tras de si. –Siento haber sido tan brusco contigo antes, mi señora, pero ni te imaginas lo que sentí cuando te vi bajo ese canalla con la cara ensangrentada.
- Tenías razón en regañarme. Soy una estúpida. Si te hubiera hecho caso a ti y a Hastings, esto no habría pasado, y ahora no tendrías que batirte en duelo con Sir Charles. –William examinó el labio e hizo una mueca. Fue hasta la mesa y llevó lo necesario para curárselo.
- No era el mejor momento para hacerlo, estabas herida -Ella cerró los ojos cuando él le aplicó un algodón mojado en desinfectante sobre la herida. –será solo un momento, cariño. Te juro que a él le va a doler mucho más mañana al amanecer.
- No quiero que te arriesgues por mí, William –dijo ella tomándole la mano que el apoyaba sobre una de sus rodillas mientras la curaba. –Déjalo como está, por favor.
- Sabes que no puedo hacer eso. La noticia del reto debe recorrer todo Londres ya. Todos vieron en el estado en que estabas y seguro que vieron también el de ese cabrón. Habrán atado cabos, y pensarán lo peor. Que tú te encontraste allí con él, y que yo os sorprendí. Tengo que salvar nuestro honor, y esa es la única forma.
- O que el se disculpe. Deja que se disculpe.
- No –William terminó de curarla y se incorporó. Te ha pegado y no es la primera vez, como tampoco es la primera vez que trata de violarte. No le voy a dejar que lo intente una tercera. Mañana es hombre muerto.
- Tengo miedo, William. –El sirvió un poco de té y le puso láudano. Seguro que le iba a doler todo el cuerpo después de esa caída del caballo.
- No tienes por qué. Soy un excelente tirador. Pero si me ocurriera algo, dejaré instrucciones a mis abogados para que no te falte nada, amor. Mis padres cuidarán de ti, como han hecho siempre. –William le acercó la taza y ella comenzó a llorar de nuevo. La puerta se abrió y una pálida lady Anne entró, todavía con el sombrero y los guantes puestos.
- ¿Qué ha pasado, hijos? Estábamos en casa de los Roswood y nos llegó la noticia de y un ataque a Elizabeth y un supuesto duelo. Se rumorean cosas horribles…
- Sir Charles atacó a mi esposa y le he retado. Debía de haberlo matado allí mismo, pero le daré la oportunidad de morir como un caballero, en vez de cómo un gusano miserable. –Lady Anne se acercó a su nuera y le tomó la mano con cariño.
- ¿Estás bien, querida?
- Eso creo. Todo fue culpa mía. No debí salir. Ahora William está en peligro –William se apoyó en la chimenea y sus ojos chispearon.
- Él es quien está en peligro. Necesitaré dos padrinos -dijo mirando a su padre.
- Ya tienes uno, hijo. –Sir James se sirvió una copa y se dirigió hacia la ventana- hablaré con Roswood para que sea el otro. Podemos contar con su total discreción. También avisaré al doctor por si alguien resulta herido.
- No creo que sea necesario un médico. Voy a matarle.
- ¡Por Dios, hijo! Sabes que los duelos son ilegales. Si lo matas tendrás que abandonar Inglaterra. –dijo lady Anne espantada.
- Aunque tenga que ir al mismo infierno. Sir Charles debe de estar en su casa de Londres, eso si no sigue escondido. Mañana por la mañana hacedle la visita de rigor y que elija las armas.
- Creo que me voy a retirar. No me encuentro demasiado bien –Elizabeth trató de incorporarse, pero las piernas le fallaron. El láudano le estaba haciendo efecto. William corrió a sujetarla y la tomó en brazos.
- Voy a llevarla arriba. Disculpadme, por favor.
- No te preocupes hijo –lady Anne corrió a abrir la puerta de la biblioteca y William salió con su esposa.
- Esto se está convirtiendo en un hábito, ¿verdad Will?
- ¿El cogerte en brazos? –Rió él- si, pero es un placer hacerlo. Pesas poco. –Hastings apareció tras ellos y les acompaño en el trayecto.
- Milord, ordené que prepararan el baño de la señora y la habitación de milord está casi a punto.
- Bien, Hastings. Pero voy a compartir la habitación de mi esposa. Diga que lleven mis cosas allí.
- Si, milord-el mayordomo desapareció y William entró con Elizabeth a su dormitorio. Despidió a la doncella y la puso sobre la cama.
- ¿Vas a dormir conmigo esta noche?
- Esta y todas las noches, querida. No voy a dejarte sola ni un minuto hasta que esos dos delincuentes estén a buen recaudo. –William la miró a los ojos y notó que ella se relajaba. –Cariño, déjame desnudarte. Necesitas un baño antes de dormir.
- Se me cierran los ojos solos. –William sonrió y comenzó a quitarle la ropa. Un buen baño la relajaría del todo para dormirse. Sintió como ella e abandonaba a sus manos y sonreía cada vez que las sentía sobre su cuerpo. –estoy deseando ir al teatro, ¿sabes? Me prometiste que me llevarías muchas veces.
- Lo haré, amor. Tenemos toda la vida para eso –William deslizó la mirada por su cuerpo desnudo y suspiró. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida. No se cansaba de mirarla ni de mimarla, aunque a veces tuviera ganas de matarla. La tomó en sus brazos y la llevó a la bañera, allí la bañó como si de un bebé se tratara. Ella tenía los ojos cerrados cuando la sacó y la llevó nuevamente al lecho. Le puso un camisón y la arropó con cariño, besándola en la frente antes de irse.
Cuando volvió a la biblioteca, su padre lo esperaba fumando un cigarro. Estaba preocupado por todo lo sucedido.
- ¿Cómo se encuentra Elizabeth, hijo? –dijo ofreciéndole una copa.
- La he dejado dormida. Mañana le va a doler todo el cuerpo por la caída del caballo. Cada vez que pienso en lo que ese desgraciado iba a hacerle…
- Si no lo hubieras retado tú, lo haría yo. No sé como una vez pude pensar que fuera un buen esposo para Elizabeth. Me alegro que al final fueras tú quien la desposara.
- Yo también, papá. ¿Sabes que ella estaba enamorada de mí desde que era una niña? ¡Y yo perdiendo el tiempo con Cecily…!
- Ahora estáis juntos, que es lo importante. Espero que no tardéis mucho en darme un heredero –dijo guiñándole un ojo a su hijo- espero no me hicieras caso y decidieras consumar el matrimonio.
- Está consumado, no te preocupes por eso. Yo también quiero que tengamos un hijo, pero ahora lo que más me preocupa son Conoway y Sir Charles. ¿Hiciste lo que te pedí?
- Por supuesto. Las autoridades ya están al tanto de lo que me contaste sobre esos dos. Están investigándolos. ¿Por qué no llevas de viaje a Elizabeth cuando todo esto termine? Unas vacaciones no os vendrían mal a ninguno de los dos.
- Si, tienes razón. –Hastings tocó a la puerta y anunció la cena. Los dos hombres terminaron sus bebidas y fueron al comedor donde esperaba Lady Anne. Pasaron toda la velada hablando sobre lo ocurrido y cuando su padre se retiró para ir al club, William se disculpó con su madre.
Estaba ansioso por subir al dormitorio de Elizabeth y ver como estaba. Después de comprobar que seguía dormida, se aseó y se acomodó a su lado, poniéndola sobre su pecho. Sir Charles se iba a arrepentir de haberle hecho daño.
Elizabeth se despertó con la mente confusa. William debió poner algo en el té, que combinado con el brandy habían hecho un efecto devastador. Había dormido toda la noche del tirón.
Sintió un agradable peso sobre su cintura y vio que era el brazo de su marido, el cual tenía apoyada la cabeza sobre su pecho. Seguro que había pasado toda la noche cuidándola y ahora estaba exhausto. Pasó una mano sobre sus cabellos y lo acarició con amor. Todo el amor que sentía por él Le amó desde que era solo una niña, y el sentimiento fue creciendo con el pasar de los años, haciéndose más intenso y profundo. Todavía se preguntaba como él se había enamorado también de ella. Elizabeth se consideraba una mujer normal, con una cara bonita pero sin ser espectacular, y su cuerpo pequeño estaba bien proporcionado, pero no era tan voluptuoso como el de Lady Conoway. Sintió unos celos enormes al recordarla en el dormitorio medio desnuda con William. ¡Era una descarada!
Ahora lo que más le preocupaba era el duelo. No se fiaba de Sir Charles, seguro que hacía alguna artimaña para vencer a su marido. Ella tenía que convencerlo que no fuera a ese duelo. Dejó de acariciar el pelo de su esposo y sonrió para sí misma mientras descendía por debajo de las sábanas. Podía notar con toda claridad el duro sexo de él, apoyado en su muslo. Se había acostado desnudo, como siempre, y aunque dormido su masculinidad era evidente. Sintió un poco de vergüenza al tomarlo entre su pequeña mano, pero ardía por dentro. Deseaba a su marido y eso no era nada de lo que avergonzarse. Lo acarició con torpeza al principio, pero con más seguridad según se iba animando.
- ¡Dios! Me he muerto y tengo que estar en el cielo –gimió el con los ojos cerrados.
- ¿lo hago bien! –dijo ella pasando el pulgar por su húmeda hendidura.
- ¡uy! ¡Dios, si! Me encanta la manera que tienes de despertarme, amor.-dijo él abriendo los ojos llenos de pasión y sonriéndole.
- Pues no he hecho más que empezar –Elizabeth se giró y se puso sobre él, besándole los labios. William estaba maravillado de que ella hubiera tomado la iniciativa. Hacía demasiado tiempo que habían hecho el amor por última vez, y no se atrevía a dar el primer paso. La abrazó por la cintura quedando totalmente pegados.
- Procura no ser muy escandalosa. Mis padres están en la habitación de enfrente, y suelen levantarse tarde. –Elizabeth asintió y reptó sobre su cuerpo, dejando una estela de besos y mordiscos en su camino. Cuando ella le metió la lengua en el ombligo, dio un respingo, abriendo los ojos de par en par.- ¿Qué vas a hacer? –dijo cuando ella cogió la gran verga entre sus manos y la miró con deseo.
- ¿Tú que crees? –Elizabeth bajó la cabeza y le besó la punta de su miembro. William lanzó un gruñido de placer y de sorpresa, aguantando la respiración. Pocas mujeres, a no ser profesionales o amantes experimentadas solían hacerle esas cosas a sus maridos -¿lo hago bien? –dijo ella con un poco de inseguridad en sus palabras.
- ¡Ge…Genial! –Dios, estaba más que excitado la tomó de la cabeza cuando ella empezó a lamerlo con su cálida lengua, y apretó los dientes para contener el orgasmo. Estaba casi a punto- ¡Basta, pequeña! –tiró de su cabeza hacia arriba y se probó en sus labios. Elizabeth se abrió de piernas sobre él y buscó su sexo, introduciéndolo en su cuerpo. William lanzó una maldición y se quedó quieto, intentando aguantar lo más posible. Se giró sobre su cuerpo y se puso sobre ella, besándole los pezones. Salio de ella y volvió a entrar con fuerza, ella gimió y se agarró a sus caderas cuando el empezó a moverse dentro de su cuerpo, mordiéndose los labios cuando el orgasmo le llegó, para no gritar. William la besó entonces y arreció sus envites, apoyando las manos sobre el colchón. El grito de satisfacción de ambos murió en la boca del otro, dejándoles satisfechos y jadeantes.
-Prométeme algo, William –dijo ella acariciándole la espalda. El se movió lo justo para salir de su cuerpo y se volvió a colocar sobre ella, con la cabeza ladeada sobre su hombro.
- Di, amor. En este momento soy capaz de darte hasta la salvación de mi alma.
- Prométeme que retirarás el desafío a Sir Charles –William se levantó un poco sobre sus manos y la miró a los ojos. Estaba algo decepcionado.
- ¿Has hecho todo esto para convencerme de que no vaya a ese duelo? –dijo con voz dolida.
- No, lo deseaba, créeme. –William se levantó de la cama y buscó su ropa. Había dolor en sus ojos, y bastante enfado.
- En este momento me sería imposible, querida mía. Las mujeres tenéis dos armas para convencer a los hombres cuando queréis algo, las lágrimas y el sexo. Nunca pensé que tú fueras de esas.
- Yo no… ¡Yo no soy de esas! Sabía que la mejor manera de que habláramos del tema, sería estando tú relajado. Y después de hacer el amor es cuando más lo estás.
- Pues lo siento, cariño. Pero ahora mismo estoy de todo menos relajado. Ha sido todo un placer, pero no voy a retirar el maldito desafío. Siento que tus esfuerzos en la cama hayan sido inútiles, querida esposa.-William se abrochó los pantalones y cogió su camisa y las botas en la mano, pasando a la habitación contigua. Se sentó en la cama y se calzó las botas, mascullando maldiciones. Ella, su esposa había utilizado el sexo para manejarlo. Se sentía estúpido y ultrajado. La puerta de comunicación se abrió y una Elizabeth seria apareció tras ella.
- Tienes razón, ha sido una estupidez por mi parte lo que he hecho. Pensarás lo peor de mí-dijo ella intentando no llorar. El se levantó y se puso la camisa, andando hacia ella, algo más tranquilo.
- Tu intención era buena, pero no me gusta que me manipulen, amor, y menos mi esposa. Creo que ya te he explicado con claridad el por qué de este duelo. Es una cuestión de honor, el honor de los Norwell. Ya una vez lo tiré al lodo por Cecily, y no voy a volver a hacerlo. Además de que está tu vida en peligro, no solo la mía. Sir Charles no se va a quedar quieto si le dejo vivo. Seguirá buscándote hasta que pueda conseguir sus propósitos, y no se lo voy a permitir. Te amo demasiado para dejar que pase.
- Entonces ten mucho cuidado, por favor. No podría perderte ahora…no cuando se que me quieres –Elizabeth rompió a llorar y se abrazó a su marido. El suspiró y la apretó contra sí. –no estoy llorando para manipularte, te lo juro –dijo entre sollozos. El sonrió a su pesar y le levantó la barbilla con un dedo, besándola en la nariz.
- Eres la única mujer que lo ha conseguido hasta ahora. Pero no te acostumbres o te zurraré, como aquella vez. –Elizabeth sonrió y se empinó sobre sus pies para besarlo en los labios. –me vuelves loco, esposa mía.
- Y tú a mí. Eres un buen esposo, y un amante colosal –dijo con vehemencia.
- Me siento halagado, cariño, pero tampoco es que hayas podido compararme con nadie, cosa que me encanta. Ser el primer y único hombre en tu vida.
- Y yo espero ser la única para ti. –William la abrazó con fuerza unos minutos, meciéndola levemente. No iba a poder evitar el duelo, pero por lo menos había conseguido que el la perdonara y ya no estuviera enfadado con ella. William era un hombre encantador cuando estaba de buen humor, pero cuando lo enfadaban…si, sería mejor intentar no volver a enfadarlo.
Capitulo 16
William esperaba con impaciencia a su padre en la biblioteca. El y Roswood habían ido a visitar a Sir Charles, como era de rigor. Esperaba que ese desgraciado estuviera en su casa y aceptara el reto. Después de terminar con él, buscaría a Conoway. La cosa había ido demasiado lejos, y eran demasiado peligrosos como para obviar el peligro de tenerlos sueltos.
Por fin Sir James llegó con el seño un poco fruncido. William le sirvió una copa y los dos se sentaron frente a la chimenea.
- Sir Charles ha aceptado el reto, y ha elegido el florete como arma –dijo el conde con voz lacónica.
- ¿El florete? Hace años que nadie lo usa en duelo. Tendré que practicar. Desde que dejé el club de esgrima hace cinco años no he cogido uno. ¿Te animas, padre?
- Tendrás que buscarte un contrincante más joven. Yo ya estoy algo viejo para servirte, lo siento, hijo.
- Lástima que Clem se quedara en la hacienda… no se me ocurre nadie más para entrenar un poco. –la puerta se abrió y Lady Anne entró con una ojerosa Elizabeth. Los dos caballeros se levantaron de sus asientos hasta que ellas se sentaron.
- ¿Cómo te encuentras, querida? –le dijo Sir James a su nuera.
- Mucho mejor, gracias. Pero estoy muy preocupada por el duelo. –William se acercó a ella y le tomó una mano.
- No me va a pasar nada, amor. Sir Charles ha elegido el florete como arma en el reto, no soy tan bueno como con la pistola, pero sé utilizarlo. Con un poco de entrenamiento creo que puedo vencerlo.
- ¿Crees? –Dijo ella con miedo- ¡Dios, tengo un mal presentimiento!
- Elizabeth, cariño. William está bromeando. Era el mejor del club de esgrima. No debes preocuparte- Elizabeth miró a su suegra y trató de sonreír, pero estaba demasiado preocupada.
- ¿Con quien vas a entrenar, William? –le preguntó a su esposo.
- No sé. Buscaré a alguien del antigüo club.
- Yo di clases de esgrima en el colegio de París, y no se me daba mal.
- ¿Estás sugiriendo que practiquemos juntos? –dijo él algo asombrado.
- ¿eso estaría mal visto, William? –Preguntó ella con miedo- si es así….
- No, no estaría mal visto, querida mía. Después de comer podríamos salir al jardín de atrás y practicar un poco, si me haces ese honor –Elizabeth se levantó contenta y se abrazó a su esposo, sin importarle mucho que sus suegros los miraran. William sonrió y la besó en la frente.-espero que no me hagas daño –dijo con burla que ella captó.
- Vas a morder el polvo, querido- Sir James soltó una carcajada y William lo coreó. Elizabeth era una caja de sorpresas a cual más encantadora.
Unas horas después, William esperaba a Elizabeth en el jardín trasero de “Red House Manor”. Llevaba puestos unos pantalones ajustados y una camisa blanca medio desabotonada. Mientras esperaba a su esposa, cogió el florete, e hizo unos movimientos en el aire con él.
- No lo haces nada mal, Will –William se volvió hacia su esposa y enarcó las cejas. Ella iba vestida con una camisa similar a la suya y unos pantalones oscuros. El pelo lo llevaba recogido en una cola. Si no fuera por sus sinuosas curvas, podría pasar por un muchacho perfectamente.
- ¿De donde has sacado esa ropa, Elizabeth?
- Lady Anne me la ha dado. Era tuya, de cuando eras más joven ¿te molesta que me haya vestido así? Es que los vestidos de mujer son demasiado pesados para practicar la esgrima.
- No me molesta, aunque prefiero verte con ropa de mujer, o sin nada –William le acarició la cara con las manos y fijó sus ojos en su labio roto- ¿te duele todavía?
- No mucho. Quizás si me besas despacio curaría antes –dijo ella entornando los ojos.
- Probemos entonces –William la besó tiernamente sin hacer apenas presión. Ella le estrechó por la cintura y cerró los ojos. El la sujetaba con la mano derecha, mientras con la izquierda aferraba la espada. -¿mejor?
- Infinitamente. ¿Y tú? ¿Estás preparado para una buena paliza? –dijo ella haciendo un mohín con la nariz. William soltó una carcajada y se separó de ella, preparándose para luchar.
- Cuando quieras, cherie. ¡En garde!- pronunció en perfecto francés.
Elizabeth levantó su espada y le hizo una reverencia. William se sorprendió cuando su esposa lo arrinconó a base de espadazos. Indudablemente, había subestimado su habilidad con las armas. Tuvo que hacer uso de sus bastos conocimientos en el tema, para poder recuperar el terreno, y a unos cuantos ardides que conocía para llevar él el control de la lucha.
- ¿Sorprendido, querido?
- Mucho, mi señora. Creo que deberías ir tú a ese duelo en mi lugar.-dijo él con una nota de humor.
- Eso estaba pensando. Quiero acompañarte al amanecer –William se paró en seco y ella no pudo reprimir el golpe que ya le había lanzado. William esquivó el acero que iba hacia su cabeza en una fracción de segundo, pero no fue lo suficientemente rápido para evitar que la hoja afilada le dañara la ceja izquierda.
- ¡Oh, maldición! Pet, ¿quieres quedarte viuda antes de tiempo? –William se llevó la mano a la ceja herida y ella corrió a ponerle su pañuelo.
- Lo siento. Es que te has parado en seco y yo… -dijo ella más pálida que él. –Entremos en casa.
- Eso es una buena idea. No te preocupes, cariño. Es solo una herida superficial.
Los dos entraron a la casa y se dirigieron a la biblioteca. Lady Anne se levantó asustada cuando vio la camisa blanca de su hijo manchada de sangre.
- ¿Qué pasó?
- Nada madre. Es solo un rasguño.
- Ordenaré que avisen al doctor.
- No, estoy bien –William se acomodó en el sillón y Elizabeth se inclinó sobre él para ver la herida. Estaba temblando. William lo notó y le cogió la mano, besándole la palma para reconfortarla. –tranquilízate, Elizabeth. ¿Por que no me traes una copa de brandy y te sirves otra para ti? Creo que la hemorragia ha cesado.
- Si, creo que lo necesito –Elizabeth sirvió las dos copas y le entregó una a su marido. Lady Anne llamó a Hastings y éste le curó la herida a William. Unos minutos después todos estaban más tranquilos. William subió a su habitación para cambiarse la ropa y prepararse para cenar. Esa noche quería estar a solas el mayor tiempo posible con su esposa, así que después de la cena, los dos se retiraron hacia sus habitaciones.
Elizabeth se estaba preparando para ir a la cama, cuando sintió las manos de su marido en la cintura, y sus labios ardientes en el cuello. Se estremeció y gimió cuando él presionó sus caderas contra su trasero haciéndole notar su gran erección. Ella deseaba hacer el amor con él, pero antes quería hablar sobre el duelo. Se apartó un poco y se dio la vuelta, acariciándole la cara con amor.
- Cariño, tenemos que hablar antes de…-William la acercó hacia sí por la cintura y la besó en la frente. Ella cerró los ojos y reunió todas sus fuerzas para hablar.- antes dije en serio que quiero acompañarte el duelo.
- Eso no puede ser, querida. Sabes que las damas no pueden asistir a los duelos.
- No puedo quedarme aquí, William, sin saber que pasa. Me moriría de la inquietud.
- No me va a pasar nada. Y no vas a venir. Es mi última palabra –dijo él tratando de hacerla entrar en razón.
- Puedo vestirme de hombre y quedarme en el carruaje. Nadie sabría que soy yo…-William se apartó enfurecido. ¿Qué diablos pasaba por la cabeza de su esposa? Comenzó a desnudarse con furia. No iba a claudicar.
- Te vas a quedar aquí con mi madre y no te moverás hasta que yo vuelva. ¿Me he expresado con claridad? -Ella asintió con la cabeza y comenzó a quitarse la ropa también. Se puso el camisón y se acostó en la cama, dándole la espalda a su marido. El blasfemó una sarta de maldiciones y se acostó en el otro lado, apagando las velas. Hubiera querido que la despedida hubiera sido de otra forma. Hacerle el amor a su esposa hasta casi el amanecer. Decirle cuanto la amaba y sentir de sus labios que ella también. Pero estaba claro que no iba a haber nada de eso. Ella estaba enfadada y él no la forzaría. –Buenas noches, luv.
No habían podido dormir en toda la noche. Elizabeth sintió remordimientos por haberse comportado así con su esposo la que podría ser la última noche que pasaran juntos. El se había levantado en varias ocasiones a pasear por la habitación, intentando relajarse, y ella había tenido que morderse los labios hasta hacerse daño para no gritarle que volviera a la cama y le hiciera el amor. No quería que él pensara que se lo pedía para convencerlo de que le dejara acompañarlo. Ahora él estaba preparado para irse. Le vio dirigirse hacia la puerta y su corazón se estremeció de dolor.
- ¡William! –su grito sonó desesperado. Se levantó rápidamente y se lanzó a sus brazos echándose a llorar. El suspiró profundamente intentando ahogar sus lágrimas. La apretó contra sí y la besó en los labios como si la vida le fuera en ello. Y quizás le fuera. Quiso ponerla sobre la cama y hacerle por última vez el amor, pero ya era demasiado tarde. No había tiempo, el sol estaba empezando a salir y un leve toque de su padre en la puerta avisando de que tenían que irse lo frenó.
- Tengo que irme, amor. No temas, en un par de horas estoy de vuelta y podremos terminar esto.
- Te esperaré, mi amor. –William la besó por última vez y salió. Elizabeth vio por la ventana como los dos hombres subían al carruaje, al cual habían tapado el escudo familiar, y entonces se decidió. Fue hasta el armario y cogió la ropa que lady Anne le había dado de William y se la puso. Se recogió el pelo y lo ocultó bajo un sombrero de hombre que había cogido de las caballerizas. Después se envolvió en una capa negra y se deslizó por las escaleras. Le llevó diez minutos ensillar a “Fury”, era el caballo más veloz, y se subió a él, lanzándolo al galope. Sabía que el duelo era en “Hyde Park” y allí se dirigió. Se bajó del caballo a unos metros de la entrada y ocultándose entre los árboles, fue hacia donde se oían a los hombres hablar. Distinguió tres carruajes, aparte del de su esposo, el otro debía ser de Sir Charles y sus padrinos, así como el del medico y los testigos de ambos.
Se acercó todo lo que pudo, intentando no ser vista. Antes de salir de la casa había cogido una pequeña pistola que su esposo guardaba en su recámara. Recordó el sueño en que lo veía a él sangrando, después de que le dispararan. Algo le decía que ese sueño era algo que podía pasar.
Los contrincantes se quitaron las chaquetas y se subieron las mangas. Después se ensalzaron en una lucha feroz, sin cuartel. Las espadas chocaban lanzando chispas. Elizabeth se fue tranquilizando a medida que veía que su esposo controlaba la situación. Sir Charles acusaba el cansancio de la lucha, y ya solo se limitaba a parar los golpes que William le propinaba con su espada. De un hábil mandoble, su esposo le arrebató el arma a sir Charles la cual voló por el aire. Haciendo uso de unos reflejos exquisitos, William la atrapó con su mano derecha y se la puso en el cuello a sir Charles, el cual gritó de terror, sin atreverse a moverse ni un centímetro.
- Ponte a bien con Dios, desgraciado –dijo William con voz gélida. Sir Charles se dejó caer al suelo gimiendo de terror.
- Por favor, no me mates. Me iré lejos, esta vez de verdad.
- No puedo arriesgarme a que vuelvas a lastimar a mi esposa, canalla. –William levantó la espada sobre la cabeza del otro. El se echó a sus pies suplicando clemencia. Los demás hombres asistían a la escena consternados. Nunca habían visto a un ser tan cobarde.
- Si me perdonas la vida le contaré a las autoridades todo lo que sé sobre Conoway. Él es el cerebro de todos los robos, y el responsable de la muerte de los padres de tu esposa.
- ¿Conoway? ¿Por qué?
- El hacía negocios con Sir Hank en Brasil. Este descubrió que le había estafado e iba a denunciarle a la justicia. Les envenenó y compró al médico para que certificara que la muerte se debía a unas fiebres. Tengo una carta donde ese médico le hizo chantaje a Conoway para guardar su silencio a cambio de dinero. Te la daré.
- Levántate escoria - Unos angustiosos segundos después, William apartó el arma y sir Charles se levantó. Estaba sudoroso y agitado. Sir James se acercó hasta su hijo y le abrazó. –me voy a casa, padre. Dejé a mamá y a Elizabeth muy nerviosas.
- Yo me ocuparé de todo, hijo –dijo sir James. William se lo agradeció con una sonrisa y se dispuso a ir hacia el carruaje.
- ¡Dios! Tengo que buscar a “Fury” y volver a casa antes que él –Elizabeth se dio la vuelta, pero unas rudas manos la sujetaron por la cintura. Ella lanzó un alarido y todas las cabezas se volvieron hacia ella. William palideció al reconocer la figura de su esposa en la de aquel muchacho que se debatía en los brazos de Conoway. Este salió de entre los árboles con Elizabeth, apoyando un gran cuchillo en su garganta. El sombrero había caído al suelo y su pelo rubio se desparramaba por sus hombros.
- ¡Quieto o la mato, Norwel! –dijo el delincuente cuando William hizo intención de acercarse-
- No empeore las cosas, Conoway –Sir James se puso al lado de su hijo y le retuvo por el brazo. –deje libre a mi nuera y hablemos como caballeros.
- Es usted un iluso, conde. No la voy a dejar libre, si no muerta. Charles, ve hacia el carruaje, nos largamos de aquí. –Sir Charles sonrió y sacó una pistola de su tobillo.
- Claro, Conoway, pero antes tengo que vengarme. –Sir Charles se acercó a Sir James y le colocó la pistola en la sien.
- Deja a mi padre, desgraciado. Soy yo el que te interesa, no él.
- Si, pero primero quiero verte sufrir. Mataré a tu padre, después a ti y nos llevaremos a tu querida esposa. Tengo un barco preparado en el puerto. Nos haremos a la mar y disfrutaremos de la preciosa Elizabeth unos cuantos días, después la echaremos al mar, con los tiburones.-William calculó las posibilidades. Podía desarmar a Charles con facilidad, pero Conoway la mataría. Lanzó una desesperada mirada a su esposa y ella le sonrió. Con cuidado levantó un poco su capa y William pudo ver la pistola que tenía oculta.
- No creo que pudieras disfrutar de ella ni una sola vez. Según tengo entendido eres un maldito impotente –los ojos de Sir Charles brillaron por la ira. Apartó la pistola de la sien de Sir James y la dirigió hacia William, él se lanzó entonces contra él. Elizabeth aprovechó la oportunidad para sacar su pistola y disparar sobre Conoway, que cayó al suelo mal herido. Corrió apartándose de él y se echó en los brazos de Sir James. Pronto, los asistentes al duelo lo inmovilizaron en el suelo.
William seguía golpeando sin piedad a sir Charles, hasta que éste quedó inmóvil en el suelo, inconsciente. Su cara era un amasijo de carne.
- No voy a matarte, no merece la pena. La horca se encargará de darte lo que mereces. –Se levantó del suelo y buscó con la mirada a Elizabeth. Esta corrió a sus brazos y se refugió en ellos.-está claro que nunca vas a obedecer mis ordenes, ¿no amor?
- Lo intento, debes creerme –dijo ella aún temblando.
- Recuérdame que luego te de tu merecido, cariño –le dijo él al oído de forma sensual. Ella sonrió y levantó la cara hacia él. William la besó con pasión y la llevó hasta el carruaje en brazos, metiéndola en él. Dio un golpe en el techo y el cochero emprendió el camino de regreso a casa. Unos instantes después los dos estaban desnudos, haciendo el amor sobre los asientos. William no paró de besarla, para evitar que el cochero pudiera oír sus gemidos de placer, y ahogar los suyos propios. –Te quiero, Elizabeth-dijo cuando se derramó en ella.
- Te quiero, William- respondió Elizabeth apretándolo contra sí.
EPILOGO
William esperaba impaciente a que su esposa volviera de su paseo matutino a caballo. Le había dicho por activa y por pasiva que no cabalgara, por su seguridad. Elizabeth estaba embarazada de cinco meses, pero se aferraba a su independencia como un gato a un árbol. Iba a volverlo loco, de eso estaba seguro. Por fin la vio aparecer emergiendo de la arboleda. Suspiró aliviado y la ayudó a bajar del caballo cuando este se detuvo a su lado.
- Cariño, ¿Cuándo se te va a meter en esa linda cabecita que cabalgar y embarazo están totalmente fuera de lugar?
- He ido despacio, Will. Y solo estoy de cinco meses, hasta los ocho puedo hacerlo sin peligro.
- Podías haberme avisado para que te acompañara. Sabes que disfruto haciéndolo contigo.
- Yo también disfruto “haciéndolo” contigo –dijo ella dándole a su entonación un ligero pero directo acento sexual. William se rió y la tomó del brazo, conduciéndola a la entrada de la casa. Se habían quedado a vivir permanentemente en “Green Valle”, y eran inmensamente felices.
- ¿Ah si? Entonces… ¿por qué no me lo demuestras? He dado la tarde libre a todos los empleados, así que estamos solos.
- Me parece una idea genial. Pero, espérame en la biblioteca, quiero refrescarme un poco.
- Vale, pero no me hagas esperar mucho.-se dieron un corto beso y ella desapareció en por las escaleras. William fue a la biblioteca y avivó el fuego de la chimenea. Era abril, pero todavía hacía frío. Se quitó la chaqueta y la corbata y la dejó sobre la silla, sirviéndose una copa. Era feliz por primera vez en mucho tiempo. Amaba a su esposa y ella esperaba un hijo de él. En cuanto a Conoway, estaba preso en la Torre de Londres y Sir Charles había sido deportado a una cárcel de Australia, donde hacía trabajos forzados. Oyó sus pasos y se volvió para recibirla. William arqueó una ceja cuando ella apareció envuelta en una capa negra -¿Vamos a alguna parte?
- Eso depende de donde quieras hacerlo –Elizabeth dejó caer la capa al suelo y William aulló. No llevaba nada debajo. Bueno si. El collar de esmeraldas que él le regaló y que ella rechazó en su momento. Su vientre estaba algo abultado, pero eso no le restaba belleza, al contrario, la veía más deseable que nunca.
- Pensé que no te gustaban las esmeraldas –William dio un paso y la abarcó por la cintura. Ella le echó los brazos al cuello susurrándole al oído.
- Y no me gustan, pero sé que a ti si. Apuesto ha que has soñado muchas veces con verme con ellas puestas… solo con ellas.
- Miles de veces, querida mía –él la besó en el cuello y ella gimió levemente. Eres la criatura más sensual que he visto en mi vida, aún con tripita. –Elizabeth sonrió complacida y le besó en la boca, saboreándolo como si fuera la primera vez que se besaran. El la tomó en brazos y se sentó en el sofá con ella encima a horcajadas. Sus senos abultados estaban a la altura de su boca, pidiendo ser acariciados. Tomó uno de ellos con los dientes y lo mordió arrancándole gemidos de placer. Elizabeth podía sentir su dura erección entre las piernas, a través de sus pantalones. Elevó un poco las caderas y liberó impacientemente el duro testigo de su excitación introduciéndolo sin más preámbulo dentro de ella-¿estás ansiosa, eh cariño?
- Mucho –William enterró la cara entre los dos senos y la tomó de las caderas, ayudándola así a elevarse. Ella echó la cabeza hacia atrás agarrándose a sus fuertes hombros.
- ¿No vas a dejar que me desnude?
- Después –dijo ella entre gemidos. El sonrió y se levantó con ella poniéndola sobre la alfombra. Tiró en un segundo se desnudó, mientras ella le miraba desde el suelo con aire enfuruñado. Le duró poco, pues el se arrodilló a sus pies y enterró la cara entre sus piernas- ¡Oh Dios mío! –dijo ella cuando un potente orgasmo le recorrió todas las fibras de su ser. Antes de que se repusiera, él ya se había enterrado de nuevo dentro de ella. La embistió con fuerza, pero midiendo sus fuerzas. No quería dañar al bebé. –esto es maravilloso.
- Es especial, siempre lo es contigo. Mírame, cariño. Quiero que me mires con tus preciosos ojos cuando vuelvas a derretirte entre mis brazos –Elizabeth le sostuvo la cara entre las manos y lo besó. El pasó una de sus manos tras su cuello y tiró las esmeraldas a un lado. Cuando todo terminó, él reptó sobre su cuerpo y la besó tiernamente en el abdomen. Era algo que siempre hacía después de hacer el amor con su esposa. Después la tomó en brazos y salió con ella hasta llegar al dormitorio y la depositó sobre la cama.
- Podía haber subido sola, cariño. Él se metió en la cama a su lado y la abrazó. Se sentía el hombre más feliz de la tierra.
- Ya me he acostumbrado a llevarte en brazos a todos lados, es una tradición.
- Hay tradiciones que son buenas –dijo ella riendo.
- Buenísimas-él la besó tiernamente y ella suspiró. -Buenas noches, querida, descansa.
- Pero si no es de noche… apenas son las siete de la tarde. No tengo ganas de dormir.
- Yo no he dicho nada de dormir. He dicho que descanses. Hoy vas a hacer ejercicio extra –dio un matiz lascivo a su voz mientras cerraba los ojos. Ella le mordió el hombro y le apretó la entrepierna con la mano -¡eso duele! ¿Sabes?
- Es para que tú tampoco te duermas. –Elizabeth comenzó a acariciarlo y aquello tomó nuevamente vida propia. -¿Ves? Funciona.
- Ya te demostraré a ti cuanto puede funcionar –William la arrastró sobre él y la besó, comenzando de nuevo el baile. Un baile que esperara que durara toda la vida.
FIN